El mundo es bipolar: por un lado están las bombas con punta en forma de ojiva que viajan en drones, y por el otro los roces de la piel, el de los amantes, el de los padres, el de los amigos. El tercer polo lo marcaría eso que se conoce como mercado, una palabra neutra […]
El mundo es bipolar: por un lado están las bombas con punta en forma de ojiva que viajan en drones, y por el otro los roces de la piel, el de los amantes, el de los padres, el de los amigos. El tercer polo lo marcaría eso que se conoce como mercado, una palabra neutra que si representamos en términos humanos nos llevaría a mercaderes. No hay mercado sin mercaderes. Y cuando uno oye de nuevo esta palabra lo primero que le viene a la cabeza es esa imagen de un Jesucristo colérico, por única vez en su vida imitando al padre que habíamos conocido en el antiguo testamento, expulsando a latigazos a los dueños del mercado del templo de la oración, donde solo debería caber el amor universal. Mercancías, máquinas y hombres. Sobre los efectos del capitalismo, son los subtítulos que lleva este volumen que recoge ensayos, artículos, fugaces ideas y sentimientos de Santiago Alba Rico (Madrid, 1960), el mejor escritor -sí, han leído bien, el mejor escritor- de nuestro país, ahora afincado en el norte de África.
Alba Rico, conocido por su faceta juvenil como guionista de La bola de cristal, escruta con algo que uno llamaría alma, por no encontrar una palabra más adecuada, las paradojas de la economía capitalista, su efecto sobre los cuerpos y la relación entre los vivos y entre los vivos y los muertos. Si existe la posibilidad de que se desarrolle un ensayo lírico, de que la filosofía, tal y como expresaba Montaigne, sea un género de la poesía, Alba Rico es la única persona capaz de ponernos en paz con esa lectura. Sus argumentos son irrebatibles porque no son razonamientos lógicos, porque obedecen a esas ideas que uno concibe con todas las células del cuerpo, no sol con las del cerebro: «¿Cómo superar un duelo? La casa Roche te vende una pastilla», afirma cuando lamenta el daño que ha sufrido la memoria colectiva, la que nos enseñaba, por ejemplo, como superar un duelo persona a persona y no en un tiempo uniforme.
Reivindicando una y otra vez la empatía, la compasión -que es la empatía que sentimos con todo el cuerpo, no solo con la lógica-, sostiene que para representarnos el dolor ajeno hace falta imaginación. Algo que no deja de ser parte de su ideario, la imaginación. «Sin imaginación (…) todo es fantasía; y la fantasía asegura los beneficios de Monsanto, la BP y el Banco de Santander». Para finalmente determinar el extrañamiento que le produce el mundo: «Lo raro -qué raro- es que a la fantasía destructiva del mercado la llamen realismo y a la preocupación por nuestros amigo y sus hijos la llamen utopía». El que sea capaz de contradecir esa mirada, que venga y lo resuma con la capacidad de síntesis que posee Alba Rico. Como en el ensayo donde defiende que las cosas ocurren en un espacio indeterminado que está lejos pero se adueña de nuestra aura, poniendo a internet como exponente máximo de tal condición: «las verdaderas antípodas, las antípodas de «todo», son más bien mis vecinos, mis flores y mi cocina. ¿Dónde ocurren las cosas? En todos los lugares del mundo menos aquí, en todos los instantes futuros menos ahora».
Pero al contrario que Sánchez Ferlosio, por poner un ejemplo de otro gran pensador, en Alba Rico siempre cabe lugar al optimismo: «los seres humanos, criaturas siamesas, tienen un pie en el barro, al que están irremediablemente encadenados, pero otro en las estrellas, desde donde pueden contemplar la inhumanidad de su situación y excogitar soluciones colectivas para cambiarlas». La razón de que nos veamos abocados a esa bondad que viene de las estrellas la expresa unas líneas más abajo: «¿Tendremos que dejar de inventar caricias porque es más antigua y natural la violación?». Ahí va la explosión en plena tabla de náufrago, quitándonosla de las manos para que no nos quede más remedio que nadar hasta la orilla con nuestras propias fuerzas. De ese calado es este libro que refleja un pensamiento coherente, poético, lleno de ilusión y de denuncia, contra los efectos de un capitalismo que ha teñido la cara del planeta por el que viajamos: «El capitalismo nos prohíbe todos los lujos. Nada de lujos. Solo lo estrictamente necesario: el derroche, el incendio, la destrucción, la muerte». Santiago Alba Rico se está convirtiendo en un autor necesario para convertir la supervivencia en vida.
Penúltimos días
Santiago Alba Rico
Catarata
Madrid, 2016
221 páginas