A petición de su autor y por el interés que revisten para La Tizza las ideas aquí expuestas, publicamos el siguiente texto de Carlos Alzugaray Treto, versión ampliada y revisada de su intervención durante la mesa de debate «El diálogo en Cuba hoy», desarrollada en redes sociales el 11 de febrero de 2021.
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Agradezco a Julio la oportunidad que me ha brindado de participar en este taller que cuenta con la presencia de varias personas que conozco y otras con quienes comparto por primera vez. Y lo agradezco primero porque siempre he sido partidario del diálogo y nunca he rehusado participar en ninguno al que se me haya convocado, sobre todo si tiene que ver con Cuba, como es el caso. Vengo con el espíritu no sólo de hablar y compartir mis reflexiones, sino, lo que es más importante, de escuchar.[1]
Y en segundo lugar porque me permite dar a conocer una serie de reflexiones personales con las que vengo lidiando desde el 27 de noviembre del año pasado, a raíz de lo acontecido en el Ministerio de Cultura esa noche. Como saben algunos, vivo al doblar de esa institución gubernamental, así que cuando digo que estos son temas cercanos para mí, no estoy hablando en un plano metafórico, me refiero también a una cercanía física.
Queda claro que pertenezco a una generación mayor que las de los demás participantes en este taller. Por tanto, mi experiencia de vida no es igual, lo cual, de manera inevitable, puede llevar a conclusiones distintas. Cuando hablo e intercambio con los jóvenes de hoy, muchas veces comparo lo que me tocó vivir y hacer cuando tenía una edad cercana a la de algunos de los aquí participantes, entre 15 y 35 años (1958–1978), momentos críticos en la historia de nuestro país y su Revolución.
Entre los acontecimientos en los que nos tocó ser actores, participantes o testigos de manera vívida están la invasión de Playa Girón, la Crisis de Octubre, los diálogos culturales de la década de 1960 —no sólo Palabras a los Intelectuales sino también algo tan relacionado con el arte en concreto como los cine debates—, el sectarismo, los «Años Duros», al decir de una colección de cuentos de Jesús Díaz, el «Socialismo y el Hombre en Cuba» del Che,la Ofensiva Revolucionaria, la revista Pensamiento Crítico, la Tricontinental, la invasión de Checoslovaquia, las gestas internacionalistas del Congo y Bolivia, el caso Padilla, la Zafra de los 10 Millones, el Quinquenio Gris, los atentados terroristas contra objetivos civiles como el vuelo de Cubana en Barbados y nuestras Embajadas y Consulados, la epopeya internacionalista de Angola. En fin, la lista es larga.
En aquella época la mayor parte de los jóvenes acudíamos a las convocatorias del liderazgo revolucionario imbuidos de un espíritu de sacrificio y de disciplina —palabras de orden—, convencidos de que así defendíamos la soberanía nacional, amenazada de manera constante por Estados Unidos, y labrábamos un futuro mejor para nuestro país.
Entonces no hubo carencias de diálogos. Se discutía y se debatía.
Como es lógico, algo distinta es la manera de pensar de los jóvenes de hoy y es algo que reconozco y acepto. Creo que persiste en ellos el mismo patriotismo y el mismo compromiso con la justicia social, pero hay diferencias. En el 2009 escribí un ensayo para la revista Temas, titulado «Cuba cincuenta años después: una meditación sobre continuidad y cambio político en un nuevo momento histórico». Ahí argumenté que un importante cambio era que los jóvenes de hoy, incluso toda la sociedad en su conjunto no puede ser movilizada de la misma manera y que las palabras de orden son otras: autonomía y prosperidad.
No lo reprocho, simplemente constato que es así. Ustedes me dirán.
Esta reflexión sobre lo que a mi manera de ver son los dos grandes temas en el debate o diálogo nacional, cómo lograr autonomía y prosperidad en estos tiempos difíciles, también me lleva a reflexionar sobre los obstáculos que se interponen en ese camino, y desde mi punto de vista sigue teniendo mucho peso la política de Estados Unidos hacia Cuba con sus dos vertientes principales: bloqueo económico, comercial y financiero; y persistente injerencia en los asuntos internos cubanos. Esta última no es sólo la acción gubernamental que está legislada en la Ley Helms-Burton, sino que se ha convertido en el centro de la práctica política de muchos grupos e individuos que viven en el Sur de la Florida, que fueron y son amigos o compañeros de escuela y hasta familiares de los que estamos aquí. Créanme, a nosotros nos pasó algo parecido —personalmente tuve un primo y varios amigos de la escuela que se prestaron para la invasión de Playa Girón—.
Sé que muchos discreparán y pondrán en primer lugar acciones del gobierno cubano como las culpables de nuestras dificultades. Y tienen derecho a pensarlo porque no les falta razón, ha habido errores. Pero creo que las evidencias están ahí, en particular durante los últimos años bajo la anterior administración norteamericana que intentó, por todos los medios a su alcance, agudizar todas las contradicciones y tensiones internas para lograr aquello que propuso en abril de 1960 el infame Memorándum Mallory: «producir hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno cubano». Incluso después de perder las elecciones el 3 de noviembre esa administración siguió sancionando a Cuba hasta poco antes de la entrega del poder, y continuó otorgando fondos para estimular un estallido social en nuestro país.
Por tanto, aún cuando sé que la nueva administración puede cambiar las cosas y volver a la política de Obama, esto es algo que no se puede olvidar en cualquier diálogo o acción política hoy.
Y esta argumentación, que no pido que se comparta, sino que se considere, me lleva al punto principal que quiero exponer en este pronunciamiento que es a la vez muy personal. Como es de dominio público estuve entre los firmantes del primer documento de «Articulación Plebeya». Lo hice el sábado 28 de noviembre en la mañana, cuando parecía que el diálogo solicitado después de los incidentes de San Isidro había cuajado. Mi propósito era apoyar ese diálogo. Como Fernando Pérez, pensé que se estaba viajando al futuro.
Soy de los que piensa que algunas de las demandas que se presentaron por los 30 que participaron en la reunión de esa madrugada, relacionadas con el decreto ley 349, son lícitas. De hecho, si yo fuera el Ministro de Cultura hace rato hubiera pedido al presidente que derogara ese decreto y hubiera convocado a toda la intelectualidad a un ejercicio de deliberación para redactar juntos uno nuevo, o varios, porque, a mi criterio, un defecto del 349 es que quiso abarcar demasiado y en distintos campos.
La experiencia vivida desde el 28 de noviembre y en particular lo sucedido después del 27 de enero trasluce un encono y una intolerancia que es lamentable. Creo que, junto a esfuerzos por encarrilar el diálogo por parte de sectores en el gobierno, han existido y existen también errores y prácticas inaceptables de otros dentro del gobierno que invito con todo respeto a reconsiderar. Pero también percibo que entre los que piden el diálogo hay comportamientos de desafío y enfrentamiento, que no fomentan la confianza y facilitan el trabajo de los que no quieren diálogo. No voy a apuntar a nadie. Solo invito a reflexionar.
Pero lo más grave para mí es la percepción de que, estimulados por algunos actores externos, no se busca un entendimiento sino un protagonismo que los haga visibles en determinadas redes sociales, en un momento en que el país enfrenta cuatro desafíos mucho más importantes que paso a enumerar:
1. El enfrentamiento a la pandemia, ante lo cual miles de jóvenes cubanos arriesgan sus vidas, de manera cotidiana, tratando de salvar otras vidas. Esto no es una consigna, es una realidad y una que nos impone ver las cosas con más humildad. Hay un permanente diálogo entre el gobierno y la comunidad científica y sanitaria para encontrar los caminos que nos lleven a resolver este desafío existencial. He ahí un diálogo que puede ser un ejemplo a imitar.
2. El ordenamiento financiero que implica la transición hacia una economía con diferentes reglas de juego. Millones de cubanos luchamos ahora con salarios y pensiones que no nos alcanzan, al hacer además larguísimas colas. Y, sin embargo, hay ciudadanos que dialogan con el gobierno, el que ha modificado muchas políticas después de escucharlos como, por ejemplo, las tarifas eléctricas.
3. La ampliación del trabajo por cuenta propia, tardía y con muchas insuficiencias, pero que también ha sido resultado de un diálogo entre el gobierno y los cuentapropistas y economistas que, con tesón y paciencia, han venido insistiendo en ello a lo largo de los años.
4. La transición de una relación de confrontación a una de entendimiento para la normalización de las relaciones con Estados Unidos. Esta no va a ser una transición fácil, aunque es probable que termine en un clima más favorable que el que ha prevalecido. Los partidarios de que en Cuba se produzca eso que Mallory llamó «derrocamiento del gobierno» a través del hambre, la desesperación y el estallido social tratan de influir sin cesar sobre la administración Biden para que siga aplicando sanciones y financiando estos grupos en Miami.[2] En este tema, el diálogo debe transitar por algo parecido a lo que hace varios días hicimos un grupo de personas de la sociedad civil con el liderazgo del Consejo Editorial de La Joven Cuba para producir la Carta Abierta al presidente Joe Biden, que se publicó antes de ayer y que varios de los que estamos aquí hemos firmado. Ese es un ejemplo de algo que se puede hacer para buscar cambios y que pasa por el diálogo al interior de la sociedad civil.
Pienso que las relaciones con Estados Unidos son un tema clave. Porque los diálogos en Cuba hoy están atravesados, nos guste o no, por esa problemática de la relación con nuestro vecino del Norte, donde cerca de 2 millones de hermanos cubanos viven.
Por cierto, un diálogo que se ha pospuesto por la pandemia pero que el gobierno ya expresó su voluntad de tener, es el diálogo con los emigrantes, que son también parte de la Nación y cuyos derechos deben seguirse ampliando si existiera antes un clima de entendimiento con el gobierno del país donde reside la mayoría.
Por estas razones, me pregunté y pregunto si puedo continuar apoyando a conciencia aquel documento que firmé en la mañana del 28 de noviembre, que tenía la falencia, entre otras, de tocar ese tema solo de soslayo.
Ese documento se modificó, incluso se me pidió aportes y los di, pero ya no he firmado los dos nuevos documentos que ha producido Articulación Plebeya. No repudio mi firma. Ahí está. Pero he decidido abstenerme de firmar más ningún otro documento de esta Plataforma. Me ha parecido que por un problema de elemental lealtad a sus promotores debí venir aquí hoy a decir esto, entre otras cosas.
Termino esta presentación con las siguientes propuestas:
1. Hace poco la Profesora Carolina de la Torre propuso en las redes sociales una tregua. La respaldo. Busquemos una tregua mientras lidiamos con al menos el primer desafío al que hice referencia: la pandemia. Si los pronósticos de nuestros científicos se hacen realidad, y no hay razón para dudarlo, en el segundo trimestre comenzará a vacunarse a toda la Nación. Démonos ese tiempo.[3]
2. Jurgen Habermas ha elaborado toda una reflexión sobre la política deliberativa. Hay un desarrollo de esta modalidad de procedimiento democrático. Hay una literatura. Hay estudios hechos. Inclusive se ha ejercitado con buenos resultados en otros países. El gobierno cubano lo ha practicado en ocasiones de manera quizás imperfecta, pero sí con elementos importantes, como cuando sometió a deliberación o consulta popular la Ley de Seguridad Social, y los documentos rectores de toda su política — Actualización, Conceptualización, Visión y Estrategia 2030, y la Constitución — . El propio Raúl Castro reconoció este procedimiento cuando afirmó hace unos años que las mejores decisiones salen de la discusión amplia y profunda de las posibles políticas a aprobar. En Cuba hay experiencias de plataformas de diálogo, como lo han sido Último Jueves de Temas, Dialogar Dialogar de la AHS, o el Taller sobre Socialismo y Democracia del ICIC «Juan Marinello». Por tanto, no debe ser difícil organizar algo así con respecto al Decreto 349. Someterlo a una amplia consulta deliberativa para lo cual pueden desempeñar un papel la UNEAC y la AHS.
Aprovechemos la tregua para organizarlo.
Muchas gracias.
Notas:
[1] Todas las notas al pie son posteriores a la Mesa del 11 de febrero.
[2] Tal es el caso, por ejemplo, de una carta que viene circulando desde el lunes 15 y que fue publicada en el sitio periodístico Cibercuba, de franca orientación desestabilizadora y tendenciosa. Se autotitula Carta Cuba-EE.UU., pero se le conoce también como la Carta de Cibercuba y está llena de mentiras y de medias verdades, todas dirigidas a dificultar el proceso de normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Los que la han firmado le hacen el juego a la política de cambio de régimen con perjuicio que siguió la anterior administración norteamericana. Se puede ver en Facebook: https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=109941937799814&id=108337137960294
[3] Aclaro, por si hay alguna confusión, que la tregua que propone la Profesora de la Torre y que apoyo en su totalidad por esta vía es una tregua total que debe incluir a cada uno de los actores involucrados en este proceso, el gobierno, el grupo N27, los medios oficiales nacionales y los medios alternativos, tanto con sede en Cuba como con sede en el exterior.
Fuente: https://medium.com/la-tiza/siempre-he-sido-partidario-del-di%C3%A1logo-69a237e4cb6c