El problema Piñera consiste en cómo evitar que el fabuloso patrimonio que posee el candidato presidencial de la derecha no se convierta en un tema candente de la campaña electoral y no sea planteado por sus opositores como una razón poderosa para negarle el acceso a La Moneda. Como es sabido, entre sus propios partidarios […]
El problema Piñera consiste en cómo evitar que el fabuloso patrimonio que posee el candidato presidencial de la derecha no se convierta en un tema candente de la campaña electoral y no sea planteado por sus opositores como una razón poderosa para negarle el acceso a La Moneda. Como es sabido, entre sus propios partidarios y particularmente dentro de la UDI, hay irritación por el tema y en diversos tonos presionan a su candidato para que cese en su doble militancia de financista nada de escrupuloso y a la vez político supuestamente preocupado por el bienestar de los chilenos.
Recordemos que recientemente fue multado por aprovechar información confidencial para ganar una gran suma con la venta de acciones en la Bolsa. Sus operaciones han dejado heridos entre algunos de sus colegas multimillonarios, como el grupo Claro, o magnates como Juraszek que le tienen cuentas pendientes. Ex amigos, como la senadora Mattei, no le perdonan antiguas ofensas. Por su lado, el gobierno ha enviado al Congreso un proyecto llamado de Fideicomiso Ciego, que lo afectaría a él y a otros grandes capitalistas que opten a cargos públicos.
El investigador del CEP (Centro de Estudios Públicos, vinculado a Renovación Nacional) Salvador Valdés ha terciado en el debate y ha propuesto una solución distinta a las que hasta ahora se barajan. Parte reconociendo que la ciudadanía tiene el derecho a exigir garantías de que sus autoridades al ejercer sus cargos no tomen decisiones influidos por el afán de aumentar sus activos, a partir de más de un millón de dólares. Pero a la vez considera que el «mandato ciego» sería inefectivo y la ciudadanía tendría razón para desconfiar puesto que entre administrador y mandante hay un interés compartido en comunicarse, para aprovechar toda información privilegiada, en provecho de ambos. Habrá muchos modos indirectos, secretos o privados para hacerlo. A lo cual hay que agregar que resulta increíble que el primero podría en algún momento olvidar su calidad de subordinado del segundo.
Aún más, Valdés recuerda que en EE.UU se dictó en 1978 una ley similar de «fideicomiso ciego», pero sus críticos de allá están convencidos que su principal efecto ha sido «mejorar las coartadas de las autoridades que usan su cargo o la información a la que acceden en beneficio personal». Su propuesta a Piñera es que reparta sus huevos de oro en una multitud de canastas chicas de manera que no pase del 20% de cada fondo y así aunque él se beneficiara al explotar su información privilegiada también beneficiaría a cientos de otros inversionistas participantes del mismo fondo. Le propone además que se desprenda de aquellos paquetes (tal vez como Lan y Chilevisión) que le dan el control de tales negocios estratégicos, para lo cual habrá muchos magnates interesados en adueñarse de estas joyas de la corona. (Imaginemos qué estará pensando Piñera de esta última propuesta)
La verdad es que el problema Piñera no tiene solución. Si la colusión entre los poderes económicos y los políticos es repudiable, lo mejor sería que los millonartios se abstuvieran de participar en política. Seguramente él cree que va a ganar pues con que se gaste un 10% de sus 1.200 millones de dólares, más lo que pongan sus socios, debe calcular que le bastan para «comprar la Presidencia». Y si pierde de todos modos seguuirá siendo uno de los hombres más ricos de Chile, de América Latina y codeándose con los más acaudalados del mundo, como lo acaba de admitir la Revista Forbes. Es cierto que en estos tiempos de exitismo económico, los multimillonarios como Berlusconi, apoyados en el poder mediático monopolizado, tienen mucha chance de sumar el poder económico al político. Porque no faltan los ingenuos que dicen que los muy ricos ya no tienen necesidad de robar, y en cambio como gobernantes sabran cómo enriquecernos a todos.
Pero Piñera no es un empresario pequeño o mediano que esté diariamente afrontando los problemas de su empresa, sino un capitalista que no necesita trabajar para darse una vida fastuosa, sólo con los intereses y rentas de sus enormes inversiones. Felizmente al lado de los ingenuos hay mucha gente realista. En todo el mundo hay indignación crecientes contra quienes acaparan todos los privilegios y se aprovechan del rescate del estado, mientras las mayorías arrastran una vida de miserias e incertidumbres. En Chile, varios magnates intentaron conquistar la presidencia. Gustavo Ross lo intentó en 1938 y fue repudiado; Arturo Matte fue derrotado en 1952; Jorge Alessandri ganó en 1958, pero la segunda vez en 1970 fue desplazado por Salvador Allende. Hernán Buchi, favorito de los oligarcas, Fra Fra Errázuriz y Alessandri Besa fueron perdedores en 1990 y 1994, al igual que Lavín en 1999 que mantuvo oculto sus haberes y la de sus amigos. Es que en nuestro país hay una arraigada desconfianza con los que el primer Alessandri llamaba «la canalla dorada».