Tal vez como un surtidor, o como la cigarra de las fábulas, Sara González es una leyenda de la trova cubana sin condición ni tiempo. Basta escuchar su voz junto a una simple guitarra o a capella, en medio de la multitud con sus antorchas que iluminan la ciudad, para conocer lo que es el […]
Tal vez como un surtidor, o como la cigarra de las fábulas, Sara González es una leyenda de la trova cubana sin condición ni tiempo.
Basta escuchar su voz junto a una simple guitarra o a capella, en medio de la multitud con sus antorchas que iluminan la ciudad, para conocer lo que es el amor a nuestras cosas y lo que significa un gesto heroico que Sara nos devuelve a todos en su más incondicional amor a la Patria.
Junto a Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, con esa voz más grande que nosotros mismos, que tantas veces nos ha estremecido – y ha logrado ponernos la carne de gallina – , Sara González ostenta un explosivo sello de simpatía, que la hace tan cercana, tan auténtica y vital que solo Ella puede transportamos de un firme grito de victoria hasta el coro terrestre y celestial de esos sones montunos entonados por los abuelos imborrables en su alegría contagiosa.
Dueña de un increíble dominio de la impostación, algunos críticos la han considerado como una de las grandes voces de la canción latinoamericana. Otros han intentado definirla como «la Joan Báez cubana». En Río de Janeiro, Chico Buarque de Hollanda la comparó con Nara Leão y con Elis Regina. Atinó Chico al precisar: «Estoy comparando mal, porque Sara es única». Y pronunciando estas palabras, Chico estaba más que seguro de que Río de Janeiro -cuna de tantas figuras tutelares de la música brasileña- amaría a Sara González, porque «Sara arrasa» 1 .
Con su tremendo poder de comunicación, solo Sara es capaz de provocar reacciones animosas y fuertes en un público tan exigente como lo es el público cubano. Porque en esta cantante hay una cubanía que nos alcanza a todos y que perdurará, sin concesiones ni falsa demagogia, en la memoria de sus contemporáneos y en la de infinitas generaciones por venir.
Alta y robusta, rubia y de ojos azules, negra ancestral de América, inspirada, sencilla, original -en julio como en enero-, Sara ha ejercido su arte sin que ninguna moda, sin que ningún comercialismo hayan podido devorarla, o arrastrarla al abismo de la imitación impune, o desvirtuar la esencia de su expresión, que es su vida y es la nuestra, hecha por todos y para todos, porque «el arroyo de la Sierra la complace más que el mar».
¿Quién no ha vibrado de emoción ante sus cantos en favor de las mejores causas del siglo? ¿Quién no se ha muerto de risa frente a su carcajada y esa jarana cómplice que todos hemos podido descifrar alguna vez? Sobre montes y llanos -entre guajiras y pregoneros-, en plazas abarrotadas y en parques atestados, en cuadras y tarimas, en alamedas y trincheras, en bares y tertulias caseras, en teatros de aldeas medievales, en cada uno de los barrios de su Habana natal, en Baracoa o Venecia, en Manhattan o Barcelona, siempre habrá Sara y su voz; siempre habrá Sara y su talante de victoria y su nobleza y su deslumbrante hidalguía, esas que nos conmueven sin cesar y aún nos convocan cada día.
La Habana, 4 de abril, 200 1
Nota:
1- O’ Globo , Río de Janeiro, miércoles 27 de mayo de 1987.