Un nuevo aniversario se cumple hoy del nacimiento, en 1908, de Salvador Allende. Un nuevo monumento, esta vez en la comuna de San Joaquín, se agregará a los centenares que lo recuerdan en todo el mundo. Calles y plazas, escuelas y naves, salones de edificios institucionales llevan su nombre. Para nadie son secretas las razones […]
Un nuevo aniversario se cumple hoy del nacimiento, en 1908, de Salvador Allende. Un nuevo monumento, esta vez en la comuna de San Joaquín, se agregará a los centenares que lo recuerdan en todo el mundo. Calles y plazas, escuelas y naves, salones de edificios institucionales llevan su nombre.
Para nadie son secretas las razones de tanta admiración y reconocimiento. Es que el político socialista, ministro del gobierno del Frente Popular, senador y luego presidente de la república, fue hasta su último día -y esto, literalmente- un ejemplo de honestidad y consecuencia.
Consecuencia, sí, pero con los grandes ideales por los que vale la pena vivir. Lealtad con su pueblo. Incansable en la lucha social y política. Despierto a todos los vientos de pueblo, atento a cada reivindicación de los explotados y postergados. Un «hermano mayor», o un padre, de los suyos, que eran la inmensa mayoría en las ciudades y los campos, en las caletas olvidadas, en los talleres y las fábricas, en las más humildes escuelas y las más prestigiosas universidades.
Soñaba un Chile justo, democrático, con salarios dignos y la mesa abierta para saciar el hambre de todos. Enemigo de los privilegios que no se sustentaran en el talento y el esfuerzo, y no estuvieran al servicio de todos.
Lo calumniaron hasta los peores extremos, pero se fue de la vida con las manos limpias, no dejando a sus más inmediatos otra herencia que la de un nombre respetado por todos y venerado por muchos.
En algunas semanas se cumple otro aniversario, estrechamente ligado a su obra de político y de gobernante: la nacionalización del cobre. Calificada hace algunos días como «un error histórico» por quien ocupa nada menos que la subsecretaría de Minería en el actual gobierno, esa hazaña tiene un lugar central en nuestra historia. ¿Habrá que leer, tras esta insólita declaración, una suerte de «mea culpa» del mismo sector político, la derecha, al que pertenece ese funcionario? ¿Se trata de una confesión de que al prestar sus votos para la aprobación unánime del parlamento que abrió las puertas a la recuperación de nuestra riqueza fundamental, estaba obedeciendo a un oportunismo político, que no tuvieron el valor de oponerse a una demanda que contaba con el respaldo de la más amplia mayoría y que era sinónimo de un patriotismo auténtico y no simplemente discursivo y de un ejercicio de soberanía?
En el Chile que soñó y comenzó a construir Salvador Allende no había educación signada por el lucro. Se avanzaba a pasos gigantescos en los frentes de la salud y la vivienda. Los trabajadores podían organizarse libremente y sus sindicatos y federaciones era respetados, así como su Central Unica, la CUT de entonces. Eran impensables escándalos como los de las farmacias y las empresas del transporte coludidos para mejor exprimir los escasos recursos de la gente, episodios tan repudiables como los que en torno a La Polar protagonizan destacadísimos personeros de las finanzas y el propio gobierno.
En el nuevo Chile que habrá que reconstruir cuando se haya superado el largo paréntesis abierto el 11 de septiembre de 1973, sin duda el recuerdo de Salvador Allende cobrará aun mayor vigencia.
– Fuente: www.elsiglo.cl