La antropóloga disertó en la cuarta edición del Encuentro Latinoamericano de Feminismos. «No hay una solución simple, pero es necesario pensar más y estar en un proceso constante», señaló.
Este fin de semana se celebró en La Plata la cuarta edición del Encuentro Latinoamericano de Feminismos, donde la antropóloga Rita Segato junto la periodista e integrante de HIJOS Lucía García Itzigsohn, entre otras invitadas, debatieron acerca de estas cuestiones en la rueda «Seguimos persiguiendo justicia - Homenaje a Chicha Mariani». En conjunto, abordaron cuestiones como la búsqueda de una reparación, el significado de la memoria, y repasaron la historia del escrache como método de lucha; sin embargo, la charla terminó con más interrogantes que respuestas.
Itzigsohn, que contó su experiencia como hija de detenidos desaparecidos, sostuvo que estas acciones surgieron «como una instancia de justicia en acto, perfomática». «Hoy estoy en otra posición, la vía institucional es importante porque inscribe las cosas en otro nivel», señala, y recuerda: «Nosotros hacíamos una investigación copiada de las Abuelas. Íbamos a las casas y hacíamos guardia, trabajábamos con los vecinos, les contábamos que íbamos a marcar ese domicilio», previo al momento de la icónica bombita roja. «Era un momento festivo», con murga incluida: «Bailábamos, porque podíamos transformar la impunidad en algo que poníamos en la discusión social. Era una catarsis colectiva».
Si hay o no reparación, Itzigsohn define que la violencia es justamente «lo irreparable»; sin embargo, poder sanar colectivamente y vivir desde el cuerpo que lo que le había pasado a ella también lo atravesaron otros, le permitió «una línea de fuga del lugar de víctima».
Para la antropóloga Rita Segato, el «bien colateral» de la dictadura fue justamente eso: escenas como la de los escraches, que promocionaron el debate para desarrollar así una inteligencia social «más sofisticada», que permitió «salir de los lugares comunes», y promovió que las mujeres profundicen «una nueva forma de hacer política», que reafirma: «Surgió con las Madres». Por eso, para ella, los homicidios de Berta Cáceres y de Azucena Villaflor fueron femicidios; aunque muchos hombres fueron asesinados por las mismas causas, señala que la diferencia radica en que lo que se quería matar «era un estilo de hacer política, una politicidad propia de las mujeres».
Sin embargo, menciona que estos métodos usados en el período de post-dictadura «nunca fueron un linchamiento», sino el fruto de «un convenio colectivo a través del cual concluyeron que había que llegar a un castigo»: aunque no hubo una instancia judicial, sí hubo una de «juicio justo». Por eso reconoce que «desde el feminismo podría haber una instancia de juicio justo», -en vez de las escraches como se los conoce ahora, -«como una asamblea, para que la situación no sea un linchamiento sin sumario». «Si defendemos el derecho al proceso de justicia, nuestro movimiento no puede proceder de esa forma que ha condenado».
Para ella, la impunidad radica en que ahora es exhibida como un show, como en el caso de Lucía Pérez, donde se le dijo a la gente que «el mundo tiene dueños», y que ellos «no van a ceder ante ningún pedido de la sociedad»: hay un «mensaje de la dueñidad», donde lo que queda en claro es que «la institucionalidad» es una ficción.
«Entonces, ¿qué es lo contrario a la impunidad? ¿El punitivismo?», se pregunta Rita. Sabiendo que estaba entrando en un terreno complicado, invitó a salir «de los binomios mas paridos, como el abolicionismo o el regulacionismo, que simplifican la realidad». Y agregó: «No quiero un feminismo del enemigo, porque la política del enemigo es lo que construye el fascismo. Para hacer política, tenemos que ser mayores que eso». «Antes de ser feminista soy pluralista, quiero un mundo sin hegemonía. Lo no negociable es el aborto y la lucha contra los monopolios que consideran que hay una única forma del bien, de la justicia, de la verdad: eso es mi antagonista», describió. Para la investigadora, «el feminismo punitivista puede hacer caer por tierra una gran cantidad de conquistas», es «un mal sobre el que tenemos que reflexionar más», y recuerda la violencia que se vive en las prisiones: «¿Puede un estado con las cárceles que tiene hacer justicia? Esa no puede ser la justicia; ser justo con una mano y ser cruel con la otra».
Profundizando este concepto, la antropóloga expuso que hay que tener «cuidado con las formas que aprendimos de hacer justicia» desde lo punitivo, que están ligadas a la lógica patriarcal. El desarrollo del feminismo, recalca, no puede «pasar por la repetición de los modelos masculinos». Frente a eso, sabe que la respuesta no es fácil: «No hay una solución simple, pero es necesario pensar más y estar en un proceso constante. Cuando el proceso se cierra, es decir, cuando la vida se cierra, se llega a lo inerte», en cambio, «la política en clave femenina es otra cosa, es movimiento».
Además, señaló que «la única forma de reparar las subjetividades dañadas de la víctima y el agresor es la política, porque la política es colectivizarte y vincular», propuso Segato. «Cuando salimos de la subjetividad podemos ver un daño colectivo», y eso no puede curarse «si no se ve el sufrimiento en el otro». Por eso, considera clave el proceso de debate y búsqueda de justicia: «Fuimos capturadas por la idea mercantil de la justicia institucional como producto y eso hay que deshacerlo. Perseguimos la sentencia como una cosa, y no nos dimos cuenta que la gran cosa es el proceso de ampliación del debate».