A estas alturas, resulta ya un tópico subrayar la palmaria evidencia de que la irrupción de Podemos en el panorama político español ha resultado ser un soplo de aire fresco. Más bien una ventolera higiénica, diría yo, que amenaza con poner patas arriba los pilares del sistema. Un viento huracanado que ha obligado, por ejemplo, […]
A estas alturas, resulta ya un tópico subrayar la palmaria evidencia de que la irrupción de Podemos en el panorama político español ha resultado ser un soplo de aire fresco. Más bien una ventolera higiénica, diría yo, que amenaza con poner patas arriba los pilares del sistema. Un viento huracanado que ha obligado, por ejemplo, a los mayores prebostes políticos del país a tomar algunas medidas contra la corrupción, aunque de momento más aparentes que reales.
Sin la existencia de Podemos sería improbable que Matas regresara a la cárcel, que Rato fuera expedientado por su partido, incluso que algunos pocos se avergonzaran del robo cometido y devolvieran lo sustraído. Pero la importancia de Podemos no se limita a que se esté produciendo el desenmascaramiento de los abusadores del poder: lo más importante que Podemos ha aportado a la sociedad española es la recuperación de la ilusión de que el cambio es posible y la explosión de un entusiasmo que había empezado a languidecer tras el 15M, a pesar de las reiteradas movilizaciones y protestas. Es la creencia en que sí que podemos, esta vez sí, lo que genera ese entusiasmo.
Naturalmente -era impensable esperar otra cosa- el aparato del sistema, empezando por el poder mediático, va a tratar de desprestigiar a las caras más visibles de Podemos. Ya hemos visto los primeros intentos: desde desacreditar la idea de una Renta Básica hasta negar la posibilidad de que Podemos ofrezca un programa económico creíble, pasando por sembrar dudas sobre la financiación de la organización o el carácter democrático de la misma (ciertamente muy alejado del verticalísimo modo de actuar de los restantes partidos, de modo que resulta esa una crítica chocante en boca de responsables de esos partidos).
También se han producido las primeras críticas desde la izquierda (en este mismo número del Topo un artículo critica algunos aspectos de la Asamblea). Las críticas han de ser bienvenidas, y Podemos debe tomar nota de ellas, pero cuidado: miremos bien si el niño está en la palangana antes de echar al desagüe el agua sucia. El panorama se anima también en otro ámbito de la izquierda: aunque en el momento de escribirse estas líneas Alberto Garzón aún no ha declarado formalmente su intención de abanderar IU, es evidente que lo hará, que cuando se lean estas líneas ya lo habrá hecho. Es una necesidad imperiosa para esa organización que personas como Garzón o Tania Sánchez le den un aire diferente, y que la rescaten de su papel de simple oposición parlamentaria con vocación de izquierda complementaria.
No hace falta destacar que los retos son enormes: el desempleo y la cuestión territorial son los asuntos más candentes, y ambos son de difícil solución. Las propuestas sobre el primero toparán con la oposición frontal de los detentadores actuales del poder; sobre el segundo se ha de convencer a una sociedad -la catalana- profundamente dividida y en la que se producen fenómenos tan sorprendentes como el efusivo, emocionado abrazo entre el líder de la CUP David Fernández, que se autodefine comunista, y el neoliberal Artur Mas, abrazo que proporciona claves para entender la verdadera naturaleza del problema político catalán. Es este un asunto fundamental para la cohesión interna de Podemos en Cataluña; de hecho, la ambigüedad y el intento de tener a todos contentos ya se ha llevado por delante al PSC y castigado severamente a ICV-EUiA.
En cualquier caso, estamos atravesando tiempos nuevos, con caras nuevas y proyectos políticos diferentes que pueden converger alrededor de una idea clave: la de que esta vez sí que podemos.
La ilusión permanece, también el entusiasmo. Esta vez va en serio. Esta vez sí se puede.
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