En política queda poco (o nada) por inventar. Todo está manido, re-corrido y ab-usado. Ello ocurre desde tiempos anteriores a la democracia ateniense y los imperios macedonio, persa o romano. Lo mismo pasa con la economía, ‘ciencia’ que comparte con la teología el privilegio de no descubrir nada desde hace siglos. Señalándolo quiero decir que […]
En política queda poco (o nada) por inventar. Todo está manido, re-corrido y ab-usado. Ello ocurre desde tiempos anteriores a la democracia ateniense y los imperios macedonio, persa o romano. Lo mismo pasa con la economía, ‘ciencia’ que comparte con la teología el privilegio de no descubrir nada desde hace siglos.
Señalándolo quiero decir que nuestras autoridades se mueven según los lineamientos de algún «vaticano ideológico», de esos que sirven de base a las propuestas y programas de las tiendas partidistas que conforman el escenario político nacional.
La cuestión adquiere cariz de traición cuando algún dirigente decide enmendar rumbo, folio y tendencia, imitando a Clodoveo, rey de los Francos, quien en el año 499 de nuestra era se convirtió al cristianismo obedeciendo a las palabras del obispo de Reims, el futuro San Remigio: «Baja la cerviz, fiero sicambro… a partir de hoy quemarás lo que has adorado, y adorarás lo que has quemado». Connotados políticos chilenos se hicieron eco de la histórica frase, cambiaron de ‘vaticano’ pero de manera silente para que el electorado no se percatase y siguiera creyendo que sufraga por ‘progresistas’.
A pocas horas de haber sido elegido Ricardo Lagos Presidente de la República – luego de una estrecha segunda vuelta – le comenté a mis amigos que Chile estaba llevando a La Moneda al segundo González Videla de nuestra Historia. Pocos me creyeron. No me refería entonces a una reedición de la traición de ‘Gabito’ contra sus antiguos compañeros de ruta – los comunistas – sino a que Lagos, tarde o temprano, gobernaría en beneficio de las grandes empresas atendiendo los parámetros más salvajes del sistema neoliberal.
Así fue. La administración Lagos se recuerda hoy como un gobierno que privilegió las grandes fortunas, los mega empresarios, las transnacionales y las finanzas de los EEUU. Bajo la mirada cómplice del socialismo concertacionista, que no ignoraba que la derecha había cooptado a Ricardo años atrás, cuando la Concertación se bajó los pantalones y colaboró a que, mediante un plebiscito, se cimentase la fascistoide Constitución de 1980.
A nadie le extraña la conducta de Ricardo Lagos en materia política y económica.
Le conocimos en esencia hace décadas, en los años de la última reforma universitaria realizada en serio (1968-69). Me tocó participar en una de las «mesas de reforma» representando a mis compañeros de la Facultad de Filosofía y Educación (Instituto Pedagógico) ante los mandamases de la universidad. Entre ellos un cierto Ricardo Lagos Escobar, Secretario General de la casa de Bello, recién electo por los tres estamentos: docente, estudiantil y paradocente.
El diálogo no fue ni simpático ni calmo, y en más de una oportunidad la «mesa de reforma» estuvo a punto de irse al tacho en medio de diatribas, gritos, amenazas y descalificaciones. Los estudiantes, cada tarde, entregábamos un reporte sobre lo tratado en la mañana, pegándolo en los muros del Instituto, dando pábulo a rápidas asambleas estudiantiles a objeto de contar con la aprobación de tal o cual iniciativa.
Uno de esos informes desagradó profundamente a Lagos Escobar (en esa época militante del Partido Radical) quien nos gritoneó al día siguiente, acusándonos de infantilismo e irresponsabilidad ya que – en su muy particular forma de ver las cosas – debíamos llegar a acuerdos sin pasar por el tamiz demagógico y populista (según él) de las asambleas. La democracia le molestaba. Su soberbia toleraba el uso de la ‘democracia’ sólo como una dádiva que le permitía al resto de la sociedad emitir un voto. Punto final.
Años más tarde, electo presidente de la república, el mega empresariado, las transnacionales y el capital financiero le aplaudieron a rabiar, bautizándole con el mote de ‘faraón’.
Sin embargo, un converso siempre debe dar pruebas de su nueva fe: cuando el golpe de Estado en contra de Hugo Chávez, nuestro ‘faraón’ (era primer mandatario en ese momento) se apresuró en reconocer el gobierno golpista del empresario Pedro Carmona, apodado «el breve», ya que su intentona duró escasas horas.
Ricardo Lagos fue, en Sudamérica, el único Presidente que apoyó el golpe de Estado de la derecha caraqueña, y aún hoy asegura ser… ¡socialista!
Cuando dejó La Moneda – con «el amor de los empresarios» – se dedicó a dar conferencias y seminarios bien pagados. Y no es extraño, visto que contribuye a apuntalar el sistema neoliberal y a derribar de cualquier política que luche contra la pobreza utilizando recursos fiscales. Aprovechando el envión, Ricardo lanza bombas de racimo contra la izquierda latinoamericana.
No hace mucho, la extrema derecha venezolana reunió – a título oneroso – a los ex Presidentes de los gobiernos de España, Brasil y Chile, todos eméritos socialdemócratas, Felipe González, Fernando Henrique Cardoso y Ricardo Lagos, a objeto que «narrasen» sus experiencias presidenciales.
Ante empresarios y representantes de las cúpulas económicas de la llamada Mesa de Unidad Democrática (MUD), entonces opositora del Presidente Chávez y hoy adversaria feroz de Nicolás Maduro, los ex Presidentes soltaron amarras y se mostraron impúdicamente en toda su desnudez neoliberal y pro norteamericana. Lagos comenzó su exposición intentando mostrar el supuesto aislamiento de Venezuela, y puso a Chile como ejemplo obviando lo esencial: que según la OCDE nuestro país exhibe la mayor desigualdad de distribución de la riqueza en América Latina.
Buen soldado de quienes le pagan, Lagos alabó la economía chilena aduciendo que «el 95% de la maquinaria económica chilena está en manos de capitales extranjeros y funciona bajo los parámetros del Tratado de Libre Comercio (TLC)» (sic). Aplausos apoteósicos de la concurrencia.
Nuestro tartufo ex progresista también aseguró que los recursos del Estado no deben ser dirigidos a la inversión social. «Hay que seguir pagando impuestos, pero los recursos no pueden ser para pagar gastos corrientes», afirmó el ex mandatario, quien agregó: «El proteccionismo no es viable». En resumen, Lagos unió su voz a las de González y Cardoso para aconsejarle a la derecha venezolana reducir drásticamente la inversión social y aplicar la conocida receta de la «disciplina fiscal».
Hoy, en pleno segundo mandato de Michelle Bachelet, el ‘faraón’ se lució ante decenas de inversionistas y empresarios, en la Conferencia RIPE de periodismo económico iberoamericano (organizada por Diario Financiero, SURA, ENERSIS y otras firmas), al criticar duramente la gestión económica de la actual mandataria.
Pero el momento de los orgasmos empresariales llegó cuando Lagos afirmó que en Chile «todo lo que pueda ser concesionado, debe ser concesionado».
Su obra maestra en materia de concesiones es el Transantiago, cuyos costos según los especialistas – sólo en tecnología obsoleta – llegarán a la friolera de 1.670 millones de dólares, allí donde sistemas de volumen similar – y de última generación -en Europa cuestan sólo… US$ 150 millones.
El mega empresariado debe haberle entregado una condecoración con la frase: «Vuestra nueva fe es nuestra victoria», nominándole Sumo Pontífice de la religión Neoliberal, y Gran Protector del Capitalismo Planetario.
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