La embajada de Cuba en Buenos Aires abrió sus puertas a una parte de sus muchos amigos del país. Se despedían los restos de Crescencio Galañena Hernández, diplomático cubano desaparecido aquí en 1976.
Pese al bloqueo estadounidense contra Cuba, son cerca de 70.000 al año los argentinos que viajan hacia allí. Cuando esas personas tramitan su visa en la embajada de Virrey del Pino 1810, pueden ver al lado del mostrador de entrada, una foto de José Martí y una proclama suya. Y al lado, colgadas, dos fotos y biografías. Una es de Crescencio Galañena Hernández y la otra de Jesús Cejas Arias, dos diplomáticos cubanos secuestrados y desaparecidos durante la dictadura militar-cívica, el 9 de agosto de 1976.
El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) logró identificar a Crescencio, luego que un grupo de chicos descubriera unos tambores cementados con despojos humanos en la zona de San Fernando. Esa metodología, asesinar a sus víctimas y enterrarlas en tambores fue una marca registrada de «Automotores Orletti», uno de los 500 centros de exterminio que funcionaron en tiempos del terrorismo de Estado. Ese antro se «especializó» en secuestrar, torturar y asesinar a militantes populares de países latinoamericanos. Era una sucursal del «Plan Cóndor» que pusieron en práctica los dictadores de Argentina, Chila, Uruguay y Paraguay, con colaboración de sus similares de Brasil y Bolivia. El Departamento de Estado de míster Kissinger y la CIA fueron artífices y socios de este plan represivo, que apuntaba contra las organizaciones populares que resistían a las dictaduras en el Cono Sur. Y contra Cuba, considerada siempre como el más serio escollo a los planes del imperio y los gobiernos obedientes del subcontinente. Por eso cuando aquellos niños que cazaban cuises se toparon con los tanques con restos mortales y comenzó a trabajar el equipo de Antropología Forense, se suponía que en cuestión de tiempo se podría identificar a los diplomáticos desaparecidos a dos cuadras de la legación diplomática, cuando emprendían el regreso a su casa en la zona norte del conurbano.
Por testimonios de sobrevivientes de «Automotores Orletti» se supo que los dos cubanos habían sido llevados allí y torturados, y luego «trasladados» (léase desaparecidos y asesinados). Los grupos de tareas de la dictadura quisieron no sólo provocar un enorme daño a Cuba con esas desapariciones sino que, además, como era de estilo en esos años, fabricaron un comunicado supuestamente redactado por Crescencio y Jesús, donde decían que habían desertado porque querían gozar de la libertad. El diario «La Opinión» reprodujo ese comunicado falaz. Un poco más de un año más tarde esa metodología volvió a emplearse cuando la Marina secuestró a las dos monjas francesas: fueron desaparecidas en la ESMA, pero fotografiadas debajo de un cartel de Montoneros, como si hubieran sido víctimas de esta organización.
La prueba definitiva de que los dos cubanos habían sido asesinados lo dio el hallazgo en junio de 2012 y su identificación dos meses después de los restos de Galañena. La tristemente célebre «libertad» del capitalismo fue el crimen atroz y el encierro en un tanque con cemento. Hoy la urna de Crescencio vuela rumbo a su Cuba natal, luego de la guardia de honor del jueves 25 en Virrey del Pino. Ahora falta encontrar a Cejas Arias para que emprenda el mismo viaje.
Ceremonia y acto
LA ARENA fue uno de los pocos medios presentes, cuando se despidieron con honores los restos de Crescencio. Al fondo del salón principal, la urna, la bandera de Cuba y una foto del joven humilde (nacido en hogar obrero en 1949, tenía 27 años al momento de su desaparición). De a cuatro personas se turnaban alrededor del pequeño cajón, en posición de firmes. Cuatro cubanos, cuatro argentinos y así hasta que todos pasaron por ese lugar, comenzando por el embajador Jorge Lamadrid y el segundo jefe de misión, Vladimir Mirabal Regueiro. Los últimos fueron los visitantes que llevaron el saludo del gobierno argentino: el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini; el vicecanciller Eduardo Zuain y el secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda. Entre ambos, en la última guardia, también estuvo Carlos «Maco» Somigliana, del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Entre el público el cronista vio al juez federal Daniel Rafecas, que instruyó la causa «Orletti» y la elevó a juicio; en junio de 2011 se condenaron a tres jerarcas militares, entre ellos el general Eduardo Cabanillas, que luego de su paso por ese lugar fue promovido en democracia a jefe del II Cuerpo de Ejército con sede en Rosario.
Una delegación de Madres, línea fundadora; Carlos Aznarez y María Torrellas de Resumen Latinoamericano; Carlos Pisoni (de HIJOS y Espacio de la Memoria), Ramón Torres Molina, del Archivo Nacional de la Memoria; José Schulman y Graciela Rosemblum, de la Liga; Patricio Echegaray, del PC; la periodista Stella Calloni, el ex fiscal Hugo Cañón y una amplia delegación del Movimiento Argentino de Solidaridad con Cuba (MASCUBA), se dieron cita, emocionados y conmovidos por la ceremonia.
Párrafo aparte para el profesor, investigador y catedrático cubano José Luis Méndez, autor de varios libros sobre el «Plan Cóndor» y de las más serias investigaciones sobre la desaparición de Crescencio y Jesús. Estuvo en el acto y como representante de la familia de Galañena hoy sábado volaba hacia La Habana custodiando la urna. Primero se entonó el Himno de Cuba y resonó con más fuerza de lo habitual la estrofa de que «morir por la patria es vivir», tan martiana y tan adecuada para el mártir que se estaba homenajeando. Que no tuvo una muerte «gloriosa» como dice La Bayamesa, sino una horrorosa, pero por eso mismo es doblemente héroe.
Son 17
En el acto hablaron tres oradores. Abrió la lista «Maco» Somigliana, del EAAF, quien -dentro del dolor por la certificación de ese crimen- rescató la labor del equipo para que los caídos del campo popular no queden en el limbo de «desaparecidos».
Siguió Fresneda, quien trajo el saludo de la presidenta Cristina Fernández para Cuba, en este momento que -dijo- se restañaba el honor de ese país, mancillado por la dictadura.
Y cerró el embajador Lamadrid, quien agradeció a los delegados presentes del gobierno y a todo el público, recordando que el fallo por «Automotores Orletti» había sido la primera oportunidad en que una justicia -fuera de la cubana- había condenado crímenes cometidos contra ciudadanos cubanos. Y esas muertes fueron numerosas, historió, pues a los 3.500 asesinados por los grupos terroristas ligados a la CIA y el bloqueo, tras el triunfo de la revolución, se sumaron 2.099 lisiados e incapacitados que dejaron todos esos atentados en contra de Cuba.
Lamadrid destacó el rol de José Luis Méndez en la investigación de estos crímenes y los demás del «Plan Cóndor». Se trata del autor de «Bajo las alas del Cóndor» y del más reciente «La operación Cóndor contra Cuba» (ediciones Cetedo y Espacio Memoria de Buenos Aires). En una parte de su alocución el embajador destacó la presencia de una joven, sentada en la primera fila, Paula Andrea, hija de María Rosa Clementi de Cancere, una argentina que trabajaba como maestra de la escuela San Martín, anexa a la embajada de Cuba. Ella también fue desaparecida en agosto de 1976, una semana antes que los dos diplomáticos.
Esa referencia a la docente desaparecida, dio lugar a que el orador cerrara su mensaje diciendo que en esa condición habían quedado «Crescencio, Jesús, María Rosa y catorce más». En julio de 2010 dos artículos de Méndez publicados en CubaDebate, dieron cuenta que los desaparecidos cubanos y argentinos que trabajaban en la embajada de Buenos Aires fueron diecisiete.
El último libro de Méndez lo dedica a «Ramón «Moncho» Lucio Pérez, Patricia Dixon, María Rosa Clementi, Raúl Repetto, su esposa y dos hijas; Hugo Unia y Santiago Uziga y los inolvidables jóvenes cubanos Jesús Cejas y Crescencio Galañena».
Estas personas eran maestras de los hijos de los diplomáticos y empleados de la embajada, choferes del embajador Emilio Aragonés, empleados de la Oficina Comercial, o como David Eduardo Chab, un hijo de cubano y brasileña que fue desaparecido en junio de 1976 cuando hacía el servicio militar en la Armada del almirante Massera.
Lamadrid enfatizó que esas víctimas del «Plan Cóndor» son parte inseparable de los 30.000 detenidos-desaparecidos durante la dictadura en Argentina. Y tuvo palabras muy sentidas, de agradecimiento al gobierno nacional, por su política de Memoria, Verdad y Justicia, y por el impulso a los juicios contra los genocidas, que destacan a Argentina a nivel continental.
El ensañamiento contra el personal de la embajada de Cuba en aquellos años tuvo que ver, primero, con el odio ancestral de las autoridades estadounidenses de entonces por todo lo que significaba Cuba. Y segundo, por la vinculación orgánica con esa política criminal, de los grupos terroristas como CORU, de Orlando Bosch y Luis Posada Carriles. Algunos de sus agentes estuvieron involucrados directamente en el «Plan Cóndor» y en los crímenes de «Orletti», particularmente con las torturas y asesinatos de Galañena y Cejas.