Hace 60 años, en un artículo publicado en Cuadernos Americanos, don Daniel Cosío Villegas afirmaba que los «yanquis» -para utilizar su terminología- eran víctimas de dos manías: «la contable y la persecutoria». Sobre la primera se extiende en el artículo al analizar la manera en que los americanos pretenden «medir el progreso», donde tanto México […]
Hace 60 años, en un artículo publicado en Cuadernos Americanos, don Daniel Cosío Villegas afirmaba que los «yanquis» -para utilizar su terminología- eran víctimas de dos manías: «la contable y la persecutoria». Sobre la primera se extiende en el artículo al analizar la manera en que los americanos pretenden «medir el progreso», donde tanto México como América Latina salen muy mal parados. Por eso, concluye afirmando que: «Si bien puede estar ya cercano el día en que debamos aceptar al hombre norteamericano como la medida de todas las cosas, hasta ahora lo es el hombre a secas, lo cual quiere decir que el progreso de una comunidad ha de medirse con el patrón propio de ella y no con uno ajeno». Para Cosío Villegas las medidas económicas, materiales e incluso las sociales, no eran suficientes; de lo que se trata es de medir el «desarrollo humano». Medio siglo después ya contamos con un índice de desarrollo humano, que viene a complementar y posiblemente a sustituir al producto interno bruto (PIB) y otros indicadores puramente econométricos.
Sobre la manía persecutoria, lamentablemente, don Daniel no se explaya, pero en cierto modo relaciona la una con la otra. La manía contable forma parte de la vida cotidiana y se puede apreciar en las noticias de todos los días que dan cuenta de estadísticas demográficas, económicas, deportivas. Se trata de clasificar todo: países, empresas, equipos, comercios, estudiantes, razas, preferencias, opiniones. Podría decirse que esta tradición clasificatoria es una tercera manía. Todo tiene que estar clasificado y definido. Los negros son negros y no negritos, morenos, morenitos, mulatos o prietitos. Las universidades se clasifican por un ranking nacional del cual todo el mundo académico suele estar pendiente.
Pero en un sistema clasificatorio, que puede tener la inmensa riqueza de mostrar una serie de gamas, tonalidades y variantes, también hay una tendencia muy marcada a ver las cosas en blanco y negro, sin matices. Una de estas vertientes es la clasificación legal, que suele dejar una marca indeleble y pone a todos los supuestos «ilegales» en el mismo costal. De este modo, los migrantes indocumentados son considerados como criminales y son puestos en el mismo casillero que los terroristas, asesinos y narcotraficantes.
En Estados Unidos existe una larga tradición de organizaciones independientes que ayudan y apoyan a la policía y a los órganos de justicia. En Nueva York, los Ángeles Guardianes, creados en 1979 para arrestar a criminales y vigilar las calles y barrios de la gran ciudad, tuvieron fuerte oposición oficial en un comienzo, pero luego fueron aceptados y se replicó el modelo en muchas ciudades. Los grupos llamados «vigilantes» se mueven por lo general en el borde de la legalidad y muchas veces hacen justicia por su propia mano.
No obstante, después de septiembre 11, los grupos de civiles organizados para defender la frontera se han multiplicado. El más conocido es el proyecto Minuteman, que toma el nombre de un grupo de autodefensa colonial que en un minuto debían estar listos para defender sus propiedades, arrebatadas a los nativos. Ahora pretenden defender la frontera de los inmigrantes indocumentados. También es conocido el Send a Brick Project, que envían ladrillos a los funcionarios y representantes del Congreso para apoyar y presionar para la construcción del muro fronterizo. Por su parte, la American Border Patrol cuenta con avionetas y perros rastreadores para perseguir y denunciar inmigrantes que cruzan la frontera. Otro proyecto con alto nivel de sofisticación tecnológica es Blue Servo, que dispone de cámaras en la frontera que pueden ser monitoreadas en tiempo real, desde Internet, por voluntarios, afiliados al proyecto. Finalmente, el New York Times informó hace una semana (14/05/09) sobre un grupo de exploradores, afiliados a los Boy Scouts, que están siendo entrenados para defender la frontera de posibles incursiones terroristas y migrantes indocumentados.
Según los organizadores del programa, se trata de concientizar a los jóvenes -de entre 14 y 21 años- sobre la situación fronteriza y en un futuro reclutarlos para ser agentes de las diferentes corporaciones. Tradicionalmente, los scouts eran entrenados para brindar primeros auxilios, dirigir el tráfico y ayudar en momentos de desastre. Ahora, estos nuevos exploradores van con uniforme militar, llevan réplicas de armas de combate, les encanta disparar y los entrenan para matar. De acuerdo con Johnny Longoria, el agente de la Border Patrol que los entrena, se reclutan jóvenes de entre 14 y 21 años y el programa educativo y de entrenamiento se centra en combatir el terrorismo, el ingreso indocumentado y el tráfico de drogas y personas.
No deja de ser preocupante este nuevo panorama, donde los jóvenes son entrenados para vigilar y perseguir a los supuestos enemigos de la patria. Dos actitudes ya de por sí características de la sociedad estadunidense, pero que en estos momentos se han exacerbado notablemente por la guerra antiterrorista y la campaña antinmigrante. Más aún, el programa de entrenamiento se desarrolla en el Valle Imperial, muy cerca de la frontera, donde viven y laboran trabajadores agrícolas mexicanos desde hace varias generaciones. Por lo que no llama la atención que los nombres de los jóvenes participantes, entrevistados en el reportaje, sean Félix Arce, Cathy Noriega y Alexandra Sánchez.
En estos tiempos aciagos, parece ser que la «manía persecutoria» se ha convertido en virtud.