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Reglas para una rebelión

Fuentes: Dissident Voice

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

A los oprimidos del mundo: si queréis libertad, tendréis que lograrla vosotros mismos. Si necesitáis ayuda, no la merecéis. Cuando comprendáis esto en toda su dimensión, os daréis cuenta de que es el principio político más preclaro que debiera regir las relaciones internacionales. Es la no intervención humanitaria.

Si vives bajo un gobierno represivo: una dictadura, una monarquía, o alguna forma de autoridad no representativa y arbitraria, y quieres derrocarla y castigar a tus opresores, establecer un gobierno que sea ampliamente representativo, que salvaguarde tu libertad política y provea acceso fácil a una participación significativa, sé consciente de que debes hacerlo enteramente solo. No existe la posibilidad de la ayuda de extranjeros.

El motivo es que tu libertad es inconveniente para el resto del mundo. El mundo se ha acomodado con tu régimen actual, y cualquier perturbación de esas disposiciones incomodará los planes de tus vecinos internacionales, al perturbar sus expectativas. No importa si tu gobierno opresor es visto como «bueno» o «malo» por otros Estados, es simplemente que están acostumbrados a sus actuales protocolos de interacción, y cualquier interrupción de los negocios habituales cuesta dinero y tiempo, y crea ansiedad sobre el futuro.

Por lo tanto, si quieres derrocar tu régimen opresor tienes que hacerlo rápidamente para minimizar el período de desarticulación de vuestras relaciones exteriores. Obviamente, un cambio rápido y total de gobierno sólo puede ocurrir si vuestra rebelión tiene el apoyo abrumador de todos los sectores de vuestra sociedad con una cierta dosis de poder verosímil o riqueza. La acumulación y consolidación de un poder revolucionario abrumador, de modo oculto, es un problema de que debéis resolver enteramente solos si deseáis derrocar exitosamente a vuestros tiranos, y ser aceptados internacionalmente como legítimo gobierno sucesor.

Hay gente que cree que la opresión es tan brutal que ya no se puede mantener pasiva, y por ello se rebela sin haber hecho los preparativos necesarios para una toma del poder rápida y decisiva. Si no tiene suerte, sus tiranos aíslan y eliminan rápidamente la rebelión. Si tiene algo de suerte, puede continuar como movimiento clandestino de guerrillas y en áreas remotas. Semejantes movimientos guerrilleros pueden estar seguros de que los regímenes a los que se oponen utilizarán todos los poderes del Estado para erradicarlos, y es muy probable que otras naciones apoyen su eliminación como si fuera movimientos terroristas porque sus actividades causarán inevitablemente ansiedad y daño colateral al negocio de costumbre de naciones extranjeras. El club de naciones no ve favorablemente movimientos insubordinados que aspiran al poder, especialmente si son armados y han demostrado una conducta violenta. No sois juzgados sobre la base de vuestra causa, sino sobre la base de vuestro efecto.

Si una población no preparada rompe su disciplina de sumisión con una franca rebeldía que provoca todo el peso de la cólera del régimen, y busca rescate mediante la intervención extranjera, habrá perdido toda posibilidad de llegar a que se acepte su legitimidad política. Desde ese momento serán considerados como inocentones y títeres, o agentes y testaferros de la potencia extranjera que les ayuda; y si llegan a tener éxito en la formación de un gobierno sucesor, sería siempre visto como un Estado cliente de la potencia que intervenga. La idea de que una población se alce solo sobre la base de su propio deseo de libertad política y acepte ayuda material de quienquiera la suministre durante su momento crítico y luego, después de una revolución exitosa agradezca y despida cordialmente a sus apoyos extranjeros y forme un gobierno nacional totalmente independiente y representativo, es considerada imposible por acuerdo general. Independientemente de lo que podáis pensar de vuestra revolución en particular, sus circunstancias objetivas no pueden ser aceptadas como un argumento contra, o refutación de, la imposibilidad de una revolución intachable asistida.

Esta imposibilidad identifica inmediatamente revoluciones legítimas ante intentos de disfrazar, como «intervenciones humanitarias», conspiraciones imperialistas para debilitar y controlar secretamente Estados extranjeros. La aplicación es simple: si hay extranjeros involucrados, son invasores, y el grado de su propósito imperialista es fácilmente evaluado según su posición en la jerarquía del poder mundial, relativa a la del país anfitrión. Así, por ejemplo, el que una nación africana envíe sus tropas como «mantenedores de la paz» a otro lo haría para aumentar su poder regional; mientras el que EE.UU. envíe alguna parte de su complejo militar y de espionaje a un país africano bajo cualquier pretexto sería imperialismo flagrante.

Cualquier revolución que quiera conservar el respeto del mundo se guiará por el principio de la imposibilidad de una revolución intachable asistida; vencerá por sí sola al régimen (y por lo tanto obtendrá el derecho a caracterizar al régimen que derroque como tiránico, dictatorial y opresor, para la futura historia). Cualquier revolución prematura que incluya intervencionistas extranjeros es instantáneamente desenmascarada por la imposibilidad de una revolución intachable asistida, y el mundo no necesita preocuparse por los individuos involucrados, porque son necesariamente agentes del imperialismo y traidores de facto. Si, por la razón que se sea, una población inmadura llegase a tener un ataque de cólera y se rebelara imprudentemente sin una planificación y preparación larga y cuidadosa, y luego se viera en apuros por parte de su régimen vengativo, le haría bien reconocer rápidamente la visión mundial de estos asuntos y abstenerse de pedir cualquier tipo de ayuda extranjera. Mientras esos revolucionarios fracasados conserven su condición intachable, pueden estar seguros de que sus sobrevivientes no serán descalificados en su consideración como políticos legítimos en cualquier gobierno sucesor igualmente intachable de su país. Asimismo, cualesquiera revoluciones fracasadas que sigan siendo intachables habrán hecho un valioso servicio a la humanidad: habrán resistido exitosamente al imperialismo en su rincón del globo durante sus vidas.

Este último punto es importante porque el objetivo político más importante en el mundo es impedir el imperialismo capitalista encabezado por EE.UU. y Europa Occidental, facilitado por las Naciones Unidas, impuesto por el complejo militar de la OTAN y suscrito por las naciones industrializadas. Es demasiado importante (para una audiencia internacional) que se impida que vuelvan a ocurrir «intervenciones humanitarias» y «revoluciones de color» que menoscaban la independencia nacional de los Estados afectados y los colocan bajo el control encubierto del centro imperial, que los deseos de la población local de derrocar a sus gobiernos opresores. Por lo tanto, toda población que decida, por su propia irritación, que sus gobernantes debieran ser depuestos debe darse cuenta de que hay cosas más importantes en juego.

Primero, tiene que determinar si su revolución podría debilitar a un acérrimo oponente del imperialismo, y distraerlo (el usual género dictatorial) de actuales esfuerzos en su país y región por frustrar el imperialismo del «consenso de Washington». Si su régimen es un campeón del antiimperialismo, su deber humanitario es dejar de lado sus motivos egoístas para rebelarse. El orgullo que se siente por compartir la solidaridad con antiimperialistas en todo el mundo debiera compensar la dureza ocasional con la que pueda ser gobernado. ¿Qué sentido tendría derrocar a un dirigente antiimperialista, en nombre de conseguir más libertad política, tal vez incluso el derecho a una votación significativa, si debilita la barrera que su antiguo dirigente había mantenido contra las influencias subyugadoras del imperialismo en su nación?

Por lo tanto, a fin de retener su legitimidad a los ojos del mundo no debe tratar de negar el principio de la revolución intachable asistida, y además, conquistar el respeto y la camaradería de las comunidades progresistas ilustradas del mundo. También debe demostrar que todas sus decisiones revolucionarias son guiadas por una aguda conciencia de la necesidad de maximizar el efecto antiimperialista de sus esfuerzos. Una revolución que no reconoce la primacía del resultado antiimperialista, sea debilitando a un acérrimo antiimperialista autoritario o no reemplazándolo por un gobierno intachable de igual o mayor vigor antiimperialista, en cosa de días, no merece el apoyo y el respeto de la comunidad ilustrada y progresista del mundo. Una revolución semejante sería una rabieta egocéntrica destructiva que contradice la directiva política primordial del mundo.

Por lo tanto, si os proponéis realizar una revolución porque deseáis alivio de la opresión, para lograr libertad política e introducir la democracia a vuestro país, sería útil saber lo que se requiere para hacer que vuestra libertad sea conveniente para los espectadores satisfechos del mundo.

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Manuel Garcia, Jr. es un escritor ocasional que mantiene siempre su independencia. Su correo es: [email protected].

Fuente: http://dissidentvoice.org/2011/04/rules-of-rebellion/