En el fondo, no existe mayor diferencia entre la negación de la existencia del conflicto y la afirmación de la existencia del postconflicto, la primera es una falacia, la segunda un artificio. La falacia actúa como condición para la sangrienta guerra contra el “terrorismo”, y el artificio opera como condición para el desarme de los “terroristas”. La negación del conflicto armado en medio de la guerra como lo hace el uribismo, o la afirmación de la superación de la guerra, en medio de la permanencia intacta de sus causas como lo hace el santismo; en otras palabras, la “pacificación” o la paz de los sepulcros, son una danza macabra que hace de Colombia una víctima cautiva de las repeticiones.
La negación uribista, propalada durante ocho años y hoy en su tercer mandato en su representación Duque, es un reconocimiento de un enemigo, en el que se sustrae el carácter político del mismo, y obviamente las causas socioeconómicas del origen del conflicto. Se niega el conflicto pero se pregona una guerra contra el “terrorista”, ampliando su significado en el mismo sentido que el profeta Isaías lo hizo a nombre de Yahvé, señalando con el termino Shatan o Satán “adversario” en Hebreo, a las religiones de las comunidades politeístas, como justificación para cometer masacres contra miles de niños de Babilonia, Asiria y Caldea.
El ethos de Hereje en la edad media sirvió también para desatar la persecución, la tortura y la ejecución contra científicos, botánicas, oponentes políticos, y ciudadanos contradictores de las instituciones eclesiásticas y políticas de la época.
Durante el proceso de posicionamiento del nazi fascismo en Alemania y durante la II Guerra Mundial, el termino judío no se circunscribía al origen de una comunidad sino que incluía al comunista, al socialista, al gitano, al antifascista, al artista o al pensador crítico, sirviendo como mampara para morir en los campos de concentración.
Durante la guerra fría, Comunista se convirtió hasta la caída del Muro de Berlín, en el ethos acusador, cumplió la misma función que el Satán de la antigüedad, el hereje del inquisidor, y del judío víctima del nazi fascismo; la amenaza comunista fue sustituida por terrorista, ethos fundado para las guerras de invasión de los EE.UU, bajo la presidencia de Bush hijo, tras del cual se fabricaba un nuevo asalto al poder mundial por parte del fascismo anglosajón; todo lo anterior posterior a los hechos del 11 de septiembre de 2001, de la mano de los halcones -intelectuales y tecnócratas neoconservadores que diseñan la política militar de EE.UU-, vinculados al American Enterprise Institute (Central de Empresas Multinacionales Estadounidenses) que en aquel momento celebraban el llamado New American Century (el Nuevo Siglo Americano).
Obviamente lo anterior contó con sus ajustes en diversas partes del mundo, como por ejemplo en Colombia, donde el proyecto de intervención directa de los EE.UU, en la guerra contrainsurgente en el marco del llamado Plan Colombia, se exhibió con el epíteto de lucha contra el Narcoterrorismo.
La presidencia de Santos, trajo consigo la táctica del “postconflicto”, es decir la negación del conflicto en tiempos de “paz”, el cual funciona como promesa; como reconocimiento transitorio del conflicto para desarmar al adversario, no como aceptación frente al hecho científico del conflicto mismo, sino la afirmación fugaz- política y jurídica- por parte del régimen para continuar negándolo. Se plantea desde la perspectiva fanática del “perdón” y el arrepentimiento, pugna por hacer del oponente lo del politeísta converso, o lo del hereje que confiesa sus “pecados” y es salvado de la hoguera o la decapitación, más no de la muerte o el destierro.
La negación del conflicto en la guerra o la afirmación del postconflicto en la “paz”, inventa monstruos mitológicos para justificar monstruosidades reales.
No se trata entonces de negaciones o afirmaciones semánticas, restringidas al terreno ideológico, sino de tesis que encarnan la exacerbación de una guerra o la fabricación de otra. La negación discursiva del conflicto, sea como falacia o como artificio, conduce a la negación del contendiente, y es este el telón que encubre la guerra sucia y los crímenes del Estado autoritario, en cualquier época.
En los últimos meses la extrema derecha, ha anunciado su siniestra tesis frente al conflicto. La antesala, fue la negación por parte del director del Centro de Memoria Histórica Darío Acevedo en el 2019. Sin embargo esta posición de la oligarquía colombiana, se mimetiza y expresa de otras maneras, por ejemplo la reiterada negación estatal respecto a la sistematicidad de los asesinatos de líderes sociales, y en no reconocer que los crímenes contra excombatientes de FARC firmantes del proceso de paz con el Estado, es ya hace rato un genocidio; el silencio también niega, y como es costumbre, se concreta en el muy real incremento de dichos asesinatos.
La elite mafiosa que gobierna Colombia, experta en promover la guerra, mientras entretelones oculta el conflicto real, hace de esta actitud la condición para la imposición de soluciones autoritarias, encubriendo por medio de negaciones abstractas derivadas de las del fin de la historia, afirmaciones tan sombrías como la fascista concepción de Guerra Infinita, inspiradas en las teorías fundamentalistas que brotan de los centros de pensamiento de los EE-UU.
En medio de la negación que genera impunidad y desconocimiento del derecho de las víctimas, la violencia estatal se agita y extiende; la policía reprime en las calles y barrios, es especialmente cruel contra los ciudadanos pobres, el ejército en las regiones da tratamiento de guerra a los justos reclamos de los campesinos, desembarcan fuerzas militares de élite de los EE.UU, para asesorar la guerra contrainsurgente y combatir las organizaciones locales desde una nueva versión de Plan Colombia que hoy es Plan América, ya que sus nexos con los proyectos de intervención contra Venezuela, Cuba y Nicaragua son inocultables, al tiempo que los paramilitares avanzan con beneplácito del Estado en el control territorial, al tiempo que grupos de extrema derecha comienzan a tomar la seguridad de las ciudades.
Colombia ha llegado al punto en el que los de arriba ya no pueden gobernar como antes lo hacían, por eso la guerra y la represión, pero aún no todos los de abajo están dispuestos a no ser gobernados como antes lo eran; por eso aún la negación.