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Redes urbanas y virtuales del capitalismo «glocal»

Fuentes: Rebelión

Componentes de la Telaraña Global-Local La concepción de lo náutico en el capitalismo tecnoglobal hace referencia a los vertiginosos tránsitos que se llevan a cabo en las venas laberínticas de las ciudades posmodernas, ellas mismas conectadas y vehiculadas en las intra e inter-redes que participan de la Red Global-Local del espacio-tiempo capitalista contemporáneo. Así, se […]

Componentes de la Telaraña Global-Local

La concepción de lo náutico en el capitalismo tecnoglobal hace referencia a los vertiginosos tránsitos que se llevan a cabo en las venas laberínticas de las ciudades posmodernas, ellas mismas conectadas y vehiculadas en las intra e inter-redes que participan de la Red Global-Local del espacio-tiempo capitalista contemporáneo.

Así, se dice que dicha megatelaraña glocal mediante los flujos y de los fijos crea, reconstituye y mantiene: i) macrorredes y ii) microrredes socioeconómicas y socioculturales de todo tipo. Por un lado, a) de las «socioeconómicas», donde tenemos las financieras, industriales, de servicios e ilegales, entre las más importantes; y por otro, b) de las «socioculturales», donde figuran los encuentros, historias, identidades, simbolizaciones, imaginarios y representaciones. Ambas tejen el conjunto del globo de manera jerarquizada, segregada, diferenciada y fragmentada. La telaraña glocal posee también nódulos, nodos, interzonas y ejes enlazados que posibilitan los dominios macrorregionales, nacionales, regionales, locales, localizados y también individuales.

La relación oposicional y complementaria de lo que a nivel territorial se han llamado los fijos y los flujos ha tenido su alter ego en el ámbito antropológico en la discusión en torno a la vinculación de los lugares y los no lugares. Como es de muchos conocido, según el etnólogo francés Marc Augé los llamados lugares o lugares antropológicos se caracterizan porque en ellos los sujetos desarrollan fundamentalmente identidad más o menos fija y homogénea, relaciones profundas, memoria e historia, y son los lugares donde existe sentido inscrito y simbolizado; o sea que correlacionan en cierta medida a los fijos territoriales.

Por oposición y complementación, los no lugares son los espacios que no son en sí lugares antropológicos; son puntos de tránsito y ocupaciones provisionales o efímeras que promueven identidades coyunturales, múltiples y superpuestas. Ejemplos: clínicas, hospitales, hoteles, supermercados, centros comerciales, salas de espera, parques, escuelas, estaciones, andenes, aeropuertos, carreteras, calles, medios de transporte, obras en construcción, campos de refugiados y también los ciberespacios y cibersitios de la Internet, entre otros. Sin embargo, aunque aparezcan como enfrentados los lugares y no lugares, de hecho constituyen polaridades falsas, pues:

    […] el primero no queda nunca completamente borrado y el segundo no se cumple nunca completamente: son palimpsestos1 donde se reinscribe sin cesar el juego intrincado de la identidad y de la relación. Pero los no lugares son la medida de la época [1993:84].

Así pues, en la llamada globalización capitalista reticular (o de trazado de redes de conexión), los lugares no quedan necesariamente borrados, sino más bien cruzados; se reinventan y coexisten con los no lugares, pero generalmente subordinados a su dinámica. Pues ésta la promueve y la desarrolla el capital de vanguardia, es decir aquel que se mueve buscando y siguiendo el plusvalor relativo y extraordinario

Los individuos en la sobremodernidad capitalista de las regiones urbanas y de las ciudades quedan «atrapados» por la producción de los no lugares, su socialidad queda trastocada fuertemente a nivel real, imaginario y virtual por dicha geografía constante y múltiple, e incluso multidireccional y caótica de los no lugares en su combinatoria y entretejimiento subordinador con los lugares; sin duda, geografía y temporalidad jerarquizada y jerarquizadora de poderes y dictado.

Los individuos, desde el punto de vista de la glocalización reticular, son concebidos como (micro)nódulos partícipes de los (macro)nodos urbanos y ciberurbanos concentradores, articuladores y organizadores de los circuitos de la acumulación y reproducción del capital. Entonces, las identidades son atravesadas por la dialéctica de las complejidades, flujos y transacciones contradictorias que generan polaridades, conflictos, resistencias y recomposiciones; todo bajo la lógica subordinadora del capital.

La fluidez circulatoria-comunicativa de la sociedad capitalista global convierte cada sujeto, conexión, vía, ordenador, calle, plaza, edificación, espacio público o privado en nodo y eje partícipe de las tensiones e hibridaciones micro-macro reticulares, espacios de fijos-espacios de flujos, lugares-no lugares, etcétera.

Los individuos urbanícolas, como dijimos, aparecen -desde esta perspectiva- como micronódulos móviles que se desplazan día a día recorriendo los meandros, accediendo a los lugares y a los escenarios de la glocalización en las ciudades y redes líquidas. Éstos a través de la simbolización y la textualización mercantilizada y burocratizada conminan a la obediencia y a la aceptación normalizadora e invitan a que los apetitos y los deseos yoicos («geografías personales») se cubran a nivel perceptivo con los consumos ofrecidos espectacularmente. Los diferentes tipos de textos y su iconicidad manifestada en señales, anuncios, publicidad, carteles, tableros y pantallas de todo tipo buscan la interpelación atractiva y seductora que genere comportamientos adaptadores y pretendidamente hedonistas. Dicha hipertextualidad geográfica está orientada a un tipo particular de experiencia de las ciudades y de sus ambientes reales y virtuales: impactar al «sujeto decidor» para envolverlo en el «juego de identidades» del deseo y la oferta, bajo espacios vividos capitalistamente (Gómez Rojas, 2006: 20 y 35).

Se han diseñado, incluso, centros comerciales (malls) multinacionales y trasnacionales que se arraigan nacionalmente y localmente, para que funcionen como espacios de circulación-navegación para que los visitantes-compradores-espectadores naveguen entre la realidad y la ficcionalidad: se conviertan en «micronódulos navegadores» por y a través de las espaciosas y estetizadas naves compuestas de neónicos locales, tiendas, aparadores, vitrinas, mostradores y estanterías múltiples y variadas, organizadas y tecnologizadas por el marketing creador de simulaciones. Los malls son programados y operan como «escenarios o teatros» de navegación en la hiperrealidad; para y por el consumo bajo la atmósfera sígnica, icónica y de sensaciones que responden al código del capital que desea a toda costa ser realizado en su plusvalorización a través del mensaje y del acto de la compra (López Lèvi, 1999: 206-209).

Hiperrealidad, objetualidad electrónica y cibercultura

El filósofo y sociólogo francés Jean Braudillard en su texto «La precesión de los simulacros» (1993: 9-19) señala cómo en la simulación (construida en la era posindustrial por significantes-imágenes) se liquidan los referentes y se desarrolla «la resurrección artificial de los sistemas de signos», pues éstos son dúctiles a toda el «álgebra» de sus combinatorias. Dice:

    La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos [o mapas] de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal […]. No se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia, sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real (1993: 10).

En la dinámica de los fijos-flujos, lugares-no lugares, micro-macrorredes de los territorios de las ciudades, los urbanitas participamos en esa hiperrealidad que se extiende tisularmente en lo glocal. La recorremos, la navegamos, la padecemos, la incorporamos, la tejemos, y también la resistimos con nuestros accesos, consumos, comunicaciones y virajes. Mediante artefactos, dispositivos y aparatos, en los hogares y la vida cotidiana privada y pública, mediante mensajes unidireccionales, bidireccionales o multidireccionales en las líneas de montaje, mediante informaciones en que los significantes y significados se entrecruzan para ensayar juegos de lenguaje, giros lingüísticos, datos pegados con material auto-adherible que es fácil de manipular: desmontar y montar, programar y reprogramar en softwares y hardwares que afectan nuestros cuerpos, nuestros sentidos (watware) y nuestras actividades. Nos referimos al uso, al abuso y a la co-dependencia de la objetualidad electrónica en acción: electrodomésticos, radios, grabadoras, equipos de sonido y video, videograbadoras, teléfonos (fijos y móviles), televisores, videojuegos, proyectores, cajeros, automóviles, los ordenadores y su instrumental de accesorios, la virtualidad, el Internet, las redes computacionales, etcétera. Todos se podrían considerar como formas, manifestaciones y conductos de la hiperrealidad, partes de un simulacro gigantesco, reticular y cada vez más ubicuo. Individuos ciber y cyborg, hogares y familias ciber y  cyborg, redes y conexiones ciber y cyborg, instituciones ciber y cyborg, entorno ciber y ciborg

Y precisamente los programas informáticos (encapsulados en chips o microprocesadores) cada vez más sirven y se consolidan como los conductores, los que viabilizan los accesos, los exploradores, los buscadores, los navegadores para las diferentes intertextualizaciones, conectividades e identidades náuticas efímeras (que tienden a extenderse) que ejercemos y adoptamos los urbanícolas cibernautas en esta Red de redes (ver imágenes). Los aparatajes que funcionan con chips «inteligentes» y con los cuales establecemos dichas interacciones y manipulaciones se están convirtiendo en fuentes y partes de un gran y poderoso teatro o simulacro tecnocibernético, y por tanto, ciberespacial que sutil y evidentemente nos integra al sistema global-local.

En sus intersticios se provoca la estructura experiencial de que se es libre y creativo mediante los actos de accionar teclas, efectuar operaciones infoelectrónicas, unir datos, usar información, atender textos, acceder a pantallas, establecer contactos, pasear por centros, consumir mercancías novedosas, presentarse en las ciberredes: navegar y cibernavegar, Se constituye día a día y se consolida tendencialmente cada vez más el entramado sociocultural de lo que -de manera certera- llamó Guy Debord (2002) » la sociedad del espectáculo», que a su vez se perfila con empuje capitalista trasnacional como cibercultural.

La cibercultura se presenta ahora como globalizadora, mejor dicho glocalizadora, es decir, con tendencias abarcadoras de los ámbitos más importantes -globales y locales- de lo sociocultural (Adame, 2004b:307-407); específicamente lo económico, lo militar, lo científico-tecnológico, lo político, lo doméstico y la vida cotidiana, así como lo ideológico, lo educativo y el ámbito de las diversiones-ocio, los juegos y el placer (Adame, 2004a:45-64). Jorge Alor definió la cibercultura como: «todo lo creado por el hombre en su devenir constante de procesos digitales individuales y colectivos que están en constante renovación y que está cambiando los hábitos, el cuerpomente, las relaciones interpersonales y las relaciones con las máquinas» (De Rivera, 2000:60). Pero en realidad hay más: lo cibercultural se presenta actualmente como todos los procesos científico-tecnológicos donde intervienen los conocimientos, los imaginarios y las múltiples aplicaciones mentales y de mecanismos y artefactos de índole cibernética2 (o sea de la ciencia que se erigió después de la segunda guerra mundial -junto con la sistemática- como la más intercomunicadora e integradora basada en el control y la comunicación con base en dispositivos autorreguladores y autoadaptables) para transformar y modelar todos los ámbitos de la vida socio-cultural posmoderna e hipermoderna. El engendro tecnológico más espectacular, exponencial y de vanguardia que da sentido y dirección, que modela y retroalimenta cibersocioculturalmente a la macrotelaraña del capital glocal desde este siglo XXI es el denominado ciberespacio que tiene su Red de redes central denominada Internet.

Génesis y amplificación de Internet

Los antecedentes de Internet datan desde finales de la segunda guerra mundial con la conformación de la informática-cibernética-sistémica-microelectrónica. Pero su historia comienza propiamente a finales de la década de los 50 (en 1958, después que la URSS acababa de lanzar en 1957 sus 2 primeros satélites Sputnik) y continúa iniciando la década de los 60 (en plena guerra fría) cuando el gobierno de los Estados Unidos a través del Departamento de Defensa (DoD) crea la Agencia del Proyecto para el Avance de la Investigación (ARPA, por sus siglas en inglés) con dos objetivos principales (uno inmediato y el otro inmediato-mediato), a saber: 1) contrarrestar posibles ataques nucleares soviéticos que jaquearan el sistema de comunicaciones y por ende vulneraran su sistema de fuerzas militares de defensa y ataque; 2) ayudar a mantener la superioridad tecnológica de los EE.UU. y estar prevenidos frente a nuevos avances tecnológicos de enemigos reales y potenciales

Dicha Agencia (estrechamente ligada a las fuerzas aéreas norteamericanas) encargó a la RAND Corporation, una de las primeras organizaciones-empresas dedicadas a realizar estudios en materia de defensa, el análisis del problema y las posibles soluciones al mismo basándose en la «técnicas de computación». La respuesta fue el diseño de una Red telefónica conmutada originariamente con un Centro de Control encargado de supervisar y gestionar las relaciones entre los emplazamientos y uno o varios puntos en las ciudades (según su importancia) denominados «nodos» o «centralitas» para dirigir las comunicaciones (Ranz, 1997: 2-4). Así se llevaría a cabo la interconexión de todos los nodos entre sí y la división del mensaje informático en pequeñas porciones o paquetes totalmente independientes. Se perfeccionó la base de que no existen nodos principales ni secundarios, siendo todos igualmente importantes y teniendo «autonomía» suficiente para establecer, recibir o encaminar comunicaciones, aunque desaparezca o se reste importancia a la figura del centro del control (que eran susceptibles de convertirse en vulnerables a ataques). Los mensajes empaquetados circulando por las líneas del mallado podrán llegar a su destino, siendo irrelevante el camino utilizado para alcanzarlo; además se les podría añadir más información (destinatarios y remitente, por ejemplo) y ésta podría ser decodificada o «leída» y enviarla por el camino más apropiado.

Todo esto se tendría que realizar con las nuevas técnicas informático-computacionales, pues las analógicas eran incapaces de trabajar, conmutar y convertir los mensajes electroinformáticos; pues estas operaciones sólo podían ser ejecutadas por los nuevos equipos y sistemas electrónicos en ciernes (máquinas computadoras). Es cuando en los años sesenta aparecen en escena -en ciertos Departamentos y Oficinas militares y universitarias norteamericanas-las comunicaciones digitales y se construyen las primeras computadoras u ordenadores adecuados a esas tareas (Ranz, 1997:6-7). Así pues, la intercomunicación a partir de redes cibernéticas (inter-nets) que conformarán el llamado ciberespacio nace concebida como sistema militar de telecomunicaciones; es decir con claros intereses, recursos y fines militares, siendo esto su fuente principal que continuamente se renueva3.

La red ARPANET controlada por la agencia ARPA, hace realidad un sistema de comunicaciones computarizado con fines militares (aunque Castells, 2001: 24, no lo quiera reconocer). Nace en 1969 con 4 nodos de Universidades estadunidenses4, justificándose su construcción como medio de compartir el tiempo de computación on line de los ordenadores entre varios centros de informática y grupos de investigación de la ciencia. Su diseño salió de la Oficina de Técnicas de Procesamiento de Información (IPTO, por sus siglas en inglés, fundada en 1962 para estimular la investigación en el campo de la informática interactiva) de la ARPA. Pero la culminación la llevó a cabo una empresa de ingeniería acústica e informática aplicada llamada Bolt, Beranek and Newmann (BNN) fundada e integrada (igual que la IPTO) por profesores, científicos e ingenieros del MIT (Instituto de Tecnología de Massachussets) y de Harvard. Fue en 1972 cuando tuvo lugar la primera demostración con éxito de la Red ARPANET, durante un Congreso Internacional en Washington DC. Enseguida esta Red estableció conexiones (agregaciones) con otras redes de ordenadores que la propia ARPA estaba gestionando; esta posibilidad introdujo un nuevo concepto: una Red de redes. En 1973, durante un seminario de Stanford, un grupo de investigadores consiguió alcanzar parcialmente el objetivo de crear un protocolo de comunicación entre computadoras y redes de computadoras estandarizado: el Protocolo de Control de Transmisión (TPC, por sus siglas en inglés), en 1978 se añadió el Protocolo Interredes (IP) creando así el protocolo TCP/IP estándar, sobre el que aún opera la Internet actual. En 1983, el Departamento de Defensa, preocupado por nuevas posibles violaciones de su sistema de seguridad, decidió crear la red MILNET, destinada exclusivamente a funciones militares. ARPANET se convirtió en ARPA-INTERNET, y se destinó a la investigación. En 1984, la Fundación Nacional para la Ciencia (NSF, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos estableció su propia red informática de comunicaciones, NSFNET y en 1988, comenzó a utilizar ARPA-INTERNET como eje troncal (backbone). En 1990, la ARPANET fue desmontada de su entrono militar y el Pentágono encargo la NSF la gestión de INERNET. Pero la Fundación NSF procedió inmediatamente a su privatización. A principios de los noventa, una serie de proveedores de servicios de Internet construyeron sus propias redes y establecieron pasarelas enrutadoras (gateways o routers) propias con fines comerciales. A partir de ese momento, Internet comenzó a desarrollarse rápidamente como una red global de redes informáticas. En estas condiciones se pudo ampliar la red Internet gracias a dos dinámicas; la creación de la World Wide Web o WWW y la incorporación de nuevos nodos e infinitas reconfiguraciones de la misma para ir acomodándola a las necesidades económicas, gubernamentales, militares, políticas, financieras, sociales, culturales y de ocio-consumo (a través de la cibercomunicación-navegación) del sistema capitalista glocal (Castell, 2001:25-28). 

Lo que hizo posible que Internet abarcara todo el planeta fue la fue la creación y puesta en marcha del sistema de la WWW (Telaraña Mundial). Esta es una aplicación para compartir información hipertextual, desarrollada en 1990 por el programador inglés Tim Berners-Lee que trabajaba para el CERN (Coseil Eurepeen pour la Recherche Nucleaire), un centro de investigación de alta energía con sede en Ginebra. Tenía a su favor el hecho de que Internet ya existía, por lo que podía encontrar apoyo y basarse en un poder informático descentralizado a través de workstations. Este investigador definió y elaboró el software que permitía sacar e introducir información multimodal de y en cualquier ordenador conectado a través de Internet. En el CERN construyeron también un programa navegador/editor (browser/editor) y lo divulgaron en la red en 1991; a partir de este, una serie de hackers (expertos aficionados o profesionales cibernéticos) de todo el mundo, comenzaron a desarrollar sus propios «navegadores». La compañía Netscape Communications puso en la red el primer navegador comercial en 1994, y la trasnacional Microsoft incluyó junto a su software Windows-95 su propio navegador, Internet Explorer; posteriormente bajo el aguijón de la competencia se crearon, difundieron y vendieron otros navegadores hasta llegar al competidor Firewall. De esta manera, para mediados de los 90 Internet estaba privatizada y su arquitectura técnica relativamente abierta permitía la conexión en Macrorred de cientos de nets y millones de hots (ordenadores «anfitriones») de cualquier parte del planeta, la WWW podía funcionar con el software adecuado y había varios exploradores/navegadores de fácil uso a disposición de los que pudieran acceder a ella (Castells, 2001: 29-31).

La Internet se ha convertido en el andamiaje tecnocibernético exponencial con pretensiones de infinitud, que el sistema capitalista está utilizando para controlar y disciplinar de manera oculta y sutil. Es el tejido que coordina sin coordinar, que controla con apariencia de no controlar, es una red que canaliza, espejea y autorrefiere la realidad socioeconómica que se transforma en cibergeográfica, en ciberurbana, en ciberespacial. Así, la Internet es el corazón reticular del ciberespacio urbano del capital, de la Red espacio-temporal glocal que cada vez es más telaraña del ciberespacio y de la cibercultura en general. La máquina cibernética modular llamada computadora (u ordenador) es el corazón nuclear de ese corazón tisular o tejido expansivo que es la Internet, que a su vez amarra y da conducción (aparentando la no centralización y la no monopolización) al desarrollo del ciberespacio capitalista y a sus nodos y nódulos. El individuo (actor, sujeto) queda subsumido a una partícula o micromódulo, descorporeizado, fragmentado, navegante-cibernavegante contradictorio y ambivalente, con ciertas resistencias y alternativas, pero finalmente integrado (multidimensionalmente subordinado) al crecimiento de la redes glocales cada vez más informatizadas y dependientes (y hasta adictivas) con contenidos y formas de los dispositivos del capital mundial de vanguardia.

Por ejemplo, recientemente Enrique González-Manet señala algunos elementos del papel que está jugando la informática, internet y específicamente el poder de las conexiones de computadoras en la sociedad capitalista de la primera mitad del siglo XXI:

    Se estima en 20 millones el número de mensajes diarios que cruzan los caminos de Internet a nivel mundial, pese a lo cual puede decirse que existen una flagrante desigualdad que afecta a decenas de países, principalmente subdesarrollados. El hecho de que estos equipos estén en constante desarrollo y alcancen cada vez mayor capacidad aunque declinen de precio, hacen difícil que puedan convertirse en un factor de progreso y cambio social. Su generalización puede costar miles de millones de dólares, sin contar con el necesario reciclaje de sus usuarios y el cambio periódico de sus sistemas, proceso indispensable en este momento de crisis económica y financiera universal, una de cuyas consecuencias es el desempleo creciente y masivo. El impacto del cambio histórico pasa por procesos complejos de los cuales se habla poco, como es el caso de la cualificación imprescindible para su uso, obviamente de nivel superior, y el efecto de una mayor circulación del conocimiento, tanto en extensión como en rapidez. Todo esto modifica el poder que representa la informática. Cálculos estadísticos indican que una computadora es capaz de racionalizar 50 puestos de trabajo. Al principio, en los años sesenta, un microprocesador representaba cientos de transistores. Hoy hablamos de miles de millones en una lámina de silicón de un cm. de diámetro5.

Internet y ciberespacio bajo la lógica de la tecnored capitalista

La Internet ha sido llamada «Pangea», «alfombra mágica», «Autopista de la Información», «Red de Redes», «megarred», «ser vivo», «nueva realidad», «realidad paralela», «Galaxia», etcétera. Al ciberespacio se le ha denominado «aleph», «alucinación consensuada», «hiperrealidad extendida», «cibersociedad», «cibercapitalismo», «realidad virtual amplificada», etcétera.

El «ciberespacio» es un término que introdujo en 1984 el escritor de ciber-ficción William Gibson en su novela ciber-punk Neuromancer (Neuromante), para referirse a todos los recursos de información disponibles en las redes de información, utilizando la Comunicación Mediante Computadoras (CMC). Es, pues, una realidad creada por la ciberinformática que se presenta como un espacio conceptual o abstracto (virtual) mediante interfaces ad hoc para la comunicación y el acceso a mensajes e informaciones de personas mediante ordenadores o mecanismos computacionales; la estructura de conectividad mediante dispositivos computacionales posibilita y al mismo tiempo genera intercomunicación reticular, los actos comunicativos articulados por los nodos de las redes ciberespaciales se convierten en «nodales», dado que retroalimentan positivamente a la retícula y afianzan la existencia y el funcionamiento de los múltiples nódulos-nodos. Pero esto, bajo la lógica del control y disciplinamiento micropolítico, mesopolítico y macropolítico capitalista, plantea un problema a los individuos, ya que los actos comunicativos (en sus elementos emisores-circulatorios y receptores) y la navegación comunicativa refuerzan la red de dominación universal de capital; y, por consiguiente, pasa a segundo, tercero o cuarto plano el contenido expresivo de la comunicación de dichos individuos; la comunicación que genera comunidad, queda vaciada, vacía; así la comunidad queda virtualizada y el sujeto controlado bajo la subsunción a las redes del capital local-universal.

La «Internet» funge como la red que capacita y ejercita a los individuos que cibernavegan de manera generalmente acrítica y alucinada por sus diversos cibermedios. Los capacita y los ejercita en la operatividad de las interrelaciones de la Red, es decir, en la habilidad de la cibernavegación, pero el efecto de engranaje mayor y más profundo es a nivel mental bajo operaciones y procedimientos semiótico-cognitivas individualizadas con sólo la representación de la comunicación y la comunidad. Podríamos decir que en las interrelaciones entre emisor(es)-receptor(es)-emisor(es)-receptor(es) se cumple el circuito comunicativo; en efecto, hay vasos comunicantes virtuales efectivos, se emiten, circulan y se recepcionan mensajes, datos, informaciones, imágenes, textos, audio, animación, videos, videojuegos, música, charlas (bidireccionales y multidireccionales, de uno a uno o múltiples), ciberemociones, ciberexcitaciones, cibersexo, ciberpolítica, cibereconomía, ciberdemocracia, ciberlibertad, ciberenajenaciones etcétera. Al parecer, los movimientos comunicativos en las redes infocomunicativas actuales son horizontales, verticales, cruzados, intrincados, complejos, multidimensionales (véase Figura 3: Diagrama). Además se ha desarrollado ya una serie de parámetros y métricas para su análisis como: Intermediación, conector, centralidad, centralización, cercanía, coeficiente de agrupamiento, cohesión, grado, flujo de centralidad y de intermediación, densidad, autovector, etc.

Según varios analistas −y en buena medida esto es correcto− asemejan y autorrefieren abarcadoramente la realidad social-natural (Palacios Ramírez, 2005:146-149). Por ejemplo: Las clases sociales, sus variaciones y su complejización estratificadora a nivel sociocultural (semiótica, discursiva, ideológica, estética, ética, etc.) se manifiesta y se apersona en cada microrred y macrorred virtual internacional y nacional que nace, crece, se transforma y se desvanece o fusiona (Twitter, Facebook, Blogger, MySpace, Hi5 etc, etc).

Como dijo alegremente uno de los más conspicuos y entusiastas estudiosos de las comunicaciones virtuales, H. Rheingold: «La gente de la comunidades virtuales hace lo mismo que en la vida real». A tal grado es el entusiasmo por las posibilidades cibertecnológicas de información, comunicación y operatividad hipertextual que ciberteóricos como el mexicano Jesús Galindo (2006, 136) cree que la Big Comunidad Virtual puede sustituir a la realidad misma: «El territorio virtual está más abierto para el contacto, la interacción, la vinculación y la comunicación, que el territorio físico… Ésta es una opción de las redes en la construcción de la vida social por medios alternos como la cibercultura, que después serán vida cotidiana». Esta es, pues, ni más ni menos que la gran pretensión de los ciberideólogos de las redes y comunidades virtuales.

Sin embargo, hay un aspecto crucial que el propio gurú de la cibercultura H. Rheingold, destaca; en dichas vinculaciones intercomunicativas mediante computadoras (CMC): «se deja fuera al cuerpo». Y esto tiene entonces también sus consecuencias desmaterializadoras para la efectivización del control y la subsunción a las redes y al sistema capitalista. Veamos esto ejemplificado con la creencia del anarquista Tomas F. J. Krina (1994) que considera que en las redes del Internet se está posibilitando y desarrollando un «ciberanarquismo» libertario o liberador. Esta consideración tiene su centro neurálgico en el hecho de que los controles, los poderes externos, la comercialización, los monopolios, los gobiernos, las leyes nacionales, las fuentes de autoritarismo y la distribución desigual (brechas digitales) de los conocimientos y las capacidades de cibercomunicarse pueden ser rebatidos y superados en los espacios virtuales creado por la CMC. Esto debido -según esta postura- a la propia manera en que funciona el «ecosistema» de las redes virtuales en la cual los sujetos accesan y van conformando, grupos, comunidades, subculturas y microculturas, en las cuales las discapacidades físicas, las diferencias sexuales, raciales, de salud, socioeconómicas y de edad tienden desaparecer (aunque, según nosotros, esto es sólo en apariencia, pues allí mismo en dichas redes se asoman y pesan -en determinadas situaciones- esas diferencias; vgr. Véase Santiago, 2010:19-22). Puesto que: al no tener los individuos en la red la necesidad de contacto físico, los miembros de la comunidad con mejor y mayor facilidad (con más «libertad») se igualan, construyen sus normas comunes, crean sus valores, simbolizaciones e identidades, intercambian recompensas, etcétera; pero principalmente «están protegidos de los peores efectos de cualquier presión en potencial». Así parecería ser que la virtualización es la clave para proponer y ejercer una construcción social-cultural «libertaria», donde lo físico, lo material, lo económico, los poderes opresivos y explotadores, etc., quedarían potencial y realmente superados en sus elementos alienadores.

Desde nuestra perspectiva, creemos que esta nueva tecnología materializada y operacionalizada en las redes cibernéticas constructoras de intercomunicaciones virtuales, ciberespacios y cibertejidos no queda exenta de su inclusión y su pertenencia a la Red Glocal capitalista; por el contrario -como ya lo señalamos- Internets y ciberespacios son plataformas nodales del movimiento multimodal y vertiginoso del capital y sus ámbitos. Bajo esta lógica podemos entender que existe una mutua correspondencia entre realidad social y realidades virtuales-virtualizadas. Las navegaciones, los contactos, los desplazamientos de personas, cosas, ideas, textos y mensajes físicos y/o desmaterializados por ambos espacios y circuitos se retroalimentan recursivamente para apuntalar al sistema capitalista, sus contradicciones y sus fetichismos. No negamos usos, potencialidades y espacios de creatividad, resistencia, de oposición, de subalternidad e incluso alternos y antisistémicos en la cibersocialidad (así como existen y se enlazan en y desde la socialidad); no obstante pensar y practicar al ciberespacio como potencial o realmente exento de controles, hegemonías y subordinaciones por su índole virtualizadora y reticular, es caer en los dominios de la ciberideología y la hiperrealidad capitalistas.

Un botón de muestra: a partir de 2003 y hasta 2010 (la más reciente se reunió en Ginebra, Suiza, del 10 al 14 de mayo), se han venido realizando reuniones mundiales llamadas Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI o WSIS, por sus siglas en inglés), organizadas por la Organización de las Naciones Unidas y otros organismos como la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT); pero que en realidad lideran Estados Unidos y los países de Europa del Atlántico Norte, en las cuales se plantean y deciden hegemónicamente los lineamientos que hay que seguir respecto del impacto de las nuevas tecnologías capitalistas del saber y el conocimiento que nosotros hemos llamado NUTICOR, y que inciden sobre el conjunto planetario de las redes (micros y macros, flujos y fijos, lugares y no lugares, nodos y micronodos, etc.) tecnoglocales. Su temario y su resolutorio general que a continuación citamos nos da una idea de lo que administran y proyectan para el presente y para los próximos años:

La telenavegación de los ciborgs

Traigo, por último, el caso de «cibernavegación» o «telenavegación» más extremo que las NUTICOR capitalistas a través de sus ciberingenieros y ciberdistopistas han planteado a nivel discursivo, pero también a nivel experimental en los ciberlaboratorios de las Silicon Valleys de las urbes. Se trata de la «teletransportación» de la mente a los robots y a las cibermáquinas del futuro que ya están aquí.

A través de los implantes, las clonaciones y las teledescargas tecnocibers se podrá en un futuro cercano conservar y ampliar el contenido y la capacidad mental; así, se podrá mantener y acrecentar ese rico material que, según los cibernetistas, conforma lo esencial del yo humano. Y además, gracias a la cibertecnologías (nanológicas, cuánticas, genéticas, ópticas, etc.) se podrá depositar en el tipo de cuerpo o, mejor dicho, de apariencia corporal, lo que uno desee y mejor le convenga según sus intereses y antojos. Dichos modelos corporales ajustables, como los diseños de ropa actuales, serán variados, novedosos y no cárneos (pues el biocuerpo humano producto de la coevolución histórica de millones de años es inútil para las pretensiones de reproducción perpetua del capital).

De este modo -aseguran las narrativas cibermodernas- en este siglo XXI y más aún en los próximos XXII y XXIII, el planeta se poblará de estos cyborgs en sus varias modalidades como: seres biónicos, robots multiformas y dimensiones (incluidos los nanorobots), humanoides, androides, biomáquinas artilécticas, etcétera. (Adame, 2008:104-106).

Todos estos cyborgs (en español «ciborgs») tendrán «algo» de (los) humanos, pero a mediano plazo superarán/extinguirán a los humanos como especie histórica-natural; pues serán hipermáquinas cibernéticas que usarán y se valdrán de los adelantos más extraordinarios de la cuarta y las siguientes revoluciones tecnológicas supercapitalistas.

Se nos asegura discursivamente que se formará un mundo (o varios) poshumano(s) que gestionará(n) la desmortalidad-inmortalidad o un nuevo tipo de «vida» artificial que se perpetuará; es decir, «evolucionará» artificialmente sin necesidad de lo biológico-ecológico. Una hipermáquina central o artilecto sagrado totalizador -nos continúan diciendo las fábulas discursivas pos-hipermodernas- dirigirá automáticamente y armónicamente el(los) mundo(s) futuros; eliminando y superando de esta manera, los avatares, las catástrofes y los peligros cósmicos de los próximos siglos, milenios y millones de años (como por ejemplo la muerte el sol dentro de 5 mil millones de años). Se trata, como sugiere E. Morin (2003:279), de una ficción Matrix: un ordenador oculto hace reinar su orden. Orden que precisamente está desde ahora construyéndose a base de simulaciones y simulacros (Baudrillard, 1993).

Así pues, los ciborgs finalmente serán eternos, y los humanos en cuanto tales (como seres del paradigma homo sapiens o seres genéricos), en el futuro próximo, ya no existirán. Pero en esencia inmaterial, es decir: en lo simbólico mental, estarán eternamente presentes, pues su riqueza intelectual habrá servido de semilla o fuente nutricia posibilitadora y alentadora del despegue ciborg/poshumano hasta la llegada de la era del triunfo de la «vida artificial», o sea la posvida cibernética.

O séase -según estos relatos hipermodernos- se logrará la inmortalidad, pero no del cuerpo humano entero (cuerpomente) de los sujetos de nuestra especie, sino del espíritu simbólico puro; una vida eterna sin sujeto ni género humano, insubstancial, de esencia inmaterial.

De esta manera la vida eterna lograda será obra y gracia de los dispositivos del capital: de sus ciencias, de sus técnicos y tecnócratas, de su clase virtual, de su espíritu tecnoevolutivo; en suma, de su hipercibersistema libre, competitivo y mercantil, expoliador y progresista, democrático y eterno, etcétera. Así pues, nos invitan desde hoy a apostar con ellos nuestro futuro que será, sin duda, inmortal, espiritual, etc.; a prepararnos y convertirnos, uno a uno o en masa, en ciborgs que tecnoevolucionarán hasta lo hipermaquinario.

Desmitificar y reapuntalar nuestra integridad antropológica

¿Qué nos queda? ¿Qué sentido darle a la tecnología? ¿Qué sentido de la historia humana en general y de la actual reivindicar y rescatar desde una perspectiva humanista?

Ni tecnofílicos, ni tecnofóbicos, sino tecnointeligentes; dicho de otra manera, apostar decididamente al cultivo individual y social de la tecnointeligencia (diseño, uso y apropiación inteligentes y liberadores de la tecnología) y al control humano-humanista de los procesos y objetos tecnológicos. Esto indudablemente en una plataforma no capitalista, es decir poscapitalista: una nueva sociedad basada en la autogestión y la autocoordinación de las riquezas económicas, tecnológicas y socioculturales; comunidades, comunas y redes micros, mesos, macros reales y virtuales complementarias en sus funciones y estructuras vitales de un ser social planetario armónico con la naturaleza.

Así, desmitificar, reivindicar, aquí y ahora, nuestra historia antropogenética y nuestro cuerpomente indivisos; reapuntalar nuestra integridad antropo-socio-psico-ecológica-cósmica y la sociedad-mundo (Morin, 2003:264-265) .

Develar discursivamente los tecnofetichismos, cuestionarlos política y éticamente, denunciar y difundir esas intenciones antihumanas y antibiológicas de eternidad; que plantean, en el fondo, la expoliación, la perennidad de las contradicciones y desquiciamientos, una lógica tecnocosificadora, y no la longevidad y el bienestar ecológico y humano.

Rescatar el valor de una técnica humanizada como medio de realización de la felicidad, esto es, puesta al servicio de la vida, del bienestar y la salud humana y planetaria. Es decir, de nuestro auténtico anhelo y objetivación de ser felices, siguiendo la procesualidad evolutiva y dialéctica de la hominización-humanización superadora de los desgarramientos y enajenaciones; es decir plena.

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