Se puede ejercer el gobierno, sin por ello, ser poder real en la sociedad. Es la cuestión del alcance transformador que un sujeto sociopolítico busca como fin último: transformación política, o transformación social. La distinción entre ser poder y ser gobierno implica la distinción entre táctica – estrategia, y la pregunta por el sujeto colectivo […]
Se puede ejercer el gobierno, sin por ello, ser poder real en la sociedad. Es la cuestión del alcance transformador que un sujeto sociopolítico busca como fin último: transformación política, o transformación social. La distinción entre ser poder y ser gobierno implica la distinción entre táctica – estrategia, y la pregunta por el sujeto colectivo que se constituye en protagonista del proceso político.
El ejercicio de convertirse en factor de poder real y constituir el sujeto de la transformación mediante el proceso simultáneo de sumar, ganar y combinar movimientos y posiciones, adquiere en América Latina, en el tiempo largo la forma de proceso constituyente. Por tanto, la valoración de un proceso constituyente no implica, ni exige como condición, la convocatoria inmediata de una Asamblea Nacional Constituyente, pues ésta consiste en una manifestación del equilibrio de fuerzas dentro del proceso constituyente. De allí que para evitar la confusión de proceso constituyente como sinónimo de ANC, se hable de proceso constituyente abierto.
Acá se alude a la consolidación de una disputa contrahegemónica, o la paulatina constitución de nueva hegemonía como expresión de un proceso revolucionario; ésta requiere el sujeto colectivo, agrupado por sus intereses, con una correlación de fuerzas favorable que le permita el ejercicio de poder y gobierno. Nuevo poder, nuevo gobierno, nuevo estado.
Por tanto, la simultaneidad del proceso constituyente radica en la acción política y organizativa dentro y fuera del sistema político. Ello toda vez que el poder y la hegemonía se afirman y reproducen mediante el sistema político institucionalizado y fuera de éste en las dimensiones sociales, culturales, de género, sexuales, educativas, ocio, laborales etc; es decir el régimen socio-político. Esto alude al problema del sistema de representación, y con ello, de los instrumentos organizativos del poder social y los campos de disputa para el sector alternativo. Antes que la lógica excluyente de cuál es mejor, o superior – pues no se trata de un asunto moral o autoafirmativo – refiere al equilibrio entre los mismos en un planteamiento revolucionario.
El problema de la representación y la representatividad.
Hablamos de representatividad como las características y mecanismos de participación sociopolítica de la sociedad, o de alguno de los sujetos que la componen. Por representación, referimos la idea de los sujetos, sus acciones y aspiraciones; es decir, la valoración, legitimación y apropiación social que dichos sujetos tienen en su entorno. Dichas representaciones no son gratuitas, son productos históricos que determinan el grado de representatividad del sujeto en cuestión pues son los que lo justifican y reproducen – o los que pueden quebrar dicha condición.
La crisis del sistema de representatividad y la forma partido en el país se refleja en: elevado abstencionismo; reproducción del clientelismo y la participación electoral sustentada en una lógica transaccional; emergencia de empresas electorales antes que partidos políticos; sustitución por los medios de comunicación del papel de los partidos políticos como espacio de construcción de la agenda pública, el debate político y la construcción de opinión; emergencia desde el campo social y popular de formas de agrupamiento al margen – incluso en contradicción – de los partidos políticos, sustentadas en la democracia directa, con tradiciones de práctica política mediante la acción colectiva y un marginal resultado en dinámicas electorales. Éste último punto, a la vez que reafirma un régimen político que desborda el sistema de participación institucional, indica la dificultad del campo popular de combinar la lógica del movimiento con la lógica electoral.
La crisis del sistema de representatividad alude al problema de la democracia, la participación y el reconocimiento. Es un hecho evidente la baja participación política de la juventud y ésta no puede entenderse aislada de la crisis del sistema político, su autoritario hermetismo y corrupción. Tampoco sin atender las representaciones juveniles que se construyen desde el Estado – entendiendo el Estado actual como un producto histórico, intencionado, que construye representaciones en clave de normalizarse y reproducirse; las lógicas de consumo, publicidad y mercado; el grado de incidencia que éstas adquieren en las vidas cotidianas de las y los jóvenes y la sociedad. Se erige entonces como problema la noción abstracta de juventud: una idea construida que normaliza unos valores en los que la juventud es homogénea. Se presume sus intereses y prácticas serán comunes, con lo cual, la resistencia será una desviación o anormalidad, generalmente asociada a la edad. De allí, que el primer paso sea pasar de la juventud abstracta, a una juventud adjetivada si en verdad se quiere proyectar el campo juvenil como escenario de disputa social y política. Se trata de rescatar los intereses juveniles que no son ni homogéneos, ni limitados.
La homogeneidad de lo juvenil deriva también en la normalización de las condiciones sociales de las y los jóvenes, y en especial, de quienes vienen de entornos marginados por el ordenamiento social y político actual. Borrar las diferencias, es igual que negar las desigualdades y asimetrías; un acto instrumental de no tomar posición por un sector social definido bajo el -políticamente correcto al decir contemporáneo – ficticio concepto juventud que calla más de lo que puede decir. Con ello se reproduce una lógica de afirmar algo es real, cuando lo cierto es que el concepto juventud o los jóvenes en abstracto no describe una realidad, si no pretende imponerla -es axiológico.
Quién aboga por un proyecto de transformación sabe que nunca logrará conciliar los intereses de terratenientes y campesinado. Es vano pretender lo contrario en el campo juvenil como si se tratará de un sector aislado de la sociedad colombiana, sus contradicciones y antagonismos. Por ello el ejercicio de construcción del sujeto juvenil en un proceso de transformación social y política deberá vérselas con la manera de potenciar los intereses juveniles. Y en ello, el primer paso es el reconocimiento: ni toda juventud es apática, ni es ajena a las dinámicas de agrupamiento. Al contrario, el campo juvenil es profundamente diverso y rico en formas organizativas, en proyección de intereses – de variado alcance, pero en suma potentes y necesarias para un auténtico proceso de transformación en todo orden del País. Tampoco podemos pretender agrupar a todas y todos los jóvenes, pues los antagonismos sociopolíticos no nos son ajenos.
Uno de los retos de las y los jóvenes del común – pensamos en algunas de sus expresiones y en los millones de jóvenes fuera de la «democracia» y al margen del activismo y la militancia-, consiste en ganar su reconocimiento: el potencial de disputas juveniles ha derivado en episodios de lucha juvenil importantes del país, sin embargo, se puede afirmar aún no ha agotado todo su potencial. En ese sentido, es válido afirmar en Colombia no se ha llegado a una coyuntura que despunte un movimiento juvenil en tanto momento y espacio de convergencia de banderas, prolongación de la fuerza local, sectorial e individual mediante la acción colectiva, y en tanto construcción de solidaridades y colectividades con perspectivas de corto, mediano – y por qué no – largo plazo. El campo de lucha juvenil es uno disperso, pero profundamente activo, y la convergencia de esa dispersión creativa deriva en construir un sujeto social y político nuevo. Ese esfuerzo debe ser reconocido en el campo transformador, y hacer parte de la agenda de transformaciones de la Colombia Feliz.
Será nuevo en el campo alternativo – proyectando sumar dirigencias, temas, disputas, voces, sonidos y lenguajes-. Será nuevo como potencia transformadora al disputar, a partir de su creadora experiencia, de las banderas que recoge, de la fuerza que acumula, una nueva forma de organización institucional del poder. Con lo anterior, se entiende el papel del campo de disputa juvenil en la construcción del proceso constituyente -pues se suma como sujeto colectivo a la construcción de uno mayor – y el lugar estratégico de su potencia.
Será potente al lograr como ningún otro sujeto en disputa – quizá a excepción de las luchas feministas, de género y disidencias sexuales con las cuales se entrecruza plenamente – en reivindicar el ocio, el deporte, el hogar, la iglesia, la calle, las paredes, el territorio, los animales, los cuerpos, la tecnología, la espiritualidad, la cultura, el arte y muchos campos más, como trincheras de lucha y transformación; también ha jugado un papel esencial en radicalizar – herejía necesaria – las luchas sociales y en ampliar los lugares de la política -la barra, el parche o combo, las aulas, redes sociales, mientras lo pegamos, etc. Es decir, las dinámicas juveniles proyectan nuevas fuentes y formas de decisión, acción y agrupamiento político. Un proceso de democratización auténtico se medirá de su capacidad de reconocerlas en un nuevo Estado, como parte del proceso de redefinir el origen, finalidad y naturaleza del poder, la participación, la democracia y La Política.
El lugar de dicho desborde de la representatividad, y de desmonte de la representación de la juventud y lo juvenil no es otro que la dinámica de movimiento. Será difícil pretender agrupar dicha diversidad y potencia en un mismo espacio organizativo pues difícilmente logré la flexibilidad suficiente sin desdibujarse. Dicho movimiento tiene un alcance estratégico, al hacer converger subjetividades colectivas, rebeldes, alegres y solidarias en la disputa contra una subjetividad dominante de orden individual, fragmentada, dispersa y depresiva. La inversión de una subjetividad por otra, es la dimensión ideológica o contrahegemónica, del proceso constituyente abierto.
El artículo siguiente pretenderá sustentar la dispersión creativa, las formas de solidaridad y agrupamiento del campo juvenil. Posteriormente en una tercera entrega, abordaremos las representaciones sociales del campo juvenil. Esperamos cerrar con una síntesis de las proyecciones del movimiento juvenil que se construyen a diario en cientos de espacios en el país.
Afirmamos que reivindicar la especificidad del campo juvenil y su carácter estratégico; de lo que se deriva generar particulares instrumentos organizativos enmarcados en la dinámica constituyente, no es en absoluto, ni la autoafirmación de una reclamada minoría de edad, ni mucho menos, la intención de «tomar el cielo por asalto» sin contar con la necesaria convergencia del campo alternativo en un bloque histórico de poder. Asistimos con este escrito al debate que se nos invita.
Felices fiestas, mejores luchas.
Cristian Hurtado – Juventud Rebelde Colombia
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