La derecha logró ganar el balotaje presidencial tras una feroz campaña contra la izquierda en general y contra el candidato de centroizquierda, Alejandro Guillier, en particular. Según ese relato, el fantasma del comunismo acecha en cada esquina, el papa Francisco es un insurrecto peligroso, el Pepe Mujica una amenaza a la integralidad territorial chilena, y […]
La derecha logró ganar el balotaje presidencial tras una feroz campaña contra la izquierda en general y contra el candidato de centroizquierda, Alejandro Guillier, en particular. Según ese relato, el fantasma del comunismo acecha en cada esquina, el papa Francisco es un insurrecto peligroso, el Pepe Mujica una amenaza a la integralidad territorial chilena, y Guillier un «violento» que busca transformar a Chile en Venezuela.
En la primera vuelta de las elecciones presidenciales chilenas también fueron elegidos los miembros del Poder Legislativo, y el impacto de la buena votación del Frente Amplio, una coalición que promete rescatar los valores de la izquierda supuestamente abandonados por el oficialismo, distrajo la atención de un hecho que bien podría ser el hito que marque el fin de la vieja política. El senador Andrés Zaldívar, de 81 años, actual presidente de la Cámara alta y figura histórica de la Democracia Cristiana (DC), perdió la banca que tenía desde 2010 y terminó una carrera parlamentaria y de gobierno de 65 años. Acusado más de una vez de favorecer los intereses empresariales, Zaldívar es un hábil operador político de la facción más conservadora de la DC. Como ministro de Hacienda del gobierno del presidente Eduardo Frei Montalva, en 1970, auguró en una cadena de televisión y radio el desastre económico para el gobierno de Salvador Allende. De inmediato se produjo una fuga masiva de divisas, que fue el prólogo del sabotaje al que iba a ser sometida la economía por el empresariado nacional, con el apoyo de Estados Unidos. Andrés Zaldívar fue así el protagonista de una táctica en la que la centroderecha chilena estaba muy experimentada: las campañas propagandísticas de terror.
Tableteo de ametralladoras… el grito desgarrador de una mujer por la muerte de su hijo a manos de los comunistas… una voz con tono dramático que dice: «Para evitar esto en Chile, vote por …». Esto sucedió hace tiempo y no tan lejos, cuando Estados Unidos, en plena Guerra Fría, intentaba frustrar los esfuerzos de un persistente Salvador Allende por llegar a la presidencia. Según el Informe Church del Congreso estadounidense sobre las acciones clandestinas de la Agencia Central de Inteligencia (Cia) en América Latina, Washington gastó unos 4 millones de dólares en apoyar una campaña masiva de propaganda para levantar el fantasma de la opresión comunista y favorecer el triunfo, en 1964, de Eduardo Frei Montalva. Seis años más tarde Allende logró su objetivo, pese a los otros millones gastados por la Cia, y lo demás está en la historia trágica de nuestros tiempos.
El cuco venezolano
Más allá del simbolismo que tiene la salida del parlamento de una figura señera de la vieja forma de hacer política, en Chile las campañas del terror parecen seguir siendo un recurso válido, como se vio tras el 19 de noviembre, cuando la derecha pasó con un exiguo resultado a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
Venezuela es poco menos que el infierno para los sectores conservadores chilenos, que incluso han conseguido declaraciones del parlamento contra el gobierno de Caracas, alejadas de todos los criterios de no intervención en los asuntos internos de otro país. Por eso el ex presidente y candidato Sebastián Piñera lanzó su campaña de la segunda vuelta con estas frases dedicadas al senador Alejandro Guillier, su oponente centroizquierdista: «Yo veo que el candidato Guillier está cada día más violento, más demagogo, más populista, más errático, y se parece cada día más a Maduro. Yo me pregunto a dónde nos conduce ese camino». En esa línea argumental, desde el extranjero le llegó a Piñera un apoyo inesperado y tal vez no deseado: Jhon Jairo Velásquez, el ex hombre de confianza y sicario del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, reciclado como «activista político», puso en las redes sociales un video con sus opiniones sobre la competencia presidencial chilena. «El Frente Amplio significa izquierda brutal», dijo el otrora infame delincuente. «Guillier ya sabemos hacia dónde va. Está patrocinado por el gobierno de Venezuela, por la izquierda brava. ¿Y detrás del gobierno de Venezuela qué hay? Narcotráfico.»
Acaso porque los conservadores no esperaban en la primera vuelta los resultados obtenidos por el Frente Amplio, que le permitieron tener 20 diputados y un senador, esta agrupación se convirtió en otro blanco de la campaña del terror, con ataques por dos flancos: la supuesta inexperiencia política de sus dirigentes y una imaginada semejanza con la izquierda radical de los tiempos de la Unidad Popular (UP) que encabezó Allende. El escritor Roberto Ampuero, una suerte de versión chilena de Mario Vargas Llosa, por su corrimiento de la izquierda a la derecha, mencionó en su columna del diario El Mercurio «la aparición de la UP 2.0». Por su parte, y con todo el paternalismo que suele lucir la clase alta chilena, el senador Manuel José Ossandón describió al Frente Amplio como «un grupo de personas, bien intencionadas, bastante ingenuas, que han tratado de mostrarle a Chile algo que a mí no me gusta, que es que aquí están los buenos, y aquí están los malos». Competidor de Sebastián Piñera por la candidatura presidencial en la interna de su partido (Renovación Nacional), Ossandón tampoco dudó en recurrir a los fantasmas de los viejos tiempos y remató, respecto del FA, que es «una especie de UP moderna».
La peligrosa «izquierdización»
La Democracia Cristiana, que integra la coalición de Michelle Bachelet pero había decidido correr con candidata propia en la primera vuelta, pagando por ello al recibir el número más bajo de sufragios desde el regreso a la democracia, unió algunas voces a ese coro. Si bien la dirección del partido se comprometió a apoyar a Alejandro Guillier, un grupo de figuras importantes, que incluyó a varios ex ministros, declaró que no iba a votar por él. Encabezó ese grupo Mariana Aylwin, ex ministra de educación e hija del fallecido Patricio Aylwin, el primer presidente de la transición, quien tiene intereses sustanciales en el ámbito de la educación privada y es una de las detractoras de la reforma educacional impulsada por la presidenta Bachelet. En declaraciones y columnas periodísticas, Mariana Aylwin y sus cofrades hablaron de una creciente polarización del país y de la supuesta influencia del Frente Amplio en una radicalización de la izquierda oficialista, y además acusaron a la dirigencia de la DC de abandonar el centro político. Álvaro Clarke, un ex alto funcionario demócrata cristiano del gobierno de Ricardo Lagos, escribió en el diario La Tercera (que junto a El Mercurio dio gran difusión a las advertencias sobre la «izquierdización» del país): «los recurrentes matices que ha subrayado la DC o algunos de sus dirigentes para diferenciarse de sus aliados de coalición en el actual gobierno pasarán a ser una suerte de visos muy tenues que no alcanzarán a nublar, ni siquiera con suavidad, la gama de rojos fuertes que embandera la coalición de izquierda».
… y el Pepe
. Hasta el muy rioplatense mate se convirtió en un instrumento de la ofensiva de la derecha para frustrar la victoria de Alejandro Guillier en la jornada electoral del 17 de diciembre. Con motivo de la visita a Santiago del ex presidente José Mujica, en apoyo a Guillier, un comentarista de El Mercurio entreveró a éste y al papa Francisco en la misma yerba, para atacar sus visiones del mundo que, por ende, serían las de Alejandro Guillier y sus seguidores. Luego de definir a Mujica como un santón ateo y al papa como un rústico simplista, en su columna del día de la segunda vuelta -titulada «Los riesgos del mate»-, Carlos Peña, rector de una de las principales universidades privadas de Chile, afirmó: «El exhibicionismo de las propias virtudes (un arte que Mujica y Francisco cultivan con esmero) y el discurso simplista y sentimental (que ambos ejercitan) pueden servir de consuelo a quienes padecen la injusticia, e inflamar la autoimagen de quienes lo cultivan, pero, fuera de entretener y proveer una ilusión fugaz, lo sabe muy bien la historia de América Latina, no sirven para cambiar nada. Marx -y la vieja izquierda que no se deja engañar por la teología política hoy tan de moda- tenía toda la razón con eso del opio del pueblo. Sólo que habría que incluir en la lista al mate».
El candidato de la derecha tampoco se privó de atacar al ex mandatario uruguayo: en una entrevista radial apeló al nacionalismo que caracteriza a las masas chilenas, al recordar «a mis compatriotas que el presidente Mujica apoya la causa boliviana, que quiere quitarnos parte de nuestro mar». Para aprovechar una imagen muy usada en la campaña del terror, la de «Chilezuela», un país que podría caer en el caos y la miseria de Venezuela, Piñera dio otra vuelta de tuerca y destacó el apoyo de Mujica a Nicolás Maduro, «un dictador que está no solamente destruyendo a su país, lo está matando de hambre».
Los grandes empresarios también pronosticaron la decadencia y el caos en el caso de que ganara Alejandro Guillier, y no tuvieron empacho en difundir esos conceptos en el extranjero. El presidente de la compañía aérea Latam, que es la más grande de la región en su rubro, declaró ante la Bolsa de Nueva York que estaba en juego el éxito de los últimos 30 años del modelo económico «que nos pone a la vanguardia del resto de los países de Sudamérica e incluso del mundo», y designó a Sebastián Piñera, su amigo personal y ex accionista de la empresa, como el único calificado para garantizar el crecimiento del país.
El toque final, dirigido a los temores de la clase media, lo puso El Mercurio en la víspera de la segunda jornada electoral, con un titular de primera página según el cual los afiliados a los sistemas de salud privados iban a pagar casi mil dólares más al año si se implementaba el plan de Guillier para mejorar la salud pública. La única y exclusiva fuente de esta información fue el Instituto Libertad y Desarrollo, el centro de pensamiento de la derecha más conservadora y neoliberal, y el artículo no incluyó ninguna consulta al equipo de campaña del candidato criticado.
Y llegó el día
Liceo Juan Gregorio de Las Heras, Concepción; mesa 44 (de mujeres, porque aunque Chile tenga una presidenta mujer, todavía se conservan muchas prácticas, usos y costumbres casi decimonónicos, como el voto por separado de mujeres y hombres, o el hecho de que el establecimiento educacional de mayor prestigio del Estado -el Instituto Nacional- sea sólo para varones). En la fila se distingue una persona muy alta y rubia que habla con acento extranjero, y al conversar con los integrantes de la mesa dice que esta es su primera votación luego de 25 años de residencia en Chile. Después de que sale del cuarto secreto y deposita su voto, este corresponsal le pregunta qué la motivó a sufragar. La respuesta es rápida y tajante: «¡Vine a votar para que Piñera no salga presidente!».
Como esa catedrática alemana de la Universidad de Concepción, muchas personas del ambiente intelectual y académico, así como de la clase media de mayor nivel educativo, ven en Sebastián Piñera al representante de un empresariado chileno codicioso, de pocos escrúpulos para hacer dinero, poco afín al desarrollo de la cultura pero especialista en trucos publicitarios para vender sus ideas a la masa del público. «Es que es un hombre de esfuerzo, buen empresario», dijo otra votante de la mesa 44 de Concepción, empleada de un centro comercial. Tal vez las opiniones de la catedrática universitaria y de la empleada reflejan los enfoques, fracasado uno y exitoso el otro, que los candidatos dieron a sus campañas de la segunda vuelta. Guillier hizo un discurso de grandes ideas republicanas e igualdad, pero vacilante, como se vio en el último debate, en cuanto a medidas concretas; Piñera, en cambio, apeló a las pequeñas ideas de las necesidades diarias de la gente, que vio en él «la solución a ciertos problemas puntuales», según lo admitió a Brecha en Concepción un dirigente del oficialismo.
Enclave izquierdista
Concepción, la segunda ciudad de Chile, tiene una larga historia de izquierda, especialmente en su universidad. Fundada por los masones en 1919, esta institución fue la cuna del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Mir), que puede considerarse el equivalente chileno de los tupamaros, con los cuales el Mir mantuvo vínculos hasta la debacle del golpe de 1973. La intervención militar de la universidad no fue precisamente con guante de seda, y entre quienes estuvieron a cargo de ella se incluye un personaje del círculo político de Piñera: el ex candidato presidencial de 1999 y hoy alcalde de una de las comunas más ricas de la capital, Joaquín Lavín. El Mir, el cuerpo docente universitario, y los sindicatos de Concepción y de los puertos cercanos de San Vicente y Talcahuano (que es la base principal de la Armada) sufrieron toda la brutalidad de la dictadura, pero hasta la vuelta a la democracia sobrevivió el espíritu de la izquierda, y la Federación de Estudiantes de la universidad es una de las más comprometidas con los cambios sociales y la reforma educacional. Sin embargo, aquí también fue derrotado Guillier, por un porcentaje más alto que el nacional, de alrededor del 13 por ciento. Para Camilo Riffo, que perdió su candidatura a diputado local por el Frente Amplio, Alejandro Guillier cometió el error de centrarse en destacar las diferencias con Piñera y prestar menos atención a las propuestas políticas del FA, que atendían a problemas concretos de la ciudadanía. Algo similar piensa Sergio Toro, director del centro de investigación social Demo Data, de la Universidad de Concepción, quien sostiene que el candidato de la derecha tuvo una mayor capacidad de movilización, en tanto que en la campaña de Guillier no se supo aprovechar la capacidad de éste para los discursos de masas y se lo limitó a lo mediático.
El sociólogo Felipe Portales, especialista en analizar las carencias de la democracia chilena, hizo esta interpretación para Brecha: «Guillier ha desechado de manera increíble quizá la única posibilidad que le permitiría remontar su bajísimo resultado de la primera vuelta: haber forjado una coalición -si no de gobierno, al menos electoral- con el sorprendentemente exitoso Frente Amplio». Así, según Portales, se habría generado «una nueva mística de esperanza de transformación profunda de la sociedad chilena, que seguramente hubiese entusiasmado a la reluctante mayoría de chilenos (que insiste en ni siquiera ir a votar) para apoyarlo decisivamente».
La palabra de la esposa
Excepto por el fútbol, los chilenos no son muy dados a los grandes festejos callejeros, ya que en la mayor parte del país ni siquiera existe el Carnaval. El domingo, la alegría se concentró en la sede del equipo de campaña del presidente electo, y hubo algunos bocinazos en las calles; no obstante, los comentarios de persona a persona sí reflejaban el clima de opinión. «¡En Concepción habrá muchos que estarán llorando!», dijo a este corresponsal un taxista que lo traía de regreso a casa desde el aeropuerto santiaguino. Sin necesidad de muchas preguntas, entró en su propio análisis de la victoria de Sebastián Piñera y expresó que la gente había temido por sus posibilidades económicas bajo un gobierno de Guillier, así como «por todo este asunto del comunismo». Para cerrar esas meditaciones expresó una idea que tiene mucha influencia en una sociedad marcada por el peso, a veces abrumador, de las relaciones familiares: «Cuando la señora de Piñera dijo que estaba convencida de que él iba a cumplir con todo lo que prometía, ahí creímos que valía la pena votar por él».
A mediados de la semana anterior a la segunda vuelta se publicó la Encuesta Internacional Ipsos-Mori Perils of Perception 2017, que mide en 38 países la discrepancia entre hechos reales y su percepción en la población. En la clasificación mundial encabezada por Sudáfrica, Chile quedó en el puesto 13, debajo de Argentina. El estudio abarca prejuicios y problemas reales, como la delincuencia, y considera el papel de los medios y los grupos de pares como factores distorsionadores de la apreciación de los hechos. Una de sus conclusiones puede ser útil para el debate pos electoral chileno: «Cuanto más veamos la cobertura de un problema, más prevaleciente creeremos que es, especialmente si esa cobertura es aterradora».