Resistir el cambio es lo usual y clásico en las organizaciones humanas, sobre todo las verticalistas, lo contrario al controvertido eslogan de Lavín cuando fue el candigato de la Derecha ante Lagos, que pretendia ensalzar las bondades de alternarse el poder entre facciones oligárquicas, eso significaba su famoso «viva el cambio». Más al fondo del […]
Resistir el cambio es lo usual y clásico en las organizaciones humanas, sobre todo las verticalistas, lo contrario al controvertido eslogan de Lavín cuando fue el candigato de la Derecha ante Lagos, que pretendia ensalzar las bondades de alternarse el poder entre facciones oligárquicas, eso significaba su famoso «viva el cambio». Más al fondo del asunto, la resistencia al cambio se produce cuando lo institucional se vuelve conservador y corporativo en función del valor otorgado a la tradición, al legado de las generaciones anteriores. Eso vuelve reacios al cambio a una parte importante de lxs integrantes de una institución, pues ven en la transformación el peligro de nuevas verdades, saberes, tácticas y estrategias que pueden menoscabar o poner fin a sus prebendas o privilegios. Así le ha pasado a las religiones vetustas de la historia, como los católicos o el Islam, y también a los conglomerados que provienen de campos disímiles como la política, la economía, el saber académico, la cultura, el fútbol, etc.
Lo juvenil, lo actual, lo novel siempre a lo largo de la historia humana se ha visualizado como sacrosanto problema de las elites, que para ser solucionado requiere finalmente represión, genocidio y fascismo. El siglo XX nos regaló numerosos ejemplos, pero ahora en el XXI basta con ver el resultado de las movilizaciones estudiantiles del 2006 y 2011, que han sido interpretadas por la UDI, la derecha política y la parte neoliberal de la Nueva Mayoría como un peligro, pues podría ser el comienzo del fin de sus lucrativos negocios en Educación. También en el congreso y en el partidismo secular chileno hay resistencia al cambio por lo que significaría para Chile poner fin a la «obra» neoliberal impulsada por el Dictador, Jaime Guzmán y los Chicago Boys: que en resumidas cuentas ocurra realmente eso de que el pueblo mande, que la participación de todxs lxs de abajo en los destinos nacionales nos lleve incluso a promulgar por primera vez en la historia de esta formación social una nueva constitución, pero de carácter constituyente, no por «comisiones de Expertos» como lo han hecho siempre lxs poderosxs. Que las escuelas y liceos sean financiados desde el estado pero administrados con control comunitario y popular. Que se escriba un nuevo código laboral que reivindique a lxs trabajadorxs, que las empresas productivas y los fondos de previsión y salud tengan un financiamiento y administración estatal-comunitaria, que la salud y la educación vuelvan a ser un derecho, si es que en el pasado fue así, y para cerrar el respeto irrestricito de todxs a los derechos de todas las personas sin distinción y el mismo respeto a la madre tierra como proveedora de todo lo que respiramos y obtenemos de ella. Finalmente, resistencia al cambio es lo que hace el maestro Gajardo y los profes de la Nueva Mayoría frente a las demandas que han erigido en estas semanas con mucho sacrificio lxs profes disidentes del neoliberalismo por todo Chile.
La resistencia al cambio es la conciencia de temer la pérdida de los privilegios. Ese mismo miedo históricamente lo tuvieron los senadores romanos frente a Espartaco, los señores feudales alemanes frente a los campesinos alzados, los nobles franceses ante la revolución burguesa, y finalmente el pánico de las oligarquías latinoamericanas ante el despliegue de la revolución cubana y el guevarismo sobre el continente.
Miedo escribio Jaime Guzmán en 1969, presagiando lo que sería el horror dictatorial para barrer con el estado benefactor y el pueblo movilizado, para instalar el ser individual, el corporativismo, el neoliberalismo y la segregación social en Chile. Miedo es lo que sienten lxs representantes de las cuatro mil familias pudientes del país ante la sola posibiidad de que la constitución deje de ser «tramposa» como señala Fernando Atria y que se acabe de una vez el fastidioso quorum de 4/7 que impide y asfixia la verdadera democracia social que merecen nuestrxs niñxs.
El desafío lo tenemos todxs lxs marginadxs de la sierra y la costa, y del campo y la ciudad para descubrirle la máscara a este gobierno y al sistema que representa, caretas de la oligarquía y de la hegemonía capitalista.