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Sobre una izquierda revolucionaria en ciernes

Riesgos y desafíos en la constitución del Movimiento de los Pueblos y los Trabajadores

Fuentes: www.alterinfos.org

Este texto pretende dejar sentada la opinión de un irregular militante acerca del proceso constitutivo del Movimiento de los Pueblos y los Trabajadores en Chile (MPT), una federación de izquierda que pretende la acumulación de fuerzas para la trasformación radical del sistema político-económico en un mediano plazo. Se trata de opiniones que pretenden una validez […]

Este texto pretende dejar sentada la opinión de un irregular militante acerca del proceso constitutivo del Movimiento de los Pueblos y los Trabajadores en Chile (MPT), una federación de izquierda que pretende la acumulación de fuerzas para la trasformación radical del sistema político-económico en un mediano plazo. Se trata de opiniones que pretenden una validez general, pero que se asume desde el principio de que por sí no las tienen; es un intento de enriquecer el debate político por eso es prudente que sean tomadas en cuenta independiente que provengan de un individuo ajeno al marco cultural desde donde se gesta el MPT, esto es, un individuo alejado de la lucha político social, que no pertenece a ningún colectivo y que por lo tanto posee la libertad, e inclusive la irresponsabilidad, para emitir algunos juicios. Antes de ser tildado como un mero «intelectual» o un revolucionario de biblioteca quiero manifestar mis opiniones y contar con la dádiva de la escucha, o de la lectura, pues la intención no es otra que el fortalecimiento de esta instancia.

El contexto histórico que ha parido al MPT.

La izquierda chilena posee una historia propia que debe ser asumida antes de buscar impacientemente, o neuróticamente inclusive, la unidad o la movilización.

Tras un proceso de acumulación de fuerzas de más o menos medio siglo, la izquierda logró imponerse en un sistema electoral liberal y gobernar lo suficiente como para imprimir radicales transformaciones. Este proceso fue diverso al de los estados centrales (hegemónicos o imperialistas) en donde la izquieda jamás ha logrado vencer con las reglas del juego existentes, y de las revoluciones en estados dependientes que han debido recurrir a la ruptura del orden institucional para hacerlo. En los últimos años los procesos en Venezuela, Ecuador, Bolivia, entre otros, han universalizado la «vía chilena al socialismo», sin embargo las mismas contradicciones de la Unidad Popular, más otras nuevas, emergen o se larvan en su seno. Mientras el gobierno de Allende respondía a la lucha anticolonial, específicamente la desfeudalización del país, en un sistema ideológico mundial bipolar, los gobiernos socialistas «reales» de hoy pretenden lo mismo y con los mismos medios (nacional desarrollismo, estatismo, control de la producción y fortalecimiento de las organizaciones sociales) pero en un mundo distinto: Vencieron electoralmente en uno de los momentos de mayor prepotencia imperial de los EEUU que se conozcan pero el que prevalecieran es tanto una señal de la decadencia del imperio yanqui como también una contribución a su declive. De modo que sin contar hoy la izquierda local de una acumulación de fuerzas mínima para emprender una tarea de transformación radical, los vientos en la espalda hacen a muchos perder las proporciones y apurarse más allá de lo prudente, concibiendo posible la toma del poder del estado (burgués) en éste momento de modo de trasformar la realidad nacional desde arriba.

Las bases políticas de la izquierda chilena que fue gobierno fueron aniquiladas desde 1973, con el asalto de una contrarrevolución oligárquica aún hoy en despliegue. Este proceso fue exitoso para la clase dirigente, tanto la criolla como la mundial, y catastrófico para la izquierda. Una equivocación de los actuales gobernantes y la izquierda, aún así, podría ganar elecciones pero en tal descalabro, en tal carencia de una militancia competente para hacerse cargo de tareas complejas, dicho triunfo sería nada más que pírrico pues no permitiría realizar las reformas estructurales que se precisan e inclusive destruiría las precarias bases que se cuentan. La apuesta electoral presidencial por lo mismo no sólo debe ser rechazada de plano por quien pretenda que la izquierda tarde o temprano venza, pues no nos acerca a dicho fin e inclusive nos aleja.

Sin embargo ha primado la ansiedad y gran parte de la izquierda militante se encuentra hoy embarcada en varias y contradictorias campañas electorales. Su número por sí mismo, es decir más de uno, de por sí trasgrede la lógica de utilizar la campaña electoral como un medio de agrupar a la izquierda, visibilizarla, y aunar esfuerzos; tanto Arrate como Navarro se han tomado demasiado en serio la aventura electoral desde un comienzo pese a que incluso Juntos No Podemos, por lo que dichas aventuras más que apuntar a la dirección lejana pero plausible de la victoria, implica una artera estaca más en nuestro alicaído cuerpo.

La crisis económica recién comienza y augura resultados catastróficos. EEUU aún se sostiene junto al dólar pero es un plazo y no una condición el que colapse. La debacle de los EEUU nos arrastrará a todos quienes nos hemos arrimado en el gigante. Nuestros fondos públicos han sido invertidos en la ruleta del tesoro estadounidense por lo que una caída del dólar hará de nuestros treinta mil millones de DOLARES, un cúmulo inservible de papeles. La crisis en Chile por lo tanto será tanto y más severa que en otros sitios, de hecho mucho mayor a lo que será en Brasil, Argentina o Venezuela, pues todos ellos han sellado alianzas con países que van en crecida como Rusia, China e India. La catástrofe en nuestro país asegura conflitividad pero eso no implica necesariamente fortalecimiento de la izquierda más aún, el hambre a veces nubla el juicio y los totalitarismos de extrema derecha son tan posibles como un gobierno improvisado de extrema izquierda, por lo que apostar a que la crisis por sí misma hará aquello que no hemos sido capaces de hacer por nosotros mismos es hacerlo al mero azar, y con muy malas cartas en nuestra mano.

La violenta y exitosa contrarrevolución oligárquica no sólo aniquiló a la izquierda sino que anidó profundas desconfianzas y miedos en su militancia sobreviviente. A penas a quedado un número suficiente para resistir, aún así la mayor parte de las energías se han usado en buscar una justicia legal para las violaciones a los derechos humanos o para buscar el triunfo en un sistema electoral burgués por sí mismo. Para el gobierno esto ha sido un regalo generoso por parte de la izquierda pues le ha permitido hacer su negocio sin la más mínima interferencia; aún hoy Frei puede llegar a gobernar gracias a la gratuita dádiva de la izquierda, girado en enero y a cambio de nada, como si la función de ella se redujera a arbitrar los conflictos intracapitalistas.

Sólo en el último lustro se ha gestado y o reconstruido una nueva izquierda capaz de renunciar a la inútil tarea de cambiar el pasado y avocarse al futuro; han sido los secundarios quienes han iniciado esta renovación, en el sentido auténtico del término, cuando han dicho «no queremos una ley, queremos que se nos ofrezca un futuro». Ese estallido fue incomprendido por nuestra izquierda quien pretendió registrar en su nómina a los dirigentes en vez que aunar fuerzas y propender al triunfo y o consiguió desnaturalizar su movimiento incorporando luchas gremiales legítimas, pero incompatibles con las primeras como las de los operadores del sistema, o con las de los universitarios. (Debe comprenderse de una vez y para todas que los universitarios provienen de la oligarquía o en ultimo caso de las familias más favorecidas del país; no debe confundirse la culpa de clase con la convicción política por más escaseen los militantes.) La lucha de los secundarios fue y es intraducible a las propuestas de los dirigentes oficiales; la estatización es un medio, un medio más entre otros, una condición que si bien puede entenderse necesaria en ningún caso es suficiente.

La caída de la URSS permitió que algunos conservaran las banderas pero desertaran de la lucha. La izquierda chilena debe comprender que los socialistas en el gobierno son tan enemigos de ella como la unión demócrata independiente. Pero a la vez la «renovación» (en su uso eufemístico) ha servido para que otros se consideren consecuentes por el sólo hecho de no madurar teóricamente, de ser incapaces de comprender que si bien el mundo no ha cambiado mucho, gran parte del acervo doctrinario e ideológico ha obsolecido y que no existe forma de remendar cuando los agujeros llegan a las costuras y a los parches.

Los doscientos y tantos años de izquierda son la historia del fracaso y mucho debemos aprender de ellos para no volver a cometerlos, por lo mismo es inútil una refundación desde ellos si es que no se afirma que se lo hará desde las cenizas. La izquierda no debe converger en torno a ideas que han fracasado ni en torno a un pasado idealizado, debe coincidir respecto del presente y del futuro. Es la vocación política colectiva la que debe construir una teoría acorde a su actividad; aceptar que la historia ha sido el fracaso obliga a partir casi desde cero, al menos desde un prisma metodológico.

El obstáculo que nuestra izquierda aún no dimensiona es la magnitud de este paso y de la inaudito que pudiera ser. La reconstrucción de la izquierda pos URSS ha sido un fracaso también en el resto del mundo, tanto en el primer como en el tercer mundo como en el fracasado neo internacionalismo de Porto Alegre. Si la izquierda chilena logra reconstruirse desde las bases, no con motivo u ocasión de un triunfo electoral producto de una crisis oligárquica, habrá dado un paso hacia un punto distante pero seguro que nadie en el mundo ha comenzado ha transitar.

La precisión de los fines y de los medios.

Sin la definición de ese punto distante al cual acercarse ninguna táctica es válida o inválida, ninguna organización será algo más que la suma de individuos o de organizaciones. La caída de la URSS nos ha enseñado que la dictadura del proletariado ni nos acerca ni nos aleja del comunismo, que la socialización de los medios de producción no desjerarquiza a la sociedad y que por lo tanto el gobierno de unos sobre otros continúa en otras formas. La construcción de un hombre nuevo a veces nos conduce a la creencia en la absoluta maleabilidad del hombre con fines que lo trascienden. Las campañas ideológicas destinadas a sostener la guerra fría por último no trepidaron en conservar creencias falsas y nocivas en la población en función de crecer cuantitativamente.

La finalidad de la izquierda debe ser la que fue desde el comienzo, lejos de los dogmatismos marxistas y o leninistas; visualizando ese punto, hacia el cual dirigirse, todo lo demás resulta sencillo. La izquierda pretende la emancipación absoluta del hombre, repudia el ejercicio de poder de uno sobre otro, la izquierda es la pretensión de realizar la democracia es decir, es más que la radicalización de esta. La izquierda es más, mucho más que la lucha contra el imperialismo yanqui, el neoliberalismo o el capitalismo. La izquierda es, debe ser, el insolente desafío a lo existente, la extremación de la voluntad colectiva, destinada a vencer sobre los gobernantes actuales como de los futuros pues su finalidad no puede ser otra que transformar radicalmente el modo en que está organizado el mundo, y con eso el mundo. Chile no es el punto de falla del sistema mundial pero si todo comienza o no acá depende de nuestra voluntad política.

Lo sistémico y lo antisistémico.

Pero el purismo teórico puede ser contraproducente a la acumulación de fuerzas y viceversa. Es preciso comprender nuestro fin en organizarnos de modo que los medios que utilicemos puedan ser evaluados como adecuados o inadecuados. Si la finalidad es ganar elecciones sonreír será un medio adecuado; si lo que se pretende es sumar fuerzas, pero fuerzas coherentes a la transformación radical de lo existente, debemos ser muy cuidadosos en apurar aquello que tiene tiempos e instancias. Se debe crecer primero hacia dentro para luego hacerlo hacia afuera; se deben dar una serie de discusiones políticas (teóricas, estratégicas, tácticas, doctrinarias e ideológicas) para que sólo una vez que un consenso inicial, general, mínimo, cuaje, podamos agregar más ingredientes al caldo.

Si lo que se pretende es hacer política necesitamos personas que se sumen a nuestro movimiento pero antes debemos tener una idea que ofrecer, un proyecto. El mayor riesgo a que se enfrenta el MPT consiste en no poder ser más que la suma de sus partes y que dichas partes sólo hayan convergido en la marginalidad política coyuntural más que en un proyecto colectivo en común.

Tomar decisiones tácticas sin aún converger en la estrategia es un paso apresurado pues no se dirige a ninguna parte. Los urgentes padecimientos cotidianos no deben impedir este fortalecimiento interno que es el único modo serio de darles algún remedio aunque sea en un par de décadas más. Anular el voto en las próximas elecciones puede ser un gancho seductor que deje manifiesta nuestra molestia hacia una táctica electoral carente de estrategia emancipatoria; pero si por buscar esa convergencia táctica, banal desde un prisma estratégico aunque éste solamente sea un esbozo, sería irresponsable quebrar la unidad por ese sólo hecho. Sin embargo la posición electoral en segunda vuelta sí podría revestir una importancia mucho mayor, no porque esta defina al presidente sino porque sería un modo de refundar la izquierda desde el margen de las luchas intraoligárquicas criollas. Para el MPT es más importante que enemistarse de modo profundo y definitivo con el PC o con el MAS el hacerlo con el actual gobierno, sus sucesores y sus aliados pues si ellos en lo inmediato no son asumidos como el enemigo la pregunta es ¿Quien? Si el PC en su táctica carente de estrategia emancipatoria se hace gobierno, en tanto rémora o quinta columna de la oligarquía, es obvio que no se puede dudar en incorporarlo en la lista de enemigos pero el hacerlo desde ya, apuradamente, olvidando que tras esas decisiones existen profundas discrepancias teóricas pero quizá no afectivas, quizá no relacionadas con estar en procura de un horizonte común, sería quemar los puentes de modo precipitado, temerario e irresponsable. Con lo que no debemos dudar es identificar como tal a quien es nuestro enemigo declarado, el mismo que ha librado en contra nuestra una guerra sin cuartel durante casi treinta y siete años: La concertación es la continuación legal y política de la dictadura por lo tanto ningún militante de ella puede osar ser considerado un compañero, en eso no pueden haber dudas.

Definirse en este preliminar acto constitutivo como antistémicos o anticapitalistas no nos debe tampoco confundir que el rol es luchar por la superación de todas y cada una de las injusticias por lo que es inseparable a nuestra tarea el estar del brazo de todo quien luche por más que sus reivindicaciones puedan parecer sistémicas desde algún neo dogmatismo. Es preciso sumar fuerzas, la solidez teórica propia será la garantía de no diluirse en conflictos ajenos, de convencer tanto con nuestras ideas como con nuestra consecuencia en la lucha. Dejar de antemano marginadas y silenciadas ciertas luchas, por no calificar de antisistémicas, nos debilita socialmente sin fortalecernos teóricamente, es tan irresponsable como asumir alguna de esas luchas como si fuera la única existente. Lo que nos debe hacer decidir, por ejemplo, si Pascua Lama es una lucha válida y Patagonia sin Represas no, deben ser cuestiones sustantivas no meras formalidades, no un superficial automatismo burocrático. Debemos ser capaces de asumir esas luchas sin desnaturalizarnos, eso tiene que ver con nuestra fortaleza teórica no con la cualidad intrínseca antisistémica de las mismas.

Conclusión.

Es falso concluir que la izquierda padece de los nefastos efectos del sobrediagnóstico. Desde luego que se ha hablado mucho y quizá escrito más de la cuenta, pero eso no significa que hayan sido las discusiones correctas o las conclusiones adecuadas para una refundación.

La crisis doctrinaria de la izquierda produjo una estampida y una alienación tanto de los intelectuales como de los activistas, transformándose ambos términos peyorativos. Hay quienes se han concentrado en el mero actuar o en el mero escribir olvidando que teoría y práctica son inseparables.

La superación depende de qué tanto hayamos madurado en estos aciágos días de fragmentación y desesperanza, de qué tan capaces seamos de dejar de lado las diferencias terminológicas, metodológicas, doctrinarias, ideológicas, en fin, meramente formales y coincidir en un punto común al final del horizonte hacia donde dirigir de modo común nuestros pasos.

Es urgente, e importante, una teoría lo más verde posible, lo más viva, que acompañe esta lucha. Una teoría capaz de visualizar los enemigos pero también a los amigos. Que nos permita evaluar nuestro trabajo, poder afirmar si es que nos acercamos o nos distanciamos de la finalidad común que perseguimos. El marxismo no puede, pues no ha servido para eso e incluso lo ha hecho para lo contrario, ser considerada por sí misma la fuente común que con urgencia precisamos, pese a la enorme importancia que posee como fuente. Sus miles de interpretaciones posibles nos enfrentan a un abismo dogmático que no contribuye a transformar la realidad; su uso y abuso por organizaciones burocráticas hace difícil, incluso ilusorio e elusorio, tratar de rescatar el «marxismo correcto», y además le concede a la dirigencia una serie infinita de consignas destinadas a vestir de triunfo al fracaso. Finalmente sus leyes de la historia o de la economía, tantas veces refutadas en nuestras narices, no deben ocupar el tiempo de una organización que se base en la voluntad política como elemento necesario y suficiente para la transformación. Debe existir una teoría mínima pero lo suficientemente sólida para que ésta no se transforme por sí misma en el obstáculo para la organización, pero lo suficientemente certera en tanto brújula para guiar el camino.

La izquierda chilena, con este ejercicio novedoso que es el MPT, debe avanzar en un camino nuevo aún no transitado de ser algo más que la suma de las partes, que la federación de los marginados. Debe consolidarse colectivamente pues de otra manera no crecerá y por lo tanto será otra experiencia fracasada más a registrar en nuestras biografías. Su tarea no es pelear con la izquierda, su tarea es cambiar el mundo, empezando por Chile si es necesario.