El anuncio de la próxima visita a Cuba del papa Benedicto XVI en la primavera de 2012, ha sido motivo de satisfacción para los cubanos, que recuerdan lo importante que resultó para el país en el contexto global la de su predecesor Juan Pablo II en enero de 1998, con su ya histórica frase de […]
El anuncio de la próxima visita a Cuba del papa Benedicto XVI en la primavera de 2012, ha sido motivo de satisfacción para los cubanos, que recuerdan lo importante que resultó para el país en el contexto global la de su predecesor Juan Pablo II en enero de 1998, con su ya histórica frase de «que Cuba se abra al mundo y el mundo a Cuba», condenatoria del bloqueo que por más de medio siglo habían ejercido contra la isla diez gobiernos estadounidenses, que ya son once.
Fue motivo de regocijo para los fieles católicos la intención de contribuir al desarrollo de las mejores relaciones entre la iglesia y el gobierno cubano que declaró Benedicto XVI al hacer el anuncio. «América Latina avanza por el camino de su integración hacia un nuevo protagonismo emergente en el concierto mundial en el bicentenario de su independencia», dijo el Jefe del Estado Vaticano y Sumo Pontífice del catolicismo al confirmar su viaje a México y Cuba, en obvia alusión a la reciente creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que nuclea a todos los países de América Latina y el Caribe sin los Estados Unidos y Canadá. El presidente cubano, Raúl Castro, aseguró que Cuba recibiría al papa Benedicto XVI con afecto y respeto durante una reunión que sostuvo con una delegación de la Santa Sede encabezada por el responsable de la organización de los viajes pontificios, Alberto Gasparri, quien dijo haber podido constatar el excelente estado de las relaciones entre Cuba y la Santa Sede al evaluar la marcha de los preparativos de la visita.
Posteriormente, el Jefe de Estado de Cuba ratificó ante el Parlamento cubano, los sentimientos afectuosos con que será recibido en la Isla el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Pero no para todos la noticia motivó júbilo. Con evidente intención de sabotear el acontecimiento en perjuicio de las relaciones de la cúpula de la iglesia católica con el gobierno cubano, el periódico franquista español ABC, abrió una campaña dirigida a sabotear la esencia amistosa de la visita papal. El corresponsal de ABC en el Vaticano, Juan Vicente Boo, escribió el 12 de diciembre que, «si Juan Pablo II acabó con el comunismo en Europa y no llegó a ver el fruto de sus esfuerzos en Cuba, toca a Benedicto XVI, catorce años después, lograr que la visita del Papa ayude a llevar a buen puerto la transición política a la democracia».
Desde Miami también salieron declaraciones de similar índole del Arzobispo católico de esa ciudad Thomas G. Wenski, en una entrevista para la Catholic News Service el 14 de diciembre. Es indudable que la visita del papa a Cuba pone en crisis las falsedades sobre la intolerancia religiosa en Cuba. (En ocasión de la de Juan Pablo II en 1998, surgió el escándalo del entonces presidente Clinton con Monica Levinski, cuyo estallido -según especialistas en técnicas de terrorismo mediático- pudiera haber sido premeditadamente calculado para invisibilizar una visita papal que contradecía la imagen negativa de la revolución cubana tejida durante mucho tiempo). Es cierto que han existido desencuentros y fricciones entre el gobierno de la revolución y la jerarquía de la iglesia católica cubana, esta última con una feligresía amplia entre la población de mayores ingresos pero con una influencia mucho menor en los sectores humildes. Acciones legislativas y prácticas de la revolución, tales como la ley de nacionalización de la enseñanza, limitaron el espacio social de la religión católica en Cuba, y lo ampliaron para otras que lograron acceso a espacios públicos a los que antes habían tenido muy pocas posibilidades de llegar por las condiciones del monopolio cristiano y católico que afectaba a todos los demás cultos.
Antes de la revolución, por ejemplo, el Código penal registraba como agravante de delito la practica de «brujería», término con el que la burguesía cristiana identificaba a las religiones originadas en África, muy extendidas en Cuba, que forman parte importante de la identidad nacional cubana. La revolución cubana, armada de su voluntad de corregir todas la inequidades, se propuso garantizar una total libertad religiosa, aunque en el marco de la aguda lucha de clases contra la oligarquía se cometieron errores sectarios que fueron definitivamente rectificados cuando, en 1991, el Partido Comunista de Cuba se declaró una organización laica y no atea, y eliminó las trabas al ingreso en esa formación política de personas con creencias religiosas, proscribiendo toda forma de discriminación por razones de religión. Como resultado de todo ello, la revolución cubana creó condiciones legales y sociales básicas para un verdadero pluralismo religioso, sin distinción confesional ni institucional, y para algo que nunca antes había existido en el país y de lo que escasas naciones se pueden vanagloriar: una libertad religiosa real. Es en tal contexto que los cubanos de cualquier fe religiosa, y los de ninguna, recibirán jubilosos, como un gran honor, a Su Santidad Benedicto XVI.
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