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Retrato del ex presidente de Médicos Sin Fronteras

Rony Brauman, un faro en el ámbito humanitario

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Caty R.

Entre la multitud de idealistas, oportunistas o negociantes que gravitan en la órbita del activismo humanitario internacional, un hombre brilla con luz propia: Rony Brauman, un faro en el ámbito humanitario, tanto por su humanismo como por su humanidad… y su educación. Muchos ven en él el símbolo perfecto del médico de urgencias de la intervención humanitaria para los pueblos desesperados. Su profesión, la Medicina, es una vocación que vive como una misión; y asume su judaísmo con naturalidad, como una característica de nacimiento que no siente ninguna necesidad de justificar, compensar o recompensar. Una ética vital que le obliga y no un argumento vendible que instrumentaliza para su promoción mediática.

 Muchos ven en él una antítesis del gran gurú del humanitarismo mediático, Bernard Kouchner, a quien sus ex compañeros de viaje socialistas califican caritativamente como «un tercermundista dos tercios mundano», por su relumbrón y sus extravagancias, gran burgués parisino que se declara «doblemente judío porque es medio judío», como si la identidad fuera cuantificable, y que condiciona el compromiso humanitario a su rentabilidad política y predetermina la solidaridad humana en función de criterios religiosos o sociales.

Nativo de Jerusalén, Rony Brauman no presenta ningún argumento de poder, sino una exigencia de fidelidad a los valores del universalismo, del socialismo y de la solidaridad con los oprimidos en los que se define precisamente el humanismo. Riguroso, coherente y exigente en un país paralizado por el tufo del colaboracionismo «vichysista» de Francia y la consiguiente acusación de antisemitismo que se cierne sobre cualquiera que se aleje del dogma oficial, Brauman firmó, en agosto de 2006, un manifiesto contra los ataques israelíes a Líbano, a requerimiento de la Unión Judía Francesa por la Paz (UJFP).

La lucha por un Estado palestino constituye para él una evidencia y no un hándicap político, un elemento de un combate más amplio dirigido a la instauración de la justicia en Oriente Próximo. Rompedor de tabúes, no sin riesgo, firmó el epílogo de la inconformista obra del politólogo estadounidense Norman G. Finkelstein, hijo de deportados, sobre un asunto tabú » La industria del holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío «. Brauman se rebeló contra el «humanitarismo espectáculo» a propósito del asunto de El Arca de Zoé, el tráfico clandestino de niños del Chad con el pretexto del conflicto de Darfur, el punto de despliegue mediático de Bernard Kouchner que el ministro atlantista de Asuntos Exteriores utilizó abusivamente como cortafuegos mediático de las guerras israelíes de destrucción de Líbano (2006) y Gaza (2008).

La visión de Brauman del humanitarismo es simple, que no simplista, despojada de prejuicios ideológicos: La urgencia humanitaria se aplica a todos sin discriminación y se impone a todos sin vacilación, como un deber hacia todos los sufrimientos cualesquiera que sean la religión, la etnia o el grado de riqueza de la zona de intervención; y también de esta forma se ubica a contracorriente del traidor (Kouchner) motivado en particular, pero no solamente, por las minorías étnicas de las zonas petroleras y que ha llegado incluso a disculpar a la junta de Birmania, contra toda evidencia, de la acusación de esclavizar a jóvenes trabajadores, en un informe comanditado por la firma petrolera francesa «Total».

El sufrimiento representa para Brauman una realidad humana concreta y no surge de ninguna construcción intelectual, y menos todavía de un giro occidental frente al Islam, al contrario de la tendencia dominante entre la «inteligencia» parisina que, en Francia, conduce a cada eminencia intelectual a disponer de su minoría protegida, como la marca de la buena conciencia crónica de la mala conciencia, como una especie de compensación de su enorme desinterés por los palestinos, pretendiendo compensar su hostilidad por las reivindicaciones del núcleo central del Islam, Palestina y el mundo árabe, con un apoyo al Islam periférico. Así es en el caso del filósofo André Glucksman con respecto a los chechenos, incluso si su nuevo amigo, el presidente Nicolas Sarkozy, se convirtió en el mejor amigo occidental del presidente ruso Vladimir Putin; es lo mismo en el caso de Bernard Henry Lévy con Darfur, incluso si se señala a su familia en la deforestación de la selva africana. Y está también, y sobre todo, el caso de Bernard Kouchner con respecto a los kurdos -refuerzos de Estados Unidos en la invasión de Iraq-, Darfur, Biafra y Birmania.

Hasta el punto de que un periodista inglés, Christopher Caldwell (1), dedujo en la prestigiosa revista London Review of Books que esa predilección por las zonas petroleras estratégicas del «humanitarismo transfronterizo de Bernard Kouchner sirve a los intereses de la política exterior de Francia y Estados Unidos y el humanitarismo militarizado del tránsfuga ‘neosarkozysta’ no es más que una forma de neoconservadurismo soterrado».

Humanitaire, diplomatie et droits de l’homme (Humanitarismo, diplomacia y derechos humanos), el último libro de Rony Brauman, relaciona los términos del debate contradictorio que anima desde hace casi medio siglo la acción humanitaria internacional, en el cual los dos ex presidentes de «Médicos Sin Fronteras», Rony Brauman y Bernard Kouchner, han alimentado la polémica en frentes contrarios.

Pero, paradójicamente, Kouchner, que debería personificar lo mejor de esa dualidad teóricamente complementaria, que por principio debería privilegiar la diplomacia por partida doble, como médico y como jefe de la diplomacia francesa, aparece constantemente fascinado por los beneficios de un belicismo purificador, suscitando la inquietud de la comunidad diplomática internacional con sus declaraciones alarmistas sobre Irán el 15 de septiembre de 2007.

De regreso de una visita a Israel, y transmitiendo sin duda las preocupaciones de sus interlocutores, Bernard Kouchner, reincidente en la materia, anteriormente partidario de una intervención dura en Iraq para derrocar a Sadam Husein, no descartó la hipótesis de una guerra contra Irán, sumándose a las tesis atlantistas de su nuevo mentor, Nicolás Sarkozy, autor de una ecuación tan escueta como rudimentaria «La bomba iraní o el bombardeo de Irán», único dirigente del mundo, por otra parte, que ha adoptado abiertamente sobre ese tema un léxico idéntico al de los israelíes llamando a Gaza «Hamastán» y al Hezbolá libanés «terrorista».

Sin ninguna vergüenza, Kouchner no duda, en absoluto, en reivindicar los beneficios de la política llevada a cabo por su predecesor, Dominique de Villepin, a quien sin embargo cubrió de sarcasmos por su hostilidad a la invasión estadounidense de Iraq.

Peor todavía, en el apogeo de su gloria ministerial, en el prestigioso puesto de Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Bernard Kouchner renegó de sus ideales juveniles y del combate de su vida: «Me equivoqué al pedir esa secretaría. Existe una contradicción permanente entre los derechos humanos y la política exterior de un Estado, incluso en Francia», declaró en el periódico Le Parisien con respecto a la creación de una secretaría de los derechos humanos en el primer gobierno de la presidencia de Sarkozy y su atribución a Rama Yade.

«Esa contradicción puede ser fructífera, pero ¿hay que darle un carácter gubernamental creando esa secretaría de Estado? Ya no lo creo, y es un error por mi parte habérselo propuesto al presidente», añadió el ministro; y lo subrayó en una entrevista del 10 de diciembre de 2008 confesando que «no se puede dirigir la política exterior de un país únicamente en función de los derechos humanos».

Esta declaración de Bernard Kouchner resonó como una renuncia y, de rebote, como una desautorización de quien aparece como un aprovechado de la lucha para la defensa de los derechos humanos al utilizarla como un trampolín hacia el poder político y más allá, hacia la cartera ministerial.

En el caso de Rony Brauman no existe ese riesgo. Partidario de la injerencia pacífica en la época de la Guerra Fría, Brauman se ha convertido en un crítico constante cuando dicha injerencia se transforma en una justificación de las invasiones armadas. Considera que las desventuras del Arca de Zoé son más un síntoma que una desviación, sostiene que cualquier forma de ayuda o solidaridad no implica necesariamente humanitarismo, y que no todas las acciones humanitarias son necesariamente buenas. Y en vez de asestar los principios o repetir los ideales, Rony Brauman opta por preguntarse sobre los límites de una forma de acción con la que sigue comprometido.

Una de las pocas personalidades que habla realmente con conocimiento de causa, Brauman jamás ha pretendido otras responsabilidades que las de la medicina o el humanitarismo, sin el menor desbordamiento en el plano político, sin la menor tentación de hacer carrera, sin la menor sospecha de negocios, al contrario del «cosmopolita» Bernard Kouchner y sus contratos gaboneses que permiten al ministro francés de Asuntos Exteriores cobrar sin remordimientos de una dictadura corrupta (3).

En suma, el fundador de Médicos Sin Fronteras y su sucesor constituyen las caras contrapuestas de un mismo brillante, en el que se apaga el oropel del fundador por la brillantez del sucesor.

Referencias

(1) » Kouchner ou lámbiguïté à la française » (Kouchner o la ambigüedad a la francesa), Christopher Caldwell, London Review of Books, 1 de agosto de 2009.

(2) Le Monde selon K. (El mundo según K.), Pierre Péan, Fayard, Febrero de 2009.

* Rony Brauman, médico especialista en patología tropical, de nacionalidad francesa, nació el 19 de junio de 1950 en Jerusalén. Presidente de Médicos Sin Fronteras de 1982 a 1994, en la actualidad es miembro de la Comisión Nacional Consultiva de los Derechos Humanos. Recibió el Premio de la Fundación Henri Dunant en 1977. Con el cineasta israelí Eyan Sivan realizó un documental, en 1999, basado en el proceso de Adolf Eichman (1961) a partir de ensayo Eichmann en Jerusalén, de la filósofa Hanna Harendt. Es autor de varias obras, en especial: Penser dans la urgence: Parcous critique d’un humanitaire, Seuil, 2006 -entrevista con Catherine Portevin-; Éloge de la désobéissance (Le Pommier, 1999, documento de acompañamiento de la película titulada Un spécialiste: Portrait d’un criminal moderne, realizado a partir del vídeo del proceso de Eichmann, con el cineasta Eyal Sivan); Les médias et l’humanitaire (con René Backmann, Victoires, 1998); Devant le Mal. Rwanda, un génocide en direct, Arléa, 1994; Le crime humanitaire. Somalie, Arléa, 1993. Su último libro, como señalábamos más arriba, esHumanitaire, diplomatie et droits de l’homme (Humanitarismo, diplomacia y derechos humanos), Cygne 2009, ISBN: 978-2-84924-152-3.

Fuente: http://www.renenaba.com/?p=2226

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.