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Fragmento del libro Dashiell Hammett. Novela negra y caza de brujas en Hollywood

Quimeras de California

Fuentes: Rebelión

En 1929, el año del desastre bursátil de Wall Street, un escritor llamado Dashiell Hammett publicó un par de libros, Cosecha roja y La maldición de los Dain, que estaban llamados a tener una gran repercusión. Las dos novelas, que se publicaron por entregas desde finales de 1927, aparecieron en libro antes de que los […]

En 1929, el año del desastre bursátil de Wall Street, un escritor llamado Dashiell Hammett publicó un par de libros, Cosecha roja y La maldición de los Dain, que estaban llamados a tener una gran repercusión. Las dos novelas, que se publicaron por entregas desde finales de 1927, aparecieron en libro antes de que los tiburones financieros de Nueva York vieran cómo el capitalismo norteamericano entraba en bancarrota, apenas unos meses después. Ese mismo año, una joven llamada Lillian Hellman viajó a Europa durante el verano, en vísperas de la catástrofe financiera. Dashiell Hammett y Lillian Hellman no se conocían aún, pero pronto iban a hacerlo, y la relación que mantuvieron y su compromiso social iban a definir los rasgos y la actitud de una parte de la intelectualidad norteamericana. En los poco más de treinta años que le restaban de vida a Hammett, Estados Unidos y el mundo iban a cambiar radicalmente. Dejaría unas páginas llenas de amor por la vida, de pasión por la justicia, a veces de sabio escepticismo sobre el ser humano, y un camino nuevo para la literatura. Además, Hammett, utilizando los materiales de derribo de una cultura de evasión, iba a desnudar los mecanismos internos del capitalismo norteamericano. Causó una profunda impresión en quienes le conocieron y también en su país, aquellos Estados Unidos que, cuando murió, se habían transformado en un país bravucón y pendenciero, en una agresiva máquina de guerra. Ocho años después de la muerte del escritor, Lillian Hellman anotaba: «Es verdad que echo de menos a Hammett, y así debe ser. Era el hombre más interesante que he conocido en mi vida.» 1

Un par de años antes, en 1927, nadie sospechaba que Estados Unidos se dirigía a paso ligero hacia la bancarrota. Los negocios parecían ir bien, y no había especiales problemas en el horizonte, aunque los dirigentes y grandes burgueses del país no estaban dispuestos a tolerar movimientos revolucionarios: ése fue el año de la ejecución de Sacco y Vanzetti. Hammett ya era un autor conocido: se había iniciado en el mundo de las revistas pulp publicando relatos en los primeros años veinte y con esa experiencia acumulada pasó después a la novela y, finalmente, al cine. 2

Dashiell Hammett vivía entonces en San Francisco, la ciudad que muchos consideraban como la más corrupta del país. Era una ciudad caótica, llena de contrabandistas, con un activo puerto donde llegaban escorias de muchos naufragios vitales; un lugar donde desembarcaban los chinos casi esclavizados de esos años y los rusos blancos del exilio que abominaba de la revolución bolchevique. Hammett era un hombre joven, de treinta y tres años, que apuraba la vida, temiendo perderla, irónico; mientras, escribía con unas reglas distintas, inventando una nueva mirada sobre América y sobre el capitalismo. Ya había creado a un personaje, el agente de la Continental, un hombre que alardea de no tener sentimientos, dedicado a husmear en los bajos fondos de la ciudad, indagando en los tugurios de alcohol prohibido y cocaína, moviéndose entre los tipos poderosos que tenían complicidades en la política, en la policía, entre los gánsters. Ese agente de la Continental era un tipo cuarentón, calvo y gordo, anodino, que aparecería en treinta historias diferentes de Hammett, y, de improviso, iba a mostrar la cara de América, una cara que ella misma no estaba acostumbrada a mirar, aunque sospechase el rictus de mugre y miseria, de podredumbre, que reflejaba en el espejo. En esos años de la primera posguerra es cuando nace la literatura negra, aunque sus esquemas narrativos y sus historias no se llevarán a la pantalla hasta la segunda posguerra. Hammett había publicado en una revista, Black Mask, y empezaba a ser muy conocido, tanto, que poco tiempo después se trasladaría a Hollywood, para colaborar en el cine, como harían muchos otros escritores, desde Scott Fitzgerald hasta Faulkner, Chandler o Dos Passos, aunque no todos conseguirían triunfar en el nuevo oficio narrativo: Scott Fitzgerald, Steinbeck, Sinclair Lewis, fueron varios los escritores que fracasaron en Hollywood. Dos años después, en 1929, Hammett publicaría ese par de novelas; una tercera, al año siguiente, una cuarta en 1931, y la quinta y última en 1934. Durante el resto de su vida no escribiría ninguna otra novela. Pero, en 1927, todo estaba por llegar, y no iban a ser precisamente buenos tiempos. Veinte años después, en 1947, el mundo salía de la mayor catástrofe de la historia, la Segunda Guerra Mundial; Estados Unidos emergía como una gran potencia y la histeria de la caza de brujas desatada por el HUAC comenzaba a emponzoñar la vida del país: nunca escaparía de ese veneno, que alcanzó también a Hammett. 3 La caza de brujas no fue la iniciativa de un senador alcohólico: comenzó con Truman, con el procurador general Tom Clark y con J. Edgar Hoover, en 1947. Tuvo el apoyo del gobierno norteamericano, del Pentágono, del Departamento de Justicia y del Departamento de Estado, porque el senador McCarthy no empezó su trayectoria de cazador de antiamericanos hasta 1950. Fue una iniciativa del poder, del gobierno, de los círculos que controlaban la vida política, económica y social de Estados Unidos, y no de un senador que, aunque participó en primera línea en la cacería desatada, no era más que alguien que puso su rostro y su ambición personal al servicio de quienes habían urdido esa operación.

Con Hammett, en 1929, mientras los Estados Unidos se miraban en el abismo de la catástrofe, en la gran depresión, se había consolidado una nueva forma de escribir: el relato policial, la novela de detectives, que enseguida tendría su equivalente en el cine, ya en los años cuarenta, con una nueva especialidad que se denominaría cine negro. 4 Algunos especialistas sitúan el origen del género en dos novelas de Hammett, El Halcón Maltés y La llave de cristal, aunque otros impugnan ese supuesto. Pero es en esa época inmediatamente posterior cuando empieza a cultivarse el género que se llamaría cine negro, etiqueta llegada desde Europa, y lo hace en los estudios de Louis B. Mayer, un hombre que después se significaría colaborando con los sabuesos de la caza de brujas. La época dorada de ese tipo de cine llegaría hasta 1953 (aunque su influencia alcanzó hasta los años setenta), como si el feroz anticomunismo que asoló el país hubiese terminado también con él.

El soleado Hollywood de los estudios cinematográficos estaba atento a todas las novedades, y las páginas de Hammett lo eran, con un estilo directo y atractivo, que se hacía eco de la realidad que vivía el país mientras renovaba la tradición de Poe y de Fenimore Cooper y bebía de autores como Jack London y Upton Sinclair. Cuando Hammett accede a perseguir las quimeras de California, millones de personas hicieron lo mismo, atrapados por la depresión. Unos pocos, como Hammett, corrían tras el dinero, la fama, el brillo del cine; otros muchos, perseguían un lugar donde poder comer. En 1929, la única forma de escapar del hambre, de huir de la miseria, era iniciar una mitológica carrera hacia el Oeste, como en los mitos del pasado de la nación. El cine exaltaba los valores norteamericanos, que podían resumirse en una libertad ficticia, en el entretenimiento, la evasión, la ocultación de los problemas que tenían los ciudadanos corrientes. Era, además, una industria que estaba cambiando de piel, con el paso del cine mudo al sonoro. La fábrica de sueños era una factoría dedicada a hacer soñar a América con espejismos, un instrumento en manos de los poderosos millonarios de la costa Este, que acentuarían esos rasgos en el Hollywood de las quimeras, tras el inicio, después de la Segunda Guerra Mundial, de la doctrina Truman y de la contención del comunismo en el mundo, y el paso de los cazadores de rojos. Además, el país chapoteaba en la corrupción, y ese rasgo se acentuaría después, hasta extender la gangrena por todos los rincones, de costa a costa. Era tan agobiante, tan obsesiva la corrupción, que Hammett concluyó que sólo una revolución podría acabar con ella.

(El libro Dashiell Hammett. Novela negra y caza de brujas en Hollywood está publicado por la Editorial El viejo topo.

 

1 Hellman, Lillian, Una mujer inacabada. Autobiografía, Madrid, 2005, pág. 236.

2 Los pulps eran revistas de gran tirada, de consumo popular, editadas en papel barato, de pulpa, de donde les venía el nombre. Había muchas revistas de ese tipo, que pueden agruparse en cuatro categorías: de detectives, de amor, westerns, y de aventuras. Llegaron a vender, entre todas, veinte millones de ejemplares al mes. Véase González López, Jesús Ángel, La narrativa popular de Dashiell Hammett: ‘pulps’, cine y cómics, València, 2004, pág. 70.

3 HUAC, Comité de Actividades Antiamericanas.

4 Aunque las características del cine negro son muy discutidas, e integran a veces diversos subgéneros, véase una completa relación de la filmografía del cine negro norteamericano entre 1930 y 1960, elaborada por José Luis Sánchez Noriega, en:

http://www.ull.es/publicaciones/latina/a1999adi/11negrofi01.html