Conocí a Santiago Carrillo a través de mi amigo Manolo Azcárate. Manolo, una de las personas de la resistencia antifascista que más me impresionó por su compromiso, integridad y dedicación a conseguir una España justa, democrática y plural, era la persona encargada de las relaciones internacionales del Partido Comunista de España, el PCE. Fue para […]
Conocí a Santiago Carrillo a través de mi amigo Manolo Azcárate. Manolo, una de las personas de la resistencia antifascista que más me impresionó por su compromiso, integridad y dedicación a conseguir una España justa, democrática y plural, era la persona encargada de las relaciones internacionales del Partido Comunista de España, el PCE. Fue para mí un honor colaborar con aquel partido que dirigía la resistencia frente a la dictadura. Fruto de tal colaboración, tuve la oportunidad de conocer a Manolo y, a través de él, más tarde, a Santiago Carrillo. En una de estas colaboraciones, Manolo me pidió que intentara organizar una visita de Santiago Carrillo a EEUU y al mundo político de Washington. Mi amigo David Harvey, entonces profesor de geografía humana en la The Johns Hopkins University, y yo, también profesor (de Políticas Públicas de tal Universidad), visitamos al Presidente de nuestra Universidad, proponiéndole que se invitara al Secretario General del Partido Comunista de España. Al Presidente le pareció una idea excelente. Se organizó una visita a Hopkins, incluyendo una reunión con la plana mayor del Departamento de Estado del Gobierno Federal de EEUU en el SAIS, el Centro de Estudios Internacionales Avanzados de la Johns Hopkins University. Este centro tradicionalmente ha estado muy próximo a dicho departamento del Gobierno Federal de EEUU.
Santiago me pidió que le acompañara durante toda la visita, actuando como traductor suyo en muchas de estas reuniones, incluyendo la reunión con el Departamento de Estado de EEUU. En tal reunión, Carrillo expuso con toda claridad la España que el PCE deseaba, una España democrática, justa y plural, que no perteneciera a ningún bloque militar. Y subrayó los principios del eurocomunismo.
Fue durante aquellos días intensos en su visita a EEUU que tuve la oportunidad de hablar con él de muchos temas. Y a mi respeto por él como persona se añadió la estima personal, estima que continuó hasta su último día. Guardo con gran cariño la carta reciente que me envió agradeciéndome el trabajo de desmitificación de la sabiduría convencional que se impone y reproduce diariamente en los mayores medios de información y persuasión del país que estaba haciendo.
Tal estima (que creo era mutua) continuó a pesar de los desacuerdos que también tuvimos, de los cuales los más importantes eran sobre la visión de la Transición, desacuerdos que también he tenido con otros protagonistas de la Transición a los que tengo también gran estima. Mi desacuerdo no era tanto en cómo se hizo (aunque también creo que hubo errores, por parte de las izquierdas, incluido el PCE, que Santiago admitió más tarde), sino en cómo se la definía. Creía, y continúo creyendo, que era un gran error definirla como modélica, pues si así fuera, se deberían considerar sus resultados, tales como el sistema democrático que la Transición produjo, también como modélico. Y ahí sí que creo que será difícil para una persona de izquierdas admitir que tal democracia era modélica. Es cierto que como bien me respondía Santiago «Vicenç, el punto clave de la Constitución, la gran victoria de las izquierdas, es que admite que la soberanía viene del pueblo». Y esto era un avance enorme, y a las izquierdas correspondía el mayor mérito de que así pasara. Basta comparar los documentos que habían preparado los primeros gobiernos nombrados por el Monarca (que no tenían nada de democráticos) con el resultado final. Sin las movilizaciones obreras, que forzaron tal rediseño de tales borradores (movilizaciones en las cuales el PCE tuvo mucho que ver), tal principio de soberanía popular no habría constado en aquel documento.
Pero -y ahí estaba mi crítica- definir la Transición como modélica llevaría a considerar la Constitución, también como modélica. Y ahí sí que pensaba y continúo pensando que la Constitución y la Transición que la produjo dejaba mucho que desear como modélica. Es más, el Estado continúa dominado por las fuerzas que habían dominado la dictadura, lo cual no quiere decir que no haya fuerzas democráticas en tal Estado. Pero están en una situación dependiente. La continuidad de la Monarquía era un elemento y condición clave de la continuidad de tal dominio.
Es cierto, de nuevo, que como Santiago me decía, la situación en España en aquel momento no daba para más. Bien, aceptemos esto, si ello era cierto (y creo que Santiago llevaba razón). Pero por favor -le decía yo- no le llaméis modélico. Y continúo pensándolo. La Constitución era resultado de un enorme desequilibrio de fuerzas, entre unas derechas que controlaban el Estado y unas izquierdas que acababan de salir de la clandestinidad. Era una Constitución que solidificaba unas relaciones de poder que no deberían considerarse eternas. La pobreza del Estado social español (continuamos a la cola de la UE en gasto público social) y la irresolución de las articulaciones de las distintas nacionalidades dentro del Estado (fenómeno que aparece con toda claridad ahora, con el crecimiento del independentismo en Catalunya, como escribo en mi artículo en Publico «¿Qué pasa en Catalunya, y en España?»), se basa en aquel desequilibrio de fuerzas.
Me alegra constatar que en la misma manera que Santiago me convenció de que no había otra manera de hacer la Transición, creo que ya con el tiempo Santiago vio que aquella Constitución debía ponerse al día en muchas áreas, que sería resultado de una presión de las fuerzas democráticas que probablemente liderarían las izquierdas (y digo en plural, porque Santiago estaba trabajando para que se hiciera una amplia coalición de todas las fuerzas de izquierdas, ampliada a movimientos democráticos y movimientos sociales, con gran presencia de los sindicatos). Era la necesidad de una nueva Transición de la democracia incompleta a una democracia completa que diera origen a una España más democrática, más justa y más plural, incluyendo la pluralidad nacional.
Una última observación. En contra de lo que constantemente se anuncia, no son las grandes personalidades las que escriben la historia. Santiago Carrillo hubiera sido desconocido si no hubiera sido porque representaba a miles y miles de militantes del PCE que dieron lo mejor de su vida para conseguir tal democracia y tal libertad. El país debe un homenaje a tales militantes desconocidos. Carrillo supo representar tal sentido de compromiso y sacrificio, que cumplió con gran dignidad y gallardía. Pero no fue él, sino los miles y millones que él representaba (y que hoy están brutalmente discriminados en España) los que hicieron posible la visibilidad de su dirigente y la mal llamada e inexistente reconciliación. Aquel establishment que ahora le aplaude hizo todo lo posible para que el proyecto que él representaba desapareciera de España. Y el hecho que el establishment fuera exitoso en ello ha debilitado enormemente a todas las izquierdas, un punto que la socialdemocracia española nunca entendió.
Vemos ahora cómo el establishment español intenta hacer suya la figura de Carrillo. Cuando se dice que fue una persona clave en la Transición, se olvida que había miles y miles de personas, que él representó, que fueron las que hicieron posible tal Transición. Y hay que reconocer también que sus seguidores consideran que tal agradecimiento por lo que llaman reconciliación, no será real hasta que aquellos representados por largos periodos de tiempo por Santiago, vean sus demandas por más justicia, más libertad, más democracia y más pluralidad, convertidas en realidad en nuestro país.
Vicenç Navarro. Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
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