Recomiendo:
0

Para los y las familiares de l@s desaparecid@s del Palacio de Justicia

Sentencias de muerte

Fuentes: Rebelión

Nota introductora de Hernando Calvo Ospina

El 6 de noviembre de 1985 la entonces organización revolucionaria Movimiento 19 de Abril, M-19, se tomó el Palacio de Justicia en Bogotá. Pretendía forzar un juicio contra el presidente Belisario Betancourt, debido al incumpliendo de los acuerdos en las negociaciones de paz. La respuesta del gobierno fue ordenar al ejército la recuperación del edificio. Entre ese día y el siguiente, el mundo presenció cómo los militares utilizaban armamento pesado, incluidas tanquetas de guerra y cohetes. Fue un asalto indiscriminado y cruento que incendió la edificación y dejó más de cien asesinados entre visitantes, trabajadores, magistrados y guerrilleros.

Por la televisión se pudo reconocer a muchas personas que eran sacadas con vida, y que «misteriosamente» reaparecieron muertas por bala al interior del lugar. Mientras que otras simplemente desaparecieron…

El entonces coronel, y comandante de la Escuela de Caballería de Bogotá, Luis Alfonso Plazas Vega, estuvo al frente de ello. Ante la pregunta de un periodista sobre su responsabilidad en el operativo, dijo: «Aquí, maestro, defendiendo la democracia».

El pasado 9 de junio Plazas Vega fue condenado a 30 años de cárcel por la desaparición de 11 personas. El presidente Álvaro Uribe Vélez rechazó tal decisión, diciendo que se comprometería a crear leyes que «blindaran» a los mandos militares «de la acción de la justicia».

Luego de la sentencia, uno de los abogados del caso expresó: «El que trabajó todas las pruebas, hizo las investigaciones, reunió a los familiares e hizo las denuncias para que este caso por fin se conociera, fue el abogado Eduardo Umaña Mendoza, pero fue asesinado en su oficina 18 de abril 1998». Ese día los servicios de seguridad del Estado colombiano habían logrado, al fin, acabar con el abogado que más los denunciaba y buscaba su castigo.

El siguiente texto es de su hijo, Camilo, quien lo hizo llegar a los familiares de los desaparecidos. Aunque Camilo lo tituló: «Sentencias a muerte. Para los y las familiares de l@s desaparecid@s del Palacio de Justicia», por su contenido podría titularse: «Para las hijas e hijos de madres y padres que aún creen en los sueños».

*************************************************************

Nacimiento y muerte son determinantes. Significan uno y otro extremo, delimitación. Las arenillas que se mecen en los relojes.

Poco después de nacido un algo conmocionó el ambiente que me rodeaba. Yo no sabía sino de madre y padre, pero se hablaba de un Palacio, de la pobre gente, de guerra y de muerte y de balas y de una serie de cosas que en cierta medida me hubiera gustado nunca entender, haber proseguido en la ternura indefinidamente, infinito.

Cuando se es pequeño poco importan las profesiones, porque se quiere saltar, gritar, reír, llorar, correr; no importa el dinero porque importan las paletas y los patines; no importan los museos sino esos sitios gloriosos donde hay árboles, y cucarrones, y columpios, y los siempre apreciados amigos de ocasión.

Siempre veía a mi padre grandote, con corbatas desencajadas, oliendo a cigarrillo como una chimenea deambulante. Me enteré entre los bordes de mi nóbel vista que mi padre cargaba un maletín rojo de cuero con un cierre duro dorado porque allí tenía historias e injusticias y que en su barba que picaba cuando lo saludaba de beso yacía el impulso, las palabras, la dicción de su justicia, su quehacer.

Sabía muy poco de personas, porque el universo del niño se compone de figuras más íntimas, De personajes más que de personas. Entre esos figurantes uno está al tanto de la palabra familia: hay viejitos y se llaman abuelos, hay jóvenes y se llaman primos, hay cálidos y se llaman tíos.

El problema de los nombres siempre se me dificultó: la palabra familia se amplió en un abanico gigantesco, se plurificó en la sala misma de mi casa. «Doctor, En la portería está la familia guarín», «Llegaron los Rodríguez, José Eduardo»… Había que preparar tinto (café), tener agua a la mano, pañuelos desechables y un abrigo invisible de sonrisas y abrazos.

Entre esas familias que no eran la propia siendo la mía, había una presencia mística, siempre lo noté: de niño se es extraordinariamente lúcido y sensible. Se escuchaban los ecos en sus pasos, se veían en las flores siemprevivas de los homenajes sus rostros, se gustaban en sus lágrimas, se acariciaban en sus sombras: desaparecidos me explicaban.

Sabiendo tan poco de la vida, me contaban que los desaparecidos eran seres que estaban sin estar. Yo recuerdo que pensaba en los seres mágicos (dragones, gnomos, sirenas, magos…) que veía en mi cotidianeidad de juego (y que nunca me han abandonado), y los fui asimilando y trayendo a mi conocimiento, paulatino, como una llovizna suave que en un trueno arrecia. Esa presencia mística, poco a poco me llevó a entender la inmensa oportunidad que significaba llegar a casa y poder abrazar a mi papá y a mi mamá; paso a paso fui comprendiendo que el amor y la vida son inasibles, vaporosos, cuestión de instante, pero que se sienten fuertes cuando abrazas y vigorosos cuando besas, abundantes cuando recuerdas y generosos cuando carcajeas, son la única experiencia que me llevaré de este mundo de muerte que injustamente arrebata y arrebata.

En medio de todo eso crecía en mí un adulto que no pude refrenar y que hoy en día se escapa en el golpe de vista del espejo. Supe que mi padre era amenazado, que lo hostigaban. Supe que caía muerto por balas asesinas. Supe que las familias que eran la mía corrieron despavoridas, como yo mismo lo hice, unos con unos, otros con otros. Supe de miedo, de huída, de dolor, desesperanza.

Les digo, cada vez encajo más categorías en mi pensamiento, pero al parecer cada vez comprendo menos, no entiendo por qué muchos de ustedes no pudieron tener la oportunidad de continuar, por qué el aprendizaje ha sido tan violento, por qué el sufrimiento se ha extendido con tal facilidad, por qué la esperanza no ahoga el olvido, por qué yo mismo no tuve la oportunidad.

Hoy quería hacer este alto para comunicarme desde la distancia de este escrito y contarles que me acuerdo de ustedes, de sus rostros, de sus angustias, hoy quería recordar lo que saben, que mi padre los llevó en el corazón y en el alma, que hoy es un día de coraje, que hoy hay una presencia más juntos con los suyos: el mío.»

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rJV