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En memoria de Camilo Torres

Sacerdote hasta la eternidad

Fuentes: Rebelión

Camilo, hombre de disyuntivas, constructor de puntos de bifurcación, su vida misma se forjó frente a los caminos negados para Colombia. A lo largo de su vida, Camilo evidenció una observación aguda del ser humano y de su vivencia en las sociedades concretas, su reflexión dinámica lo conduce a interrogar su proyecto de vida personal, […]

Camilo, hombre de disyuntivas, constructor de puntos de bifurcación, su vida misma se forjó frente a los caminos negados para Colombia.

A lo largo de su vida, Camilo evidenció una observación aguda del ser humano y de su vivencia en las sociedades concretas, su reflexión dinámica lo conduce a interrogar su proyecto de vida personal, hasta llegar a hacer de él una permanente identificación con un proyecto humano integral y de dimensiones universales.

La normalidad de la vida de un joven estudiante se rompe para ir al reencuentro con los demás a través del sacerdocio. En las raíces mismas del cristianismo edifica su nuevo compromiso: «Descubrí el cristianismo como una vida centrada totalmente en el amor al prójimo; me di cuenta que valía la pena comprometerse en este amor, en esta vida, por lo que escogí el sacerdocio para convertirme en un servidor de la humanidad».

Era una identidad con ese cristianismo originario, donde lo comunitario se coloca por encima de lo clerical, por eso el ejercicio de un apostolado no estará centrado en la práctica de los sacramentos, sino lo que logre cambiar la suerte eterna del hombre «haber dado comida, bebida, hospedaje, vestido, acogida real a nuestros hermanos.»

Este apostolado por la causa de los pobres se vio fortalecido cuando asumió con rigurosidad el estudio de las ciencias sociales, haciéndose sociólogo en la Universidad de Lovaina, pues para Camilo «toda acción debe estar precedida de un estudio de los problemas. No se puede resolver lo que no se conoce, y lo que se conozca hay que conocerlo científicamente».

La crisis de la sociedad colombiana y un apostolado apoyado científicamente abriría caminos desconocidos para esa doble realidad, la personal de Camilo y la colectiva del país, que al final lograrían configurar una esperanza redentora, que trascendería la misma muerte de Camilo.

Este apostolado-científico habilitaría una comprensión más terrenal de los grandes temas que han cruzado a la humanidad entera.

Ahora Dios, lo divino, será la conciencia de la existencia del mal y la posibilidad real de superarlo aquí y ahora. La divinidad estará entonces en la terrenalidad de las soluciones a los problemas de los seres humanos. La divinidad es la correspondencia entre la actuación de cada hombre con el proyecto humano.

Los espíritus son siempre buenos, pues encarnan el carácter colectivo de los destinos humanos. El proyecto humano es por esencia colectivo.

Lo perverso en el hombre, como negación del destino colectivo jamás podrá cristalizar en un espíritu, y tampoco logrará trascender la temporalidad de una existencia individual.

El pecado como los obstáculos que se colocan en la construcción de un destino colectivo, pero que no alcanza a ser la negación de él. El reconocimiento del pecado será la posibilidad del reencuentro con el destino común.

El apostolado de Camilo se convierte en la necesidad de «dar un testimonio de desinterés, y de seriedad en nuestra actividad personal». La práctica social entendida como el lenguaje de los hechos, elocuente por sí misma, se junta con el pensamiento antidogmático del Papa Juan XXIII, cuando en su Encíclica Pacem in Terris cuestiona la rigidez de las doctrinas al señalar que éstas «una vez elaboradas y definidas, ya no cambian, mientras que tales iniciativas, encontrándose en situaciones históricas, continuamente variables están forzosamente sujetas a los mismos cambios», producen en Camilo una síntesis poco común en los intelectuales y revolucionarios, la consecuencia práctica y una gran apertura al diálogo de las ideas y de teorías.

Colombia es la prolongación de los devastadores acontecimientos de una época de reciente violencia que dejó más de trescientos mil muertos, y con la llamada «pacificación» se continuó reproduciendo y acrecentando las ya viejas estructuras de injusticia. El pacto oligárquico del Frente Nacional llevó a Camilo a considerar que «la falta de dirigentes en un país se hace tanto más evidente cuanto más abultados y complejos son los problemas con que se enfrenta la sociedad. Estos, por ser protuberantes, no se pueden eludir y por ser complejos desenmascaran la ineptitud de los dirigentes.»

La existencia de un bloqueo institucional llevó a Camilo más allá de su apostolado, había comprendido «que en Colombia no se podía realizar este amor simplemente por la be­neficencia sino que urgía un cambio de estructuras políticas, económicas y sociales que exigían una revolución a la cual dicho amor estaba íntima­mente ligado».

Al avanzar en un mayor compromiso, Camilo se adentra en el ejercicio de la política, para él es el camino que ha de conducir a la libertad humana. Para evitar mayores conflictos con la iglesia solicita se le levantara la sujeción a sus leyes. Pero reafirma su carácter al señalar: «me considero sacerdote hasta la eternidad y entiendo que mi sacerdocio y su ejercicio se cumplen en la realización de la revolución colombiana, en el amor al prójimo y en la lucha por el bienestar de las mayorías.»

Su interacción con la vida política del país, sus análisis y reflexiones fueron creando la forma y la textura del como transitar de la absurda realidad en que viven las mayorías, hacia un estadio de mayor felicidad posible, que en el contexto de la globalización actual recobran mayor vigencia, pues Camilo considera que «los esfuerzos aislados de cada nación pueden resultar antieconómicos. Mediante la integración regional podría estudiarse que género de inversiones podría ser más productivo… Esta planificación supranacional exige un margen de libertad, para que los países subdesarrollados puedan aprovecharse del juego de la competencia establecida entre los países desarrollados.» Estos planteamientos tienen su similitud con los esfuerzos de integración regional que hoy tratan de configurarse en la nueva América del Sur.

Los atranques de los países subdesarrollados son mayúsculos, superarlos sería un imposible si las mayorías a través de una verdadera planeación no logran cambiar las estructuras socio-económicas que permitan el desarrollo humano. Para Camilo las estructuras «no cambiarán sin una presión de las mayorías», dentro de esta presión necesaria también vislumbra las siguientes opciones:

«a) En los países subdesarrollados los cambios de estructura, no se producirán sin presión de la clase popular, b) La revolución pacifica está directamente determinada por la previsión de la clase dirigente, ya que el deseo, por parte de esta, es difícil de lograr, y c) La revolución violenta es una alternativa bastante probable, por la dificultad de previsión que tienen las clases dirigentes».

En las convicciones de Camilo «la humanidad no busca el conflicto. Es más, trata de evitarlo hasta donde sea posible». En ese sentido la revolución violenta podría ser evitable si las reformas partieran de la clase dominante, pero «el abismo entre esta clase y las mayorías populares se ahonda cada vez más y los sistemas de comunicación entre las dos se hacen cada día más precarios».

Ciencia o profecía, pero nacida de un testimonio sin igual, es la conclusión a la que llega Camilo, que nos hubieran evitado 40 años de guerra: «Sola­mente una autocrítica valerosa y sincera de la clase dirigente permitirá establecer el contacto entre las dos clases. De que este contacto se resta­blezca o desaparezca definitivamente dependerá la violencia o el acuerdo en que culminarán los próximos conflictos sociales en Colombia».

Antonio García es comandante del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia