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"Oybama" en Oslo

Rozando el ridículo

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por LB

Esta semana he disfrutado de una hora de felicidad.

Me dirigía a casa tras recoger el nuevo libro de William Polk sobre Irán. Admiro la sabiduría de este ex funcionario del Departamento de Estado usamericano.

Iba caminando por el paseo marítimo cuando de pronto sentí deseos de bajar a la orilla del mar. Me senté en una silla sobre la arena, bebí a sorbos un café y me fumé una pipa de agua árabe, el único humo que me permito ingerir de vez en cuando. Un rayo del suave sol de invierno pintaba una senda dorada sobre el agua, y un surfista solitario cabalgaba sobre la blanca espuma de las olas. La playa estaba prácticamente desierta. Un desconocido me saludó desde lejos. Algunos jóvenes extranjeros que pasaban por allí me pidieron permiso para probar mi pipa. De vez en cuando mi mirada se posaba sobre la lejana Jaffa para adentrarse después en el mar, una hermosa vista.

* * *

Por un momento me encontré en un mundo en el que todo estaba bien, lejos de los deprimentes asuntos que destacaban en el periódico de la mañana. Y entonces recordé que había sentido lo mismo muchísimos años atrás.

Ocurrió hace 68 años, exactamente en el mismo lugar. Era también un agradable día de invierno, frente a un mar tormentoso. Yo me encontraba de baja por enfermedad, tras haber sufrido un grave ataque de fiebre tifoidea. Estaba sentado en una hamaca, calentándome al suave sol de invierno. Sentía que mis fuerzas volvían a mí después de la debilitadora enfermedad y me olvidé de la lejana Guerra Mundial. Tenía 18 años y el mundo era perfecto.

Recuerdo el libro que estaba leyendo: La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler, un tomo prohibitivo que pintaba un cuadro completamente nuevo de la historia mundial. En lugar del criterio por entonces comúnmente aceptado según el cual el progreso había avanzado en línea recta desde la antigüedad hasta la Edad Media, y de allí a la era moderna, Spengler pintaba un paisaje de cadenas montañosas en las que una civilización sucedía a otra y en la que cada una de ellas nacía, crecía, envejecía y moría como un ser humano.

Yo estaba sentado, leyendo, y sentía que mis horizontes se ensanchaban. De vez en cuando posaba el libro con el fin de absorber los nuevos conocimientos. También entonces miré hacia Jaffa, a la sazón todavía una ciudad árabe.

Spengler afirmaba que cada civilización vive durante unos mil años, creando al final un imperio mundial, y que a partir de entonces una nueva civilización ocupa su lugar. En su opinión, la civilización occidental estaba a punto de alumbrar el nacimiento de un imperio mundial germano (Spengler era alemán, por supuesto), tras lo cual se impondría la civilización rusa. Acertó y erró: un imperio mundial estaba a punto de nacer, pero resultó ser el imperio estadounidense, y la civilización que la sucederá será probablemente la china.

* * *

Mientras tanto, los USA gobiernan el mundo, y ello nos lleva naturalmente a Barack Obama.

Escuché su discurso de aceptación del Premio Nobel. Mi primera impresión fue que era casi impertinente: presentarse a una ceremonia de paz y justificar la guerra. Pero cuando lo leí por segunda vez, y hasta por tercera, descubrí algunas verdades innegables. Yo también creo que hay límites a la no violencia. Ninguna no violencia habría detenido a Hitler. El problema es que esta noción sirve con mucha frecuencia como pretexto para la agresión. Cualquiera que inicia una guerra estúpida -una guerra que no va a resolver el problema que la provocó-, o una guerra que persigue un objetivo innoble, siempre quiere hacernos creer que no hay alternativa. Obama intenta pegar la etiqueta de «sin alternativa» a la guerra de Afganistán, una guerra cruel, innecesaria y estúpida como la que más, exactamente como nuestras tres últimas aventuras militares.

Las observaciones de Obama son dignas de reflexión. Invitan al debate, de hecho lo exigen. Pero resultaba extraño oírlas en la ceremonia de concesión de un premio de la paz. Habría sido más adecuado pronunciarlas en West Point, donde Obama habló una semana antes. (Un humorista alemán mencionó que Alfred Nobel, el fundador de los premios que llevan su nombre, fue el inventor de la dinamita. «Ese es el orden correcto de las cosas'», dijo: «primero dinamitas todo y luego haces la paz.»)

* * *

Yo habría esperado que Obama utilizara su discurso para presentar una visión del mundo realmente amplia, en lugar de tristes reflexiones sobre la naturaleza humana y la inevitabilidad de la guerra. Como presidente de los Estados Unidos, en una ocasión tan festiva, con toda la humanidad pendiente de sus palabras, debería haber subrayado la necesidad del nuevo orden mundial que debe nacer en el curso del siglo XXI.

La gripe porcina constituye un ejemplo de cómo un fenómeno fatal puede propagarse por todo el mundo en cuestión de días. Icebergs que se derriten en el Polo Norte hacen que islas del Océano Indico se sumerjan bajo el agua. La caída del mercado inmobiliario en Chicago provoca que cientos de miles de niños mueran de hambre en África. Las líneas que estoy escribiendo en este momento llegarán a Honolulu y Japón en cuestión de minutos.

El planeta se ha convertido en una única entidad desde el punto de vista político, militar, medioambiental, comunicativo y sanitario. Un líder que es también un filósofo debería esbozar las líneas maestras para la creación de un orden mundial vinculante en el que las guerras como instrumento de resolución de conflictos quedaran relegadas al pasado, un orden que aboliera los regímenes tiránicos en todos los países y que allanara el camino hacia un mundo sin hambre y sin epidemias. No mañana, desde luego, no en nuestra generación, pero sí como un objetivo a conseguir y al que dedicar todos nuestros esfuerzos.

Obama seguramente debe de estar pensando en todo eso. Sin embargo, representa a un país que obstruye muchos aspectos importantes de un orden global vinculante. Es natural que un imperio mundial se oponga a un orden global que limitaría sus poderes y los transferiría a instituciones mundiales. Por eso los USA se oponen al Tribunal Internacional y dificultan el esfuerzo mundial para salvar el planeta y para eliminar todas las armas nucleares. Por eso se oponen a que una gobernanza real del mundo sustituya a las Naciones Unidas, convertidas hoy prácticamente en un instrumento de la política de los USA. Por eso Obama alaba a la OTAN, un brazo militar de USA, y obstaculiza el surgimiento de una fuerza internacional realmente eficaz.

La decisión noruega de adjudicar a Obama el Premio Nobel de la Paz roza lo ridículo. En su discurso de Oslo Obama no hizo ningún esfuerzo para proporcionar a posteriori una justificación plausible para esa decisión. Al fin y al cabo, no se trata de un galardón concebido para premiar a filósofos, sino a activistas, no para recompensar palabras, sino hechos.

* * *

Cuando Obama fue elegido presidente, estábamos preparados para sufrir alguna decepción. Sabíamos que ningún político puede realmente ser tan perfecto como el candidato Obama parecía y sonaba. Sin embargo, la decepción es mucho mayor y mucho más dolorosa de lo previsto.

Abarca prácticamente todos los ámbitos posibles. Obama todavía no ha salido de Irak, pero se ha hundido aún más profundamente en el cenagal de Afganistán, una guerra que amenaza con ser más larga y más estúpida incluso que la guerra de Vietnam. Cualquier persona que busque un sentido a esta guerra buscará en vano. No se puede ganar, en realidad ni siquiera se sabe lo que constituiría una victoria en ese contexto. Se está luchando contra el enemigo equivocado -el pueblo afgano- en lugar de la organización Al-Qaeda. Es como incinerar una casa para limpiarla de ratones.

Obama prometió cerrar Guantánamo y los otros campos de tortura, pero todos ellos siguen en funcionamiento.

Prometió la salvación a las masas de desempleados de su país, pero derramó dinero en los bolsillos de los peces gordos, que siguen siendo tan depredadores y voraces como siempre.

Su contribución a la solución de la crisis climática es puramente verbal, como lo es su compromiso con la destrucción de las armas de destrucción masiva.

Es cierto que la retórica ha cambiado. La arrogancia moralista de los días de Bush ha sido sustituida por un estilo más conciliador y por la aparición de una búsqueda de acuerdos justos. Esto es algo que debe ser debidamente apreciado. Pero no demasiado.

* * *

Como israelí, estoy naturalmente interesado por la actitud de Obama con respecto a nuestro conflicto. Cuando fue elegido despertó grandes esperanzas, incluso exageradas. Como escribió esta semana el columnista de Haaretz Aluf Ben, «Lo consideraron como un cruce entre el profeta Isaías, la Madre Teresa y Uri Avnery». Me halaga verme incluido en semejante excelsa compañía, pero no puedo sino estar de acuerdo: la decepción ha acabado siendo tan grande como las expectativas.

Durante el largo discurso de Oslo, Obama nos dedicó 16 palabras completas: «Así lo estamos viendo en Oriente Medio, cuando el conflicto entre árabes y judíos parece recrudecerse».

Bueno, en primer lugar, no es un conflicto entre árabes y judíos. Es un conflicto entre palestinos e israelíes. Se trata de una diferencia importante: cuando uno quiere resolver un problema lo primero que tiene que hacer es tener una idea clara de él.

Más importante: se trata del comentario propio de un espectador. De un espectador que está sentado en su sillón y mira a la pantalla del televisor. De un crítico de teatro que redacta la reseña de una actuación. ¿Es esa la forma como el Presidente de los Estados Unidos debe contemplar este conflicto?

Si verdaderamente el conflicto se está recrudeciendo, los USA, y Obama personalmente, tienen gran parte de culpa. Su aquiescencia en la cuestión de los asentamientos y su entrega total al lobby pro-Israel en los USA han conseguido persuadir a nuestro gobierno de que puede hacer lo que se le antoje.

Al principio, Benjamín Netanyahu estaba preocupado por el nuevo presidente. Pero el miedo se ha disipado y ahora nuestro gobierno está tratando a Obama y a su gente con una irrisión rayana en el desprecio. Los acuerdos suscritos con la última administración se están rompiendo abiertamente. El presidente George W. Bush reconoció los «bloques de asentamientos» a cambio del compromiso de congelar todos los demás de manera permanente y de desmantelar los puestos de avanzada establecidos desde marzo de 2001. Ahora bien, no sólo los israelíes no han desmantelado un solo puesto de avanzada, sino que esta semana el gobierno israelí ha otorgado la calificación de «zona preferente» a decenas de asentamientos situados fuera de los «bloques», incluidos los peores nidos kahanistas. De uno de ellos salieron esta semana los matones que prendieron fuego a una mezquita.

El «congelamiento» es una broma. En este teatro del absurdo los colonos interpretan su papel en una representación de oposición violenta que está organizada y financiada por el gobierno israelí. La policía israelí no emplea contra ellos gas pimienta, gas lacrimógeno, balas de goma y porras, como hace todas las semanas contra los manifestantes israelíes que protestan contra la ocupación. Tampoco realiza incursiones nocturnas en los asentamientos para arrestar a activistas, como hace ahora en Bilin y otras aldeas palestinas.

En Jerusalén, ni que decir tiene, la actividad de asentamiento se encuentra en pleno apogeo. Los israelíes están expulsando de sus casas a familias palestinas al son de los gritos de júbilo de los colonos, y los pocos israelíes que se manifiestan contra la injusticia son enviados al hospital o a la cárcel. Los grupos de colonos que participan en estas actividades reciben de los USA donativos que desgravan impuestos, de modo que Obama está pagando indirectamente los mismos actos de condena.

* * *

Durante una feliz hora a la orilla del mar, bajo el suave sol invernal, logré expulsar lejos la deprimente situación. Sin embargo, antes de llegar a casa -un paseo de 10 minutos-, la situación regresó y volvió a caer sobre mí con todo su peso. Este no es tiempo para cómodos sillones. Todavía tenemos una lucha por delante, y para ganarla debemos movilizar todas nuestras fuerzas.

¿Y Obama? Oybama.

Fuente: http://www.counterpunch.org/avnery12212009.html