Compañeras, amigas y amigos: Han pasado un poco más de cuatro meses en que el frío metal de las esposas y la mira de los fusiles me hacían poner violentamente los pies en la realidad. No imaginan cuántas sensaciones cruzaron entonces mi mente. Volvieron a mi memoria aquellos momentos en que nuestra América estaba sometida […]
Compañeras, amigas y amigos:
Han pasado un poco más de cuatro meses en que el frío metal de las esposas y la mira de los fusiles me hacían poner violentamente los pies en la realidad. No imaginan cuántas sensaciones cruzaron entonces mi mente. Volvieron a mi memoria aquellos momentos en que nuestra América estaba sometida por el terror, mediante las dictaduras militares genocidas, encargadas de defender los intereses del gran capital y responder al llamado del Imperio.
Si bien es cierto hoy el mundo es diferente, en muchos aspectos se mantenienen los mismos métodos y sistemas de ayer a la hora de defender intereses de clase y privilegios.Para quienes recién me conocen, mi vida la he dedicado a la lucha por la libertad y la justicia social convencido de que una nueva sociedad es posible. No me siento una víctima para nada. Muy por el contrario, a pesar de la persecución y las cadenas no me arrepiento de la opción asumida para enfrentar, con todos los medios, la opresión y la barbarie en cualquier parte del planeta.
Este 16 de abril conmemoramos la histórica decisión tomada hace 30 años, por la dirección del Partido Comunista chileno de iniciar la tarea militar entre sus militantes para enfrentar al tirano y en ese camino nos encontramos con compañeros de otras expresiones revolucionarias, no sólo de Chile sino del conjunto de América. Hoy esa experiencia es parte inseparable de la lucha de nuestros pueblos y abrió un nuevo capítulo en la historia política de nuestro país.
Comunistas, socialistas, miristas y rodriguistas participamos de la Tarea Militar del pueblo poniendo «la dignidad de Chile tan alta como la Cordillera de Los Andes», como dijera nuestro comandante Raúl Pellegrin. Él y muchos más cayeron luchando fieles a su compromiso; varios estamos presos, otros siguen clandestinos o sin poder entrar a Chile, y en este hostigamiento implacable a los luchadores sociales y al pueblo mapuche se unen la derecha, los militares y sectores de la Concertación, que hoy se reparten el poder en mi país. Pero nadie puede arrebatarle al pueblo aquel trascendental aprendizaje iniciado hace ya tres décadas y quien pretenda someterlo se encontrará a la resistencia de las nuevas generaciones.
Seguramente, no seremos nosotros mismos, pero siempre habrán hombres y mujeres dispuestos a resistir y combatir la injusticia. Este acto es también un homenaje a la lucha de todos nuestros pueblos: a los trabajadores, a las mujeres, a las comunidades indígenas, a los pobladores, a los artistas y a los niños.
La decisión tomada hace treinta años significó un cambio radical en nuestras vidas y nos permitió ser protagonistas de los más nobles sueños libertarios de América. Tuvimos el honor y el privilegio de formarnos al alero de una revolución triunfante y ser parte de uno de sus principales órganos de defensa, heredero del ejército rebelde y victorioso. Desde ahí -junto a hermanos latinoamericanos- entregamos lo mejor de nosotros, codo a codo con los hijos de Sandino.
Luego vendría lo nuestro, incorporándonos a la lucha en contra de la tiranía, en un combate distinto frente a un enemigo artero, traicionero que no da la cara y cuyas armas principales fueron la tortura, el asesinato por la espalda y la represión masiva. Tuvimos que aprender en el terreno y junto a la movilización combativa del pueblo asestamos duros golpes al régimen contribuyendo a su debilitamiento y que a la larga condujeron a su derrota.
Formamos parte de una generación que sigue creyendo en los sueños y utopías de ayer. No nacimos para ser sometidos porque creemos en la vida y nada nos detendrá.
En esta situación que hoy vivo, son muchas más las alegrías que los sinsabores, a pesar de lo incierto de estos momentos. No tan solo me he re-encontrado con mi historia, mi identidad y mis afectos, sino con el apoyo y solidaridad de nuevos y viejos compañeros de ruta -como el «Rucio» Molina-, pero no sólo de Chile sino de diversas partes del mundo.
En particular de este país hospitalario y hermano, con una historia común, y cuyas organizaciones populares hoy levantan su voz en defensa de mi libertad y todas las libertades, lo que refuerza mi convicción de que un mundo mejor no tan solo es necesario sino posible. En esto no puedo dejar de agradecer a compañeros, personalidades, partidos y organismos. ¿Cómo no detenerme aquí para reconocer la actitud que hacia mí y mi familia ha tenido desde el primer día de mi detención la emblemática Liga Argentina por los Derechos del Hombre? Especialmente quiero agradecer y abrazar a mis abogados, Rodolfo y Cintia, que han pasado ya a integrar parte de nuestras vidas. Pero quiero destacar también la preocupación y el afecto permanente de Araceli y Susana -y todo su entorno solidario- en esta causa.
Aprovecho de decirles que me llena de orgullo la actitud asumida por mis amigos que, sin tener mayores antecedentes de nuestra situación, porque se vieron sorprendidos por la misma el 29 de noviembre, desde ese día nos acompañan en este duro tiempo, con sacrificio y abnegación. Y están desde ayer allí en el Club Paraguayo trabajando con empeño junto a antiguos compañeros.
Nuevos vientos soplan en el Sur y cada vez nos acercamos más a los ideales de Bolívar, San Martín, José Martí, Sandino, Manuel Rodríguez, Artigas, el Ché, Allende y Gladys. La unidad más amplia será la única posibilidad de que sus sueños -que son nuestros- se cumplan. «La historia es nuestra y la hacen los pueblos…»
¡Hasta la victoria siempre!
Sergio Apablaza Guerra «Salvador»