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Entrevista con Renán Vega Cantor, Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2007

«Si se quiere proponer otro proyecto de vida es necesario plantear otro tipo de historia, en la que se incorpore a los vencidos»

Fuentes: Rebelión

El Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2007, otorgado en junio de 2008, recayó en la obra Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Las transformaciones mundiales y su incidencia en la enseñanza de las Ciencias Sociales, del escritor colombiano Renán Vega Cantor. Según el jurado del premio, el autor aborda en esta obra […]

El Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2007, otorgado en junio de 2008, recayó en la obra Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar. Las transformaciones mundiales y su incidencia en la enseñanza de las Ciencias Sociales, del escritor colombiano Renán Vega Cantor. Según el jurado del premio, el autor aborda en esta obra la temática del mundo actual con solidez, a través de dos -densos pero muy legibles- volúmenes que revindican categorías del pensamiento crítico universal que permiten acercarnos a la compleja realidad de nuestros tiempos. El veredicto señala igualmente que la obra de Vega Cantor reivindica el concepto de «totalidad» contra la pretensión de corrientes culturales postmodernas de eliminar esa perspectiva de raigambre y tradición marxistas.

El jurado del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2007 estuvo integrado nada más y nada menos que por Fernando Báez (Venezuela), Stella Calloni (Argentina), Bolívar Echeverría (Ecuador), ganador de la edición 2006, Roberto Fernández Retamar (Cuba), y Daniel Hernández (Venezuela). Se presentaron 82 obras.

Renán Vega Cantor, el autor premiado, es historiador y profesor de la Universidad Pedagógica Nacional, en Bogotá, Colombia. Es autor y compilador de Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad y El Caos Planetario; entre otras numerosas publicaciones.

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Déjeme felicitarle en primer lugar por la obtención del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2007. Si en alguna ocasión algún premio literario estuvo justificado, sin duda ha sido en esta ocasión. Empiezo, si me permite, con una precisión: el Premio Libertador es un premio al Pensamiento Crítico. ¿Qué entiende usted por pensamiento crítico? ¿Puede un pensamiento digno de ese nombre ser acrítico?

Renán Vega Cantor (RVC): Me parece que usted tiene razón en la duda que le suscita hablar de pensamiento crítico, porque en sí misma la expresión puede parecer tautológica, porque en sentido estricto todo pensamiento que merezca tal nombre debe ser crítico, entendido como radical, es decir, que vaya a la raíz de los problemas. Sin embargo, me parece que en razón de la imposición del capitalismo a nivel universal en los últimos 20 años, del cual se han derivado múltiples teorías, ideologías y dogmas apologéticos, todos los cuales se difunden como pensamiento (algunos lo llaman «débil» o «único»), tiene sentido hablar de pensamiento crítico, entendido como aquel que desnuda y combate al capitalismo.

En esta dirección, el pensamiento crítico tal como yo lo entiendo retomaría la célebre afirmación de Marx de la Crítica de la Economía Política en una doble dimensión: de una parte la crítica de las nociones que hoy tienden a presentarnos, como en tiempos de Marx, al capitalismo como una realidad eterna e insuperable; y de otra parte, la crítica a las relaciones desiguales, injustas y explotadoras de nuestro tiempo, que son, no sobra decirlo, capitalistas. Adicionalmente, la crítica de todo lo existente implica no sólo una actitud reflexiva, sino un vínculo con una acción práctica transformadora, propia de una filosofía de la praxis. Por ello, el pensamiento crítico debe afrontar problemas históricos y concretos, situados, lo que implica, al mismo tiempo, una vinculación con las realidades específicas en que se vive, junto con una apertura mental que permita dialogar con el pensamiento universal.

En síntesis, pensamiento crítico significa en estos momentos tener una postura anticapitalista que desmitifique las falacias de este modo de producción como algo eterno e inmodificable, que asuma una postura a favor de los oprimidos y explotados del mundo y que, hurgando en la memoria de las luchas plebeyas, retome la senda de otra forma de organización social que vaya más allá del capitalismo.

Titula su libro: «Un mundo incierto, un mundo para aprender y enseñar». ¿Un mundo incierto? Suena, si me permite la provocación, a filosofemas de Karl Popper o a interpretaciones de la mecánica cuántica. ¿Por qué nuestro mundo es un mundo incierto? ¿Dónde reside su incertidumbre?

RVC: Cuando yo titule el libro y le coloque el apelativo de un «mundo incierto» lo estaba haciendo desde varios ángulos, que aparecen implícitos a lo largo del texto. De una parte, la universalización del capitalismo, lo cual ha sucedido en el último cuarto de siglo, si se tiene en cuenta la crisis generalizada de otras formas de organización económica y social (y me refiero no solamente a los distintos proyectos que se llamaban socialistas, sino también a las economías campesinas, artesanales e indígenas), genera una tremenda incertidumbre sobre el futuro inmediato de la humanidad. Expliquemos esto con algún detalle. Para mí ha sido terrible la universalización del capitalismo porque eso trae aparejados unos peligros evidentes para el género humano en su conjunto, en términos económicos, sociales, ambientales, militares y yo diría que en todos los planos de la existencia humana.

En términos económicos, lo estamos viendo hoy con la crisis capitalista, la imposición del reino de la mercancía y la ganancia, supone la destrucción criminal de otras formas de organización, con lo cual millones de seres humanos sufren una miseria sin precedentes. Esto supone, para dar un ejemplo, que aquellas sociedades que tenían la posibilidad de satisfacer, por lo menos, sus condiciones básicas de subsistencia (producir la dieta para ellos mismos y para sus familias), ahora se ven abocados a comprarle al mercado los productos que antes generaban y a morirse de hambre, como lo estamos viendo en estos momentos en más de 50 países del mundo, en todos los cuales se han presentado rebeliones por carencias alimenticias.

Es incierto también en el plano económico porque el crecimiento capitalista arrasa con todo lo que encuentra a su paso, sin importar sus costos reales, con el prurito de presentar ciertos niveles de rentabilidad y de ganancia. Esto, a pesar que la propaganda nos esté diciendo desde hace mucho tiempo, que la economía capitalista no tiene límite de ninguna clase y que su crecimiento esta asegurado para siempre. En estos días de crisis mundial está seriamente cuestionada esta falacia del crecimiento exponencial y del consumo desaforado, aunque desde luego la falacia no haya desaparecido, y los neoliberales nos digan que para solucionar la situación hay que seguir creciendo y compitiendo.

En términos sociales, el mundo es incierto para gran parte de la población de la tierra, como nos lo recuerdan todos los días los indicadores convencionales de la ONU e incluso de instituciones de «extrema izquierda» como el Banco Mundial. En efecto, esas estadísticas que han terminado convertidas en datos sin sentido, nos dicen que cada día, a medida que se ha ido expandiendo el capitalismo por todo el mundo, la pobreza, la miseria y la desigualdad en lugar de atenuarse se incrementan, porque lo que está claro es que la «globalización» deja muy pocos ganadores, mientras que la mayoría pierde. Y esta no sólo es una afirmación retórica sino desgraciadamente real, como se observa en cualquier país, incluyendo a los del capitalismo sobredesarrollado, como Estados Unidos, donde hay 40 millones de pobres. Por supuesto que para estos millones que no tienen seguridad social, ni consumen una dieta básica, ni tienen acceso a la educación, el mundo es terriblemente incierto. Y si nos situamos en lo que en otra época se llamaba el «tercer mundo», las cosas son aun peores: hay países africanos en los cuales su esperanza de vida (un terrible eufemismo) es de escasos 33 años (como Zambia y otros), un dato revelador, porque una situación como esa ha sido superada en gran parte del mundo desde hace décadas. Esta situación se replica en muchos países, como en el granero del mundo, Argentina, un gran productor y exportador de alimentos, donde a diario mueren niños de hambre y desnutrición, y no sólo en el norte del país sino también en el gran Buenos Aires.

Si nos situamos en el terreno ambiental la incertidumbre se hace más evidente. En este momento, lo dicen quienes han estudiado con seriedad el asunto, estamos asistiendo a un gran ecocidio, el peor de los últimos 65 millones de años, cuando se presentó el último por causas naturales, cuando desaparecieron, entre otros, los dinosaurios. Digo que eso se debió a causas naturales, para enfatizar que fue producto de una súbita transformación de las condiciones para vivir, originadas por el choque de un meteorito contra la tierra. Pues hoy ese meteorito no es natural sino social y se llama capitalismo. Es esta relación social, extendida por todo el mundo, la que está produciendo el catastrófico ecocidio que hoy nos asola y que supone la extinción en masa de especies animales y vegetales, la reducción acelerada de la biodiversidad, la destrucción de los ecosistemas y la pobreza, porque ésta aumenta a medida que se destruye la naturaleza, como se pone de presente por doquier. En este sentido, es profundamente incierto el futuro del planeta, si no se abandona el capitalismo y su lógica destructora (algunos autores, de Joseph Schumpeter en adelante, hablan con regocijo de la «destrucción creadora») y se forjan otro tipo de relaciones que permitan mantener nuestra casa, la tierra, la única que tenemos de verdad, porque hasta donde sabemos no hay otro sitio en el universo, con evidencias convincentes, que sea como Gaia.

Y desde una perspectiva militar…

RVC: En términos militares el futuro inmediato es profundamente incierto, porque la desproporcionada maquina bélica de los Estados Unidos pone en cuestión la existencia de muchos países y a larga de la humanidad toda. Recordemos que famosos políticos de los Estados Unidos, afirman que ese es el único país imprescindible, con lo cual se da a entender que todos los otros pueden desaparecer y eso no significa nada, mientras que Estados Unidos debe preservarse a toda costa, y con ello se supone igualmente que debe mantener su irracional sistema de vida (aunque viéndolo bien debería llamarse sistema de muerte) a costa del resto del mundo y si estuviera en peligro su supervivencia podría destruir a la tierra. Todo esto, podría creerse lo lleva a uno a moverse en el plano de la especulación o de la ciencia ficción, pero cuando se conoce medianamente la historia del imperialismo estadounidense, que nosotros los latinoamericanos si que lo hemos soportando en carne propia desde hace más de un siglo, esa es una terrible realidad y perspectiva. O si no que lo digan Afganistán, Irak, Palestina, para hablar de los casos más conocidos, donde las armas estadounidenses y sionistas aniquilan todo lo que encuentran a su paso, por algo son muy «inteligentes».

Por todas las razones anteriores, entre muchas, hablo de un mundo incierto y esa incertidumbre es mayor al recordar algunos de los límites con que cuenta la «civilización capitalista», entre ellos el energético, el más importante de todos, cuando sabemos que los días del petróleo están contados. ¿Qué va a pasar cuando se acabe el petróleo? ¿Para qué van a servir los millones de coches que ruedan por el mundo, sin combustible para moverse? ¿Cómo va a funcionar el dispositivo productivo del capitalismo, sin la savia que lo ha alimentado desde finales del siglo XIX? Por si dudamos de lo que puede venir, creo que es recomendable leer el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, libro que yo leo a través de la clave energética, porque entre más consumimos combustibles fósiles, con toda la parafernalia tecnológica asociada a ellos, más nos acercamos al precipicio. Al fin y al cabo el capitalismo se caracteriza por actuar con la lógica de la fuga hacia delante, del suicida, del que vive prisionero del presente y no piensa en las generaciones que vendrán. En este contexto cobra mucha actualidad la idea de revolución que propuso Walter Benjamin, cuando dijo que la revolución es necesaria no para desarrollar las fuerzas productivas, como se solía pensar en otros tiempos, sino para evitar que la humanidad se hunda en el precipicio.

Dice usted también que nuestro mundo es un mundo para aprender y enseñar. ¿No es demasiado optimista en su consideración? A primera mirada, si un jupiterino poco informado en asuntos terrícolas, pero, eso sí, con ojos abiertos y corazón limpio, viniera a visitarnos no parece probable que extrajera, en primera o incluso en segunda instancia, una conclusión así. No parece este mundo un mundo apacible para la enseñanza y el aprendizaje. ¿ No lo cree así?

RVC: Si conectamos su pregunta con mi respuesta anterior, usted tiene toda la razón, porque la universalización del capitalismo ha significado la generalización de los viejos y los nuevos problemas, como el hambre y el ecocidio planetario. Sobre lo primero, se nos había dicho que el hambre era típica del antiguo régimen pero que en la sociedad industrial había desaparecido y por ello los motines de subsistencia eran cosa del pasado. Esta leyenda rosa sobre el capitalismo no sólo es una mentira sino una soberana estupidez, porque desde la época de la conquista de América en todas las ocasiones en que las relaciones capitalistas se han impuesto eso ha significado hambre: eso sucedió entre pueblos autosuficientes y que no tenían problemas de abastecimiento, como los Incas, en el siglo XVI, aconteció en la última mitad del siglo XIX, en la India, China y otros lugares en los cuales los campesinos fueron obligados a sembrar cultivos de exportación mientras que ellos mismos se morían de inanición y es lo que está pasando ahora en varios continentes, donde las economías campesinas han sido arruinados por los agronegocios y el comercio mundial, lo cual produce ruina y hambre entre los pequeños productores agrarios. De tal manera, y por eso hemos desarrollado este ejemplo, los viejos problemas de la humanidad, como el hambre, han sido llevados a una escala impensable y por ello, como ya lo dijimos, han estallado motines de subsistencia. Y el otro problema, nuevo por sus características y su dimensión, el ecocidio, indica que estamos ante asuntos de una extrema gravedad.

Esto, por supuesto, no debería generar algún tipo de enseñanza, como lecciones sabias y positivas, y tampoco alguna clase de aprendizaje, y en eso usted tiene razón y siguiendo con su indicación un habitante de otro planeta si llegase a la tierra se sorprendería por la estupidez dominante entre los terrícolas que prefieren terminar con los recursos para, por señalar algo, andar en automóviles, cada vez más contaminantes y despilfarradores de materia y energía, cada vez más lentos y poco prácticos.

Pero si nos situamos en la perspectiva en la que yo me he intentado ubicar, puesto que soy un profesor, esa es mi actividad cotidiana, por ella vivo, gozo y sufro, considero que de este mundo, con todas sus miserias, si es posible enseñar, aprender y, lo más importante, transformar, algo que está implícito en mi análisis pero que no quedo registrado en el título del libro por un descuido de última hora. Permítame ampliar un poco esta idea. El mundo, a pesar del dominio capitalista, no es uno solo, sino que es múltiple porque todavía subsisten otras sociedades, otros proyectos, hay luchas, resistencias y rebeliones contra el capitalismo, en las cuales se dibujan otras formad de organización social. En tal sentido, es de ese tipo de procesos de los que deberíamos aprender y enseñar para combatir la mercantilización dominante, el fetichismo del dinero, el culto al consumo, Pero de la misma forma deberíamos aprender de los procesos catastróficos en marcha para intentar evitarlos en el futuro inmediato, al conocer las causas que los originan.

Con esta idea en mente, en la versión original de mi libro, al final de cada capítulo he colocado una propuesta didáctica, que apunta a dar unas pistas a los lectores, analizando un problema puntual, de tal manera que se incentive una actitud crítica -y eso podría generar dudas y preguntas, que son un punto de partida para aprender- ante muchas cosas que ocurren a nuestro alrededor. Para ser más concreto, quiero colocar un ejemplo. Hay una unidad didáctica que versa sobre el Tsunami de diciembre de 2004 en el Océano Índico  y en el cual murieron unas trescientas mil personas.

300.000 personas, la quinta parte de la población de Barcelona por ejemplo.

RVC: Por ejemplo. La televisión de todo el mundo informó que ese era un «desastre natural» y en las escuelas y universidades se empezó a repetir lo mismo, que era una acción pérfida de la naturaleza. Si uno mira con algún cuidado el asunto encuentra que el desastre es menos natural de lo que se piensa, porque el impacto del tsunami fue proporcional a la deforestación del manglar, a la construcción de complejos turísticos para occidentales ricos, al cultivo de camarones para alimentar a los consumidores de Europa o los Estados Unidos, todo lo cual arrasó con los pescadores locales y sus formas de vida. Si hubiera habido manglar el impacto del tsunami se hubiera mitigado y no habríamos asistido a tan terrible tragedia, que guardando las proporciones se repitió meses después en los Estados Unidos con el huracán Katrina. ¿Qué enseñanzas se pueden sacar de un hecho tan catastrófico como el tsunami? Creo que por lo menos dos: primera, que la mayor parte de las catástrofes son menos naturales de lo que se piensa; segundo, que en todos los lugares donde se han aplicado las mismas políticas (privatización, desregulación, flexibilización laboral, mercantilización) los resultados son similarmente destructivos, aunque de ellos se lucren reducidos grupos de capitalistas de ciertos países. Eso es lo que Naomi Klein ha denominado el capitalismo de la catástrofe.

En idéntica forma podría agregar que si hablamos de una pedagogía de la indignación, habría que aprender de hechos como el antes mencionados, porque ellos son el pan de cada día en todos los continentes, y con más fuerza en países como el mío, Colombia, donde es igualmente problemático que llueva o haga sol, porque o se inunda medio país -y, como siempre, los que más sufren son los pobres y desvalidos- o se generan epidemias y sequías que asolan los campos.

El subtítulo apunta a una de las finalidades de su trabajo, de su voluminoso e inmenso trabajo: «Las transformaciones mundiales y su incidencia en la enseñanza de las Ciencias Sociales». ¿Es su ensayo, en última instancia, un libro de pedagogía, un libro para instruir con finalidades liberadoras? De hecho, en varios de sus capítulos usted presenta un detallado (e imprescindible) material didáctico para la enseñanza de determinadas temáticas.

RVC: Para realizar esta investigación me he basado en una de las categorías más importantes de Carlos Marx, como lo subraya Georg Lukács, como es la de totalidad. De esta categoría se desprende un método para intentar captar y aprehender los aspectos fundamentales de una determinada realidad. Eso es lo que yo he intentado hacer en este libro y en otros que he escrito, porque pienso que uno de los mayores retrocesos que se ha producido en la investigación social es el abandono de los metarrelatos y de los esfuerzos por comprender problemas estructurales, relacionados con la imposición mundial del capitalismo. Por ello, he intentado aproximarme a la compleja realidad de nuestro tiempo desde una dimensión multidisciplinar, en la que se tratan al mismo tiempo asuntos sociales, económicos, políticos, ambientales, culturales, ideológicos, técnicos y educativos, con todo lo cual no sólo se rompe con las especializaciones fragmentarias, sino que se puede tener una comprensión global de las transformaciones en curso, de su sentido y de las perspectivas políticas que de ello se desprenden.

Ahora bien, aparte de escribir en mis ratos libres, en mi vida profesional siempre me he desempeñado como profesor y he sido, además, enseñante en diferentes niveles, desde la alfabetización de adultos, la educación sindical, pasando por la primaria y culminando en la Universidad. A esta profesión no he llegado por accidente, sino por convicción y me forme y estudie para serlo y para desempeñarla con altura y dignidad. En eso he tratado de ser consecuente durante el cuarto de siglo que llevo ejerciendo la docencia. Además, trabajo en una Universidad monoprofesional, la única en su género en Colombia, que forma docentes. Estas circunstancias inciden de alguna manera en el hecho que, cuando investigo y escribo, siempre estoy pensando en los destinatarios y me preocupo porque los productos intelectuales que generan mis inquietudes puedan ser comprendidos por la mayor cantidad de personas, pero evitando un error que se suele cometer en el ámbito educativo, como es la vulgarización, el esquematismo o el uso de manuales. Estoy convencido que a los estudiantes se les pueden plantear problemas cruciales y se les debe proporcionar material serio, sin caer ni en la super simplificación pero tampoco en la falsa erudición que aleje a la gente de sus problemas reales y cotidianos.

Aunque no soy ni un teórico de la educación ni de la pedagogía, pese a que trabajo en una Universidad Pedagógica, tengo unas preocupaciones permanentes por lo que sucede en el mundo educativo y sobre ello también he escrito algunos ensayos. Entonces lo pedagógico que pudiera tener mi libro está relacionado con el esfuerzo por llevar a estudiantes y docentes unos temas áridos que puedan suscitar interés y cuyo planteamiento sirva para problematizar, dudar y cuestionar con todo lo que pasa a nuestro alrededor y generar una esperanza crítica.

 

Hacía usted referencia a ello anteriormente pero permítame que insista. En la resolución del jurado se afirma que su obra reivindica la categoría de «totalidad» contra la pretensión postmoderna, para reclamar lo fragmentario y disperso en momentos en que el capitalismo se ha hecho más totalitario que nunca. ¿Dónde reside el interés de esa categoría filosófica? ¿Por qué tiene tanta importancia político-cultural?

RVC: Sin querer ya me adelanté un poco a responder esta pregunta antes de que fuera formulada. Sin embargo, quiero agregar algunas cosas a las señaladas más arriba. Yo parto del punto de vista que el conocimiento, y el conocimiento social, deberían ser útiles, deben servirle a la gente. Cuando hablo de útil, no me refiero a que deba proporcionar ganancia económica o se convierta en un negocio, como pretenden los neoliberales. No, la utilidad que yo reivindico es similar a la que reclama el historiador catalán Josep Fontana, cuando critica todas las modas historiográficas que sólo sirven para ascender en el mundo académico, tener reconocimientos en ese medio y escribir para el resto de la tribu (en ese caso los historiadores). Fontana afirma que el conocimiento histórico debería ser útil para entender nuestro presente, apoyándonos en una comprensión del pasado y en un proyecto de sociedad futura, lo cual en forma específica quiere decir que la crisis civilizatoria que hoy vivimos no puede ser entendida al margen de los proyectos que se delinearon e impusieron en el pasado, entre ellos el del culto acrítico al progreso tecnológico. Por lo tanto, si se quiere proponer otro proyecto de vida, que rompa con la dominación, injusticia y explotación reinante en el mundo, es necesario plantear otro tipo de historia, en la que se incorpore a los vencidos, a las mujeres, a todo el planeta (y no sólo a Europa o los Estados Unidos), a todas las etnias. Esta historiografía tendría, en consecuencia, suma utilidad para afrontar los problemas y retos de nuestro tiempo.

Algo similar, con mucha humildad, es lo que he querido hacer en este libro que comentamos: reivindicar un conocimiento social que pueda ser útil a aquella persona que lo lea, y para ello le presento una visión integral que asuma la categoría de totalidad, no en abstracto, sino en torno a una situación concreta, como es la del capitalismo contemporáneo. Adicionalmente, algunas modas intelectuales de tinte posmoderno han dirigido sus críticas a la idea de totalidad, por considerarla en sí misma totalitaria y en contravía reivindican un conocimiento y un pensamiento fragmentario y débil. Esto se expresa con particular fuerza en los estudios culturales, que no sólo han abjurado de la idea de totalidad sino del análisis de las determinaciones materiales, como si la cultura fuera todo y se pudiera entender al margen de las transformaciones materiales del capitalismo. Estos planteamientos son muy discutibles, y máxime en momentos en que el capitalismo se ha convertido en una totalidad mundial, la cual debería ser comprendida como tal, no sólo para descifrar los mecanismos de la explotación, la discriminación, la desigualdad, el racismo y el sexismo, sino para enfrentarlos y proponer formas de superarlos. Así, la categoría de totalidad tiene implicaciones políticas, porque gran parte del pensamiento posmoderno es conservador y desmovilizador al sostener que la dominación es insuperable y tenemos que resignarnos ante la misma, dado que cualquier proyecto socialista o alternativo fatalmente conduce a pesadillas totalitarias. Al reivindicar lo fragmentario se está renunciando a convertir la teoría en un instrumento de combate político, que apunte a desentrañar las contradicciones del monstruo, como lo diría nuestro José Marti. Para citar otro ejemplo, ¿cómo comprender la política actual de los Estados Unidos, sin acudir a una categoría como la de Imperialismo, que permite examinar la totalidad de aspectos involucrados en esa estrategia de dominación mundial?

Me parece que uno de los pensadores que mejor expresó la importancia de la totalidad, aparte de Marx en su Introducción de 1857, ha sido Wolfgang Goethe, al señalar: «El mundo en su totalidad aparece ante nosotros como un gran bloque de piedra ante un arquitecto, que sólo se merece este nombre cuando consigue de esta masa natural que le ha presentado azarosa un diseño elaborado por su mente con la mayor de las economías y la dota de finalidad y solidez» (J. W. Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhem Meister, Editorial Cátedra, Madrid, 2000).

La cita es apropiada desde luego. Y muy hermosa.

Lo es. Valga aclarar, que la idea de totalidad no supone hablar de todo sin ton ni son, sino que implica, como lo dice el escritor que se citó, proponer un diseño razonado y estructurado que permita entender la lógica de una determinada realidad social, en este caso del capitalismo contemporáneo, con sus múltiples determinaciones e influencias.

Para finalizar este punto, en mi libro lo que yo intento es analizar diferentes ámbitos del mundo contemporáneo (económicos, políticos, sociales, culturales, ambientales, técnicos y educativos) pero no como ruedas sueltas o como ejes disciplinarios separados, sino entrelazándolos a partir del dominio avasallador del capitalismo, que ha mercantilizado hasta las cosas más sublimes e impensables (como el amor, los genes o las especies animales).

 

Insiste usted reiteradamente en llamar a las cosas por su nombre: explotación a la explotación, capitalismo al capitalismo. Pero el nombre de la rosa no es la rosa. ¿Por qué tiene tanta importancia la forma en que designamos las cosas? ¿Qué ganamos o perdemos epistémicamente, incluso políticamente, al hablar, por ejemplo, de conflictos sociales en lugar de hablar de lucha de clases?

RVC: Uno de los grandes éxitos del capitalismo, rubricado en las últimas décadas, se ha dado en el plano de la subjetividad, en el cual le ha infringido una derrota estratégica, desde luego no definitiva, a todos los anticapitalistas del mundo. Y uno de las armas utilizadas en ese terreno ha sido el lenguaje, los conceptos, los nombres de las cosas. Al respecto distintos pensadores y escritores, como Pierre Bourdieu o Eduardo Galeano, han señalado el brusco cambio conceptual que se ha presentado en los últimos tiempos, cuando en la práctica han sido abandonadas la casi totalidad de conceptos y nociones críticas del vocabulario del conocimiento social y de la acción política de izquierda. Podríamos hacer un largo listado, sólo señalemos algunos casos: al capitalismo se le llama economía de mercado, sociedad abierta, sociedad libre y cosas por el estilo; a la dependencia se le denomina interdependencia; a los bombardeos asesinos se les considera daños colaterales; a la perdida de derechos de los trabajadores se le denomina flexibilización; al imperialismo se le llama globalización y así sucesivamente.

Este cambio terminológico no ha sido ni mucho menos casual, ya que responde a una estrategia planeada y calculada de los «tanques pensantes» del capitalismo y para hacerla posible han implementado todo tipo de acciones, valiéndose de los medios de comunicación, de las universidades, de los académicos, de los intelectuales de izquierda conversos y arrepentidos. Por supuesto, que también se han aprovechado de las derrotas políticas de los movimientos antisistémicos.

Este cambio conceptual supone el abandono de la terminología crítica, forjada para entender, confrontar y transformar el capitalismo, cuya esencia no ha desaparecido. Visto así el asunto, el capitalismo y sus voceros no sólo han modificado el lenguaje sino que incluso se han apropiado de parte del vocabulario anticapitalista, como sucede con el término «Revolución», y por eso hoy este vocablo se utiliza para todo: revolución neoliberal, revolución futbolística, revolución en el automóvil, revolución en el celular etc., para hablar de sucesos que son todo lo contrario, que en lugar de representar algún avance para la humanidad significan un claro retroceso

Las modas intelectuales retoman de manera poco crítica ese lenguaje conformista y ligero que se ha impuesto, y hasta sectores de la izquierda también lo reivindican.

El uso de ese lenguaje nos hace movernos en un mundo de apariencias, de falsas verdades, todo con el prurito, cuando proviene de círculos de izquierda, que no hay que provocar al capitalismo ni hay que ofender a los empresarios o que se debe tolerar y comprender a los Estados Unidos cuando bombardean a un país y mil pamplinas por el estilo.

Contra ese conformismo del lenguaje, hay que recuperar, y es lo que yo intento hacer en mis clases y en mis investigaciones, el lenguaje macizo y consistente de la crítica de la economía política, porque eso no sólo desmitifica la dominación sino que les proporciona instrumentos a la gente, cuando comprende el sentido de esos términos con respecto a su vida cotidiana. Si a los trabajadores no se les dice que están siendo explotados en la fábrica, en la oficina, en los colegios, en los supermercados o donde sea, sino que están viviendo relaciones cordiales con los patrones, poco puede esperarse de ellos para que se rebelen contra el estado de cosas existente en los espacios laborales.

En el sentido mencionado, el lenguaje que se ha impuesto, vía modas intelectuales, es el de la sumisión y el conformismo, propio por lo demás de cierta visión ingenieril de las ciencias sociales, con cierto tufillo tecnocrático.

En cuanto a las transformaciones mundiales, ¿qué cambios en la economía y en la política mundial le parecen más relevantes en estos últimos treinta años?

RVC: Empecemos por los cambios políticos. Sin duda alguna el cambio más espectacular ha sido la desaparición de la Unión Soviética y el desmoronamiento del socialismo burocrático en Europa Oriental. Y eso se percibe no sólo en términos históricos porque ese hecho significó el fin del corto siglo XX, sino porque sus consecuencias se han visto en todos los ámbitos en los últimos veinte años. Este cambio político fue el que posibilitó la mundialización del neoliberalismo, que de ser un proyecto hasta ese momento todavía localizado e incluso cuestionado en varios lugares del mundo, se revitalizó de tal modo que se ha convertido en el dogma dominante en todo el mundo, como no se lo habían imaginado ni los pontífices neoliberales, como Hayek o Friedman. Recordemos que el llamado Consenso de Washington (otro eufemismo) se impone en los momentos en que está muriendo la URSS.

Asimismo, la desaparición de la URSS está relacionada con otro cambio geopolítico notable, como es el fin del Tercer Mundo, porque los países periféricos de todos los continentes (incluyendo a Europa) quedaron sujetos a una pauta única, los planes de ajuste estructural, la subordinación exclusiva al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, el regreso a las economías primaras, la desindustrialización y la competencia desenfrenada entre los países pobres por producir los mismos productos primarios con destino a los mismos compradores del Norte.

Por supuesto, que en el orden político también hay que hacer referencia a otro cambio crucial, pero que no se subraya suficientemente, como es el de la socialdemocracia que se volvió completamente neoliberal y se plegó por completo a la hegemonía mundial de los Estados Unidos, con todas las consecuencias que eso ha tenido, en lo referente a las guerras y agresiones contra el mundo pobre, para mencionar un solo elemento.

En el terreno económico, creo que la principal transformación ha sido la imposición mundial del capitalismo, pues en realidad antes esto era una metáfora, porque no dominaba en China y en otras partes del mundo. Otra transformación económica, asociada a la anterior, es la derrota de los trabajadores y la imposición de viejas y nuevas formas de explotación del trabajo, con un retroceso impresionante en cuanto a sus derechos. Por doquier se ha impuesto la flexibilización, un apodo para denominar la superexplotación de las trabajadoras y trabajadores en todo el planeta, ha recobrado fuerza la esclavitud, se han ampliado las jornadas de trabajo al mismo nivel de la Revolución Industrial en la Inglaterra del siglo XVIII y XIX. Una tercera transformación económica y social es la destrucción de la agricultura campesina, lo que ha traído como consecuencia el crecimiento acelerado de las ciudades, donde campea la miseria y la injusticia. El ataque contra las economías campesinas e indígenas ha puesto en cuestión la soberanía alimenticia de decenas de países en todos los continentes, a partir del criterio que hoy el capitalismo ya no necesita asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo, sino que eso corre por cuenta de los propios trabajadores asalariados. Con este presupuesto se combinan la destrucción campesina y la flexibilización en el ámbito laboral.

Otra transformación económica, que a mi particularmente me preocupa sobremanera, es la del tan alabado «milagro chino», un cambio de repercusión planetaria y que no significa ningún avance significativo, porque se basa en lo que ya había denunciado Marx, en la destrucción de la naturaleza y de los seres humanos. El caso chino está implicando la destrucción acelerada de los ecosistemas, contaminación a granel (algunas de las ciudades más contaminadas del orbe están en China), y una explotación intensiva de hombres, mujeres y niños. Este es un modelo típicamente capitalista, por lo menos en las zonas urbanas e industrializadas de ese país, como se aprecia en la incorporación de los símbolos típicos del capitalismo, empezando por el automóvil. Pekín paso de ser la capital mundial de la bicicleta hace escasos 15 años a convertirse en una urbe con atascos insoportables, por la cantidad de coches que circulan por sus vías. ¡Con esos milagros, para qué catástrofes!

Por lo demás, ¿cómo deberían incidir esos cambios en la enseñanza de las Ciencias Sociales? Y más en concreto, ¿a qué ciencias sociales hace usted referencia especialmente?

RVC: Cuando yo me refiero al impacto de los cambios mundiales en la enseñanza de las ciencias sociales estoy aludiendo no a las ciencias sociales que se investigan sino a las que se enseñan, porque, por desgracia, entre las dos hay diferencias notables. Por un lado, la investigación social especializada produce resultados muy diversos, algunos de ellos importantes en la búsqueda de explicaciones a los problemas reales o amplia el panorama de conocimientos sobre diversos asuntos históricos, espaciales, económicos o culturales. Estos resultados por muy interesantes que puedan ser quedan circunscritos a círculos cerrados de especialistas, pero no llegan a la población escolar, ni siquiera en el plano universitario. Por otro lado, las ciencias sociales escolares (y aquí las incluyo a todas en los diversos niveles escolares) siguen una lógica y una rutina propias, sin ningún nexo con la investigación social y repitiendo incluso cosas que hace décadas ha desvirtuado la investigación.

Sucede en este terreno algo similar a lo que pasa en Estados de la Unión Americana donde se sigue enseñando creacionismo y hay una prohibición abierta de la difusión de la teoría evolucionista y se sigue atacando a Charles Darwin con la misma saña e intolerancia de 1859 y los años siguientes, luego de la publicación de su célebre libro sobre la evolución de las especies. Por eso, en textos escolares que se usan en la enseñanza de las ciencias sociales, todavía se siguen diciendo cosas que no tienen ningún sentido, similares al ejemplo referido de Darwin.

Lo que proponemos en este libro es un acercamiento entre la investigación y la enseñanza de las ciencias sociales, de tal manera que los estudiantes y profesores en ejercicio puedan acercarse al conocimiento de algunos de los problemas del mundo contemporáneo, a través del seguimiento de parte de la bibliografía y documentación que nosotros hemos rescatado. Y en esto quiero nuevamente retomar la propuesta que hace Josep Fontana para la enseñanza de la historia, cuando él sugiere que son historiadores tanto los investigadores como los profesores y que a estos últimos les corresponde un papel de primer orden en la difusión de la historia como conocimiento, porque al fin y al cabo para millones de seres humanos va a ser la única vez en su vida que van a acceder a conocimientos históricos (me refiero, desde luego, a los que reciben en la escuela y en la educación formal). Con más veras, agrega Fontana, debería construirse otro tipo de discurso histórico, depurado de eurocentrismo, machismo y heroísmo, para darle la voz a los vencidos, a los excluidos, a los explotados.

Con estos elementos, retomando de manera directa su pregunta, yo digo que ante la crisis civilizatoria que estamos viviendo, las ciencias sociales escolares deberían cumplir un papel de concientización sobre la dimensión de tal crisis y los probables caminos, construidos entre todos, para superarla. En otros términos, las ciencias sociales escolares deberían cumplir algo así como la función de alfabetizar políticamente a las jóvenes generaciones, con la perspectiva de ayudar a generar otra vez la semilla de la esperanza y de la construcción de un proyecto alternativo. Por supuesto, para hacerlo posible también se requiere que haya un cambio de mentalidad entre los docentes, sometidos como todos los otros trabajadores a la flexibilización laboral, para enfrentar sus propias condiciones de vida y de trabajo y para desarrollar propuestas entre sus estudiantes que ayuden a renovar la enseñanza de las ciencias sociales y también una orientación más política de sus propuestas y reivindicaciones.

¿Y por qué sólo en las ciencias sociales? Esas transformaciones, ¿no deberían afectar también a la enseñanza de las ciencias naturales por ejemplo?

RVC: Aunque no tengo un conocimiento muy profundo de las ciencias naturales lo que puedo decir, en general, es que me parece que las ciencias naturales y su enseñanza también están influidas por los cambios mundiales, por varias razones, algunas de las cuales también afectan a las ciencias sociales. Para comenzar, en los últimos veinte años se han implantado reformas educativas en casi todo el mundo, reformas que no responden al deseo y a la necesidad de cambio de los sistemas educativos para que estos sirvieran mejor a los habitantes del respectivo país y para que ellos fueran más críticos, conscientes o le proporcionaran una formación integral a la gente. En el fondo estas reformas sólo han buscado adecuar los sistemas educativos a los requerimientos del mercado, para que los programas escolares y los estudiantes sólo sirvan como fuerza de trabajo barata y dispuesta a satisfacer las necesidades de las empresas. En este contexto, los saberes en sí mismos, cualquiera que sea su especificidad social o natural, se han devaluado, porque el capitalismo lo que exige es ganancia inmediata y, de una manera obtusa, para los voceros del neoliberalismo educativo y el darwinismo pedagógico (como el Banco Mundial o entidades similares) eso se expresa en las competencias, vistas como habilidades que permitan un mejor posicionamiento en el mundo del trabajo.

En estas condiciones así como para el capitalismo de nuestros días no tiene ningún sentido estudiar filosofía griega o alemana, tampoco lo tiene estudiar matemáticas puras o física quántica en términos teóricos, pues eso en el fondo se considera una perdida de tiempo y un despilfarro de recursos, desde su óptica economicista, que deberían emplearse mejor en adiestrar personal tecnológico para desempeñarse de manera rápida y directa en los procesos productivos.

Un segundo aspecto que subrayaría del impacto de los cambios mundiales sobre las ciencias naturales radica en que en algunos terrenos, como el de la biotecnología, se ha hecho evidente la mercantilización creciente, lo cual afecta de manera directa al mundo, sobre todo a los países más pobres y biodiversos, como Colombia, cuyas selvas y bosques son vistos como un emporio genético, productor de cuantiosas ganancias, sin importar el impacto sobre las sociedades locales. Obviamente, esta cuestión es bastante compleja como para ser reducida a un mecanicismo economicista, pero yo solo suministro un ejemplo, para mostrar como las ciencias naturales también son afectadas por los cambios mundiales.

Para terminar la respuesta a esta pregunta, solo quiero agregar que el asunto de la tecnociencia también daría elementos al respecto, cuando hoy se exaltan las innovaciones técnicas en sí mismas, sin sopesar sus impactos contradictorios y cuando no se tiene en cuenta el principio de precaución en la aplicación de muchas innovaciones que tienen efectos negativos sobre los seres humanos y los ecosistemas, como sucede con cierto tipo de medicamentos.

Resulta curioso, o cuanto menos singular, que use usted en su exposición tantos materiales extraídos de páginas de la red. ¿Cree que estamos ante una Biblioteca universal garantizada y de acceso bastante generalizado?

Respuesta: En todas las investigaciones que yo he realizado siempre me he preocupado por dotarme de una masa documental amplia y consistente, tal vez porque mi formación original y básica, que no he abandonado, ha sido la de historiador. Cuando uno estudia historia se da cuenta de la importancia de las fuentes para sustentar todo lo que dice sobre un determinado proceso de la vida humana en el tiempo. Por esta formación, desde el momento en que inicie mis investigaciones sobre temas no propiamente históricos, he aplicado ese mismo criterio de buscar la mayor cantidad de fuentes, que estén a mi alcance. Por eso, cuando tengo la oportunidad de viajar a algún país me esfuerzo por conseguir literatura sobre los temas que me obsesionan, así no la use de manera inmediata. De esta forma, durante muchos años fui reuniendo un gran acervo bibliográfico de diversa procedencia geográfica, que he tratado de usar en esta obra que comentamos. Sin embargo, creo que más importante que la información, y eso también lo aprendí de la disciplina histórica, es la interpretación, lo cual no puede hacerse sin la teoría.

Ante el hecho evidente que hoy podemos acceder a un cúmulo impresionante de información de toda clase a través de Internet sigo pensando que lo importante no es la información sino la capacidad que tengamos de asumirla y asimilarla críticamente, lo cual tiene que ver con la formación teórica, los intereses y expectativas del que utiliza esa información. En concreto, esa información de Internet la he usado con los criterios antes mencionados, para ampliar la base informativo de mis estudios, aprovechado que por ese medio he podido acceder a documentación que de otra manera, por mis escasos recursos económicos, no podría conseguir. Así, he podido leer prensa y revistas de otros países que, en un medio intelectualmente tan provincial como el colombiano, nunca conseguiría. Repito, sin embargo, que las fuentes que uno encuentra en Internet presentan los mismos problemas que cualquier otra fuente, tales como su grado de veracidad y verosimilitud, la capacidad argumentativa, la coherencia interna, etc. Eso yo lo he tenido en cuenta a la hora de usar la información que he encontrado en la red.

Considerando estos aspectos, no pienso que estemos ante una biblioteca universal garantizada sino sólo ante un medio informativo más que puede usarse como cualquier otro, tomando las precauciones necesarias e indispensables y de acuerdo a nuestros propios criterios, porque no basta tener información si no se sabe que se va a hacer con ella y cuáles son los intereses implícitos en la misma.

Desde de leerle, después de leer los argumentos que usted despliega contra las felonías del capitalismo, las dudas de disipan: este es el peor de los mundos imaginables. Si es así, y usted argumenta con corrección, ¿por qué tiene el capitalismo tanto apoyo social? ¿Por qué tantos ciudadanos, no sólo los más enriquecidos, creen que es un buen sistema económico-social?

RVC: Hay una noción marxista que hoy se suele usar con temor o se emplea poco, porque se tiene miedo de ir contra las tendencias dominantes que afirman que el capitalismo es un sistema natural, eterno, indestructible, el fin de la historia, sinónimo de democracia y libertad… Esa noción es la de ideología, en uno de sus sentidos, que es la de falsa conciencia. Creo que es un aspecto que habría que considerar recordando la vieja máxima de que la ideología dominante en cada época es la de la clase dominante. Creo que eso se ha demostrado en los últimos tiempos cuando, tras la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS, los voceros del capitalismo afirmaron, Fukuyama entre ellos,  que en la práctica se había demostrado la superioridad intrínseca del capitalismo sobre cualquier otro sistema económico y social. Y a partir de ese instante, vía Consenso de Washington, y otras estrategias, entre ellas la primera guerra del Golfo, se ha querido convencer al mundo que el capitalismo es una forma natural de la existencia humana. Se exaltan entonces como atributos naturales, siguiendo a Adam Smith y a otros economistas, la competencia, la sed de ganancias y acumulación, el fetichismo de la mercancía, la soberanía del consumidor, la idea que el capitalismo no tiene límites y todo lo puede conquistar. De esto se han desprendido postulados prácticos, tales como la privatización de los bienes públicos, la exaltación de la competencia exacerbada entre países antes que la solidaridad o la complementariedad, el aumento en las desigualdades sociales, la apología del éxito individual no importa a que costo, etc. Y tiene que operar la ideología, porque no se explica de otra forma que la gente pobre y miserable, empobrecida por el capitalismo y el imperialismo, salga a aplaudir a un genocida como George Bush cuando visita su país.

El capitalismo exalta además, y eso hoy se hace mucho más fácil con la televisión, el consumo como una cualidad humana que ha transformado la máxima cartesiana en una vulgaridad: Consumo luego existo. El consumo es exaltado como uno de los máximos atributos humanos y por eso el capitalismo ha segmentado el consumo, como ninguna otra sociedad lo había hecho. Hay consumo para todas las clases y para todos los sectores sociales. Tenemos, en el bazar planetario, teléfonos móviles o celulares para todos los gustos: para los opulentos, a un costo de miles de dólares, y para los limosneros que no tienen un pedazo de pan para llevarse a la boca pero que portan consigo el infaltable celular. Este hecho ha contribuido a que el capitalismo cree a una persona sumisa, resignada y apegada al consumo, transformando a los seres humanos de sujetos en consumidores hedonistas. Y la gente, por más pobre y humilde que sea, se siente participe de los logros del capitalismo, porque consume a su modo, mercancías, así sean de mala calidad.

Un tercer elemento que yo señalaría ha sido mencionado por un autor que no tiene nada de izquierdista que es Edward Luttwak en un libro titulado Turbocapitalismo. En este libro se dice algo que cuando lo leí me quedo sonando respecto a la pregunta que hace su autor de por qué en los Estados Unidos los pobres casi nunca se rebelan contra los opulentos. El autor responde de una manera lapidaria diciendo que eso se debe a que en Estados Unidos la ideología individualista (el famoso sueño americano) ha calado tan hondo en la conciencia de las gentes, que éstas se sienten culpables de ser pobres, por su supuesta inferioridad que le ha impedido convertirse en triunfadores y millonarios, y por eso no protestan porque no encuentra que ningún sistema los esté oprimiendo o explotando, sino que su situación personal es culpa de ellos mismos. Por ello, la gente se refugia en su soledad para afrontar ese problema y renuncia a cualquier lucha colectiva, cargando su frustración para sí mismos o liberándola de manera destructiva hacia sus semejantes y no hacia sus enemigos de clase, por medio de la delincuencia y comportamientos similares.

Me parece que justamente lo que ha acontecido en los últimos años es que el sueño americano se ha expandido por todo el planeta, y ante la derrota de proyectos alternativos, en buena parte del mundo, porciones significativas de la población piensan efectivamente que la pobreza y la riqueza son resultado de opciones individuales y voluntarias y que puede alcanzarse el éxito sin importar los medios que deban utilizarse para lograrlo.

La educación actual tiende a reforzar este comportamiento individualista, porque desde los primeros años en la escuela se enseña a cada persona a ser competitivo, a no relacionarse con los otros, a desconfiar de todo el mundo, a aplastar al otro sin importar los medios que deban emplearse, a ser el triunfador o el exitoso.

Un último aspecto guarda relación con la imagen que cualquier proyecto socialista o revolucionario que se impulse riñe con la libertad que proporcionaría el capitalismo, entendida como libertad de consumo, así no se tenga cómo satisfacerla. Porque el capitalismo ha difundido la falacia que es sinónimo de democracia y que todos los sistemas diferentes son antidemocráticos. Todas estas tonterías se convierten en un nuevo sentido común, por la carencia de proyectos alternativos, movilizadores, en gran parte del mundo.

¿Cree usted que puede afirmarse que el capitalismo venció en 1989-1991 al socialismo? ¿Cuáles fueron las causas de la caída del socialismo autodenominado real en Europa oriental?

RVC: Estoy convencido que cualquier proyecto anticapitalista de nuestro tiempo tiene que estudiar y examinar con toda la seriedad del caso, intentando liberarse de esquemas preconcebidos de la experiencia socialista y revolucionaria del siglo XX. No creo que tan extraordinaria experiencia pueda despacharse de un plumazo y en forma simple. Ese conocimiento es indispensable, primero, porque forma parte de la tradición revolucionaria, gústenos o no, y, segundo, no puede desconocerse la historia real, no la que está en nuestra cabeza, con todas sus miserias y tragedias, pero también con todos sus logros y conquistas. Siguiendo al ilustre pensador italiano Domenico Losurdo sostengo que con la Revolución Rusa se conquistó un continente (para utilizar la metáfora del descubrimiento de América) nuevo, el de la igualdad. Ese acontecimiento actualizó en el imaginario de la humanidad una cuestión esencial, hasta ese momento poco tenida en cuenta. Ese elemento me parece esencial en la discusión contemporánea, porque hoy ha sido completamente abandonada la lucha por la igualdad, considerando que las experiencias fallidas de las Revoluciones socialistas del siglo XX muestran que no debe buscarse. En cambio se ha impuesto un sentido pragmático de libertad, entendida como libertad de empresa o de consumo, y se da por sentado que es cierto que en el capitalismo si existe la libertad e incluso, como digo en otro lado, se supone que el capitalismo es sinónimo de democracia y que Estados Unidos es el país más democrático del mundo. Para los que conocen la historia de los Estados Unidos, con toda su carga de sangre y horror, es muy difícil aceptar que el uso de las bombas atómicas, el NAPALM, las bombas de uranio empobrecido, puedan ser considerados como símbolos de la democracia y los pueblos bombardeados como una simple expresión de la autocracia. Porque, como es de sobra conocida, un pueblo que oprime a otros no puede ser libre.

He hecho este paréntesis para decir que tenemos que aprender de la experiencia revolucionaria del siglo XX, que movilizó a millones de seres humanos en todo el planeta, muchos de los cuales dieron su vida, luchando por un ideal de justicia, libertad e igualdad. Que los procesos históricos hayan seguido otro curso, como el que se dio en la URSS y en Europa Oriental, este último lugar donde se impuso a la brava el socialismo burocrático, no le quita para nada el merito a todos aquellos que dieron su vida luchando por la revolución.

Y digo que debe estudiarse con seriedad estos procesos revolucionarios, porque la Revolución Rusa rompió la historia de la humanidad e hizo incluso que el capitalismo siguiera otro curso. De no haber sido por esa revolución, no hubiera existido el keynesianismo, ni el Estado de Bienestar y la descolonización hubiera sido más difícil. En otros términos, fue el miedo a la revolución lo que obligó al capitalismo a reformarse, a darse una cara más social, por decirlo en forma coloquial. Por supuesto, cuando pereció la URSS, el capitalismo se ha quitado esa careta que incómodo lució en algunos lugares del mundo (principalmente en ciertos países de Europa occidental y nórdica) para volver a lucir su viejo rostro de sangre y horror.

Como no puede suprimirse esa experiencia revolucionaria, no podemos regresar a 1789 o a otros momentos del siglo XIX, pasando por encima de la experiencia de la lucha por la igualdad que produjo la Revolución Rusa.

Sobre las razones concretas que produjeron el fracaso de lo que yo denomino socialismo histórico, en el libro menciono muy de paso algunos aspectos, como estos: el estado de excepción permanente que se vivió siempre en esos procesos, lo que hizo que se crearan regímenes internos de control de la población, como si siempre se estuviera en tiempo de guerra, con todas las consecuencias nefastas sobre la población; el fortalecimiento desmedido del aparato de Estado, aunque en un principio la revolución hubiera planteado el asunto de la lenta extinción del Estado, con la proliferación de la burocracia; el haber convertido al marxismo no en una guía para la acción, sino en un recetario dogmático que no servia para comprender los verdaderos problemas de esa sociedad; la conversión de la nomenclatura al modelo capitalista, abandonando sus creencias en las posibilidades de una planificación burocrática, para nada democrática ni participativa. Un punto importante que quiero resaltar, y que casi nunca es mencionado, es el siguiente: suele decirse que la URSS fracaso porque no pudo competir económicamente con el capitalismo y que este demostró su superioridad en ese terreno y que, a la larga, las fuerzas productivas tuvieron que zafarse del cascaron burocrático que impedía su desarrollo (un poco interpretando el proceso a la luz del célebre prologo de Marx a su Contribución a la Crítica de la Economía Política) y por eso se transformaron las relaciones de producción. En contravía con este supuesto, sostengo que el gran problema de la URSS y de todos los proyectos socialistas, como se está demostrando en China en este momento, ha sido el de copiar de manera poco crítica y sin mucha originalidad la noción de progreso y la tecnología capitalistas, a partir del falso supuesto que esta tecnología es neutra. Esta concepción impidió que en la URSS se desarrollara otro tipo de valores, socialistas, con respecto a este asunto y que primara la emulación con el capitalismo, en los mismos términos del capitalismo, exaltando la tecnología sin desarrollar otro tipo de tecnología, que no fuera depredadora ni destructora del medio ambiente. Este es un punto crucial, aunque no se le de la suficiente importancia, para criticar lo que hoy pasa en China, que no es ni mucho menos un modelo envidiable y digno de imitar, que está llevando mucho más lejos los errores que se cometieron en la URSS.

En cuanto a la cuestión de si el capitalismo venció en 1989 y 1991 yo creo que sí, pero sobre todo en términos políticos, ideológicos y culturales, porque logró imponerse en el imaginario de gran parte de la humanidad como la única forma de organización social que puede existir, es decir, impuso la idea que no hay alternativas al capitalismo. Pero ese triunfo desde un principio puede considerarse como pírrico, por varias razones: al desaparecer su enemigo histórico real en el siglo XX (la URSS), el capitalismo quedó huérfano, sin tener a quien culpar de sus propias contradicciones y problemas, como se demuestra hoy con la crisis financiera; en la práctica, la lógica capitalista genera todos los problemas mencionados en esta entrevista, pero los amplia a un nivel sin precedentes, precisamente porque abandonó la idea de reforma, porque ya no es necesario reformar nada, ante la desaparición de la URSS. Por eso, ahora se exacerbado la destrucción de los seres humanos, han aumentado las guerras y agresiones contra los países más débiles, hasta el punto que en los últimos veinte años, en contra de lo vaticinado, ha habido más guerras que antes de 1989; en términos reales, el capitalismo amplia la explotación y la injusticia, aunque las encubra con un manto ideológico de confort y prosperidad, y esto genera nuevas rebeliones y estallidos sociales, aunque casi nunca tengan un claro sentido anticapitalista.

El triunfo del capitalismo fue coyuntural, porque esta relación social es contradictoria y genera continuamente protestas entre los oprimidos. Estos en algunos lugares del mundo, como en nuestra América, están fundiendo sus propias experiencias con la recuperación de un ideal socialista y emancipador, así no se tenga muy claro cómo se caracteriza y cómo se desenvuelve, pero lo único cierto es que en América Latina, a diferencia de Europa Oriental, el marxismo intenta fundir lo propio, nuestra historia y cultura, con el pensamiento emancipatorio universal. Y esto es algo en lo que deberían fijarse con cuidado los revolucionarios de Europa y el resto del mundo.

¿Cuba sigue siendo para usted una esperanza?

RVC: Cuba sigue siendo no sólo una esperanza sino una realidad, que se mantiene a pesar de medio siglo de bloqueo criminal por parte de los Estados Unidos. Es bueno examinar este hecho, y preguntar ¿qué otro país del mundo se hubiera mantenido independiente y soberano como lo ha hecho Cuba en medio de tan terrible bloqueo? Además, a la luz de los cambios experimentados en la URSS, Europa Oriental, China o Vietnam, donde han desaparecido los logros sociales, en materia de educación, salud, cultura, deporte y recreación y se han impuesto los valores propios del capitalismo, que Cuba mantenga un igualitario sistema educativo y sanitario es un gran logro, máxime si lo comparamos con lo que pasa en el resto del continente latinoamericano.

Es vergonzoso lo que se ha hecho en países como Argentina, Chile, Perú o Colombia con respecto a la educación, a salud y la cultura, convertidas en mercancías costosas, explotadas por capitalistas locales o por multinacionales de los Estados Unidos o de Europa. Esto ha significado la privatización de los sistemas públicos, el regalo de las empresas estatales al capital privado y el aumento de la pobreza, la ignorancia, el hambre y la enfermedad. No es sino recorrer cualquier ciudad latinoamericano para ver como viven los niños en las calles, abandonados y humillados, y cómo viven los niños en las ciudades y pueblos de Cuba.

Pero el proceso cubano, en medio de dificultades y problemas, tiene un aporte significativo, rubricado en estos 50 años de revolución, que se refleja en su resistencia inquebrantable contra la agresión criminal de los Estados Unidos y sus socios europeos y en el esfuerzo de construir otro tipo de sociedad, fraternal y solidaria, que no se basa en el culto al consumo y que, en medio de las privaciones, es alegre y festiva.

En un anterior ensayo, hablaba usted de los economistas neoliberales. Los llamaba «nuevos criminales de guerra». No es frecuente una afirmación así. Suele hablarse del sistema, de las consecuencias de las políticas gubernamentales, de errores en las decisiones, pero nunca se personalizan los daños ni se lanzas acusaciones contra los responsables de esas políticas. ¿Cómo justifica usted palabras tan directas y nítidas? Un economista neoliberal, que defiende, por ejemplo, la completa liberalización del comercio exterior mexicano o colombiano, por ejemplo, es un criminal en su opinión

RVC: Bueno lo que yo digo en el libro que usted comenta está inscrito en un contexto analítico bastante amplio y sin el cual la afirmación señalada quedaría suelta. Ese contexto, de manera muy resumida, es este: entiendo eso que se llama globalización como una guerra en todos los frentes librada por el capital mundial contra los trabajadores y pobres del planeta. Esta guerra ha buscado, y lo ha conseguido, la reestructuración del trabajo a favor del capital, la libre movilización del capital hacia donde se encuentra trabajo, barato y abundante, la erradicación de todo tipo de conquistas y derechos de los pobres, la transformación del Estado en un ente favorable a la competencia económica que ya no regula los factores nacionales (como moneda, comercio, inversión extranjera o trabajo) sino que acude más que nunca a la represión y al control social. En pocas palabras, para usar un lenguaje hoy proscrito, la lucha de clases en estos momentos se hace de arriba hacia abajo y favorece al capital.

En esa guerra social que es la globalización hay estrategas, ideólogos, y ejecutores. Entre los primeros, estrategas e ideólogos, sobresalen los economistas neoliberales que desde sus relucientes oficinas planean las maniobras que se van a librar en el terreno, esto es, indican donde se debe aplicar un plan de ajuste estructural, dónde se debe privatizar, cuando hay que cerrar un hospital público o vender una universidad estatal, etc. Esas decisiones suelen presentarse como determinaciones técnicas, por lo demás ineluctables, que favorecerían incluso a los que van a ser víctimas de tales políticas. Quienes ejecutan en la práctica esas políticas neoliberales son los gobiernos, muchos de cuyos presidentes o ministros hacen parte de esa cofradía neoliberal. En tal perspectiva, los economistas neoliberales son criminales de guerra, porque no son los que disparan, esto no siempre es una metáfora por desgracia, de manera directa sino los que dice a quiénes, cómo y cuándo se debe disparar contra los trabajadores y los pobres del mundo.

Un ejemplo ilustra esto que estoy diciendo. Cuando se presentó el huracán Katrina, Milton Friedman, que tenía 93 años, aplaudió el carácter destructivo del huracán, porque había logrado lo que las propuestas neoliberales no habían conseguido durante décadas: debilitar al sindicato de enseñantes que se había negado a aceptar la privatización de las escuelas públicas de Nueva Orleans. Pues apenas ocurrió el huracán, Friedman escribió el que sería su último artículo agradeciendo que se hubiera presentado y que tuviera el efecto de posibilitar la privatización de gran parte del sistema educativo del Estado y, además, le permitiera deshacerse de sindicalistas incómodos, que no dejan funcionar armónicamente al libre mercado y recomendaba que no había que perder la oportunidad que brindaba el Katrina para emprender esas «reformas» en el sistema educativo, lo cual finalmente se hizo. Este es un ejemplo del carácter criminal de Friedman, cuyo prontuario, como se ha demostrado en numerosas investigaciones, tiene en su haber el sustento de los Chicagos Boys en el Chile de Pinochet, entre otros sonados crímenes.

Quiero esto decir, que tras la catástrofe que ha significado para América Latina, África, Europa Oriental la imposición brutal del capitalismo se encuentran personajes de carne y hueso, y no entes abstractos, detrás de cuya accionar hay millones de muertos, como producto, para señalar un caso, de la privatización de los sistemas de salud o de la imposición de la agricultura de exportación.

La actual crisis económica cuya dimensiones cada vez parecen más agigantadas, ¿es la bancarrota definitiva de la ideología neoliberal? ¿Qué cambios cree usted que se efectuarán, si es el caso, en el modo de funcionamiento del sistema económico mundial? ¿Estamos entonando los cánticos de la lucha final?

RVC: Me parece que la crisis actual si marca un punto de quiebre de la ideología y del proyecto del neoliberalismo, pero ni mucho menos significa el fin del capitalismo. Al respecto vale hacer algunas precisiones históricas: desde que el capitalismo existe ha necesitado del Estado, pues sin éste nunca hubiera existido. De tal manera que lo que se ha visto a través del tiempo, son distintos tipos de Estado, pasando por el de Bienestar, hasta desembocar en el Estado neoliberal, en el cual nos encontramos. Que este tipo de Estado sea abandonado o reconstruido no significa para nada que el capitalismo vaya a desaparecer. En segundo término, ya se está viendo en Estados Unidos y la Unión Europea, que para evitar la bancarrota total de la economía el Estado ha ido al rescate de los bancos, de los inversionistas hipotecarios o de la industria automovilista, con lo que se muestra que en el futuro inmediato el Estado va a tener una mayor intervención económica con respecto al período neoliberal. Sin embargo, ante la inexistencia de un proyecto anticapitalista, y de sujetos que lo encarnen, la crisis del capitalismo no significara su fin, pues este no se logra mediante un derrumbe automático, sino que deber ser resultado de la acción colectiva y consciente de sujetos sociales.

La crisis actual tiene, a mi modo de ver, un elemento importante que no puede desestimarse, puesto que de ella va a salir seriamente resentida la hegemonía de los Estados Unidos, que se había recuperado tras la disolución de la URSS. Y esto es importante porque muestra los límites económicos de esa hegemonía, que va a quedar reducida por algún tiempo a un plano puramente militar, y el dólar va a salir más debilitado que nunca. En estos días, por ejemplo, se anuncia que en secreto la Reserva Federal de los Estados Unidos emitió 600 mil millones de dólares, una cifra impresionante, sin ningún respaldo. Esto tarde o temprano va a incidir en el dólar, porque lo único claro es que es un papel sin ningún valor real, completamente depreciado.

Esta debilidad de los Estados Unidos va a posibilitar que en distintos lugares del mundo, como en algunos países de América Latina, sus acciones criminales tengan menos posibilidad de operar con la misma intensidad del pasado y con el mismo apoyo, sin que eso signifique que van a desaparecer.

¿Qué papel ha jugado y sigue jugando la teología de liberación en Latinoamérica?

RVC: La teología de la liberación ha sido una construcción discursiva y un proyecto práctico de transformación social, gestada aquí en América Latina. Es sabido que ese cristianismo de los pobres se originó en la década de 1960, directamente influido por la revolución cubana. Desde entonces, sacerdotes y monjas se fundieron con las sectores más pobres de la sociedad, formando las comunidades eclesiales de base, que difundieron otro mensaje evangélico que señala la necesidad de luchar en la tierra para tener una vida más digna y humana y eso supone enfrentar a los ricos y privilegiados. Uno de los soportes teóricos de la teología de la liberación ha sido, por supuesto, el marxismo.

El compromiso indoblegable de muchos de los teólogos de la liberación los convirtió en enemigos del Vaticano y de las fuerzas capitalistas e imperialistas, incluyendo en ellas a las jerarquías eclesiásticas, aliadas incondicionales de las clases dominantes o que hacen parte de ellas. El compromiso real de esos teólogos llevó a que muchos de ellos fueran torturados, perseguidos y asesinados y que otros fueran perseguidos por el Vaticano.

Esa política represiva golpeó fuertemente a este sector popular de la iglesia y aunque se encuentre también debilitada en algunas regiones de América Latina sigue teniendo influencia y participando en propuestas educativas y sociales a favor de la mayoría pobre del continente.

Este año, nuevamente, recordamos a Chile y la Unidad Popular. 35 años después de la muerte de Allende, déjeme hacerle una pregunta incómoda. ¿No fue muy ingenuo el compañero Presidente? ¿Cómo pudo creer que una clase social iba a suicidarse por la simple voluntad democrática de los pueblos y de las gentes más desfavorecidas? ¿No era esperable una reacción criminal como la que se produjo?

RVC: Salvador Allende confiaba en su proyecto de una transición pacífica al socialismo y fue consecuente con esta propuesta, hasta el punto que dio su vida, al comprender que se había equivocado, al subestimar a las fuerzas del capitalismo y del imperialismo, que no iban a dejar que una propuesta tan novedosa, de raigambre obrera y popular se impusiera, y ellos se quedaran quietos. En ese sentido, la experiencia de Chile es aleccionadora sobre el verdadero sentido que la democracia tiene para el capitalismo: cuando ésta no le sirve porque moviliza a fuerzas antisistémicas, no importa destruirla y eso fue lo que allí se hizo, porque hay que decir, que una cosa era la democracia en Chile hasta la época de la Unidad Popular y otra muy distinta la actual, que es una democracia neoliberal, si pudiera usarse esta expresión contradictoria. Lo de Chile demuestra que el capitalismo cree en el sistema electoral hasta cuando le es funcional a sus intereses, y cuando no le sirve es el primero en desecharlo. Y esto es importante y de actualidad, con referencia a los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, pero sobre todo al primer país, donde no se escatima esfuerzo en mentir, como lo hace El País de España o prestigiosos periódicos de los Estados Unidos, que desconocen los triunfos democráticos, en las urnas, del gobierno legitimo y legal de Hugo Chávez. Ya hasta un famoso periódico de Estados Unidos afirmó que Chávez sólo podría ser reelegido si había fraude, como supuestamente ha sucedido en el pasado. La leyenda del fraude es lo que menos opera en Venezuela, como se demuestra con una decena de elecciones, en una de las cuales perdió el gobierno venezolano actual.

Esto es bueno contrastarlo con el caso del gobierno colombiano actual, profundamente ilegal e ilegitimo, y sobre el cual sin embargo se reparten bendiciones por la prensa mundial, como si aquí no hubiera un régimen de terror y de crimen generalizado. Adicionalmente, en términos puramente electorales en las dos elecciones presidenciales en que ganó Álvaro Uribe Vélez se hizo en forma fraudulenta: en 2002, los asesinos paramilitares, obligaron a la gente a votar por su candidato y recurrieron al fraude de casi medio millón de votos en la Costa Atlántica, con lo cual éste ganó en forma directa en la primera vuelta; en 2006, se reformó la constitución mediante la compra de los votos de los parlamentarios y el cohecho, un delito por el que está detenida la congresista que dio el voto definitivo para la aprobación de la reelección, y a la cual el propio Uribe le ofreció puestos y prebendas.

Sobre este transparente sistema electoral colombiano, nada se dice en el exterior, lo cual es un buen ejemplo de la idea de democracia que ahora se ha impuesto.

Aunque algo se deduce de sus últimas palabras, ¿qué opinión le merecen los actuales procesos de cambio en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia, acaso en Paraguay? ¿Los igualada con los caminos emprendidos en Brasil, Chile y Uruguay? Hay gentes que piensan que no es una cuestión de argumentos ni de razones. Usted arguye sin errores, no comete falacias, el capitalismo es eso y mucho más. De acuerdo. Pero, ¿qué podemos hacer? El poder de la reacción imperial es infinito. No hay posibilidad de una resistencia efectiva. Lo sucedido en Ecuador o Venezuela ha sido fruto del azar y el Imperio acecha babeante de sangre. No hay esperanza. ¿Qué podría decir usted ante esta línea argumentativa?

RVC: Evidentemente no es una cuestión sólo de argumentos ni de razones, aunque la lucha de clases también se da en el plano teórico, y es un terreno que tampoco podemos abandonar, si tenemos en cuenta que sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario. Y en el terreno teórico también hemos sufrido una derrota histórica, al renunciar no sólo a instrumentos conceptuales y analíticos indispensables para analizar el capitalismo, sino en haber aceptado que la renuncia a esos instrumentos haría del capitalismo un sistema menos agresivo y criminal, como si se tratara de una cuestión de buena voluntad. Es obvio, que ninguna teoría en sí misma sirve para mucho, si no prende de las masas, las cuales con su accionar diario marcan caminos no sólo de tipo práctico sino también de tipo teórico.

En tal sentido, lo que está pasando en algunos lugares de América Latina es muy interesante, porque sectores sociales comúnmente despreciados, como las sociedades indígenas, en Bolivia, Ecuador y en Colombia han encabezado la resistencia y la rebelión contra el neoliberalismo y el librecambismo, al tiempo que, hurgando en sus tradiciones ancestrales, reviven formas organizativas y políticas para proyectar otras formas de organización social, ligadas al peso que en esas sociedades tiene la comunidad.

Además, esto se ha dado de la forma más inesperada, lo que indica que las acciones anticapitalistas no tienen un guión predeterminado ni programado, sino que responden a la misma forma como se desenvuelve la lucha de clases en cada país en concreto. Me refiero al caso de Venezuela, un lugar donde nadie esperaba que se diera un proceso tan llamativo como el que allí se esta generando y menos que esté fuera dirigido por un antiguo militar. De la misma manera, después de la terrible represión que ejercieron los gobiernos corruptos y neoliberales de Bolivia contra la empobrecida población de este país, pocos daban un peso por lo que pudieran hacer indígenas, cocaleros, mineros y habitantes pobres de las ciudades, como El Alto. Pero he aquí que esos sectores han librado una lucha permanente contra el neoliberalismo, al cual han logrado revertir, y en algunos sectores se esboza una propuesta anticapitalista, que recoge lo propio de la cultura y de la tradición del mundo andino, con un gran peso de la colectividad.

Opino que a estos procesos no hay que restarles importancia, pese a todas las dificultades y obstáculos que enfrentan a su paso, porque eso si las clases dominantes y el imperialismo no están dormidos, sino que todos los días actúan, desinforman, sabotean o asesinan.

A mi parecer habría que diferenciar los casos de Brasil, Uruguay y Chile que no han hecho nada interesante, distinto a lo que habían hecho los neoliberales. No se distinguen por haber roto con las políticas iniciadas por las dictaduras o por separarse de las jerarquías eclesiásticas y comprometerse con la transformación social y por la superación de la desigualdad. Han adoptado un lenguaje neoliberal de austeridad, de pago cumplido de la deuda externa, e incluso han impulsado acuerdos y tratados de libre comercio con los Estados Unidos. Yo diría que esa es la última fase del neoliberalismo, que podríamos llamar el neoliberalismo disfrazado, para presentarse como «progre». Por eso, todos estos regimenes son tan aplaudidos por Estados Unidos, España o la Unión Europea. Nunca encontramos en los medios de comunicación globales una crítica a Lula, Tabaré Vázquez o la Bachelet. Siempre son presentados como presidentes pragmáticos, no extremistas y que reconocen las virtudes de mantener relaciones cordiales con el capital imperialista y sus instituciones.

Diferente es la cuestión de Ecuador, Bolivia y Venezuela, objeto del odio de clase de los capitalistas de sus países y de los voceros del imperialismo, porque han realizado acciones, algunas de ellas bastante tímidas, que tocan a uno u otro interés capitalista.

El tratamiento especial que hace la prensa internacional de estos tres países, con todo tipo de infundíos y calumnias, es un claro ejemplo de que allí hay algo diferente a lo que sucede en Brasil, Chile y Uruguay.

Ahora con respecto a que mucha gente piense que nada puede hacerse para enfrentar al capitalismo, yo supongo que eso es propio de la mentalidad sumisa y conformista que de verdad cree que el capitalismo es el fin de la historia y que contra él nada se puede hacer. Un ejemplo histórico ayudaría a desmentir esta falacia: en América se reimplantó la esclavitud luego de la conquista realizada por las huestes de Colón y la esclavitud duró casi cuatro siglos. Cuando los esclavos se rebelaban aparte de que se les mutilaba, torturaba y asesinaba, se les decía que no intentaran liberarse porque la esclavitud era una relación natural, y contra ella nada podía hacerse. Pero los esclavos de origen africano, a pesar de la violencia y de la ideología de la sumisión, se siguieron rebelando, durante siglos, hasta que finalmente desapareció la esclavitud.

¿Qué han representado, en su opinión, los gobiernos de Uribe en estos últimos años en la política latinoamericana y mundial?

RVC: En los últimos años en la vida colombiana se ha entronizado un régimen lumpenesco, ligado al narcotráfico, a la delincuencia y a los asesinos paramilitares, con el obvio beneplácito de ese conjunto de delincuentes que se llaman a sí mismos «comunidad internacional», entre los cuales están el gobierno de Estados Unidos y el reino de España. Lo que se ha dado en los últimos años es la llegada a las altas esferas del poder de la mezcla ente el viejo régimen de la hacienda y de los grandes propietarios territoriales, con el capital financiero, el narcotráfico y sus paramilitares. Es a esto a lo que se le ha querido dar legitimación ideológica y cultural, porque cuenta con el aval de los medios de comunicación, que aplauden todas las acciones criminales y delincuenciales que se presentan en este país. Esto cuenta con el respaldo de los Estados Unidos, quien suministra, vía Plan Colombia y otras «ayudas» dos millones de dólares diarios para mantener la guerra interna que se vive en Colombia. Por eso el gobierno colombiano ha querido convertirse en una especie de Israel de Sudamérica, para fungir como portaviones terrestre de los Estados Unidos, en su intento de desestabilizar, sabotear y agredir a países como Venezuela, Bolivia y Ecuador. Las clases dominantes de Colombia para mantener sus privilegios y no repartir ni un céntimo de sus riquezas ni una hectárea de tierra, han reafirmado sus vínculos criminales con los Estados Unidos, para mantener una guerra que ya dura 60 años contra los campesinos y pobres de Colombia.

El régimen colombiano es hoy por hoy uno de los más terroristas del planeta, lo cual se expresa para darle una cifra indicativa en que aquí se asesinan cada año centenas de sindicalistas, profesores, defensores de derechos humanos, líderes populares, indígenas, campesinos y pobres en general. Al respecto el mundo entero debería estar cuestionando a un régimen que reconoce que el ejército ha matado a unas 2000 personas, sacadas de sus casas y presentadas como guerrilleros muertos en combate. Esto es lo que en los eufemismos que usa el régimen se han llamado «falsos positivos», un apodo para disfrazar los crímenes cometidos por el ejército colombiano. Si en Grecia los estudiantes llevan casi un mes protestando, con justa razón, por el asesinato de un joven por la policía griega, ¿por qué no se dice nada ni se protesta por el asesinato de miles de colombianos por las fuerzas armadas? Eso forma parte de la complicidad de importantes porciones de la sociedad colombiana con esa política criminal que se autodenomina «seguridad democrática» y que es respaldada por la «comunidad internacional» por que le brinda todo tipo de beneficios a las inversiones extranjeras.

Ese régimen delincuencial adelanta además una política neoliberal extrema, de privatización de todas las empresas del Estado, de flexibilización laboral y de una reducción criminal del gasto público para mantener un tren de guerra irracional, que hace que Colombia sea en la actualidad uno de los países más militarizados del mundo, que destina un 6.5% del PIB a mantener una parasitaria economía de guerra y un ejercito de 450 mil hombres, es decir, un aparato de muerte, como se ha evidenciado con el asesinato de miles de colombianos, por el solo hecho de ser pobres.

Este modelo colombiano lo podemos llamar algo así como el narconeoliberalismo paramilitar, en donde se han juntado narcotraficantes, terratenientes, paramilitares, banqueros, para feriar los recursos naturales del país y permitir que Colombia sea un peón incondicional de los Estados Unidos, para instaurar una economía rentista. Tales son algunos de los logros del capitalismo lumpenesco erigido en Colombia en los últimos seis años.

Dejémoslo aquí si le parece. Gracias por sus respuestas, por su generosidad y felicidades por un Premio muy merecido que no por simple azar se llama Libertador. Esta vez sí el nombre hace a la cosa. Y no olvide,, no es necesario que se lo comente, que en Barcelona y entre sus gentes tiene también su casa. Algunos amigos recuerdan muy bien su visita a nuestra ciudad hace años, visita que, significativamente, coincidió con la celebración de nuestro día de la República.

Gracias, muchas gracias. Y hasta la victoria siempre.