«Cuando los nazis se llevaron a los comunistas yo callé, pues yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas callé…», el célebre poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller permanece actual. Cada 10 de diciembre, cuando se celebra en el mundo el Día de los Derechos Humanos, grupos de escolares adolescentes de la sureña […]
«Cuando los nazis se llevaron a los comunistas yo callé, pues yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas callé…», el célebre poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller permanece actual.
Cada 10 de diciembre, cuando se celebra en el mundo el Día de los Derechos Humanos, grupos de escolares adolescentes de la sureña ciudad alemana de Ulm visitan uno de los primeros centros de detención de opositores (KZ) erigidos por el régimen nazi a partir de 1933.
Al pequeño KZ Oberer Kuhberg fueron a parar unos 800 líderes comunistas, socialdemócratas y sindicalistas, así como también tres sacerdotes católicos que se opusieron al nazismo.
La cárcel fue cerrada en 1935 por motivos presupuestales, según el gobierno hitleriano de entonces. También porque la detención de opositores y luego de homosexuales, gitanos y judíos se «industrializó», al conformarse los mega-campos de concentración.
Entonces, los presos de Ulm fueron llevados al KZ Dachau, cerca de Munich.
¿Qué buscan los alemanes al mostrar a sus jóvenes la tantas veces narrada crueldad del nazismo?
«Memoria, orientación y quizá también motivación para garantizar que algo así jamás pueda ocurrir de nuevo, dice a IPS Andreas Kopp, profesor de historia en el noveno grado del Gimnasio femenino franciscano de St. Hildegard, en Ulm.
Pero procesos en otros lugares parecen indicar que la lección no se ha aprendido.
Este viernes se presentó en Washington el informe «Rompiendo el silencio: en busca de los desaparecidos de Colombia», elaborado por las organizaciones humanitarias estadounidenses Latin America Working Group Education Fund y la U.S. Office on Colombia.
«La magnitud de la tragedia en Colombia puede ser aún mayor» que en Argentina, donde desaparecieron 30.000 personas durante la última dictadura de 1976 a 1983, advierten las autoras del informe, Lisa Haugaard y Kelly Nicholls.
Las investigadoras atribuyen la «poca atención» a este delito en Colombia a que el número de asesinatos, masacres y muertos en combate, en la guerra de decenios entre guerrillas marxistas, el ejército y paramilitares de ultraderecha «es tan alto, que las desapariciones se han mantenido fuera de foco».
La Fiscalía General de la Nación cree que entre 60 y 65 por ciento de las desapariciones en zonas de guerra no se reportan, mayormente por falta de infraestructura estatal o por miedo.
«Rompiendo el silencio» cita estadísticas oficiales según las cuales más de 42.300 personas podrían haber sido desaparecidas forzadamente desde 1977, aunque la cifra y los años de referencia varían en cada entidad estatal.
«Más de 1.130 casos nuevos de desaparición forzada se han registrado oficialmente en los últimos tres años», sostiene el informe. En promedio, más de uno al día. En Colombia desapareció al menos una persona mientras se preparaba este artículo.
En este país andino, «la desaparición forzada ha sido usada como método para controlar a las comunidades y silenciar el disenso, eliminar el liderazgo de los movimientos sociales, organizaciones comunitarias y de la oposición política e instalar el miedo entre quienes quedan vivos», agrega la investigación.
Casi las mismas palabras ha usado la joven guía alemana para explicar los objetivos del hitlerismo al erigir los KZ. Allí se buscaba quebrar la voluntad y la dignidad de los presos. La desaparición forzada, para el jurista español Baltazar Garzón, «es la humillación del ser humano hasta el final».
Los colombianos desaparecidos son defensores de derechos humanos y sindicalistas, negros e indígenas, y jóvenes del campo, entre otros.
En las décadas del 70 y del 80, muchos desaparecieron tras ser detenidos por la fuerza pública.
A fines de 2008 resultó que militares ya no sólo detenían y desaparecían a opositores al gobierno. También reclutaban personas al azar, que luego nunca más se sabía de ellas y eran registradas como guerrilleros no identificados muertos en combate, por lo que los uniformados recibían felicitaciones y estímulos.
En 2010, la justicia ordinaria investiga más de 3.000 casos así.
Las guerrillas izquierdistas también matan y desaparecen. El secuestro y el reclutamiento forzado que cometen, en determinados casos se clasifican como desapariciones, anota la investigación.
Pero los mayores responsables de la desaparición forzada de personas en Colombia son los paramilitares, que, al menos hasta 2007, «solían destruir los cuerpos de sus víctimas, enterrarlos en fosas comunes o arrojarlos a los ríos», agrega.
A instancias de la fuerza pública local, los ultraderechistas incluso llegaron a construir hornos crematorios donde fueron a parar centenas de campesinos, todo para no afectar los índices de homicidios en la circunscripción.
«La más alta incidencia de desapariciones forzadas ocurrió entre 2000 y 2003, de acuerdo con estadísticas del gobierno colombiano: los primeros cuatro años del (contrainsurgente y antidrogas) Plan Colombia financiado por Estados Unidos», señalan las investigadoras, que incluyen perentorias recomendaciones a Bogotá y Washington, a la academia, a los medios de comunicación y a la sociedad civil.
«Las cifras de víctimas son extremamente altas, en efecto», pero «en sí son incomprensibles, no nos dicen nada», comenta Kopp a IPS.
Sólo logramos asumirlas «cuando vemos los rostros que están detrás, las historias individuales, cuando nos enteramos de las biografías. Cuando efectivamente vemos frente a nosotros una imagen y podemos imaginar una vida», dice.
«Así podemos comprender qué significa que una vida haya sido apagada. Y lo que ello significa para los familiares», agrega.
Estamos en el antiguo KZ, adonde Kopp ha llevado a sus alumnas. Me conduce a un stand de lo que hoy es un museo sobrecogedor, aún más en el hielo invernal: «Este es el camino», indica.
Un mapa de la Alemania nazi muestra sus cárceles y campos de concentración. Al lado hay fotos de los principales líderes que Adolf Hitler mantuvo presos en Ulm, con sus datos biográficos.
Una pantalla de computador permite entrar a una base de datos y consultar las biografías de todos los prisioneros del KZ.
«Así, ellos adquieren un rostro frente a nosotros. Una vida. Podemos asirlos, toman forma. Es entonces cuando sabemos lo que hemos perdido», apunta.
Sobre tres franjas horizontales amarilla, azul y roja (la bandera colombiana), la cubierta de «Rompiendo el silencio» muestra pequeños rectángulos en los que unas manos sostienen sendas fotos de carné de hombres y mujeres desaparecidos en el municipio noroccidental de San Onofre y en los sureños de La Hormiga y San Miguel.
«Recuérdame», se titula el proyecto. Creado por la Lutheran World Relief, recorre actualmente la geografía estadounidense.