El 4 de diciembre nos llegaba la triste noticia del fallecimiento de Alfredo Grimaldos, una de las voces insobornables del periodismo de este país. Había nacido en 1956 en Madrid y en 1980 se licenció en la Complutense con la cuarta promoción de Ciencias de la Información, justo a tiempo de convertirse en uno de los cronistas más lúcidos del drama tragicómico y gatopardesco que ensayaba por entonces sus últimas escenas.
Hay que decir además que era un enamorado y estudioso del flamenco, arte en el que siempre se esforzó por indagar las raíces populares y del que ejerció como crítico con entrega y sapiencia proverbiales.
En la extensa bibliografía de Alfredo Grimaldos, alternan títulos dedicados a las dos grandes pasiones de su vida. Entre ellos destacan: Panorama del flamenco; La sombra de Franco en la Transición; La CIA en España: espionaje, intrigas y política al servicio de Washington; Zaplana, el brazo incorrupto del PP; La Iglesia en España: 1977-2008; Esperanza Aguirre, la lideresa; Historia social del flamenco; y Claves de la Transición 1973-1986 (para adultos): de la muerte de Carrero Blanco al referéndum de la OTAN.
Me gustaría detenerme aquí en el último de estos trabajos, publicado en 2013 por Península, que constituye probablemente la mejor síntesis disponible sobre la compleja red de factores e intereses que marcaron los años decisivos de la Transición española. Recordar la fuerza y perspicacia de sus argumentos será una buena forma de honrar su memoria.
La continuidad entre dos regímenes publicitados como antitéticos
El carácter insólito de lo ocurrido en España en los años 70 queda de manifiesto cuando ponemos sobre la mesa un hecho meridianamente claro. Con el fallecimiento del dictador y la proclamación de su sucesor en la jefatura del Estado “a título de rey”, este relevo va acompañado de una perfecta continuidad en las carreras de los implicados en el aparato represivo (militar, judicial y policial) del viejo régimen. Mientras se legalizan partidos y sindicatos, se comienzan a celebrar elecciones libres y el país “se incorpora venturosamente a la senda democrática”, lo cierto es que el aparato coercitivo de la dictadura permanece intacto. ¿Cómo se consiguió este milagro?
La explicación no es compleja, según Grimaldos, aunque, eso sí, choca frontalmente con el relato legendario tejido por los medios y la historiografía dominantes. El hecho es que la Revolución de los Claveles portuguesa en abril de 1974 fue tomada muy en serio por los arquitectos de la transición que se gestaba en España en las cúpulas del poder. Se trataba de evitar a toda costa que la ruptura que se produjo allí se diera aquí, y con este fin el método a aplicar estaba claro, porque es viejo como el mundo. El policía malo y el policía bueno se repartieron los papeles y los asesinatos de la extrema derecha y la amenaza de un golpe de estado otorgaron a los franquistas “buenos” un aura de respetabilidad cuando ofrecieron “lo único posible”, es decir, una democracia a su medida que dejaba intactos los intereses de las oligarquías propietarias del país. Estos intereses quedaban salvaguardados por unas fuerzas armadas, una judicatura y una policía que, asimismo, subsistían intactas. Cualquier tensión ante este chantaje se resolvió cuando los partidos de izquierdas mayoritarios sacrificaron sus principios a cambio de que sus dirigentes accedieran a las prebendas del Estado. Con un gobierno “socialista” rigiendo los destinos de la monarquía borbónica podía proclamarse a los cuatro vientos que una España nueva unía su voz al coro de las naciones más avanzadas. Mientras tanto, la infraestructura económica permanecía “atada y bien atada”.
Dos actores esenciales: el amigo americano y la izquierda domesticada
Grimaldos repasa los pormenores de la evolución del régimen franquista a la monarquía, a través de la Ley de Sucesión de 1947, la de Principios del Movimiento Nacional de 1958 y el telefonazo y las sesiones de Cortes de 1969 que encaminaron a Juan Carlos de Borbón a la jefatura del Estado tras jurar fidelidad a los principios del Movimiento. El proceso culminó, como es bien sabido, con su proclamación como rey el 22 de noviembre de 1975, dos días después del fallecimiento del dictador. No es tan bien conocido, sin embargo, el control americano sobre esta trayectoria. Los datos aportados en el libro muestran en detalle la supervisión por parte de la CIA de todos los hechos clave, como el posicionamiento del Ejército, el relevo en la cúpula del PSOE, el insólito viraje de la del PCE o el intento de golpe de estado del 23F.
La situación estratégica de la península Ibérica era la causa de estos desvelos y Vernon Walters fue el personaje al que se encomendó el diseño de las operaciones sobre el terreno, a las órdenes directas de la Casa Blanca, en colaboración con la socialdemocracia alemana de Willy Brandt y con los servicios secretos españoles (Servicio Central de Documentación, SECED) como agentes ejecutivos. Se desgranan también los pormenores del acceso de Adolfo Suárez a la presidencia del gobierno y los chantajes utilizados (Operación Jano) para conseguir que las cortes franquistas se hicieran el harakiri. En otro capítulo se analiza cómo los que manejaban los hilos auspiciaron la “alternativa socialista”, que llegado el momento sirvió fielmente a sus intereses, por ejemplo cambiando sobre la marcha su posición respecto a la OTAN.
Otros actores decisivos: la extrema derecha y el nacional-catolicismo
Otros capítulos están dedicados a las últimas ejecuciones del franquismo en 1975, tras juicios arbitrarios y sin garantías, y a la ola represiva que se ceba en esa época en los militantes de organizaciones de izquierdas, con más de un centenar de asesinatos, habitualmente impunes, entre 1976 y 1980, a manos de fuerzas policiales o comandos ultras de Fuerza Nueva, CEDADE o Guerrilleros de Cristo Rey. La conexión de estos grupos con la red Gladio, orquestada por los servicios secretos norteamericanos, y los neofascistas italianos también se examina en detalle.
La continuidad del aparato judicial franquista, y su apoyo a toda la evolución expuesta, fue otro aspecto destacado de la Transición, con cambios cosméticos como la transformación del Tribunal de Orden Público en Audiencia Nacional (conservando el mismo edificio). Magistrados devotos del caudillo seguirán en activo con el PSOE en el gobierno, y se recuerdan al respecto trayectorias espeluznantes. Lo mismo puede decirse de la policía.
El papel desempeñado por la jerarquía católica resulta imprescindible para comprender lo ocurrido. Grimaldos nos describe los muy diversos sectores existentes a comienzos de los 70 dentro de la Iglesia y cómo la cúpula dirigente fue capaz de imponer su criterio y silenciar las voces discrepantes. El cardenal Tarancón vio claro el futuro y apostó por el ganador, consiguiendo que la institución conservara íntegros sus privilegios a lo largo de todo el proceso hasta hoy mismo.
Las raíces de los problemas de hoy
Estudiar la Transición no es arqueología recreativa, sino poner las bases para resolver los conflictos del presente. Repasando la historia vemos que en nuestra piel de toro la opresión y explotación seculares sólo tuvieron dos tímidas ventanas a algo distinto en nuestros dos períodos republicanos. En 1975, la muerte física del personaje más sanguinario de nuestra ensangrentada historia suponía una oportunidad que fue reivindicada desde las calles, pero frustrada de forma rápida por una hábil operación cosmética por parte de los que llevaban el timón y lo siguen llevando: las oligarquías del país, que tuvieron en el empeño poderosos aliados. Lo cierto es que la clase media alumbrada por los 30 gloriosos tampoco tenía ganas de muchas aventuras y se creyó mayoritariamente el cuento tan bonito que le contaron.
En 1977, tras las primeras elecciones democráticas, los representantes de la voluntad popular designados en los territorios del centro y todas las periferias, peninsulares e insulares, deberían haberse sentado en torno a una mesa, libres e iguales, para decidir consensuadamente un futuro viable de convivencia. Sin embargo esta opción, auténticamente democrática, daba mucho miedo a los propietarios del país y optaron por otra cosa. La mentira tutelada que orquestaron como sucedáneo engañó a los incautos, pero aviva la frustración de un presente con resabios franquistas por todos los estamentos e instituciones y conflictos territoriales sin solución a la vista.
Desentrañar las claves de lo ocurrido entonces, labor en la que Alfredo Grimaldos tuvo un papel tan destacado, nos ofrecen en realidad la posibilidad de comprender en su complejidad la situación actual y buscar para ella vías de solución respetuosas con los derechos de todos.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/