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La National Library of Medicine añade un nuevo personaje a su galería de grandes de la ciencia.

Rosalind Franklin, pieza clave del descubrimiento de la estructura del ADN

Fuentes: elmundo.es

La ‘National Library of Medicine’, la biblioteca sobre medicina más extensa del mundo, añade un nuevo personaje a su galería de grandes de la ciencia: Rosalind Franklin, química británica cuyos estudios fueron fundamentales para la determinación de la estructura del ADN en 1953. El archivo ‘online’ de libre acceso de la National Library recoge documentos […]

La ‘National Library of Medicine’, la biblioteca sobre medicina más extensa del mundo, añade un nuevo personaje a su galería de grandes de la ciencia: Rosalind Franklin, química británica cuyos estudios fueron fundamentales para la determinación de la estructura del ADN en 1953.

El archivo ‘online’ de libre acceso de la National Library recoge documentos -que ha digitalizado en colaboración con el Churchill Archives Center de la Universidad de Cambridge (Reino Unido)- que pueden resultar de especial interés para estudiantes, científicos y amantes de la cultura. Correspondencia, una selección de estudios publicados en revistas especializadas, diarios, notas de laboratorio e informes y fotos desde su más tierna infancia hasta los 38 años, la edad de su temprana muerte.

Para Donald A. B. Lindberg, director de la National Library, Franklin fue una «científica bien dotada que difundió el uso de la cristalografía de rayos X [rama de la química que estudia la estructura de los cristales utilizando los rayos X] en la biología molecular. Sus estudios con difracción de rayos X fueron esenciales para descifrar la estructura de moléculas biológicas complejas como el ADN y las proteínas de los virus».

Rosalind Elsie Franklin nació en Londres en 1920. Fue la segunda de cinco hermanos de una familia anglojudía adinerada. Desde pequeña destacó en matemáticas y otras ciencias, además de tener facilidad para aprender idiomas. Para ella, tal y como escribía en una carta a su padre, «la ciencia y la vida cotidiana no pueden ni deben estar separadas».

En 1941 se graduó en Química Física en la Universidad de Cambridge. En plena Segunda Guerra Mundial, tuvo que elegir entre dedicar sus conocimientos científicos al beneficio inmediato de la población sometida al conflicto armado o a investigaciones con resultados a más largo plazo. Optó por esto último y comenzó a trabajar en la casi recién fundada British Coal Utilisation Research Association (BCURA). Centró sus investigaciones a la dilucidación de las microestructuras del carbón para conocer los motivos por los que variaban sus propiedades físicas, como la permeabilidad.

El ADN, tan sólo una anécdota en su carrera

En 1946 se trasladó a París para trabajar en el Departamento Nacional de Química francés. Cinco años después regresó a su tierra natal para comenzar su andadura como investigadora en la Unidad de Biofísica del King College en la Universidad de Londres. Allí se produjo el suceso por el que se la conocería en todo el mundo, la deducción de la estructura del ADN.

Instalada en su nuevo puesto, utilizó la difracción de rayos X para analizar moléculas de ADN y obtuvo nuevos datos que podían ayudar a la descripción teórica del ácido de la vida. Su colega en el King College, el físico Maurice Wilkins, tuvo la idea original de estudiar la molécula de ADN con técnicas cristalográficas de rayos X. Mantenía contacto regular con James Watson y Francis Crick, y les enseñó algunas de las imágenes que Franklin había obtenido con estos métodos sin que ella estuviera al tanto. Estas imágenes proporcionaron datos tan relevantes que les iluminaron en la carrera hacia la determinación de la estructura del ADN, hito científico por el que recibieron el Premio Nobel de Fisiología en 1962.

En realidad, su aportación al descubrimiento de la molécula de la vida fue una anécdota en su carrera, que se centró en los años posteriores en la investigación de la estructura de los virus que afectan a las plantas, sobre todo del virus del mosaico del tabaco. De hecho, hasta que James Watson no publicó sus memorias, ‘La doble hélice’, en 1968, nadie supo que su aportación había sido crucial.

En el libro, Watson daba una grotesca visión de la científica, algo que enfureció a sus familiares, colegas y amigos. Desde entonces no se ha olvidado su participación clave en el descubrimiento de la doble hélice e incluso se convirtió en ese momento en un icono en la lucha feminista.