Juan Valdez está cumpliendo 50 años y anda por el mundo con una marca de café en la mano entregándosela a todo el que lo saluda, con el INRI de no poder decir nada porque le tienen prohibido dar declaraciones. Parece que todavía buena parte de los colombianos creen que somos un país cafetero y […]
Juan Valdez está cumpliendo 50 años y anda por el mundo con una marca de café en la mano entregándosela a todo el que lo saluda, con el INRI de no poder decir nada porque le tienen prohibido dar declaraciones.
Parece que todavía buena parte de los colombianos creen que somos un país cafetero y que el café sigue siendo nuestro principal producto de exportación, o que la Federación sigue siendo esa sombrilla bajo la cual pelecharon no solo ‘el caturra’ sino los elegidos de la clase política gobernante como el delfín de la casa Santos. Es tan así, que en la celebración de estos 50 de Juan Valdez, el Presidente dijo que llevaba en las venas «sangre cafetera», de la que probablemente todavía le queda de sus dorados años en Londres.
Ciertamente la economía cafetera fue una época dorada, incluso para los campesinos de pata al suelo que salían de sus fincas con su arroba de café a mercar, porque el grano era «moneda corriente» y en cualquier tienda de pueblo se lo compraban o se lo cambiaban por lo que pidiera.
Esa vida -y la misma cultura cafetera- es cosa del pasado. En 1989, siendo Gerente Comercial de la Federación de Cafeteros, Juan Camilo Restrepo (hoy ministro de Agricultura), se dejó romper el pacto de cuotas que permitía la estabilidad de los precios, y se le entregó al libre mercado. Las consecuencias no se hicieron esperar. Pocos días después los precios del grano cayeron aceleradamente hasta niveles nunca sospechados. Hoy, según los datos más recientes, la cosecha cafetera cayó de 12 a 8 millones de sacos, y así mismo las exportaciones, con lo que, los buenos precios del momento (US$2,37 la libra), sólo están beneficiando a los ‘pulpos’ que pudieron sobrevivir a la voraz competencia del mercado.
El «Juan Valdez», ese que según el presidente Santos debiéramos ser todos los colombianos, ya ni siquiera abastece la demanda interna, pues, actualmente estamos importando 500.000 sacos del mercado internacional.
Por supuesto, esta hecatombe cafetera, que llevó a la ruina a millones de familias campesinas, no se dio silvestre ni intempestivamente. Los índices comenzaron a deteriorarse aceleradamente a partir del momento en que le entregamos al mercado la economía cafetera, y en general, la de todo el país.
¿Y, quién responde? Nadie, porque en este país al perderse la memoria histórica se ha perdido también la responsabilidad política. Por ahí se oye en el eco de estos 50 de Juan Valdez que el gobierno nacional y el gremio cafetero llegaron a un acuerdo para aprovechar la bonanza del momento.
¡Aleluya! No se requiere ir al oráculo de Delfos para descubrir la demagogia del acuerdo, pues, mal podría esperar el país que los daños a la economía cafetera (y a la economía en general), se puedan reparar con las mismas teorías que los provocaron.
A propósito, no parece ético ni legal que se haya usurpado comercialmente un ícono que fue creado como símbolo de la caficultora nacional. La marca pudiera demandarse como un robo a la Federación.
http://www.argenpress.info/2010/08/sangre-cafetera-lo-santos.html