El autor destaca que lo grave de las palabras en privado del juez y la fiscal no es lo que dicen, sino el significado social que tienen y sobre todo las referencias culturales desde donde las dicen. La gran estrategia del machismo es separar lo privado de lo publico. Así el juez se puede justificar que es una conversación privada y llamar » bicho y manipuladora» a una mujer víctima de la violencia machista. Así la violencia de género queda como conducta de lo privado diciendo «son asuntos de pareja» y se le quita toda su base cultural desde donde se sustenta y que ademas permite que algunos jueces y fiscales en lo privado hagan esos comentarios. Al final nos hacen creer que el machismo es conducta individual, negando lo que es verdaderamente, una cultura que atraviesa todo estamento y relación en nuestra sociedad.
Si ustedes creyeran que una seta es venenosa, ¿la comerían? Si pensaran que un perro es peligroso, ¿lo acariciarían? Y si consideraran que una mujer es un «bicho», «manipuladora» y una «hija de puta», ¿le darían la razón en su demanda?. Está claro que no, que ni comerían la seta, ni acariciarían al perro, ni decidirían a favor de esa «hija de puta», y menos aún cuando las referencias para considerarla de ese modo sólo parten de lo que se ha conocido de ella como víctima de violencia de género a través de la instrucción del caso. Está claro que si el resultado de la investigación es que una víctima es un «bicho» y una «hija de puta», difícilmente la sentencia será a su favor.
No deja de ser paradójico que la Justicia «ciega» se imponga en una «sala de vistas». Lo terrible de lo sucedido en una de esas salas, no se limita a los calificativos vertidos por el juez sobre la víctima de violencia de género con la participación de la fiscal y de la abogada judicial, lo más dramático es el significado que guarda dicha conducta y las justificaciones que se han dado por parte del propio juez y de alguna asociación de jueces, demostrando que el peso del machismo está antes y va más allá de las palabras y los hechos.
Todo se basa en las referencias establecidas por el machismo para integrar los hechos dentro de la realidad, bien como algo intrascendente o bien como algo excepcional. Si en esa distorsión de la realidad no sería posible que situaciones como la observada en la grabación pudieran darse.
La primera trampa parte de la estrategia básica del machismo basada en la separación de lo público y lo privado como espacios inconexos y con reglas propias para cada uno de ellos. Esa es la idea que lleva a que ante la violencia de género se diga que es «problema de pareja» y que «los trapos sucios se lavan en casa», y que luego se argumente que llamar a una víctima «bicho», «manipuladora» e «hija de puta» forma parte de una conversación privada. La segunda trampa es hacer creer que lo que se dice en ese contexto privado nada tiene que ver con lo público, de manera que por un lado se separan los escenarios y por otro se escinden las conductas, situación que permite decir que un juez puede insultar a una víctima y luego darle la razón, lo mismo que se afirma que «un maltratador puede ser un buen padre».
El machismo es cultura, no conducta, y como cultura tiene dos grandes instrumentos para imponer su modelo y visión de la realidad. Por un lado, determinar los acontecimientos que forman parte de ella para que todo suceda como está previsto que ocurra, y por otro, darle significado para evitar que se produzcan conflictos que cuestionen el modelo. La violencia de género existe porque forma parte de la normalidad impuesta del machismo. Y cuando se produce algún conflicto a partir de alguna de las circunstancias que la acompañan, se recurre a los mitos y estereotipos creados por el propio machismo para explicar lo ocurrido, los mismos que llevan a que un juez pueda llegar a decir de una víctima que es un «bicho», una «manipuladora» y una «hija de puta».
Nada de eso es anecdótico. Toda esa construcción influye en las decisiones profesionales, tanto en la Administración de Justicia como en Sanidad, en la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o en cualquier otro ámbito. Bern Turvey, especialista de Ciencias de la Conducta del FBI, definió dos procesos que influyen en los profesionales a partir de las referencias sociales y culturales que actúan sobre las personas implicadas en la investigación, tanto sobre el agresor como sobre la víctima. Estos procesos son la «deificación» y el «envilecimiento».
El primero consiste en crear una imagen positiva y favorable de la persona investigada, y el segundo justo lo contrario, ponerla en mal lugar y cuestionarla o responsabilizarla de lo ocurrido. Y lo que sucede con frecuencia en violencia de género es un «envilecimiento» de la víctima y una «deificación» del agresor, una combinación perversa que lleva, entre otros factores, a que sólo se condene al 5% de todos los maltratadores y a decir que el 80% de las denuncias son falsas.
Nada de lo ocurrido debe extrañarnos en una sociedad en la que el asesinato anual de 60 mujeres y 4 niños y niñas, y el maltrato de 600.000 mujeres bajo la mirada de 840.000 menores que conviven con ellas, es un problema grave para el 1’9% de la gente (CIS, septiembre 2018). Esa normalidad es el verdadero «riesgo extremo» para las mujeres.
La respuesta ante esa realidad es sencilla para el machismo: hay mucha «mala mujer» dispuesta a todo para «quitarle la casa los niños y la paga» a los buenos hombres que lo han dado todo por ellas. Esa es la injusticia que debemos erradicar.
Valga también esta crítica como reconocimiento a tantos jueces y juezas que cada día realizan un gran trabajo para hacer prevalecer la Justicia sobre le machismo y su violencia.
Fuente: https://blogs.publico.es/dominiopublico/26707/riesgo-extremo/