Con frecuencia se repite este llamado de parte de asociaciones dedicadas a obras benéficas: «Ayúdanos a ayudarte». Pues ahora, ante la arremetida de los violentos contra todo aquel que lucha por los valores de la vida y que la tenebrosa dialéctica uribista ha dado en denominar «aliados del terrorismo», el llamado desborda y trasciende la […]
Con frecuencia se repite este llamado de parte de asociaciones dedicadas a obras benéficas: «Ayúdanos a ayudarte». Pues ahora, ante la arremetida de los violentos contra todo aquel que lucha por los valores de la vida y que la tenebrosa dialéctica uribista ha dado en denominar «aliados del terrorismo», el llamado desborda y trasciende la mera caridad. «Defendamos a quienes nos defienden», tal debe ser la consigna en estos tiempos cruciales de nuestra historia. O, porqué no, «Movilicémonos también por ellos». Porque es que voces tan calificadas como la de la Relatora Especial para defensores de derechos humanos de la ONU, la de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos -CIDH-, y la de la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los derechos humanos en Colombia -OACNUDH-, claman ante la sociedad, el gobierno y el Estado por la protección de aquellos que con pasión y coraje se han entregado a velar porque los derechos humanos en Colombia sean respetados, corriendo por ese solo hecho de invocación a la elemental justicia, toda clase de peligros que van desde la persecución sin piedad hasta su propia muerte.
El reciente caso del abogado José Humberto Torres, miembro del Comité de Solidaridad con Presos Políticos desde hace cerca de 30 años y uno de los más decididos y valerosos denunciantes de las violaciones a los derechos humanos -ya recurrentes en nuestro país-, es a todas luces preocupante. Se ha tenido la certeza de que tanto «Los Rastrojos», como algunos paramilitares y ciertos señalados parapolíticos recluidos en cárceles, vienen ofreciendo la suma de 200 millones de pesos a quien lo asesine. Y no es un ofrecimiento caprichoso. La razón de su condena de muerte, óigase bien, no es otra que el haber defendido el derecho a la vida de numerosos personas perseguidas y sacrificadas, tras contribuir osadamente en la denuncia y posterior condena de siniestros personajes tales como Carlos Castaño, Jorge Noguera, Juancho Dique, «Don Antonio», Jorge 40 y Salvatore Mancuso.
Y vaya paradoja, el doctor Torres tiene «asiento» en la Mesa Nacional de Garantías creada por el Estado y la sociedad civil en busca de seguridad para aquellos que ejercen la defensa de lo derechos humanos, lo que significa que estarían «velando» por su integridad física aquellos que la conforman que son nada menos -entre otros-, los Ministros del Interior y de Justicia, el Director del Programa Presidencial de Derechos Humanos y DIH, el Director General de la Policía Nacional, el Procurador General, el Fiscal General de la Nación, etc., etc. Falta saber que hará la recién creada Unidad Nacional de Protección frente a este desangre de hombres y mujeres que con vocación casi suicida se han entregado a la defensa del derecho que tienen ellos a salvaguardar el derecho que tienen los demás a que se respete la vida de todos.
«Defendamos a los Defensores», clamaba no hace mucho El Tiempo en uno de sus editoriales mientras revelaba cifras escalofriantes provenientes tanto de la Comisión Colombiana de Juristas como de la Corporación Arco Iris: ¡Cada 36 horas es agredido un defensor de los derechos humanos en Colombia y cada ocho días muere asesinado uno de ellos, y en el 2011, 55 fueron asesinados o desaparecidos!
Si no nos ocupamos de quienes se ocupan de nosotros, si la sociedad y los gobiernos de turno no hacen consciencia y actúan en consecuencia por velar tanto por los derechos humanos como, y muy en particular, por quienes lo dan todo para su salvaguarda, si permitimos que la persecución delirante desatada durante el régimen uribista no ceda y cese, cada uno de nosotros podrá esperar la suerte que se vislumbraba en aquel premonitorio poema de Martin Niemöller atribuido equivocadamente tantas veces a Bertolt Brecht:
Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.
Este clamor, lo sé bien, no es más que el aporte de un grano de arena en el mar de responsabilidades apremiantes que deberíamos asumir reclamando el derecho a la vida de quienes sacrifican la suya mientras protegen la nuestra.
Y es que la pregunta obligada y puntual en estos ciertamente dramáticos momentos, tendría que ser esta: Y a los defensores de los derechos humanos, ¿quién los defiende?
(*) Germán Uribe es escritor.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.