El 12 de julio se hicieron públicos los resultados de una investigación adelantada por el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (IDEAM) sobre el estado de los glaciares que todavía quedan en Colombia. Esa investigación señala que la situación es catastrófica, hasta el punto que en los próximos 30 años van a […]
El 12 de julio se hicieron públicos los resultados de una investigación adelantada por el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (IDEAM) sobre el estado de los glaciares que todavía quedan en Colombia. Esa investigación señala que la situación es catastrófica, hasta el punto que en los próximos 30 años van a desaparecer los últimos glaciares en nuestro país. En una especie de crónica futura del terror climático, casi con exactitud puede predecirse que Santa Isabel va a desaparecer en los próximos 10 años; el Nevado del Tolima en el 2030; la Sierra Nevada de Santa Marta en el 2040; y, el último, El Cocuy, en el 2050. El caso más preocupante de extinción acelerada es el de la Sierra Nevada de Santa Marta, que tenía tres picos nevados a finales del siglo XIX, con un total de 83 kilómetros cuadrados, de los cuales hoy quedan 6.7 km2. Es decir, ha desaparecido el 92% de la nieve de la Sierra. A ese paso, en poco tiempo deberá denominarse la Sierra Seca de Santa Marta.
El Ideam constata esa tendencia destructiva: en los últimos 50 años ha desaparecido el 63% de nuestros glaciares; en 1848, ocupaban 374 km2, en 1960, 103 Km2 y hoy tan solo 37 km2. Es una tendencia irreversible, por lo que podemos decirlo, con dolor, hacemos parte de las últimas generaciones que tienen el privilegio de contemplar los nevados en el actual territorio colombiano.
Estas pequeñas masas de hielo que se encuentran en la cima de nuestras montañas más elevadas, aunque son pequeñas en comparación con glaciares de otros lugares del continente (la Patagonia, por ejemplo) y del mundo, son únicos porque se encuentran en zonas tropicales. En estos momentos en la zona ecuatorial existen glaciares en tres áreas del mundo: una en África, la otra en Nueva Guinea, en el Pacífico, y la tercera en el norte de Sudamérica (Colombia, Ecuador, Venezuela, Perú y Bolivia), estando concentrados la mayor parte en los Andes tropicales.
Hoy en Colombia solo quedan seis glaciares, conocidos popularmente con el nombre de nevados. Dos de ellos son sierras (Santa Marta y el Cocuy) y cuatro son volcanes: El Ruiz, Santa Isabel, Tolima y Huila. En el siglo XX desaparecieron ocho glaciares en Colombia: Puracé (Cauca-Huila), Galeras (Nariño), Sotará (Cauca-Huila), Chiles (Nariño), Pan de Azúcar (Cauca-Huila), Quindío (Risaralda-Tolima-Quindío), El Cisne (Caldas y Tolima), Cumbal (Nariño).
Aunque diminutos en el caso colombiano, la extinción de los glaciares es una catástrofe, que indica la magnitud del trastorno climático en marcha. Además, tienen funciones específicas, como las de cualquier sistema natural, que vale la pena resaltar en forma esquemática:
*hidrológicas, puesto que los cuerpos de hielo actúan como reguladores de las corrientes y aportan agua a los ecosistemas contiguos, claves dentro de la ecología de especies animales y vegetales;
*climáticas, son reguladores de la temperatura en los páramos, lo que contribuye a mantener condiciones indispensables para plantas y animales y ayudan a enfriar la atmosfera;
*biológicas, contribuyen a preservar la diversidad de ecosistemas de alta montaña; *culturales, son elementos de identidad para distintos grupos humanos, cuya historia y memoria está ligada a la existencia de esos nevados, como territorio mítico, simbólico y base de su existencia. Por ejemplo, comunidades de alta montaña dependen y viven de ese ecosistema y para determinados grupos indígenas, como los de la Sierra Nevada de Santa Marta, los glaciares son sagrados.
En pocas palabras, los glaciares son mucho más que simples montañas de hielo, como una mirada tecnocrática podría concluir. Estamos hablando que van a desaparecer sistemas naturales únicos, un tesoro paisajístico de 12 mil años de antigüedad (se formaron durante la última glaciación) y un ecosistema con un incalculable valor natural y espiritual.
Los glaciares están muriendo, como resultado de varios efectos interrelacionados de las transformaciones climáticas en marcha, entre las cuales se encuentran en aumento de la temperatura, modificaciones en la nubosidad, variaciones extremas en las precipitaciones, ausencia de vientos y una mayor incidencia de la radiación. Estos factores son resultado de varios hechos, de índole local, nacional y mundial, entre los que sobresale el uso intensivo de combustibles fósiles (más automóviles, motos y artefactos intensivos en petróleo), deforestación de bosques y selvas, como resultado de la concentración de la tierra en pocas manos, en territorio colombiano, destrucción de ecosistemas para el turismo, la agricultura comercial y la expansión urbana… En fin, la producción de mercancías a vasta escala para satisfacer la sed de ganancia de unos pocos capitalistas y terratenientes de Colombia y del mundo.
Por esa lógica ecocida, en el futuro inmediato los nevados serán un recuerdo, pues nunca más los podremos recorrer, disfrutar o contemplar. Su desaparición tiene y tendrá múltiples consecuencias, entre ellas las de perder un paisaje único y asombroso. Nuestros hijos y nietos solo los podrán ver a través de las fotografías o videos que se conserven de ellos. Según el glaciólogo del Ideam, Jorge Ceballos, nuestros nevados están en «en proceso de extinción» y «debemos considerarlos como un enfermo que se va a morir y debemos preocuparnos por aprovechar el resto de tiempo que queda con ellos para conocerlos y estudiarlos, porque son únicos en el mundo«.
La pregunta es, si puede morir tan impunemente un sistema natural, como el de los nevados, y eso no significa que nosotros, como especie, también estemos muriendo, sin que nos demos cuenta, asesinados por un sistema genocida, que se llama capitalismo. Si, cómo lo conciben los indígenas Arhuacos, habitantes ancestrales de la Sierra Nevada de Santa Marta, todos los animales, plantas, tierra, agua y aire somos iguales, la desaparición de uno de los elementos (la nieve) es una pérdida irreparable, con la que nosotros también perdemos como especie.
Publicado en papel en El Colectivo (Medellín), agosto de 2018.
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