Se inició la construcción de la Penitenciaría de Santiago en 1843, como una forma de enfrentar la creciente delincuencia y en reemplazo de los llamados «carros de Portales», celdas ambulantes parecidas a las que usan los circos para trasladar fieras. Luego de diversas visitas a recintos de EE.UU., se optó por utilizar el régimen de […]
Se inició la construcción de la Penitenciaría de Santiago en 1843, como una forma de enfrentar la creciente delincuencia y en reemplazo de los llamados «carros de Portales», celdas ambulantes parecidas a las que usan los circos para trasladar fieras. Luego de diversas visitas a recintos de EE.UU., se optó por utilizar el régimen de Auburn, también llamado «sistema del silencio», consistente en una reclusión solitaria por las noches y trabajo diario colectivo, todo en el mayor silencio. Sin embargo, cuando se inaugura en 1847 la cárcel recibe a sus primeros reclusos con el 10% del proyecto construido, iniciando con hacinamiento sus funciones. Tampoco tenía resueltos los problemas de seguridad, agua potable ni alimentos. La implementación del régimen Auburn se convirtió en un objetivo secundario.
La obra gruesa se terminó recién en 1856, casi único momento en que hubo más celdas que presos. Pero siguieron sin resolver otros problemas, como el agua. Recién en 1872 se proporciona un suministro confiable para el consumo humano. Hasta esa fecha se extraía del Zanjón de la Aguada. Por su parte, la alimentación (proporcionada por Vicente Vial, contratista externo) era de pésima calidad, a tal punto que el superintendente de Prisiones, Manuel Cerda, envió al Ministerio de Justicia dos panes tomados al azar: estaban hechos de los «mendrugos que sobran de las panaderías», los que se echaban a remojar, aumentándolos con afrecho. También hubo una polémica respecto de si los huesos podían considerarse alimento. El régimen de visitas era poco: se autorizaban los días jueves y domingo, pero totalizando solo dos meses por año, lo que impedía que el preso supliera los escasos víveres con apoyo externo. El contratista de alimentación fue despedido, iniciándose la fabricación de alimentos de manera interna. Sin embargo, no hubo gran mejoría en calidad.
Otro gran tema era la evacuación de desechos. Hay que recordar que no existía alcantarillado en Santiago, realizándose la eliminación mediante acequias abiertas. Sin embargo, la acequia fue construida sin la pendiente necesaria, lo que mantenía las aguas permanentemente estancadas. Las emanaciones produjeron graves problemas sanitarios. Era muy común la disentería. Según la información estadística, todos los reclusos tenían alguna enfermedad. Algunos tenían varias. La mortalidad era muy alta, y los que no morían vieron mermada su salud para siempre. Dentro de las enfermedades resaltaba el escorbuto, lo que es señal que la provisión de vitaminas estaba ausente. Producto de la humedad y mala ventilación que existía en el diseño original, los tuberculosos eran abundantes. Recién en 1867 se logró controlar estas enfermedades, pero sin que desaparecieran.
Una deficiencia curiosa era la escasez de funcionarios: sólo 18 hasta 1850, para una población de 500. Entre ellos, cinco cumplían funciones estrictamente carcelarias («llaveros»), el resto eran administrativos, incluidos un capellán y un médico. La seguridad la proporcionaba un destacamento militar externo, cuya función era evitar fugas o posibles motines, pero en general no tenían acceso al interior de la prisión. Por otro lado, la composición de la tropa externa era variable y a veces incluía niños, según se quejaba el superintendente Manuel Cerda.
No era su única queja: las borracheras de los presos eran frecuentes con licor proporcionado por la tropa externa. En un caso robaron al director de la Penitenciaría 300 pesos (el sueldo de un funcionario era de 10 pesos) y las sospechas recayeron en los efectivos del batallón. Por otro lado, el número de fugados era importante: un promedio de 15 por año hasta 1860, probablemente con ayuda de los soldados. Esto se explica porque en la Penitenciaría también se recluía por delitos militares. Por ejemplo, el año 1859 el 60% estaba preso por ese motivo. Para el pueblo la conscripción se consideraba una forma de sobrevivencia. Para las familias de mayor alcurnia, era una forma de disciplinamiento equivalente al presidio. El resultado era una fuerte identificación con los reclusos.
INTENTOS DE REHABILITACION
En todas las épocas se ha intentado la mejora moral de los reos mediante la religión. En el caso de la Penitenciaría, seis años después de inaugurada se inició la construcción de la capilla. No fue fácil la aprobación del proyecto. Una opción previa fue la construcción de una torre de vigilancia en el patio central donde se pudieran decir misas, sin necesidad que los internos salieran de sus celdas.
En 1854 se inician los servicios religiosos. El menú incluía ejercicios espirituales, misiones, charlas doctrinales y oraciones cotidianas (realizadas voluntariamente por los presos), además de misas. También existían conversaciones en las celdas, programadas con anticipación. El capellán tenía otra función: era el único vínculo entre el reo y la administración. En las conversaciones en la celda, que incluían cierto grado de confesión, el preso se informaba del mundo exterior. Por este motivo las actividades religiosas fueron bien recibidas, sobre todo porque implicaban salir de las celdas y había raciones de comida extra. La participación era una forma de conseguir el indulto: el capellán firmaba los informes de rehabilitación. Desde 1854 hubo un promedio de 30 indultos por año, con un máximo de 120, en 1860.
Respecto de la instrucción, al inicio no tuvo prioridad. Cuando aparece fue orientada a la adquisición de oficios. Posteriormente se agregó la alfabetización. En alguna época se contrató a profesores de jornada completa que en una enorme sala enseñaban a todos los inscritos. Hubo un año en que el profesor fue un reo. Parece ser que lo hizo bien: logró inscripción completa en el curso y elogios de la administración.
Siempre fue importante la cuestión del trabajo, base del sistema del silencio o de Auburn. Debe indicarse que antes de la construcción de la Penitenciaría los reos eran utilizados intensivamente en diversas obras, tanto en Santiago como en regiones. Con la Penitenciaría se suprimó el sistema, pero en la práctica sigue siendo utilizado, en particular para construir la propia prisión. Fueron los mismos presos los que realizaron el empedrado de calles, construcción de muros, canal de agua, talleres, patios, etc.
CARCELES DE HOY
Desde el año 2000 comienza a construirse un nuevo sistema carcelario en Chile: las cárceles concesionadas. En ellas, Gendarmería se encarga de la seguridad, en tanto que los servicios son proporcionados por una empresa externa, incluido el programa de reinserción. Como hemos visto, la externalización de servicios carcelarios no es una idea completamente nueva. Por otro lado, tanto en 1847 como en 2006 pueden observarse los mismos vicios: problemas en el proyecto, acomodos de última hora, inauguraciones anticipadas, cambios de prioridades, etc. La Penitenciaría era un proyecto innovador para la época, casi de vanguardia a nivel mundial. Las cárceles concesionadas también, pero increíblemente han estado repletas de errores de construcción. Un ejemplo: la cárcel de Antofagasta, abandonada por la constructora original (Besalco) fue retomada por la española Dragados. Sin embargo, por estar construida en suelo salino y sin las impermeabilizaciones adecuadas, además de continuas filtraciones de cañerías mal selladas, han generado que la cárcel se esté hundiendo. En 2007 el Estado perdió un juicio con la constructora por 2 millones y medio de UF, dinero que sigue pagándose hasta hoy. Al final se supo que los errores se originaron en los diseños de la época. Lamentablemente no es el único ejemplo. Ricardo Lagos, artíficie de la idea, pretendía eliminar (en su gobierno) el hacinamiento carcelario mediante la construcción de diez cárceles antes de 2006. Su apuro no dio frutos: recién en 2014 entró en operaciones la última.
Para la Penitenciaría, el efecto ha sido tener de vecino al penal Santiago Uno. Lo nuevo y lo viejo en una misma cuadra.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 824, 20 de marzo, 2015