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Memoria selectiva

Sembrar cizaña para dividir

Fuentes: www.es.lapluma.net

Separar a los indígenas de las organizaciones y personas que en Colombia y en el mundo luchan por un mundo mejor, fuera de la barbarie que ofrece el capital, sabemos para qué «proyecto» es funcional ; claramente no lo es para el proyecto indígena, mucho menos para el proyecto del bloque popular.

Asistimos hoy en Colombia a un momento de alza en las luchas populares -del cual el heroico alzamiento en el Cauca es un ejemplo dramático[1]– a la vez que comienzan a darse pasos serios, por incipientes que sean, hacia la necesaria unidad del pueblo en contra de un modelo que profundiza la guerra sucia, el desplazamiento, el saqueo, la concentración de tierras y la degradación del medio ambiente.

Ahí están iniciativas como la Marcha Patriótica, Comosoc, Comosocol, el Congreso de los Pueblos, la Minga y otros, que se dieron cita en el Encuentro Nacional de Unidad Popular, los días 10 y 11 de Agosto.

Sin embargo, mientras muchos sectores apuestan por la unidad de los que luchan, los hay quienes, siguiendo por inercia la tendencia al divisionismo y la dispersión en los movimientos, han apostado por poner palos a la rueda al necesario proceso de convergencia en función de un proyecto social alternativo al del bloque en el poder.

El artículo » El Cauca y el resarcimiento de la memoria «, escrito por el antropólogo Efraín Jaramillo[2], ha sido un campanazo de alerta ante las tendencias al sectarismo que hacen nata en ciertos sectores de los movimientos sociales colombianos. En realidad, este artículo no tiene en sí mismo mayor mérito y repite lugares comunes que desde hace tiempo se escuchan de manera totalmente acrítica entre los círculos indigenistas (no necesariamente indígenas); a la vez, reproduce de manera irresponsable señalamientos y acusaciones temerarias que uno esperaría del gobierno y de oficiales del Ejército, más no así de alguien que al menos verbalmente se dice comprometido con ciertos procesos sociales. Lo grave de este artículo radica en que, en momentos en que la delicada situación en el Cauca exige mayores niveles de unidad y lucha, se convierte al sectarismo tan arraigado en el movimiento popular, en teoría política y en virtud, a la vez que el aislamiento es convertido en estrategia política.

Ya hemos criticado la soberbia, la intolerancia y la prepotencia «intelectual» desde la cual se ha escrito este artículo[3]. Sin embargo, hay dos aspectos de fondo en los que creemos necesario ahondar: la manera superficial en la que trata la historia del movimiento popular caucano y la estrategia derrotista-alucinada que recomienda a los oprimidos como camino a seguir en su lucha. Ambas están concatenadas por un hecho fundamental: la memoria de las luchas populares es utilizada, de manera selectiva, como un argumento para justificar la desunión y el sectarismo. Esta recomendación es particularmente tóxica cuando todos los esfuerzos del movimiento popular apuntan en el sentido de aumentar, no de disminuir, los niveles de unidad de los sectores en lucha.

El dato histórico como excusa para el divisionismo

Cuando se trata de abordar los conflictos por la tierra entre campesinos e indígenas, Jaramillo resume un conflicto ocasionado por factores objetivos (falta de tierra y física necesidad) a una caricatura: militantes de izquierda campesinos (malos) contra indígenas del CRIC (buenos). Este procedimiento se hace obviando completamente un análisis objetivo, fundado en los hechos, respecto al problema de la tierra en esa región y en lo fácil que es, para el bloque dominante, poner a unos pobres contra otros. Bien decía, en el siglo XIX un capitalista norteamericano durante la huelga general de los ferroviarios de 1877: «Puedo contratar a la mitad de la clase obrera para que masacre a la otra mitad».

Sin embargo, el relato de Jaramillo está lleno de inexactitudes como dar a la Unión Nacional de Oposición (UNO), efímera alianza electoral entre el Movimiento Amplio Colombiano, el PCC y el MOIR, disuelta en 1974, un rol totalmente desproporcionado en los roces entre comunidades y proyectos de izquierda (ignorando que la UNO promovía en su programa la defensa de los derechos de las comunidades indígenas[4]), a la vez que se le atribuyen hechos ocurridos en 1981, es decir, en una fecha muy posterior a su disolución.

Creemos que es importantísimo comenzar a ver con más serenidad y detenimiento las contradicciones objetivas que existen entre campesinos e indígenas y explorar las maneras de superarlas, sobre todo a la luz de los enfrentamientos de hace un mes en Cajibío que dejaron más de una decena de heridos, durante la disputa por una finca que reclaman tanto campesinos como indígenas. En el enfrentamiento se quemaron los cambuches y propiedades de los campesinos así como sus cultivos, habiendo sido agredidos menores de edad y mujeres embarazadas. Este enfrentamiento se da mientras el INCODER (Instituto Colombiano de Desarrollo Rural) atiza las peleas entre los sin tierra, para que no estorben a multinacionales como Smurfit Kappa (Cartón de Colombia S.A) o grandes hacendados como los Chaux y los Mosquera que son el verdadero enemigo común[5].

Jaramillo también dice que los combates entre las FARC-EP y el MAQL dejaron más de un centenar de muertos de parte y parte, exigimos que se dé mayores datos: ¿Dónde y cuantos fueron los combates, cuántos y quiénes murieron de un lado y del otro?

Al momento de su desmovilización en 1991 el MAQL apenas contaba con unos 130 combatientes, por lo tanto las batallas que menciona Efraín Jaramillo, de haber sido de la magnitud que él afirma, sin citar fuentes (ni primarias ni secundarias), habrían sido devastadoras para este proyecto insurgente indígena. Con los datos que manejamos, se estima que, en total, el MAQL en su trayectoria tuvo unas 30 bajas (10 de ellas en un único combate con el Ejército)[6]. Con lo cual semejante holocausto con cientos de víctimas no parece tener asidero. No hemos podido comprobar el número de bajas de las FARC-EP en estos supuestos enfrentamientos, pero, de haberlos, la cifra no debiera ser tan elevada como para no haber dejado ninguna clase de registro, claramente no estamos hablando de decenas, mucho menos de centenas. Un comunicado del CRIC acusa a las FARC, en 1985, de la muerte de 17 indígenas en su trayectoria en el Cauca sin establecer claramente las causas de estos lamentables sucesos[7]; sin embargo, ni serían del MAQL ni representarían las alucinantes cifras que Jaramillo saca de la manga sin citar una sola fuente, estableciendo falsas simetrías entre la violencia oficial y la guerrillera.

Sin lugar a dudas que los roces existieron, y que probablemente hubo también algunos muertos, pero este autoproclamado porta estandarte de la «memoria» (bastante selectiva, por cierto) del movimiento indígena olvida que no solamente hubo roces entre el movimiento guerrillero de izquierda y el movimiento guerrillero indígena (que también se proclamaba de izquierda, dicho sea de paso): tanto las FARC-EP como el MAQL colaboraron desde 1987 en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, lo cual fue mucho más que un mero «pacto de no agresión», con todas sus limitaciones y falencias[8]. Este no es un detalle menor, sino que constituye un aspecto fundamental para entender la dinámica que asumió el conflicto social armado en los cruciales años previos a la Asamblea Constituyente. Esto para no mencionar la estrecha colaboración del MAQL con el M-19 y el apoyo que el EPL brindó a los grupos indígenas de autodefensas contra el gamonalismo a mediados de los ’70[9].

Jaramillo parece entender estos roces entre algunas comunidades con las FARC-EP (siguiendo la línea de ciertos politólogos que ven en esta guerrilla la causa de todos los males de Colombia) como la génesis del MAQL, haría bien en leer las opiniones que a este respecto escribieron Luis Alfonso Fajardo, Juan Carlos Gamboa (ambos ex asesores de la ONIC) y Orlando Villanueva:

» Sin tratar de negar la trascendencia de estos enfrentamientos y los posibles excesos, sería exagerado atribuir el surgimiento del Quintín simplemente a la necesidad de defensa frente a otros grupos guerrilleros, máxime cuando se equipara esta violencia a la ejercida por los terratenientes. Por lo demás, este enfrentamiento interguerrillero no se explica exclusivamente en términos de una supuesta pugna por el control del movimiento indígena. Al respecto se propone explorar las relaciones conflictivas entre indígenas y campesinos no indígenas en zonas de colonización. Algunas guerrillas apoyan con frecuencia a pequeños colonos que mantienen conflictos frente a comunidades indígenas empeñadas en la reconquista de sus tierras.

Sin embargo, la oposición y conflictividad entre grupos guerrilleros no siempre han sido tan intensas como se ha sugerido en ocasiones. En este sentido, quizás se haya insistido demasiado en las diferencias entre las distintas organizaciones guerrilleras ignorando los puntos de encuentro. No debe ignorarse que el Quintín formó parte de la Coordinadora Nacional Guerrillera (CNG) y posteriormente de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (CGSB), desde donde trató de impulsar políticas comunes con el conjunto de las guerrillas, actitud que se desprende de sus propias declaraciones. « [10]

De hecho, en el Manifiesto de Santander de Quilichao (1984), con el que se dan a conocer a la opinión pública, el mismo MAQL (entonces conocido como Comando Quintín Lame), niega la versión de Jaramillo de que su origen se habría producido por la violencia tanto de las FARC-EP como de los terratenientes:

» Entre el Ejército, la policía y los pájaros han matado a decenas de dirigentes indígenas, centenares han sido encarcelados, nuestras viviendas han sido quemadas, nuestros cultivos arrasados, nuestros animales muertos o robados. Cuando las comunidades decidieron no aguantar más, fueron formando sus propios grupos de autodefensa y de estos grupos se organizó el Comando Quintín Lame «[11]

Ni una palabra sobre las FARC-EP. Se menciona, eso sí, el asesinato del padre Alvaro Ulcué a manos de sicarios al servicio de los gamonales y la masacre de López Adentro por parte del Estado como las dos razones fundamentales que llevaron al alzamiento en armas, no las supuestas masacres cometidas por las FARC-EP. Por el contrario, respecto al movimiento guerrillero, el comunicado prosigue:

» Las organizaciones populares, los grupos armados, son nuestros hermanos, y hombro a hombro combatiremos con ellos para vencer a nuestros enemigos (…) ¡Vivan las luchas indígenas y las luchas de todo el pueblo colombiano! «[12]

Sería interesante por lo mismo, conocer las fuentes primarias o secundarias que llevan a Jaramillo a hacer las acusaciones que hace.

Lo más grave, empero, de todo este ejercicio de «memoria selectiva», son los señalamientos -«sapeo» en criollo- que Jaramillo hace en contra del proyecto de izquierda sustentado por el Partido Comunista Colombiano, y más particularmente, contra proyectos de izquierda que agrupan a campesinos e indios caucanos como el «Movimiento Sin Tierra Nietos de Quintín Lame» o las «Asociaciones Indígenas Lorenzo Ramos y Avelino Ul», organizaciones que sin lugar a dudas representan un aporte a la dinámica de las luchas populares caucanas y a los procesos de recuperación de tierra y territorio. Jaramillo señala a estas organizaciones de ser fachada del movimiento guerrillero, de manera temeraria e irresponsable. Casi al final del artículo plantea que el proyecto de la izquierda en el Cauca está sustentado por un «aparato armado». Cosa curiosa que, mientras algunos se indignan de idénticos señalamientos hechos por parte del gobierno y el Ejército en contra de organizaciones como el CRIC o la ACIN, crean legítimo obrar de igual manera con organizaciones con las que no comulgan.

Lo grave es que estos señalamientos provienen de alguien que se dice cercano a procesos populares e indígenas de la región y por tanto enrarecen aún más el ambiente. Esperamos que Jaramillo sea consciente de que no vive en Dinamarca sino en Colombia y que esta clase de señalamientos efectivamente equivale a poner la lápida al cuello a compañeros valiosos, indígenas tan respetables como los que participan de procesos como el CRIC o el ACIN. El insensato paternalismo de Jaramillo divide al movimiento indígena en «indios buenos» e «indios malos», los «malos» siendo títeres de la guerrilla, como diría cualquier uribista trasnochado.

A la vez, Jaramillo insinúa que el PC pudo estar detrás del asesinato del párroco paez Álvaro Ulcué y del dirigente indígena comunista Avelino Ul. La gravedad de estas acusaciones ameritan citar fuentes o respaldarlas con alguna evidencia; sin embargo, en el texto no encontramos más que un señalamiento vago y caprichoso sin ningún sustento, al más puro estilo de uribistas pura cepa como José Obdulio Gaviria. Una cosa es tener diferencias políticas con el proyecto comunista, lo cual es perfectamente legítimo y hasta enriquecedor en la dialéctica del movimiento popular; otra muy diferente es el confusionismo, la propaganda negra, los señalamientos, las acusaciones infundadas. En estos casos, es más responsable cerrar la boca a reproducir rumores sin fundamento.

Jaramillo plantea que el proyecto autónomo del indigenismo debe convertirse en un referente para «afrocolombianos y campesinos del Cauca, y por qué no, para los colombianos». El problema radica en que el movimiento indígena es una tradición de lucha, para nada monolítica, con distintas vertientes, en un país diverso, muy rico en múltiples tipos de lucha. El problema no es la hegemonía (o las pretensiones de hegemonía) de tal o cual actor del mundo popular, sino precisamente la capacidad de diálogo de esas distintas tradiciones de lucha, organización y resistencia, todas igualmente legítimas. O para parafrasear a los zapatistas, el tema de fondo consiste en nuestra capacidad de crear una Colombia donde quepan muchas Colombias. Esto, obviamente, es ajeno al pensamiento mesiánico, paternalista, roussoneano del antropólogo Jaramillo.

El aislacionismo teorizado como estrategia, táctica y norte político

Según Jaramillo, hay tres proyectos en disputa en el Norte del Cauca. El del Estado, terratenientes, FFAA, mineros, etc. que no tiene presentación. El de la izquierda, ni de broma. La alternativa entonces sería un proyecto indígena, totalmente autónomo, impoluto, que beba de las fuentes eternas de la memoria indígena que les habla a partir de las lenguas de fuego que chisporrotean en sus fogones cotidianos, lengua a la que el común de los no indígenas (salvo «algunos» antropólogos, claro está), no podemos entender. Agrega Jaramillo, al referirse al proyecto indígena versus el proyecto de la izquierda (asimilado en bloque al Partido Comunista) que:

» Son y continuarán siendo dos mundos diferentes en permanente colisión. Lo peor es que este proyecto esta sostenido por un aparato armado [Farc] que impide cualquier ejercicio democrático en la región. Pero tampoco los indígenas pueden esperar algo de las izquierdas desarmadas. Y quiero reiterar aquí lo que dije en la entrevista que ha causado tantas respuestas airadas: » … las izquierdas de Colombia no son un dechado de virtudes y les falta la grandeza de espíritu, la elevada moral y los gestos nobles, que Rosa Luxemburgo consideraba fundamentales para hacer historia… Son colosos con pies de barro que se desploman al tocar tierra indígena, pues frente a la cuestión étnica tienen demasiadas ideas filosóficas, pero carecen de propuestas políticas prácticas para los pueblos indígenas y afrocolombianos. »

La consecuencia práctica de todo este razonamiento, es que los indígenas son una isla de lo que pasa en el país, ellos «solos», sin inmiscuirse en el conflicto social (y armado) que sacude a Colombia, encontrarán la salida; perdón, no tan «solos», con la ayuda de científicos sociales, quizás antropólogos, que les ayude a construir un modelo educativo con base en la conservación de la memoria. Esta es una apreciación no solamente equivocada sino profundamente etnicista, que a la larga resulta siendo fatal. ¿Hubieran sido posibles las marchas indígenas ocurridas hace unos pocos años sin el apoyo e implicación de muchísimas instituciones y personas externas a la comunidad indígena? ¿Qué pasó con todo ese acumulado político de la Minga en el 2008?

Estamos de acuerdo con el hecho evidente que las comunidades tienen su historia, su cultura, su ritmo propio y hay que respetarlos y hacerlos respetar: el CRIC y cuantas formas organizativas resulten son baluartes importantísimos. Pero de ahí a expresar que estas formas organizativas sean un referente casi exclusivo, o en términos del autor que mencionamos «por qué no, para los colombianos», es forzar a un motor de 60 caballos para que arrastre una carga de 1000 toneladas. Tal argumento es de una autosuficiencia insostenible y pavorosa a la vez, que refleja un desconocimiento brutal del poderío del enemigo de clase que enfrenta al comunero indígena.

Además, en términos del desarrollo del mismo proyecto indígena, esa supuesta autosuficiencia y «autonomía» que aduce Jaramillo es inexacta desde un punto de vista histórico: el CRIC, en sus orígenes, no nació en el solipsismo, sino que se benefició enormemente del desarrollo del movimiento campesino, particularmente de organizaciones como la ANUC y FESAGRO, y de sus contactos con los nunca bien ponderados sectores de «izquierda» del liberalismo[13] -esto, para no hablar de la cooperación que el MAQL tuvo con otras expresiones del movimiento guerrillero. Como vemos, la supuesta «colisión» ineludible de estos mundos no ha sido tan absoluta.

Pero los límites del proyecto autonomista, mientras siga asediado como una burbuja en un océano neoliberal, presenta algunos matices más complejos, pues el proyecto de autonomía se sustenta, jurídicamente hablando, en la Constitución con lo cual depende del Estado colombiano. Y como todos sabemos, el Estado colombiano es una institución al servicio de una oligarquía mafiosa y sanguinaria, empeñada en impulsar un Plan de desarrollo sustentado en la agroindustria y la megaminería, en abierta contradicción con los postulados de convivencia del movimiento indígena con la naturaleza y la comunidad. Por lo tanto, aunque la autonomía pueda ser un proyecto legítimo, es una afirmación compleja en la realidad. No es casual que algunos opinólogos hayan reparado en el hecho que los indígenas no hacían más que reclamar derechos constitucionales y que, por tanto, podían ser utilizados para defender el status quo y «contener a los irregulares»[14]. Es decir, convertir al movimiento indígena en una fuerza de choque contrainsurgente, carne de cañón. En el fondo, de lo que se trata, es de poner a un sector del pueblo en contra de otro, de dividir fuerzas en lugar de permitir que se identifiquen los sectores que tienen interés en la solución política al conflicto social y armado, para así facilitar el avance de las locomotoras santistas.

El capitalismo y el imperialismo, incluyendo por supuesto a las multinacionales, son unos enemigos colosales, muy bien organizados en lo político, lo económico, lo cultural y lo militar, por supuesto. ¿Puede una comunidad, que representa apenas el 2% de la población colombiana (dato obviado por el antropólogo Jaramillo), resistir ella sola a su implacable paso? ¿No sería más sensato, para la misma comunidad, buscar alianzas con organizaciones políticas y personas que coinciden con ellos en la defensa de la tierra y de sus valores o, de hecho, con sectores sociales con los cuales tienen intereses y objetivos en común que defender? ¿O es que nos da miedo hablar en términos claros de la realidad de la lucha de clases en este país, a riesgo de que alguna fuente de financiamiento internacional deje de enviar dólares o euros? Desligar a las comunidades indígenas de quienes por naturaleza son sus compañeros de infortunio, de quienes también padecen el terror oligarca y de quienes también tienen sueños, quizás no a la luz de las hogueras y cobijados por las estrellas, pero sí en un cuchitril en una zona urbana, es condenar a dichas comunidades a la derrota definitiva.

Es que a la izquierda desarmada le falta » la grandeza de espíritu, la elevada moral y los gestos nobles, que Rosa Luxemburgo consideraba fundamentales para hacer historia «, y la armada es antidemocrática, según el antropólogo Jaramillo. Errores y muchos han cometido todas las izquierdas, pero no existe un solo movimiento social en Colombia, indígena o no indígena, que esté libre de pecado como para arrojar la primera piedra. Este pasado de errores, exageraciones y recriminaciones, no debe servir para poner palos a la rueda de la unidad. Divide y reinarás. Separar a los indígenas de las organizaciones y personas que en Colombia y en el mundo luchan por un mundo mejor, fuera de la barbarie que ofrece el capital, sabemos para qué «proyecto» es funcional ; claramente no lo es para el proyecto indígena, mucho menos para el proyecto del bloque popular.

NOTAS:

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=153590&titular=el-cauca-s%EDntoma-del-agotamiento-de-la-unidad-nacional-y-desaf%EDo-para-el-movimiento-popular-

[2] http://servindi.org/actualidad/68957

[3] Ver, por ejemplo, las críticas de Jaime Jiménez: http://www.es.lapluma.net/index.php?option=com_content&view=article&id=3904:comentarios-al-articulo-del-antropologo-efrain-jaramillo-el-cauca-y-el-resarcimiento-de-la-memoria&catid=58:opinion&Itemid=182

[4] Ver el punto 2 y 3 del programa de la UNO http://www.moir.org.co/PROGRAMA-DE-LA-UNO.html Entendemos que no siempre la teoría y la práctica van de la mano, pero este es un dato para nada menor, que no puede ser pasado por alto.

[5] Así se refirió el CRIC al enfrentamiento http://www.cric-colombia.org/index.php?option=com_content&view=article&id=882:problematica-de-indigenas-y-campesinos-en-los-municipios-de-totoro-y-cajibio-ocasionada-por-compra-de-tierra-e-inconsulta-por-parte-del-incoder y así se refirió el Movimiento Campesino del Cajibío al mismo http://www.marchapatriotica.org/index.php?option=com_content&view=article&id=607:lamentamos-los-enfrentamientos-por-la-tierra-entre-campesinos-e-indigenas-en-el-cauca&catid=47:comunicados&Itemid=106 Así apareció en la prensa http://www.caracol.com.co/noticias/judicial/catorce-heridos-deja-enfrentamiento-entre-indigenas-y-campesinos/20120620/nota/1708798.aspx y http://www.canalrcnmsn.com/noticias/ind%C3%ADgenas_y_campesinos_se_enfrentaron_por_una_finca_en_el_cauca

[6] Ver «Manuel Quintín Lame y los guerreros de Juan Tama» Luis Alfonso Fajardo, Juan Carlos Gamboa, Orlando Villanueva, Ed. Madre Tierra, 1999, pp. 208-210. Ver también la tesis de Ricardo Peñaranda, «Historia del Movimiento Armado Quintín Lame», Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1998.

[7] Ibid., p.204.

[8] También nos parece sorprendente que la asistencia de la comandancia del Sexto Frente de las FARC-EP a la asamblea de Vitoncó del CRIC sea vista por Jaramillo como una anécdota sin importancia, y que aún pese a estos cruces, insista en la tesis de los tres proyectos en colisión, equidistantes.

[9] Además de esto, muchos de los combatientes del MAQL vinieron de experiencias guerrilleras como el M-19 o las FARC.

[10] Fajardo et al., pp.214-215.

[11] Ibid., p.113

[12] Ibid., pp.113-114.

[13] Sobre los orígenes del CRIC y su relación con otros movimientos, ver los documentos recopilados en la revista Controversia, Nos. 91-92, 1981 que contiene gran cantidad de documentos y reflexiones relativos a la primera década de esta organización.

[14] http://www.semana.com/opinion/desafio-indigena/181216-3.aspx


*José Antonio Gutiérrez D. es militante libertario, residente en Irlanda donde participa en los movimientos de solidaridad con América Latina y Colombia, colaborador de la revista CEPA (Colombia) y El Ciudadano (Chile), así como del sitio web internacional www.anarkismo.net. Autor de «Problemas e Possibilidades do Anarquismo» (en portugués -Faisca ed., 2011) y coordinador del libro «Orígenes Libertarios del Primero de Mayo en América Latina» (Quimantú ed. 2010). Colaborador de La Pluma

** Jaime Jiménez es historiador y abogado. Colaborador de La Pluma

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