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Francisco Martínez Alvarado “Pachito”

Se fue un hombre emblemático del teatro colombiano

Fuentes: Rebelión

«Así es la vida bello Faraón de Luz… Nos vamos paso a paso, poco a poco, noche a noche, sueño a sueño». Fabio Werther Se fue Pachito. Hombre emblemático del teatro colombiano como cofundador y actor toda la vida del Teatro La Candelaria. Pero su dimensión vital fue más allá, de ella dio prueba el […]

«Así es la vida bello Faraón de Luz… Nos vamos paso a paso, poco a poco, noche a noche, sueño a sueño».
Fabio Werther

Se fue Pachito. Hombre emblemático del teatro colombiano como cofundador y actor toda la vida del Teatro La Candelaria. Pero su dimensión vital fue más allá, de ella dio prueba el plebiscito de afecto y solidaridad -además de dolor-, que fueron sus honras fúnebres.

Función con lleno completo. ¡Qué paradoja digna del teatro del absurdo!: Cuando el cartelito en la puerta de La Candelaria anunciaba que hoy, ni mañana, ni pasado había función de «Camilo» porque había muerto Francisco Martínez, ésa noche primera la del 10 de septiembre, estuvo Pachito él solo copando el escenario, actor único como nunca, y la sala donde no había función, como nunca atiborrada. Sólo que esta vez eran los espectadores los que lloraban, cantaban, declamaban y danzaban haciendo de esta múltiple forma artística su declaración de amor al amigo que dejaba las tablas. Y Pachito ahí, silencioso y sereno, cosa insólita, actor principal y espectador ocupando el centro del escenario y la gradería toda. Con un ítem: no sé cuánto duró la obra, pero sé que muchas horas porque como en las antiguas salas de cine, la función terminaba y se reiniciaba sin solución de continuidad con los espectadores que iban llegando, todo un día con su noche. Noche espléndida presidida por una melancólica luna.

Y cuando estábamos en esa escena -fue la sensación de muchos- resultaba inevitable preguntarse si sería cierto, si lo que veíamos en el tablado, lo que presenciábamos como espectadores no era acaso otra, una más entre las muchas representaciones a las que habíamos asistido en ese mismo lugar, donde también había su féretro, su muerto y su decorado de mortuoria? Y para más fundamento a la sospecha, actuaciones donde también Pachito era el muerto, que ¡qué bien muerto le quedaba!

Era pues el encuentro dramático entre la obra de la vida que de una parte vivíamos, y la artística que nos parecía representar. Y ese encuentro nos llevaba a confusión. Sólo que ésta se desató y llenó de claridad, cuando al otro día el viernes 11 de septiembre, desfilamos por el Cementerio Central de Bogotá llevando hasta su cripta a Pachito Martínez. Y participando en el desfile, era imposible no memorar una de las especialidades del amigo muerto: acompañar hasta su destino final cargando el féretro de las – como en el tren que iba de Ciénega a arrojar al mar a los asesinados en la masacre de las bananeras-, no se sabe si docenas, centenares o miles de sus camaradas caídos por el terrorismo de estado. Ah! Porque olvidaba decir, Francisco Mártínez además de actor, director, amigo y ser humano de excelencia, reivindicaba con orgullo la más noble condición que pueda enarbolar el ser humano, la de ser auténtico revolucionario.

«He consagrado mi vida y mis fuerzas a la causa más noble en el mundo, la lucha por la liberación de la humanidad». Nicolaí Ostrovski

Alianza de Medios por la Paz

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