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«Se les acusa de terrorismo cuando se defienden con piedras y hondas»

Fuentes: Azkintuwe

Un filme documental de Natalia Polito (argentina) y Álvaro Hilario Pérez de San Román (vasco), testimonia la lucha del Pueblo Mapuche en Chile y recoge la imagen y palabra de Matías Catrileo, un estudiante de 22 años, asesinado por la policía el mes de enero. La secuencia del filme reúne a Matías, María, también estudiante […]



Un filme documental de Natalia Polito (argentina) y Álvaro Hilario Pérez de San Román (vasco), testimonia la lucha del Pueblo Mapuche en Chile y recoge la imagen y palabra de Matías Catrileo, un estudiante de 22 años, asesinado por la policía el mes de enero. La secuencia del filme reúne a Matías, María, también estudiante universitaria, Iván y Angélica, trabajadores sociales egresados de la Universidad y Marcela. Aqui parte de esta historia, aun inconclusa.


    

 

 


Manifestación mapuche.

Foto de Archivo.




Los mapuches luchan por su tierra, que fue y es aún arrebatada para favorecer los grandes intereses. Pero además, combaten por su propia historia, creencias, cultura y trabajo. También piden un gobierno autónomo. Es un combate desigual y deben soportar una feroz represión que incluye asesinatos, cárcel y tortura. Un filme documental de Natalia Polito (argentina) y Álvaro Hilario Pérez de San Román (vasco), testimonian esa lucha heroica y recoge la imagen y palabra de Matías Catrileo, un estudiante de 22 años, asesinado el pasado mes de enero.

«Nosotros no somos indígenas de Chile. Somos mapuches. Somos un pueblo aparte, somos un pueblo que siempre ha estado aquí, que nació en esta tierra y va a morir en esta tierra. Nosotros no somos chilenos, somos mapuches y eso no se les tiene que olvidar nunca». Lo dice apasionadamente frente a la cámara como si se lo gritara en la cara a los grandes empresarios y a los gerentes de las transnacionales que les roban gigantescas parcelas de sus territorios, mejor dicho, de su nación. Es el mes de abril de 2007 y el que grita su inapelable verdad es Matías Catrileo Quezada, 22 años y estudiante de Agronomía en la Universidad de La Frontera de Temuco, Chile. No está en un acto político sino ante la cámara indagadora de Natalia Polito, respondiendo a una pregunta de Álvaro Hilario Pérez de San Román, un hijo del País Vasco, licenciado en Historia en la Universidad de Deusto, en Bilbao y unido a La Plata, en donde vivió, por amigos entrañables y por pasión futbolera.

Este testimonio filmado se encuentra todavía en proceso de edición, pero como todo documental, debe relatarse siempre en tiempo presente, aunque hoy, la realidad sea otra. Porque Matías fue asesinado. El 2 de enero cayó bajo las balas de los carabineros, pese a marchar desarmado. Murió heroicamente en su tierra, fiel a su promesa de mapuche. El hecho ocurrió en el fundo Santa Margarita, a unos 30 kilómetros al este de Temuco, en la región chilena de La Araucanía. El fundo, que cuenta con protección policial desde hace años, es propiedad de uno de los grandes terratenientes del país trasandino, Jorge Luchsinger, cuyo establecimiento está afincado en tierra mapuche. Para este descendiente de suizos, «el mapuche es depredador… torcido, desleal y abusador», según propias declaraciones a la prensa reproducidas por el periodico Azkintuwe, del 21 de junio de 2005. Juicios coincidentes con el tradicional discurso de la oligarquía para referirse a los pobres y antaño a los gauchos y a los inmigrantes.


«Nosotros no somos indígenas de Chile. Somos mapuches. Somos un pueblo aparte, somos un pueblo que siempre ha estado aquí, que nació en esta tierra y va a morir en esta tierra. Nosotros no somos chilenos, somos mapuches y eso no se les tiene que olvidar nunca». Matias lo dice apasionadamente frente a la cámara como si se lo gritara en la cara a los grandes empresarios.


«Íbamos andando y carabineros nos reprimieron con disparos de ametralladoras, resultando un hermano muerto. Él estaba apoyando a la comunidad de ahí», dijo un portavoz de la organización mapuche «Coordinadora Arauco Malleco», según publicó La Nación de Chile, en su edición del jueves 3 de enero de 2008. Sin embargo, no pudieron callar la voz de que sigue arengando desde el documental, en una reedición de aquellos versos que Alberto Molinas le dedicara al heroico Negro Sabino Navarro: «Los engañamos, hermano/ ellos creen que te tienen/ y sólo guardan tu cuerpo». Y es así. Porque verlo a Matías en el filme, inflamándose con su propio discurso, llameando al espectador, es estar ante un héroe trágico cuyo discurso perdura porque no perdió vigencia. Y verlo en la pantalla, conmueve, moviliza.

La arenga

La secuencia del filme «Wallmapu», de Natalia Polito y Álvaro Hilario Pérez de San Román, reúne a Matías, María, también estudiante universitaria, Iván y Angélica, trabajadores sociales egresados de la Universidad y Marcela, los cinco dirigentes mapuches. Dialogan con Álvaro, que permanece siempre en off. La cámara está enfocada en los dos rostros, como si Natalia buscara captar cada expresión, cada gesto demostrativo de esa pasión que da cuerpo a la denuncia y que todos ellos vierten inflamando al espectador. Porque importa lo que dicen ellos más allá de la belleza del paisaje que los rodea y del que son dueños naturales aunque se lo hayan quitado.

María es más serena, pero firme. Explica que «los grupos económicos tienen acorraladas a las comunidades mapuches. Muchas veces en terrenos no aptos para la siembra o demasiado pequeños para trabajar. Pinos y eucaliptos se enseñorean de todo y no dejan lugar ni para pequeños cultivos de subsistencia. Devastan el suelo, lo acidifican, lo erosionan; provocan la sequía, la desaparición de la fauna y flora autóctonas; contaminan el aire y el agua. En la medida que sus medios tradicionales de subsistencia (cultivos, pesca, recolección, caza) desaparecen, el mapuche debe irse a la ciudad. La nación mapuche está empobrecida. Es una consecuencia de la usurpación». Es cuando Álvaro les plantea que así «llegamos a la recuperación de tierras».

Y Matías se enciende y su fuego va creciendo a medida que habla: «La recuperación de tierras es un paso indispensable para la reconstrucción de la nación mapuche. Necesitamos de tierras y no nos referimos al mercadeo, al regateo por un número determinado de hectáreas, para poder reconstruir una serie de espacios necesarios para nuestra supervivencia como nación: la cultura y la lengua (el mapudungún), la producción y la economía. El territorio, la territorialidad, van de la mano de la autonomía: lo contrario es seguir ligado al Estado, a la institucionalidad», y agrega contundente: «Un pueblo que no se gobierna, no tiene dignidad».

Este diálogo, que no es el único que mantienen con representantes mapuches, forma parte de una documental realizada por Polito y Pérez de San Román. Es un tema complejo y que los mismos entrevistados, que son varios, explican con claridad a lo largo del material filmado. Pero falta, y ambos lo saben y lo dicen. Natalia, una porteña de 33 años, formada en la UBA y en los talleres del grupo Cine Insurgente en 1998 y 1999, viene de la trinchera del cine y decir trinchera no es una metáfora; como integrante de Cine Insurgente (2000-2006) ocupó distintos roles en numerosos filmes de ese grupo y además dirigió un documental sobre el MTD Maximiliano Kosteki, fue codirectora de «La masacre de Cromañón» y en 2003, directora de «Asamblea, ocupar es resistir».

Álvaro es vasco, nacido en Bilbao y licenciado en Historia de la Universidad de Deusto; su investigación e indagación en la memoria de los pueblos, lo acercaron al periodismo: colabora con medios independientes del país Vasco, Uruguay y Argentina. Vivió seis meses en La Plata y, apasionado del fútbol, descubrió que uno de los equipos platenses tenía la misma camiseta que su club, el Athletic Bilbao. Desde entonces, es fanático de Estudiantes y cuando está en el país, no se pierde partido. Los dos son los responsables de esta obra, hija del esfuerzo personal, y saben que concluirla llevará su tiempo. En la tranquilidad del mate compartido en La Plata, reconocen que «tenemos que volver a Chile. Nos falta filmar más material sobre la vida de las comunidades y su entorno social y cultural, para que se entienda claramente la problemática. Por lo tanto, volveremos». Y para cumplir con esta afirmación necesitarán determinación, pero también una cuota de coraje. «Porque la presencia de extranjeros en la región en conflicto los pone nerviosos y los pacos (los carabineros) te piden a cada momento identificación y esas cosas. No es fácil estar allá con los representantes mapuches, visitarlos en la cárcel, filmar la cárcel desde afuera, porque no dejan filmar el interior. Te genera inconvenientes. Pero volveremos».

Contra la historia oficial

El territorio mapuche fue conquistado por los españoles a mediados del siglo XVI después de doblegar una fuerte resistencia de la población originaria. En aquél tiempo, los mapuches comenzaban a ser un pueblo sedentario, trabajaban la tierra, a lo que sumaban la caza y la pesca para su subsistencia. Desde entonces mantuvieron una relación particular con la naturaleza a la que cuidaron, veneraron y de la que vivieron. Dependían de la tierra y la defendían. De este vínculo particular nació una cosmogonía casi panteísta, en donde la divinidad habitaba y se manifestaba a través de la naturaleza y todo lo creado. Por lo tanto, esa relación es también ritual y parte fundamental de su cultura. Es mucho más que un pedazo de tierra para depredarla, hacerla producir con el único fin de obtener ganancias. Por eso, defender su territorio, su nación, es defender la vida, el universo, el pasado y el futuro. Es defender su ser, su estar en el mundo.

Pero fueron sometidos brutalmente y se combatieron sus raíces culturales y creencias. Se los quiso domesticar para dominarlos. Y después de una larga alternancia de paz y de resistencia a la conquista de sus tierras, los mapuches debieron soportar, también en Chile, la llamada «conquista del desierto», término que trata de encubrir el asesinato y la matanza de los pueblos originarios, coincidente en el tiempo con la invasión de Roca de este lado de Los Andes. Hoy, luego de haber pasado la primavera de Allende y la dictadura de Pinochet, llegaron los tiempos de la hegemonía neoliberal con el desembarco de las transnacionales, del capital foráneo asociado a sus lugartenientes de la oligarquía, como en la Argentina. Se adueñaron de tierras, las empresas forestales las devastaron y la tierra mapuche empequeñeció. Pero la resistencia nunca cesó porque los mapuches siempre mantuvieron su independencia. Ahora buscan su autonomía. Y desde ya, recuperar las tierras que les pertenecen por historia y por numerosos tratados firmados y posteriormente violados.


María es joven y habla de manera serena pero convencida de esgrimir la verdad y responde a las preguntas de Álvaro mirando de manera fija la cámara inquisidora de Polito. Les cuenta de los cerca de cuarenta mapuches presos, sobre las leyes pinochetistas absurdamente vigentes en tiempos de democracia, y habla de su tierra, que es la razón de ser de su pueblo, amada y respetada.


Desde que gobierna la Concertación se buscaron alternativas. Tierras que adquiría el gobierno y se las entrega a las comunidades. Pero no son las más productivas ni la totalidad de lo reclamado. Entonces, como en tiempos de aquella parcial reforma agraria en los años 60 cuando el presidente de Chile era Eduardo Frei, se retornó a la recuperación de las tierras. A ocuparlas, sencillamente, porque les pertenecen y les fueron arrebatadas. Y a levantar las banderas de la autonomía.

La lucha continúa

Álvaro explica lo ocurrido en las últimas décadas en Chile en un artículo publicado en el periódico quincenal «Diagonal», de Madrid. «En tiempos del dictador Pinochet Ugarte, el Estado chileno se convierte en laboratorio de experimentación económica; se implanta un modelo neoliberal que coloca a Chile en la economía globalizada como abastecedor de materias primas (metales, energía, celulosa, etc.). Esta política de Estado -seguida por los gobiernos de la Concertación (coalición entre socialistas y demócratas cristianos)- que se desarrolla masivamente desde los años 70, conlleva la implantación de monocultivos industriales de pino y eucalipto que produzcan celulosa para abastecer a Japón, Europa, Canadá y Estados Unidos. Además de ahorrarse costes, el Occidente libre cede a Chile la contaminación producida por las papeleras. La extensión del monocultivo, que contó con el apoyo y subvenciones estatales, fue mermando la extensión de las tierras bajo control mapuche»… «En 1997 nacería la Coordinadora de Comunidades en Conflicto Arauko-Malleko, la CAM. Esta apuesta por la recuperación de las tierras para gobernarlas de manera autónoma, a la par de ir recuperando una serie de elementos económicos, espirituales y políticos en base a los que reconstruir la nación mapuche, se considera el germen de un movimiento de liberación nacional. Desde 1997, son 18.000 las hectáreas recuperadas y dispuestas para la labranza o la construcción de viviendas».

Ante esto, «la reacción del Estado fue reprimir y criminalizar a la Coordinadora, utilizando la Ley de Asociación Ilícita pinochetista. Se multiplicaron los juicios por pertenencia a ‘organizaciones terroristas’ o por participar en protestas y sabotajes organizados por un fantasmagórico grupo armado, auspiciado por la CAM, y cuya existencia no ha sido probada en ninguno de la decena de juicios amañados. Es sistemática la construcción de pruebas (incluso con participación directa de los medios), la utilización de testigos sin rostro (comprados) y de testimonios logrados bajo tortura». Pero más allá de la brutal represión de los pacos y de las guardias armadas de los fundos, la lucha continúa. Porque, «las comunidades están seguras de estar luchando por su supervivencia».

Las voces no escuchadas

María es joven y habla de manera serena pero convencida de esgrimir la verdad y responde a las preguntas de Álvaro mirando de manera fija la cámara inquisidora de Polito. Les cuenta de los cerca de cuarenta mapuches presos, sobre las leyes pinochetistas absurdamente vigentes en tiempos de democracia, y habla de su tierra, que es la razón de ser de su pueblo, amada y respetada desde una cosmogonía que los acerca al filósofo Spinoza en un panteísmo totalizador de la imagen de Dios. Tierra que saben en peligro, porque «los grupos económicos nos tienen acorraladas a las comunidades mapuches en terrenos no aptos para la siembra o demasiado pequeños para trabajar. Pinos y eucaliptos se enseñorean de todo, no dejan lugar ni para pequeños cultivos de subsistencia. Devastan el suelo, lo acidifican, lo erosionan; provocan la sequía, la desaparición de la fauna y las floras autóctonas; contaminan el aire y el agua. En la medida en que nuestros medios tradicionales de subsistencias, cultivos, caza, pesca, recolección, desaparecen, el mapuche debe irse a la ciudad. La Nación mapuche está empobrecida. Eso es consecuencia de la usurpación».

En otra secuencia del documental, la imagen muestra a Iván, Marcela y Angélica. Detrás las montañas verdes y un lago paradisíaco en donde es casi imposible negar la presencia de Dios. Es el lago Lleu-Lleu, al sur de Temuco, tierra mapuche. Iván la presenta: «Tu estás viendo gran parte de la geografía de esta comunidad Juana Millahual. Yo soy dirigente de la comunidad», y comienzan a relatar sus vivencias, creencias y luchas alternándose los tres en el uso de la palabra. «Todos nosotros nos conocimos dentro del proceso de recuperación de tierras. Esa era nuestra práctica en los primeros años: era por porciones de tierra pequeñas usurpadas por las forestales. Pero ahora, la lucha es por el territorio. No podemos decir que es por pequeños espacios sino que hay una lucha por todo el territorio ancestral mapuche». Y relatan la usurpación de tierras que sufrieron por parte de las forestales y ahora, la amenaza de la minería. De cómo sembraban y no nacía nada del daño infligido a esa tierra, que era la propia. Recuerdan que debían comer lo que daban como alimento a los chanchos. «A la forestal la hemos estado batallando porque todavía queda y hay que seguir correteándola. Tanto daño que hacen y ahora se nos viene la minería. Da rabia».

Y esta lucha no es fácil. Denuncian que «ellos se vienen con 200, 300 pacos para acá, buses llenos. ¿Quiénes son los terroristas? Ellos con armas hasta los dientes y uno ¿qué tiene? Piedras, hondas, un azadón. Y ellos con esos cascos recuerdan a la dictadura; incluso aquí en la comunidad muchas veces los viejitos dicen que ni en dictadura se ha visto a tantos militares por aquí. Y aquí, con estos gobiernos de la Concertación han venido tres, cuatro buses, han entrado a la comunidad, lleno de pacos. Lo único que les falta es tener más muertos, muertos en cantidad, pero considerando que somos tan pocos que con los muertos que ya llevamos, en porcentaje creo que estamos por ahí también, porque no solamente podemos decir que Lemún está muerto y Matías, sino que hay otros que no han salido a la luz pública. Así que es lo mismo casi, lo mismo, con una mujer socialista, un cambio de cara nomás y una voz más suavecita».

Los tres explican con claridad: «nosotros somos parte de todo lo que existe acá y eso hace que nosotros vayamos asumiendo y resistiendo toda invasión, toda usurpación, porque hemos estado siempre invadidos y siempre hemos estado resistiendo, porque está vivo todo lo que es (rankiwal) la cultura mapuche y eso se sigue manteniendo, se sigue proyectando de una generación a otra, como nosotros le vamos proyectando a nuestros hijos lo que es nuestro pensamiento mapuche»… «uno cuando empieza con esta lucha tiene una claridad de lo que es esto y el valor que le da uno a la tierra, entonces dice: vale la pena, vale el sacrificio, vale todo esto, los costos que tiene el hecho de luchar por la tierra porque somos complementarios: nosotros sin la tierra y la tierra sin nosotros directamente, no somos»… «Nosotros estamos dando una lucha social; no nos consideramos delincuentes de ninguna manera, ni tampoco terroristas, sino más bien nosotros defendemos lo que es nuestro pueblo y la existencia de nuestro pueblo y por eso se nos persigue».

Solidaridad mundial

Esta lucha de los mapuches, no es un combate contra la historia, como la califican muchos. Es una lucha contra la historia oficial, que es diferente. Y se da también en nuestro país en donde las grandes corporaciones internacionales y hasta algunas figuras del espectáculo y del deporte, compran tierras a precios por demás conveniente, tierras que en realidad pertenecen al pueblo mapuche. Como sucedió con Benetton y terminó en la Justicia. La dirigente Moira Millán acusó por Radio Nacional de Cuyo que un megaproyecto turístico que proyecta un reconocido animador televisivo, se «pretende construir por sobre las viviendas de treinta familias y casualmente lleva el nombre mapuche Traficán 2000, cuando los está desalojando».

En tanto, en setiembre de 2007 Rosa Nahuelquir se refería a la recuperación del lote que había usurpado Benetton en la Patagonia, de este lado de los Andes, en tierra mapuche. «La recuperación para nosotros es muy importante, sigue siendo como el primer momento en que volvimos nuevamente a nuestro lugar. La situación de hoy -decía entonces- es que la Justicia de Chubut siempre nos desconoce como comunidad y nos sigue desconociendo como Mapuche, más que nada. Pero vamos a seguir en este lucha, nos reconozcan o no». (AN Red, radio El Arka).

Sentados aquí en La Plata, mientras esperan la oportunidad de volver a tierra mapuche para terminar su filme, Hilario y Polito, reconocen que la lucha por la autonomía del pueblo Mapuche, los identifica en el mundo con otros movimientos que buscan también la autonomía o que la han logrado. «La comunidad Lleu-LLeu necesitaba realizar el video para defender su territorio de las multinacionales y también ante la amenaza de las mineras. Nos interesó la historia y allá fuimos».

«Ellos reconocen tres etapas en el último tiempo: la de los 70, con la Unidad Popular de Salvador Allende, en donde se recuperaron tierras y asistió al acto el mismísimo presidente; la era de Pinochet y la democracia con la Concertación. Recuperaron 18 mil hectáreas pero van por más, van por todo el territorio mapuche y por la autonomía, que no es independencia, sino autonomía. Esta lucha tienen sus víctimas, como Matías y otros, y una gran cantidad de presos. Nosotros filmamos las cárceles, como la de Algol por ejemplo, en donde se encuentran detenidos y en donde tienen un sistema especial para ellos, separados. Están presos y se los acusa de terrorismo cuando se defienden de la agresión de los pacos con piedras y hondas. Nos interesó contar esta historia».

Historia que no es nueva. Como canta el uruguayo Daniel Viglietti: «yo pregunto a los presentes/ si no se han puesto a pensar/ que esta tierra es de nosotros/ y no del que tenga más» y llama «¡A desalambrar, a desalambrar!/ que la tierra es nuestra,/ es tuya y de aquél/ de Pedro y María, de Juan y José./ Y si molesto con mi canto/ a alguien que no quiera oír/ le aseguro que es un gringo/ o un dueño de este país».  Es esta la lucha mapuche. La de un nuevo David que enfrenta con su honda y piedra al gigante Goliat de los monopolios y las transnacionales. Un Goliat que es dueño de la historia oficial que han impuesto, pero no de la verdad ni de la tierra que usurpó.

* Gentileza de Revista www.lapulseada.com.ar