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¿Se confundió el Papa Benedicto XVI?

Fuentes: Rebelión

Un poco de historia política La exposición del Papa en la ciudad alemana de Ratisbona, que ocasionó la reacción airada de grupos islámicos radicales y la menos airada de líderes importantes de esa religión, no puede considerarse un simple desliz del prelado, sino, en todo caso, un lapsus linguae en el sentido psicoanalista del término, […]

Un poco de historia política

La exposición del Papa en la ciudad alemana de Ratisbona, que ocasionó la reacción airada de grupos islámicos radicales y la menos airada de líderes importantes de esa religión, no puede considerarse un simple desliz del prelado, sino, en todo caso, un lapsus linguae en el sentido psicoanalista del término, es decir: dijo lo que pensaba sin querer decirlo. Y las reacciones que originó en el mundo islámico, tampoco pueden considerarse el producto de una «mala» o «ligera» interpretación de sus palabras, sino la reacción que se buscaba y esperaba. ¿Por qué lo decimos? En primer lugar, la ciudad de Ratisbona es un emblema de la Alemania medieval que floreció a orillas del Danubio y que no había sido visitada por un Papa desde hacía aproximadamente mil años, cuando el también alemán, Papa León IV, la visitó para realizar una canonización. Quiere decir que no se trataba de una visita de rutina, sino de un verdadero acontecimiento histórico al que estaba atento todo el «mundo» conectado en red por las multinacionales de la comunicación -casi todas estadounidenses- que controlan la televisión satelital y la Internet. En segundo lugar, no se puede comprender la actitud de un Papa, que es el «jefe del Pentágono de la Iglesia Católica», sin asociarla a las redes del poder neoconservador que domina las esferas gubernamentales de la «Vieja Europa» y de los Estados Unidos de América. En tercer lugar, no podemos desconocer la continuidad de las políticas del Vaticano como un Estado de derecha que participó en las estrategias orquestadas desde Washington, y concertadas desde 1973 con los otros integrantes de la Trilateral (Europa Central y Japón), para el desmantelamiento progresivo de la URSS. Es necesario recordar el papel que jugó la Iglesia Católica, representada por el Papa Wojtyla, en el proceso que condujo a la desaparición del mundo bipolar y al final de la Guerra Fría que caracterizó las relaciones entre los dos bloques de poder, encabezado por la URSS y USA, para comprender el papel que le toca jugar ahora al Papa Benedicto XVI en un mundo unipolar caracterizado por la hegemonía norteamericana. Wojtyla fue el artífice de la proyección de la religión católica como el camino intermedio entre dos ideologías opuestas: la capitalista y la comunista. Su opción se «vendió» como la opción de la paz, la igualdad y la libertad en un mundo marcado al fuego por el enfrentamiento entre esas dos ideologías que no representaban opciones diferentes para lograr la redención de la humanidad. Y logró su objetivo que era el mismo de la derecha estadounidense: desaparecer el bloque soviético para imponer, como nueva hegemonía en los países que lo conformaban, el Consenso de Washington (al respecto leer: El desafío oscurantista, de Paolo Flores d´Arcais. Edit. Anagrama. España, 1994) El control ideológico adelantado por Washington en sus satélites y que asegura su hegemonía económica, política y cultural, no es cosa de juego ni un invento de radicales anti-estadounidenses. Basta recordar el impacto que tuvieron (y tienen) en las élites «pensantes» estadounidenses, europeas y latinoamericanas (académicos e intelectuales, incluyendo a la izquierda que se proclama «postmoderna»), dos libros de factura yanqui: «El fin de la historia», de Francis Fukuyama, y «El Choque de Civilizaciones», de Samuel P. Huntington (ambos «pensadores» al servicio del Departamento de Estado y de la Casa Blanca), para tener a la vista y sin distorsiones ópticas, dos «construcciones ideales del mundo» complementarias y ajustadas a los requerimientos ideológicos del imperialismo norteamericano, controlado y dirigido por una facción de la ultraderecha desde la década de los 90. Ahora que los Estados Unidos no tienen rivales peligrosos, militarmente hablando, en su carrera por controlar las fuentes de energía (petróleo, uranio, etc.), de agua y biodiversidad del mundo, tiene que crear otro «metarrelato» para convencer a la gente de que sus acciones de agresión son la consecuencia de un enfrentamiento entre civilizaciones y los discursos de Fukuyama y Huntington, son la música de fondo de sus intervenciones armadas desde la guerra de los Balcanes, pasando por los atentados del 11 de septiembre, hasta el «supuesto y frustrado» atentado aéreo, masivo, organizado por jóvenes musulmanes en Inglaterra. Esa música dice que ya no hay peligro ideológico, sino una lucha por la supervivencia de la «cultura democrática occidental» que «choca» con otras sociedades «confucianas» e «islámicas» que intentan expandir su propio poder económico y militar para resistir a Occidente, es decir: para resistir a los Estados Unidos de Norteamérica, «nación escogida para esta definitiva labor civilizatoria», según su actual presidente Bush. Y a la vista está sin distorsiones ópticas: le toca a Benedicto XVI enarbolar esa bandera del «choque de civilizaciones», como parte del plan hegemónico estadounidense. Es por ello que dudamos que el discurso del Papa en Ratisbona, haya sido un simple desliz o una confusión indeseada y que sean sinceras sus posteriores disculpas. Al contrario, pensamos que logró reavivar la llama del «choque de civilizaciones» que debe seguir justificando la invasión a Afganistán, a Irak, la masacre reciente del pueblo libanés y sus futuras incursiones en el Medio Oriente y en cualquier otra nación «no occidental». II De hegemonía se trata

Hablar de hegemonía nunca ha sido cosa fácil, porque la hegemonía es, precisamente, el poder de persuasión que tiene el dominador para instalar su visión del mundo y de la vida en la conciencia del dominado de una forma tan sutil y sin acudir a la violencia (ésta sólo se utiliza cuando el dominado se rebela sin control de las instituciones establecidas para ello: los estados, los sindicatos, los partidos políticos, las iglesias, etc.), que inclusive puede aceptar expresiones críticas sobre el funcionamiento del sistema de dominación, pero que se valoran como ejemplo vivo de la capacidad de autocrítica que posee la cultura occidental y la hace superior a las demás. Muchas veces son críticas que no critican sino que describen un hecho, como por ejemplo lo que encontramos en el texto publicado en un sitio de Internet, por el Sr. Fran Ruíz, quien describe el rol del Papa Juan Pablo II, como si no tuviese ninguna intención política ni oculta ni expresa, sino simplemente como la iniciativa de un ferviente y perspicaz creyente católico que es, naturalmente, enemigo del comunismo. De igual forma, presenta el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona, como un infeliz e imprudente desliz que estropea la labor de su antecesor. Leamos lo que escribió:

«El penúltimo emperador cristiano de Bizancio «resucitó» en boca del papa Benedicto XVI con la siguiente cita: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su orden de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba». A esta cita del bizantino, el papa Ratzinger añadió un comentario: «La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios». Bastaron un par de minutos para que Benedicto XVI echara por tierra años de acercamiento a las otras dos religiones monoteístas -el judaísmo y el islam- emprendido por su antecesor, Juan Pablo II. El Papa polaco, tan medieval en asuntos sociales, como la apertura de la Iglesia a las mujeres, el celibato de los sacerdotes, la homosexualidad o el simple uso del condón para prevenir el Sida, supo ver que el germen cristiano en la entonces Unión Soviética y sus satélites europeos, incluida su natal Polonia, seguía vivo y logró reanimarlo para que triunfara sobre la ideología comunista. (Fran Ruiz, miércoles 20 de Septiembre de 2006 /http://www.cronica.com.)

Así de simple: no resalta este texto nada vinculado al ejercicio del poder político por parte del Vaticano y, mucho menos, en el comportamiento de los papas. Como si el Vaticano no fuese un Estado que defiende su identidad y trata no sólo de mantener la hegemonía entre sus ciudadanos, sino también de expandirla hacia otros pueblos, para lo cual entra en sociedad con los Estados que comulgan con su orientación política, independientemente de su «forma», como lo hizo con la Alemania nazi y lo hace ahora con los Estados Unidos. Otro ejemplo del ejercicio de la hegemonía ideológica, es la actitud del gobierno español al dar su pleno respaldo y comprensión al Papa en la precisión que hizo del «sentido de su alocución». Como podemos ver, la hegemonía ideológica es un hueso duro de roer.