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Santos, primer año con giros en la «continuidad»

Fuentes: Le Monde Diplomatique, edición colombiana

Una popularidad alta durante el primer año de gobierno ha sido una constante de todos los presidentes colombianos. Más aún desde cuando es norma gobernar mediante un constante mensaje a los gobernados o encabezar un gobierno mediático por su uso y su utilización. Así son los datos de los más recientes presidentes: César Gaviria 72 […]

Una popularidad alta durante el primer año de gobierno ha sido una constante de todos los presidentes colombianos. Más aún desde cuando es norma gobernar mediante un constante mensaje a los gobernados o encabezar un gobierno mediático por su uso y su utilización. Así son los datos de los más recientes presidentes: César Gaviria 72 por ciento, Álvaro Uribe y Andrés Pastrana, 71 por ciento, Ernesto Samper 60 por ciento, y ahora, Juan Manuel Santos, 72 por ciento, en una ratificación de tal constante.
En un primer término, la recomposición de las relaciones con sus vecinos (Ecuador, Venezuela) o la mejora de otras (Brasil, Argentina), pero a la vez proyectando al país en el concierto continental, sin disputar con ninguno de sus pares; prudentes giros frente a la herencia que recibió favorecen la percepción social y la imagen del actual jefe de Estado. Un timonazo con origen y motivo en el tiempo político-económico que vive el mundo.

Tiempo que, aunque no es totalmente diferente del de su antecesor, sí tiene las características de una marejada que golpea las estructuras de las potencias del Norte, y de manera muy notoria las murallas que protegían y favorecían el dominio global de los Estados Unidos (patrón dólar, endeudamiento sin fin). La realidad despierta una oportunidad o una amenaza.

Mientras para unos habría sido nada más que un yunque para atarlos más a la potencia dominante, para otros -entre ellos Santos-, con previsión de las consecuencias económicas en sus propios intereses, es la ocasión para desatarse un poco, el necesario en propia defensa, del dominio de Estados Unidos. O al menos una oportunidad para maniobrar y no cargar con las consecuencias de la caída de su economía: más atención a Mercosur, tratados de libre comercio con variedad de países, llegando a desestimar o menguar la prioridad del mismo acuerdo que está pendiente con los estadounidenses, relaciones bilaterales más dinámicas con los países de frontera, incluso con Brasil -potencia en ascenso y competidora de Estados Unidos en la región- son parte de la gestión de Santos y de la brisa que sopla en estas costas.

Recupera así, en parte, el factor internacional que su antecesor perdió, y la opinión pública acepta y califica de manera favorable esta forma de proceder. Así lo confirman las encuestas. Sin embargo, no le dan carta blanca en otros aspectos (empleo, por ejemplo), como destaca Libardo Sarmiento Anzola en su artículo de esta edición (pág. 4). Pero las novedades y los giros no terminan en este punto.

En economía, con su afirmación, mirando al ex presidente brasileño Lula da Silva, «el neoliberalismo puro no funciona», deja en claro hasta qué punto Santos capta la crisis y hasta advierte sobre la firma de sorpresivas -y desde hace años impensables- decisiones económicas en Colombia. Como podrían ser algunas ‘progresistas’ a cargo de un Estado con más vocación social. Tal ruptura podría incluso dar cuenta de aspectos parciales -no estructurales- de la política económica que ha dominado en Colombia durante décadas y en cuyo diseño participó como ministro de distintos ramos, en más de una década, el ahora Presidente (1).

Aquello no significa favorecer a los negados de siempre. Pudiera sorprender con una visión del Estado y de la economía más acorde con los tiempos que corren. Son parte de los cambios por notar entre la era Uribe y el gobierno Santos. De su mano resaltan las diferencias entre las cabezas más visibles de dos proyectos de dominio en el país. Para el caso, el papel de la tierra en la actual coyuntura mundial es parte de esta contradicción.

La reciente declaración del Presidente sobre el particular, «[.] poner a producir en forma más selectiva los 38 millones de hectáreas dedicadas a la ganadería extensiva, que es la forma más ineficiente de todas de utilizar nuestro sector agropecuario, nuestra tierra» (2), resume las visiones de disparidad sobre el particular y pone en claro las tensiones que están por ahondarse con la base más tradicional del establecimiento.

La rentabilidad es el fondo de la discordia. No el beneficio social que pueda desprenderse de su uso. Igual cosa sucede con la apropiación -ilegal- ineficiente del campo, que tiene lugar en medio de la confrontación contra la insurgencia entre la penúltima y la última década del siglo XX, y la primera del presente. Una vez puesto en práctica ese violento proceso con apoyo e impunidad de fuerzas estatales e instituciones, ahora corresponde que esos miles de hectáreas entren en producción. Es éste un viraje a favor de la rentabilidad, que implica, para la visión del Gobierno, una reorganización del territorio y sus pobladores. Medida parcial -sin verdad y sin total reparación y justicia- que, sin desconocer a los propietarios originales del suelo, los vincula para una legalización de la propiedad vía alianza con multinacionales agrarias, con adelanto en los próximos años y consecuencias desfavorables para los eternos negados.

El inmenso diseño en cierne para la zona de la altillanura -Vichada, Meta, Casanare- dibuja en toda su proyección los intereses en juego y el modelo agrario por consolidarse en el país. Para este modelo ya no es necesaria una alianza poco santa con sectores tradicionales del campo. Así lo indicó Juan Manuel Santos: «[.] Colombia es uno de los pocos países en el mundo que tiene un área por explotar, por conquistar, muy amplia. En la sola altillanura se han identificado 4,3 millones de hectáreas listas para poner a producir. Y tengan ustedes en cuenta que la totalidad de las hectáreas que están produciendo en Colombia suman cinco millones» (3).

Ineficiencia, corrupción, criminalidad, exclusión, concentración de la riqueza, son parte de las principales características del campo colombiano. El proyecto ahora por potenciar desde la Casa de Gobierno, afin a las orientaciones de la banca multinacional (4), considera posible romper la tradición improductiva y señorial a partir de sus nuevos aliados: las multinacionales del campo -ya no los terratenientes, ni necesariamente los agentes del agro-narco-paramilitarismo. Pero esta participación multinacional, según los indicadores globales, no garantiza redistribución ni equidad ni equilibrio ambiental sino todo lo contrario.

Sin reparar en tales datos, afanado por la titulación de los tradicionales propietarios de miles de hectáreas arrebatadas a la selva en las últimas cuatro o cinco décadas por los colonos desplazados de la llanura, las sabanas y la cordillera, Santos propicia, a través de la «Ley de víctimas y de restitución de tierras», una reorganización de la propiedad y la producción. Sin embargo, contrario a los mensajes oficiales, hará de Colombia no un país de campesinos propietarios -como siempre desean y luchan ellos- sino un refugio de grandes propietarios, sembrando con subsidios estatales.

Es así como la coca y otros psicotrópicos ya no cumplen papel alguno en este modelo agrario: ahora estorban. Selva adentro será el destino de esta producción, que no desaparecerá mientras el gran mercado en expansión del Norte global la demande. Y en este contexto, como en el del conjunto del Estado, la ineficiencia y la corrupción que liquida la integración vial del país con el resto del continente ya no ayuda ni procede con la magnitud anterior para sus intereses. Por tanto, bandera fundamental de la economía en esta administración es la integración regional, que buscará llevar a cabo. Es época de negocios y la ideología puede esperar.

A la par con identificar una parte de los corruptos y el intento por mayor eficiencia en el manejo del Estado, debilita y aisla a los sectores más peligrosos del mismo, que se acabó de heredar. En su nuevo propósito, identifican algunas de sus fuentes de financiación, les reducen el aire, como ocurrió entre agosto 2010 y 2011 con algunas de las contrataciones dentro del ejército y de las rentas de la salud, así como las que soportan inmensos contratos en varias ciudades o entre departamentos.

En la gestión del primer año aparecen estos logros mediáticos como la inclusión dentro de la agenda económica global-continental, y las proyecciones económico-empresariales de la élite criolla, con los cuales santos espera superar la miseria y la pobreza del país, con índices que destacan tal tragedia en primerísimo lugar del continente y el mundo. En repetidas ocasiones, el Presidente destacó esta realidad, con promesas de que en poco tiempo ya no será así.

La pobreza, la indigencia, la desigualdad social, son producto palpable de un modelo económico, social y político que ha dominado por décadas al país. ¿Cómo superar sus efectos sin romper el modelo que las propicia? Y, en contrario, insisten en lo mismo, involucionan a los orígenes (siglo XIX): según sus intereses y aliados, la minería será la fuente de recursos que permitirá que algunos fluyan para que los miserables dejen de serlo y los pobres mejoren su estatus.

En Santander, quienes consideran inviolables los páramos y las fuentes de agua se han opuesto a la «locomotora minera». Lo mismo ocurrió en el Quindío el pasado 5 de agosto (5), cuando en sesión pública con el gobernador y el alcalde de su capital, Armenia, cientos de ambientalistas y líderes sociales declararon su oposición al arrasamiento del territorio. La inconformidad con este modelo que deja al país a expensas de la depradación es creciente y marca, sin duda, un aspecto de los más negativos del primer año santista.

A la par de la minería, se ofrece revolucionar el campo (6) con las medidas que se están tomando. Una exageración, cuando no una manipulación de la vilipendiada palabra revolución. En efecto, ¿cómo revolucionar una realidad que se mantiene sobre la misma estructura que la soporta por tanto tiempo, estructura que permite el despojo de los campesinos y la multiplicación de la pobreza en el país?

Indudablemente, son contradicciones y límites de la economía, la política y el lenguaje del proyecto que lidera el actual Presidente, y que permiten visualizar las fronteras entre un proyecto nacional auténtico -que reforme e incluso transforme la estructura económica, política y social heredada- y las simples medidas de reajuste que no hacen más que reacomodar las cargas en la cima del poder. Todo en un reacomodo/disputa que prolonga la dominación histórica que sojuzga a la mayoría de los habitantes de Colombia.

Estamos, pues, no ante un giro sino ante la continuidad que sigue también por el lado de la justicia y la reforma que se intentan. Con más concentración del poder y menos espacio para el ejercicio de los derechos sociales con más y continuas violaciones, como muestra el quebrantamiento del derecho a la salud, al trabajo, a la educación, pero también a la vida misma. Esta violación extiende una inmensa sombra de continuidad con su antecesor. Del dicho al hecho, como asegura la sabiduría popular, hay mucho trecho, y en este caso es evidente.

Peor aún, la continuidad se acompaña de la repetición del discurso en relación con el conflicto armado. La fórmula no pasa de concebir la rendición de la guerrilla, aunque la realidad muestre que el conflicto adquiere nuevas modalidades y proporciones de territorio afectado, y del número de choques con las Fuerzas Armadas y de los hostigamientos en contra suya. Este motivo militar lleva al recién nombrado Comandante Édgar Cely Núñez a reestructurar el «dispositivo general» para confrontar múltiples puntos de ataque. Frente al conflicto, Santos no hace una ruptura igual como la declarada contra la ganadería extensiva y la rentabilidad del suelo.

Por ahora, los logros de Juan Manuel Santos en la opinión pública son innegables. Sus rupturas parciales con el pasado gobierno también. Pero romper con su herencia exige mucho más que propaganda y buena fe, elementos que parecen dominar ahora en la Casa de Nariño. Los triunfos iniciales de la Selección Colombia, usados de manera populista por el Presidente (7), y su inmediata eliminación en el reciente certamen futbolístico que tuvo por sede al país, así lo evidencian.

NOTAS:

1. Juan Manuel Santos fue ministro de Comecio Exterior en la administración Gaviria, de Hacienda y Crédito Público durante la de Pastrana, y de Defensa con Uribe Vélez.
2. Palabras del presidente Juan Manuel Santos en el lanzamiento del Índice de Pobreza Multidimensional, La nueva línea de pobreza y la Misión de Movilidad Social, 24 de agosto, http://wsp,presidencia.gov.co/.
3. íd.
4. Ver, Lallau, Benoi, «A la caza de tierras», p. 11.
5 www.calarca.net/cosmos/en-quindio-decimos-no-a-la-gran-mineria.
6. «[.]si logramos esa revolución del sector agropecuario que queremos, porque lo que estamos haciendo es una verdadera revolución, porque queremos atacar varios problemas al mismo tiempo en el sector agropecuario, pero si logramos eso este país va a cambiar y va a cambiar para bien por el resto de nuestras vidas. Palabras del presidente Juan Manuel Santos en el Acuerdo para la Prosperidad número 42 Paipa, Boyacá, 6 de agosto de 2011.
7. Vamos bien, ayer ganamos el partido y ayer ganamos con algo muy importante: la Selección, tal vez de los tres partidos, cuando jugó más en equipo fue el día de ayer. [.] Yo tengo mucha fe en que la Selección va a seguir con sus triunfos y que nos va a dejar muy en alto., palabras del Presidente, Paipa.

Fuente: http://www.eldiplo.info/