Se levantaron más temprano que nunca y cambiaron Chile. Fue un movimiento telúrico de insospechada magnitud, pues nadie esperaba que los estudiantes secundarios lograran encantar al país entero y, al mismo tiempo, aterrar a un gobierno que los menospreció y subestimó hasta que fue demasiado tarde. Porque ya habían esperado demasiado los jóvenes, porque ya […]
Se levantaron más temprano que nunca y cambiaron Chile. Fue un movimiento telúrico de insospechada magnitud, pues nadie esperaba que los estudiantes secundarios lograran encantar al país entero y, al mismo tiempo, aterrar a un gobierno que los menospreció y subestimó hasta que fue demasiado tarde. Porque ya habían esperado demasiado los jóvenes, porque ya habían tenido demasiada paciencia los jóvenes, porque son simplemente jóvenes que un día se miraron al espejo y vieron la bruma de su propia vida. Entonces dijeron basta y se levantaron por sus derechos, denunciando la mediocridad de la educación pública y el carácter clasista y, por ende, discriminatorio, del sistema educacional. Y lo hicieron con coraje, inteligencia y altos grados de organización, todo lo cual les permitió llevar a cabo la más grande movilización estudiantil en décadas. De hecho, los jóvenes y niños chilenos han dado una ingente lección de dignidad a todos: a las autoridades de gobierno que los subestimaron; a los partidos políticos que, casi siempre, intentan canalizar o desvirtuar las demandas sociales; a la policía que, a pesar de la brutal represión, fue incapaz de intimidar a los estudiantes.
Asimismo, el movimiento estudiantil ha plasmado en los hechos una nueva forma de hacer política en los albores del siglo 21: transversal, participativa, democrática, flexible, directa y sin temor a la autoridad. Además, esta nueva generación de dirigentes recurrió a la tecnología para organizarse, utilizando Internet, correo-electrónico, celulares y blogs para coordinarse y movilizarse. De esta manera, usando distintas y creativas formas de lucha, lograron doblarle la mano al gobierno, forzándolo a negociar. Además, fueron capaces de posicionar el tema de la iniquidad de la educación chilena en la agenda pública y, lo que es sumamente importante en un país donde se criminaliza la demanda social y, generalmente, la opinión pública es manipulada por los medios de comunicación siendo predispuesta en contra de las reivindicaciones sociales, lograron suscitar el apoyo de la mayoría de los chilenos.
La conducta errática del gobierno, la represión policial, la organización y responsabilidad de los estudiantes, son todos elementos de una misma coyuntura. Como también lo es el extendido sentimiento anti-partido político en el seno del movimiento estudiantil y ello, por supuesto, es un dato importante a considerar en cualquier esfuerzo por construir una alternativa viable al sistema actual. La política y los políticos, los partidos u organizaciones políticas carecen de legitimidad en vastos sectores sociales que, como es el caso del movimiento estudiantil y del movimiento mapuche, optan por la organización y movilización autónomas. Los mapuche, luego de una prolongada huelga de hambre de cuatro comuneros encarcelados y condenados por la ley anti-terrorista, también obligaron al gobierno a negociar. Asimismo, consiguieron posicionar el tema de la discriminación hacia los mapuche en la agenda nacional, aunque, claro está, no al mismo nivel que el movimiento estudiantil. Pero en ambos casos, se organizaron prescindiendo de los partidos políticos, aunque haciendo política al interpelar al Estado. Y este último reaccionó como suele hacerlo, con furia y violencia: golpeando, mancillando, deteniendo, mintiendo y tergiversando. Sin embargo los estudiantes no se amilanaron y se enfrentaron en una batalla desigual con aquellos que resguardan el orden público, el orden de los ricos, de los que inventaron el sistema educacional para que unos cuantos se convirtieran en millonarios a costa de la pobreza.
Hoy todo Chile habla de la educación
No ha sido fácil, pero hoy todo el país habla del tema de la educación, de las profundadas desigualdades de un sistema que forma patrones en los colegios particulares y empleados en los colegios municipalizados. Además, por cierto, de generar grandes utilidades para los sostenedores privados que lucran con la educación. Por ello es que 600 mil estudiantes se movilizaron y sorprendieron al país, bailaron, rieron, reflexionaron, gritaron, exigieron y, también, cuando tuvieron que hacerlo, se enfrentaron con la policía en las calles de las principales ciudades de Chile. Un país donde se empiezan a derrumbar mitos y lugares comunes: que a los jóvenes no les interesa nada, que son irresponsables, que carecen de ideas y, especialmente, que no poseen la capacidad de organizarse. Pero ¡cómo se organizaron! Así, un día despertaron más temprano que nunca y remecieron la conciencia de esta tierra al luchar por la derogación de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE); la gratuidad del pase escolar y de la Prueba de Selección Universitaria, PSU, y mayores raciones alimenticias, entre otras demandas. Y el gobierno cedió ante las presiones y la movilización social, aunque – al igual que señalaron categóricamente los partidos de derecha – la libertad de enseñanza continúa prevaleciendo por sobre la libertad de educación. Esto lisa y llanamente significa que la libertad económica es más importante que un derecho social básico. Cualquiera puede instalar un colegio – libertad de enseñanza – y comenzar a generar recursos que no van dirigidos a elevar la calidad de esa escuela en particular o de la educación en general, sino que a aumentar las utilidades del propietario del establecimiento. Y todo ello es legal, pero claramente ilegitimo. Por eso los jóvenes dijeron basta y, poco a poco, llevaron la imaginación a las calles, irisando sus sueños con los sueños de muchos que aún creemos que un mundo mejor es posible.