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De Dario Fo

San Francisco, juglar de Dios.

Fuentes: Lo que somos

Sobre un texto del Nóbel Dario Fo, cargado de ideología («ideología: la persona que tiene ideas fundamentales que caracterizan su pensamiento») y lleno de puro teatro, teatro del medioevo, el de los juglares que sabían burlarse graciosa y artísticamente de los poderosos, nos adentramos en la vida de San Francisco, un santo que fue del […]

Sobre un texto del Nóbel Dario Fo, cargado de ideología («ideología: la persona que tiene ideas fundamentales que caracterizan su pensamiento») y lleno de puro teatro, teatro del medioevo, el de los juglares que sabían burlarse graciosa y artísticamente de los poderosos, nos adentramos en la vida de San Francisco, un santo que fue del pueblo y para el pueblo, que se acerca incluso a los que no somos creyentes. El San Francisco de «Fo», es juglar en sus prédicas, en sus oraciones, en su vida. Porque lo que estamos viendo, ¿es imaginado o es real? Que más da, para eso esta la «fe» de cada uno, en lo religioso o en lo juglar.

«Fo» nos acerca un San Francisco lleno de ética, de humildad, que no acepta el poder, pero que interpreta la belleza en todo lo que ve, sin distinción de lo humano, material o divino. La belleza es el amor a uno mismo y a todos, es la humildad más natural que pueda existir, desde la desnudez de nuestro cuerpo a la renegación de lo superfluo. «Fo» nos hace llegar a un San Francisco, rebelde y solidario, libertario y juglar. ¿Por qué en que siglo estamos en el XIII o en el XXI?.

Encima de las tablas nos encontramos a Rafael Álvarez «El Brujo». Al comienzo de la obra te sientes expectante sin saber que es lo que te vas a encontrar pero no han pasado ni cinco minutos de función, cuando ya estás totalmente sumergido en ella y estás dispuesto a participar en un monólogo que es tan real como el mundo actual en el que vivimos. Los gestos, los movimientos, la mirada y su palabra te envuelven y te enganchan, en una sala que se impregna totalmente de la interpretación de un artista de raza, que sabe sorprenderte a cada segundo.

«El brujo» te pasea por la vida de San francisco con diálogos mordaces, hilarantes, con unos golpes llenos de una ironía totalmente actual, buenísimos, pero al mismo tiempo te sitúa en este mundo global, donde se repiten las mismas barbaridades desde hace ocho siglos, algunas cosas no han evolucionado nada.

Han pasado dos horas y la función acaba (tienes que comprobar el tiempo con el reloj, porque no te lo crees). Tú sigues pensando, con el sabor de la carcajada participativa en una obra que no te deja al margen, como en el teatro que es tu vida.

¡»El Brujo» juglar del mundo!.