A lo menos siete de los 55 reactores nucleares existentes en Japón, distribuidos en 17 plantas, fueron afectados en diverso grado por el terremoto y maremoto que asolaron el viernes 11 de marzo la zona norte de la nación asiática, también la única en el mundo que ha sufrido las consecuencias de un bombardeo atómico. […]
A lo menos siete de los 55 reactores nucleares existentes en Japón, distribuidos en 17 plantas, fueron afectados en diverso grado por el terremoto y maremoto que asolaron el viernes 11 de marzo la zona norte de la nación asiática, también la única en el mundo que ha sufrido las consecuencias de un bombardeo atómico.
En los instantes que siguieron al sismo y al tsunami, los tres reactores de la central Fukushima I presentaron graves problemas que obligaron a evacuar a decenas de miles de personas ante el riesgo de una tragedia mucho mayor que la provocada por el cataclismo natural. A unos 12 kilómetros de allí, en la central Fukushima II, decenas de técnicos intentaban reparar los sistemas de refrigeración de los dos reactores del lugar. Además, el domingo 13, falló parte del sistema de refrigeración en la central de Tokai, a 120 kilómetros al noroeste de Tokio, y una bomba de enfriamiento en el complejo nuclear de Tokai Dai-Ni.
El lunes 14, el gobierno japonés ordenó a los habitantes de una amplia zona vecina a la planta Fukushima I que permanecieran en sus casas y cerraran herméticamente puertas y ventanas. En Tokio, en tanto, 240 kilómetros al noreste de la región afectada, se iniciaron urgentes mediciones de la radioactividad existente. El gobierno japonés se preparaba para repartir masivamente dosis de yodo entre la población, un elemento útil para aminorar eventuales brotes de cáncer en las personas expuestas a radiaciones. Se calculó que más de 200 mil habitantes fueron evacuados desde las áreas afectadas en las ciudades de Daichi y Daini, área donde sólo podían ingresar los equipos de emergencia y expertos nucleares.
Al otro lado del planeta, la Comisión Europea convocó a una reunión urgente para analizar la grave crisis en las centrales atómicas niponas. Mientras, las embajadas de diversos países aconsejaban a sus ciudadanos abandonar Japón.
Al cierre de esta edición de PF, el mundo permanecía expectante ante la posibilidad de una fuga radioactiva de las plantas nucleares japonesas que pudiera terminar en una dantesca tragedia, como la ocurrida en Chernobyl, una central nuclear ucraniana donde una fuga de radiación en 1986 provocó alrededor de 25 mil muertes y dramáticas consecuencias que se prolongan hasta hoy.
Los franceses adelante
En los 27 países de la Unión Europea hay dos bandos equivalentes en cuanto al uso de la energía nuclear. Quince de los socios disponen de centrales atómicas, siendo Francia la que lidera la industria con 58 centrales que generan el 75% de la energía eléctrica que consume ese país, vendiendo, además, a naciones vecinas gran parte de sus excedentes. Le siguen el Reino Unido, con 19 reactores distribuidos en diez plantas; y Alemania, con 17 reactores.
En Austria, en cambio, ha sido tan intenso el rechazo popular y político a la energía atómica, que el país se declaró formalmente no nuclearizable.
Este año hay seis plantas nucleares en construcción en Europa: dos en Bulgaria, dos en Eslovaquia, una en Francia y otra en Finlandia. Italia, único país del G-8 que no produce energía nuclear, anunció que ingresará pronto al club; Silvio Berlusconi desea que la cuarta parte de la electricidad que consumen los italianos provenga de ese origen.
A nivel mundial, en la actualidad funcionan poco más de 450 reactores nucleares en 32 países; otros 25 están en construcción, 44 en proyecto y cerca de 80 en etapa de propuesta. Entre todos, en 2010 demandaron poco más de 70 mil toneladas de uranio al año; es decir, un promedio de 155 toneladas por central. Esa demanda crecerá en unas 25 mil toneladas en los próximos años, y seguirá aumentando. El 17 por ciento de la electricidad del mundo procede de plantas nucleares. En América Latina, en tanto, seis centrales -en Brasil, Argentina y México- proporcionan 3,1 por ciento de toda la energía eléctrica de la región.
Hacia el futuro, la Asociación Nuclear Mundial ha informado que existen planes a largo plazo para incrementar la producción de energía atómica en países como China, con 103 reactores, otros 25 en la India, 31 en Estados Unidos, 36 en Rusia, 22 en Ucrania y 14 en Japón.
Lo que ocurra en las plantas nucleares japonesas dañadas, sin embargo, será determinante para el futuro de esta industria en todo el planeta. La nación asiática, ubicada en el cinturón de fuego del Pacífico, había logrado desarrollar técnicas de construcción y programas de seguridad para sus instalaciones atómicas que eran destacados por todos los expertos del mundo. Todo ello ahora deberá ser revisado.
El acelerado crecimiento de la industria nuclear, motivado por la desmesurada demanda de energía, el alza del petróleo y la necesaria independencia energética de las naciones, ha generado una competencia entre las potencias del rubro para liderar los procesos de recambio en los diversos continentes. Las empresas del sector en Francia, Estados Unidos, Rusia, Canadá, Alemania e Inglaterra no daban abasto hasta ahora para asumir la demanda de los países en desarrollo interesados en incorporar la energía nuclear a sus economías.
En Chile, desde el gobierno de Ricardo Lagos se ha venido trabajando lentamente en la preparación de las condiciones requeridas para un programa de desarrollo nuclear. No obstante, un grupo de grandes empresarios, vinculados a la energía y minería, han intentado acelerar el proceso y la toma de decisiones. Entre ellos destacan los grupos Luksic y Matte, crecientemente preocupados del tema desde mediados de la década pasada. Ambos han encargado estudios y viajado a varios países para observar in situ el funcionamiento de las plantas y las legislaciones y normativas al respecto. Los Matte están aliados a la transnacional Endesa, que posee varias plantas nucleares en España; los Luksic, por su parte, desean garantizar que sus yacimientos mineros contarán a futuro con la energía necesaria.
En este escenario figuraba un nuevo hito relevante para sus empeños: la firma de un tratado de cooperación con Estados Unidos que tendrá como protagonista estelar al presidente Barack Obama en su visita a Santiago. Ello, sin embargo, ha adquirido nueva connotación con los sucesos que acontecen en Japón. Parece obvio que la resistencia ciudadana al uso de la energía nuclear para generar electricidad adquirirá un renovado impulso en todo el orbe y, en especial, en los países donde los movimientos telúricos o los maremotos son un riesgo permanente, Chile incluido.
Se sabe que las plantas nucleares requieren ubicarse cerca de fuentes de agua considerables que permitan refrigerarlas. Rios caudalosos, lagos extensos o el litoral marino son los lugares elegidos para enclavarlas. A esas características, ahora probablemente haya que agregar como requisito indispensable que se construyan lejos de los centros urbanos. En el caso de Chile, entonces, debiera descartarse al parecer la zona central y sur del país, quedando sólo el norte grande como eventual anfitrión de una planta de esas características. Empresarios rusos del rubro, instalados en Chile desde hace algunos años, han mencionado incluso la zona de Taltal como lugar apropiado para levantar una planta que abastezca de energía eléctrica principalmente a la gran minería desde la Región de Atacama hacia el norte.
Alza del uranio
Los grandes productores de uranio, elemento indispensable para las plantas, son Canadá, con casi 11 mil toneladas al año; Australia, con unas ocho mil; Kazajstán, con 3.500; Nigeria, con cerca de 3.200; Rusia, con 3.200; Namibia, con 2.100; Uzbekistán, con 1.800; EE.UU., con casi mil y Ucrania, Sudáfrica y China, con poco menos de mil toneladas.
El precio del uranio se mantuvo estable durante casi dos décadas, llegando a estabilizarse en 10 dólares la libra, en 2004. De allí, ante la verdadera fiebre por construir nuevas plantas nucleares, subió hasta unos 130 dólares, en una escalada que parecía irreductible, pero luego se estabilizó en unos 65, precio que alcanzó en febrero de este año, esperándose que para fines de 2011 se cotice en alrededor de 70 dólares la libra.
El precio se elevó desde que Rusia limitó las exportaciones pensando en guardar el uranio para las 25 nuevas centrales que planea tener antes de 2020. Ya se había convertido en el segundo exportador del metal, vendiendo uranio extraído de viejas cabezas nucleares a dueños de reactores en Estados Unidos. Rusia se asoció con compañías australianas para explotar uranio en Sudáfrica y en otros sitios de Africa. En 2009 se extrajo en ese continente cerca del 20% del uranio mundial.
Desde 2005 los productores de uranio vieron subir el precio de sus acciones y empezaron a recorrer los continentes en busca del mineral. Cameco Corp., el consorcio de uranio más grande del mundo, aumentó en 18% la producción de la mina McArthur River, de Canadá, el depósito más rico del planeta; Areva SA, de Francia, invirtió 100 millones de dólares para habilitar una mina en el sur de Kazajstán e International Uranium Corp. inició prospecciones en el desierto de Gobi, entre otras muchas iniciativas de las compañías uraníferas.
En el Cono Sur de América también se han observado numerosos movimientos para adecuarse al boom de la energía nuclear. La Comisión Nacional de Energía Atómica de Argentina, CNEA, alertó hace poco que las reservas de uranio se agotarán en quince años. Un grupo de diputados se opuso a que empresas extranjeras exploren zonas donde se ubican las reservas de ese mineral. Las autoridades señalaron que las actuales dos centrales (Atucha I y Embalse Río III), junto a la futura Atucha II que se inaugurará a fines de este año, requerirán de 7.500 toneladas de uranio para su vida útil y que el país tiene reservas suficientes. Cuatro empresas extranjeras pidieron permiso para explorar uranio en Córdoba, Mendoza, Chubut, Neuquén, La Rioja, Santa Cruz y Salta. Una de ellas es la empresa canadiense Maple, que cateará en el mineral de Cerro Solo, que podría tener un potencial parecido a la mina de Namibia, una de las más grandes del mundo.
Algo similar ocurre en Paraguay, donde se reformó la ley minera y una misión gubernamental viajó a Canadá para exponerle a los empresarios de ese rubro las nuevas condiciones de explotación. El resultado fue inmediato: tres empresas se instalaron en las tierras del Chaco en busca de uranio, pagando derechos de prospección cercanos al millón de dólares mensuales. Uruguay, por su parte, también se ha venido preparando para sumarse al club nuclear de la región.
Perú está sumido en el mismo entusiasmo. En enero de 2008 se anunció que la canadiense Vena Resources se asociaría con Cameco Corp, la mayor compañía de uranio en el mundo, para explorar en el sureste del país, iniciativa similar a la de las canadienses Cardero Resources, Solex Resources , Frontier Pacific Mining, Wealth Minerals y Strathmore Minerals.
En Chile, en cambio, las exploraciones al respecto se han efectuado con suma reserva. Se sabe eso sí que uranio hay, y no poco. ¿Dónde? Aparentemente en una de las zonas más afectadas por el terremoto del 27 febrero del año pasado.
(Publicado en «Punto Final», edición Nº 729, 18 de marzo, 2011)