A lo lejos se ven unas montañas muy elevadas, tapadas con niebla. Un campesino me señala que hacia allá nos dirigimos. Parece imposible. Esta vez vamos al XII Encuentro de Sabores y Saberes en el corregimiento Bolo Blanco, Pradera, Valle del Cauca. Antes de tomar ese camino se pueden ver grandes extensiones de caña. El […]
A lo lejos se ven unas montañas muy elevadas, tapadas con niebla. Un campesino me señala que hacia allá nos dirigimos. Parece imposible. Esta vez vamos al XII Encuentro de Sabores y Saberes en el corregimiento Bolo Blanco, Pradera, Valle del Cauca. Antes de tomar ese camino se pueden ver grandes extensiones de caña. El valle repleto de este monocultivo.
Ya en Pradera el paisaje cambia un poco. Se empiezan a diversificar los cultivos y se puede ver el fríjol, maíz, frutas. Un poco más colorido y menos monótono. Las aguas brotan por todo el camino y empieza la travesía montaña arriba. Desde 1.070 msnm subimos hasta 2.510 msnm, cerca al páramo de Tinajas. Es fácil olvidar ese valle que quedó atrás, pues las montañas tienen diversas formas y son imponentes.
Bolo Blanco es una zona estratégica. Por un lado, muy cercano, está el Cauca, sube hacia la montaña y está el Tolima y al otro lado el Valle. Los campesinos piensan que ese es el apetito del Gobierno, poder acceder a lugares que antes el conflicto no permitía, y ya tiene trazada una carretera 4G para conectarse con el Tolima fácilmente por el Cañón de las Hermosas.
Tierras recuperadas
La niebla llega a Bolo Blanco. Algunas goteras empiezan a caer pero no hay amenaza de lluvia. Campesinos del Valle, el Cauca y Nariño se encuentran para compartir saberes e intercambiar sabores en una tierra que ha sido recuperada de la mafia.
Son 407 hectáreas, en siete fincas que 35 familias se tomaron, donde tienen una autonomía y un proceso organizativo que durante 12 años ha logrado defender un lugar lleno de riquezas y que está en la mira de los grandes explotadores.
Desde ahí nace la Asociación de Trabajadores Campesinos del Valle del Cauca (Astracava), desde donde se han gestado grandes revoluciones para mejorar la vida de quienes todos los días entregan su vida a cultivar los alimentos. En estas tierras recuperadas hay un reglamento interno de convivencia. Hay una limitación para la pesca, para la tala. El trato pacífico entre parceleros debe primar.
Se reparten de a diez hectáreas por familia, donde, en mínimo tres de ellas, deben sembrar alimentos. La ganadería es la principal fuente de ingresos, porque es la herencia que les dejaron los antiguos dueños. Tienen la ventaja de no sembrar coca ni practicar la minería.
Tienen un comité agrario y se reactivó la Junta de Acción Comunal que existe desde 1969, pero por caprichos administrativos, supuestamente les habían quitado la personería jurídica. Después se dieron cuenta de que estaba vigente.
«En el 2012 que comienzo a trabajar como presidente de la Junta, me pongo a investigar, qué pasó con las fincas, con la junta y encontré con que estaba vigente, pero nos decían que no era legal porque éramos unos invasores. Las tierras las dejaron abandonadas y ya. Nosotros nos las tomamos. Además llevábamos ahí trabajando desde antes como jornaleros», dice Jesús Elber Hurtado, actual presidente de la Junta.
En Bolo Blanco eran frecuentes los enfrentamientos entre el Gobierno y las FARC. Recuerdan los campesinos que no sabían para dónde coger cuando los aviones sobrevolaban la vereda y soltaban sus bombas. O cuando las tierras quedaban minadas. Hoy dicen que recuperar tierras es recuperar raíces. Están haciendo los trámites para legalizar los predios. Están buscando ser una zona de reserva campesina para blindarse del despojo.
Constituyente campesina
El municipio de Pradera ha sido priorizado en el acuerdo de paz con el desminado humanitario, los planes de desarrollo con enfoque territorial y la circunscripción especial para la paz. Por eso los campesinos dicen que su «labor es en las aulas de las parcelas, en las aulas de las Zonas de Reserva Campesina y con claves para consolidar la paz».
En este encuentro se realizó la quinta constituyente campesina donde deliberando sobre sus problemáticas y posibles soluciones, van creando las condiciones para la práctica del poder popular. «Recuperar la palabra de los pueblos para que se traduzcan en leyes y normas. La constituyente es el ejercicio más orgánico y directo que podemos crear en comunidad», dice uno de los líderes de la región.
Una de las problemáticas que vive esa región del norte del Valle es el apoderamiento de las tierras para el cultivo de caña. Los ingenios ya no están comprando las parcelas sino que las está arrendando, lo que constituye un deterioro de la tierra, pues de tanta explotación se vuelven infértiles y así son devueltas al campesino.
También está la amenaza de las multinacionales que son las que impulsan el desminado para poder tener limpio el territorio. Pero lo que más preocupa a los campesinos de Bolo Blanco en estos momentos es que ellos están en ley segunda del 59 que es la que protege los páramos.
«Nos dicen que quince kilómetros hacia abajo es zona de amortiguamiento del páramo, es decir que ahí no puede vivir nadie, ni se puede cultivar. Con los PDETS hicimos una zonificación para hacer pedagogía. Pero nos encontramos con que tocaba discutir esa priorización por lo de la ley segunda y no se puede invertir. No podría haber desarrollo social. Que se pueden manejar otros proyectos como los guardabosques. Si es así, nos pone a pelear el acuerdo y pedimos que sea por partes iguales», aclara Jesús Elber.
Estos campesinos se vieron obligados a habitar las partes altas de las montañas porque las tierras productivas están en manos de los terratenientes, es decir que los han ido arrinconando hasta quitarles muchos de sus derechos.
Blindar el territorio
Sobre unos cerros empinados el sol va dejando su huella de la tarde con unos matices rojos que duran segundos. Los campesinos van mostrando sus sabores con las recetas hechas en casa. La palabra se comparte entre todos como la mejor arma de conocimiento. Todos muestran sus talentos y propuestas para una vida más digna.
La guardia campesina fue formalizada como principal apoyo de defensa del territorio y las comunidades que lo habitan, de los derechos humanos y como mecanismo para la solución del conflictos a través del diálogo y la reconciliación.
«Tenemos un reto enorme que solo lo podremos alcanzar si vamos en unidad. Hay que rescatar nuestra cultura campesina. Las semillas criollas deben ser reconocidas como las que alimentan el país y el mundo», dice Jesús Elber.
La mayoría cree que con la firma del acuerdo de paz se prende una luz de esperanza, la guerra los tiene cansados. «Es posible la implementación si los campesinos nos apoderamos de ellos. Una de las tareas es dar a conocer el acuerdo porque hay mucha gente que vocifera, habla de él, pero no lo ha leído. Lo que se plantea es que ese acuerdo es como la cédula del campesino, cargarlo bajo brazo para tener argumentos para defenderlo», dice un líder que llega desde el Cauca.
Fuente original: http://prensarural.org/spip/spip.php?article21924