El gran historiador marxista e hispanista francés, Pierre Vilar, tituló su libro de memorias «Pensar históricamente». Las reflexiones de Julio Anguita, tal vez por aunar la condición de historiador y la de maestro y profesor en esta disciplina (en el instituto Blas Infante de Córdoba), sugieren esta manera de pensar «histórica», de altos vuelos, de […]
El gran historiador marxista e hispanista francés, Pierre Vilar, tituló su libro de memorias «Pensar históricamente». Las reflexiones de Julio Anguita, tal vez por aunar la condición de historiador y la de maestro y profesor en esta disciplina (en el instituto Blas Infante de Córdoba), sugieren esta manera de pensar «histórica», de altos vuelos, de perspectiva panorámica y vocación pedagógica, que trasciende el anecdotario político y penetra en la esencia de los problemas de hoy. El discurso de Anguita pone el marco, fija las ideas-fuerza, rescata los grandes principios y, siempre con una acusada impronta moral, señala el camino. Roza la verdad con un lenguaje simple, en un tiempo (el actual) en el que ejercen la tiranía el marketing político y la jerigonza postmoderna.
El promotor del Frente Cívico y la periodista Carmen Reina han presentado el ensayo de 376 páginas del que son coautores, «Conversaciones sobre la III República» (Ed. El Páramo), en un acto organizado por EUPV-IU en la sede central de Comisiones Obreras del País Valencià.
Hace una década, un manifiesto publicado previo pago en el diario El País hacía un llamamiento para trabajar por la III República. En el texto se utilizó la expresión «proceso constituyente», que después desapareció de los lenguajes antagonistas, pero que unos años después retornó con fuerza. En aquel manifiesto (en nombre de la Unidad Cívica por la República) se tenía bien clara una idea, vigente hoy, subraya Julio Anguita: «el proceso constituyente lo tiene que hacer la gente, no un conjunto de diputados» ni determinadas elites políticas.
Una cuestión previa. La distinción que realizan los especialistas en Derecho Constitucional entre la «Constitución formal» (por ejemplo, el contenido de los 169 artículos del texto constitucional de 1978 en España), y la «Constitución Material»: Las fuerzas económicas, políticas, sociales e ideológicas que permiten que se cumpla, o no, el papel. Cuando se redactó la constitución de 1978, recuerda Anguita, «intuíamos que los poderes que se ocultaban detrás podrían medrar a gusto». Por eso, agrega el promotor del Frente Cívico, lo importante es saber «si hay un pueblo organizado y con fuerza para que la constitución republicana se cumpla». En la Historia de España, de hecho, determinados textos como las leyes de indias se aprobaron pero nunca se hicieron efectivos.
En otras palabras, lo decisivo para Julio Anguita es que el pueblo español «obligue al poder económico a que se cumpla la constitución republicana, porque de lo contrario los textos se convierten en un pingajo; como ocurre con la constitución actual, que en el artículo 31 afirma que todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo; o que el gasto público realizará una asignación equitativa de los recursos públicos». Eso es lo que contiene el texto formal, pero la «Constitución Material» son -subraya el coordinador general de IU entre 1989 y 2000- Emilio Botín, Francisco González, Gas Natural, Telefónica y Endesa. «Rajoy es su capataz», remata.
«Tan importante como una nueva constitución republicana es, por tanto, un poder popular que la haga cumplir». Porque ¿Sería válida cualquier República? El autor de «Combates de este tiempo», «Contra la ceguera» y «A la izquierda de lo posible» (con Juan Carlos Monedero), alerta de que «cuando la monarquía no sirva a los poderes económicos, puede que nos intenten traer una republiquita bien aliñada». Es decir, «o la III República incluye contenidos concretos y sustantivos, o el sueño republicano no tiene sentido». Por tanto, resulta capital la movilización popular y el debate en la calle, para que las propuestas después las recojan los diputados electos. «De lo contrario, tendremos una república de derechas», vaticina Anguita.
¿Por qué una República? El secretario general del PCE entre 1988 y 1998 y la periodista Carmen Reina dedican cuatro capítulos del libro de conversaciones a responder esta cuestión. La respuesta es, por múltiples razones: el fracaso de la transición; la crisis política, económica e ideológica sin precedentes y de la que el capitalismo no sabe cómo salir (en la década de los 50, el economista conservador Joseph Schumpeter pronosticó que el capitalismo terminaría destruido por su propio éxito, recuerda Anguita). «La crisis de este país no tiene ninguna solución», sentencia el exportavoz parlamentario de IU. «La luz al final del túnel no es más que un autoengaño». No se puede sobrevivir con una deuda global de 4 billones de euros y pagos diarios a los acreedores de 105 millones de euros; y con un artículo 135 de la Constitución (introducido por el PP y el PSOE) que antepone el pago de la deuda a cualquier otro objetivo de política económica.
Pero, si a la III República se la debe dotar de contenidos «concretos» y «sustantivos», se impone responder a una segunda cuestión: ¿Qué es el republicanismo? Julio Anguita subraya que surge con la Revolución Francesa y, singularmente, con la Constitución jacobina de 1793, que a los tres principios señeros de «Libertad, Igualdad y Fraternidad» agrega los derechos económicos y sociales, y la abolición de la esclavitud. El exalcalde de Córdoba se extiende en este particular: «en el republicanismo el ser humano constituye el centro, y la economía ha de someterse a las personas, no a los mercados; esta idea es, realmente, la que medirá nuestra voluntad de cambio; si la política organizada no le da órdenes a la economía, estamos perdidos».
La tarea es ardua y el camino tortuoso. Se ha impuesto un lenguaje de derechas, que detenta la hegemonía en sentido gramsciano y que «hemos aceptado». Afirmaciones como «la seguridad social es ruinosa» o, recuerda Julio Anguita, «ya no hay empresarios sino emprendedores», es decir, «tener a un esclavo al que no se le paga la seguridad social pero piensa que vive en el paraíso». A pesar de las impedimentas discursivas, el miedo, la fragmentación de ideas y movimientos, y la coacción que impone la crisis, la tarea hay que emprenderla. Y bueno es fijarse en los antecedentes. Anguita recuerda los avances que representó la I República española (1873) y, «con sus aciertos y errores», la II República en asuntos como las reformas educativa y agraria. Si cuaja el tercer intento, la III República Federal española, ha de tener como elemento esencial la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), que establece el derecho a la seguridad social (Art. 22), al trabajo y a una remuneración equitativa y satisfactoria (Art. 23), al descanso y vacaciones periódicas pagadas (Art. 24), o a la alimentación, vestido, vivienda y asistencia médica (Art. 25). La Constitución de 1978 incorpora la Declaración de Naciones Unidas y, en consecuencia, estos principios.
Así pues, la médula, el nervio, la vértebra de la III República debería ser la democracia económica. «Si la gente no tiene qué comer, la democracia es un lujo», resalta Anguita. «La democracia real ha de ir ligada a la transformación social; no se trata sólo de votar cada cuatro años (por eso es decisivo el referéndum vinculante)». Pero hay otros principios que ahorman el proyecto, como la apuesta por la paz. «Hemos de hablar con valentía de la OTAN, las bases militares y un cambio en la estructura del ejército». Según el miembro del Frente Cívico, «España no se puede embarcar en los enormes gastos de investigación y armamento que caracterizan las guerras actuales». Hay, por tanto, que «reorientar el ejército hacia las catástrofes naturales, servicios públicos y defensa de las fronteras». Recuerda Anguita que durante el mandato de Zapatero se gastaron 30.000 millones de euros en armamento «que no sirve para nada».
El siguiente eje de la propuesta republicana de Julio Anquita requiere matices, sutileza argumental y finura didáctica para evitar malentendidos. La austeridad. Una idea que, según el excoordinador general de IU, «ha sido prostituida para convertirla en sinónimo de recortes; la austeridad no implica acabar con la sanidad, la educación pública ni reducir las pensiones». Así pues, ¿en qué consiste la austeridad republicana? «Se trata de vivir decentemente y con decoro para que todos podamos vivir bien; y administrar los recursos públicos sin faraonísmo, despilfarro ni corrupción; hemos de recordar, además, que en la izquierda, antes que crecer, se trata de repartir».
En «Conversaciones sobre la III República» Anguita defiende el modelo de estado federal por el que apostaba en su etapa al frente de IU. Siempre ha sostenido que el federalismo «no ha de basarse en la imposición, sino en el libre deseo de las partes, con un reconocimiento de la autonomía de los territorios y un amplio autogobierno para las nacionalidades». Ahora bien, con límites: «Hay unas normas federales que no se pueden cambiar, por ejemplo, los ejes de la política económica y la cohesión social». Porque «si cada estado impone su visión de la economía, estamos perdidos». El exdirigente comunista también abre un profundo interrogante sobre la idea de Europa. «Ahora estamos viendo las consecuencias del Tratado de Maastricht; Europa está envejecida, sin sangre, y no puede parir nada nuevo; De hecho, quienes mandan son Merkel y Draghi; si no, ¿en qué ha quedado la Carta Social Europea?». Por el contrario, Anguita prefiere mirar a «Iberoamérica» y hacia las iniciativas que allí nacen; o al proyecto de «Unidad Ibérica» al que también se refería Saramago.
El exalcalde de Córdoba hilvana un discurso castersiano, de arquitectura racionalista y con una estructura perfectamente definida: qué es la III República (democracia económica); cuál es el método para forjarla (un proceso constituyente) y dónde reside el sujeto del cambio: hombres y mujeres de los partidos de izquierda, sindicalistas, movimientos que luchan contra los desahucios, 15-M. Pero, zanja Anguita, «esto no es suficiente». Y es en este punto donde encaja el último proyecto en el que se ha embarcado el exlíder de IU: el Frente Cívico «Somos Mayoría», que emergió para dirigirse «a ese 98% de la población a la que castiga la crisis económica, muchos de ellos votantes del PP». En efecto, «hay una mayoría silenciosa que si no sale a la calle, no ganamos esta guerra».
¿Cuál es, en este contexto crítico, el cometido inexcusable del Frente Cívico? «Explicarle a la gente, a esa mayoría silenciosa, cómo salimos de esta situación; con toda esa gente, aspiramos a formar un poder para enfrentarnos al poder económico». Eso sí, advierte Anguita, «sin renunciar a nuestra militancia ni filiación política, tenemos que dejar el cané a un lado». También resulta imprescindible armarse de paciencia, pues el proyecto del Frente Cívico requiere tiempo (la imagen de Penélope tejiendo) para hacer de «pegamento humilde y eficaz» capaz de unir a la mayoría. «Conviene hablarle a la gente de problemas inmediatos y que le tocan en la vida cotidiana, como el paro, la vivienda o las pensiones», aclara Julio Anguita.
El último de los llamados de Anguita es para los militantes y simpatizantes de colectivos, asociaciones y partidos republicanos. A ellos concierne, y mucho, el proyecto de la III República. Por esa razón, «hay que salirse del ombligo, dejar de discutir quién guarda el santo grial de las esencias de la II República, y ponerse de acuerdo». «Esta muy bien atacar al rey, pero hay que dar un paso más y ver quiénes lo han puesto». De lo contrario, «si el movimiento republicano no discute con el pueblo de problemas reales, no habrá III República, o peor aún, será la que promulgue el poder». «Y esta puede ser tan terrible como lo fue el bienio negro (1934-1936)», concluye Anguita.
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