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Goodfellas (1990) o Buenos muchachos

«Siempre quise ser gánster, mejor que presidente»

Fuentes: Rebelión

Goodfellas (1990), es decir, Buenos muchachos o también Uno de los nuestros, tomado del leitmotiv de una famosa novela de Joseph Conrad. Este ensayo crítico se titula tal como dice el protagonista de la obra cinematográfica, Henry Hill (HH): «Desde que tuve uso de razón, siempre quise ser gánster, mejor que presidente de EE.UU». Goodfellas, […]

Goodfellas (1990), es decir, Buenos muchachos o también Uno de los nuestros, tomado del leitmotiv de una famosa novela de Joseph Conrad. Este ensayo crítico se titula tal como dice el protagonista de la obra cinematográfica, Henry Hill (HH): «Desde que tuve uso de razón, siempre quise ser gánster, mejor que presidente de EE.UU». Goodfellas, del ítalo-gringo Martin Scorsese, uno de los pocos maestros del cine aún activo, está basado en una historia verídica. New York, 1970. Un carro avanza por la carretera. Un primer plano triangular muestra el rostro somnoliento de HH, el de Jimmy Conway y el de Tommy DeVito. De repente, «¿qué carajos es eso? ¿Se reventó una llanta?» Se oyen golpes dentro del baúl del Pontiac. Paran y lo abren. Un hombre se queja. «Mierda, aún está vivo», grita Jimmy. Tommy le hunde un cuchillo varias veces. Jimmy lo remata a bala. HH pronuncia enseguida su irracional eslogan: «Desde que tuve uso de razón, siempre quise ser gánster».

Y suena el Swing de la muerte: la música más comercial de la historia del jazz que en la década de 1930 patrocinaban Al Capone y sus secuaces, incluidos los socialmente no aceptados ni reconocidos, con la complicidad de la Ley, del Sindicato de Músicos, del Gobierno con su programa nacional de suministro de drogas y alcohol para los jazzmen, a fin de obtener mano de obra musical barata. Y viene el título jergal, del slang, Goodfellas, Buenos muchachos (como los del Mesías en Colombia) de un filme según la novela Wiseguy, o Avivato o Vivo, de N. Pileggi, con guión suyo y de Scorsese. HH, el narrador: «Para mí, era mejor ser gánster que presidente», como lo va a demostrar. Brooklyn. 1955. Otro eslogan: «Ser alguien en un barrio de Don Nadies». ¿Por qué mejor gánster que…? Los mafiosos hacen lo que quieren; juegan cartas toda la noche y nadie llama a la policía. Velada denuncia de la corrupción oficial y del caos general. Goodfellas está narrada a manera de crónica-real, de falso documental. «A los 13 años ya tenía de todo». Los chicos del barrio le cargan los paquetes a la madre: «¿Saben por qué? Por respeto», añade. Y cuando se presenta con vestido nuevo, la madre le suelta: «Pareces un gánster», como si a HH le importara la crítica, cuando se trata, más bien, de reafirmar vanidad, logros, poder y respeto adquiridos. La cámara panea sobre los signos de la opulencia: comida, mesas de juego, para resaltar no sólo la Edad Dorada del jazz sino la de los capos. Hay Vivos por toda parte: fue antes de que Apalachín y Joe el Loco decidieran empezar una guerra.

Es cuando HH sale al mundo, conoce a Jimmy, quien tiene entre 28 y 29 años pero «ya era legendario». A todos les da cien dólares, por cualquier cosa: a los porteros, a los croupiers, a los gerentes. «El irlandés ha venido por dinero italiano», grita alguien en el casino. Jimmy es encerrado a los 11 años y a los 16 ya es un matón. No le importa, para él es un negocio. Pero, lo que más le gusta es robar: whisky, cigarrillos, navajas, camarones, langostas. Lo mejor: los mariscos, se venden rápido. Los asaltos son fáciles. No hay problemas. Le decían Jimmy The Gentle (El Gentil, término de los judíos para quien no es de su raza: como si hubiera más, cuando la única raza es la Humanidad). HH es testigo de todo y por eso es el narrador. Jimmy soborna a la policía cuando intenta neutralizarlo: dentro de dos pacas de Pall Mall, una ñapa en dólares. Ante esto, la Ley queda desarmada… Así, «¡quién se va a quejar!», exclama un policía desde la patrulla con la tácita complicidad del piloto. Jimmy llama a HH y le presenta a Tommy, antes de que sea detenido por vender cigarrillos de contrabando y llevado al Fiscal de Nueva York. Jimmy lo gradúa con dinero, por no haber sido soplón. Así aprendió dos cosas claves: no delatar a sus amigos; mantener la boca cerrada. La Omertà opera de nuevo: la Ley del Silencio siciliana de la era Mussolini, en las décadas de 1920, 30 y 40. Los mafiosos lo reciben: «Ya no eres virgen» y lo felicitan. Plano congelado. Aparecen los aviones y con ellos los viajes de HH… los aeropuertos: Idlewild Airport, 1963. Elipsis. Tilt Up sobre su cuerpo para mostrarlo ya adulto, con cigarrillo en la mano, al lado de Tommy. HH: «Cuando crecí, circulaban por el Aeropuerto de Idlewild 30 mil millones de dólares en cargamento al año y tratábamos de robarlo todo». En picado se le muestra sobornando al portero, antes de entrar al bar/club. «¿En qué trabajas?», pregunta la chica inocente. «En construcción». «No tienes manos de obrero». Y él, hábil, concluye: «Soy delegado del Sindicato». El Copa presenta al Rey de la Comedia (guiño a The King of Comedy) Henny Youngman: «Fue al doctor. Le dio seis meses de vida. Como no podía pagar, le dio seis meses más…» Mientras, HH ha salido para Idlewild, donde recibe la llave para cometer el hurto: «Le debo mucho a Air France. Nos llevamos 420 mil dólares sin usar la pistola». «¿Qué pasaría si cayeras preso?», pregunta/vaticinio de Karen a HH. «Nadie va la cárcel, a menos que quiera. A menos que se haga coger», claro, si se trata de blancos. «¿Sabes quiénes van a la cárcel? Los negros. ¿Por qué? Porque se quedan dormidos». Karen se acostumbra a todo; nada le parece un delito. Vendrá luego el histórico robo a la aerolínea alemana Lufthansa, seis millones de dólares netos en efectivo, el mayor, hasta ese momento, en la historia de EE.UU: en 2008, otro, la quiebra ficticia bancaria (Lehman Brothers/Merrill Lynch/Goldman & Sachs) a causa de la burbuja inmobiliaria.

«El asesinato servía para controlar», dice HH en forma impersonal, como si hablara de todos los gobiernos, ya no sólo de los métodos de la mafia. Billy Batts era uno de los iniciados, de la familia Gambino (una de las cinco de la mafia ítalo-gringa de New York: las otras son Bonanno, Colombo, Genovese, Lucchese) y considerado intocable. Cuatro años después. HH sale de la cárcel de Miami. Karen lo espera en el carro. Vuelven a casa. «¿Te vas a quedar?», preguntan sus hijas. Empaca, cambiamos de casa, dice a Karen, antes de viajar a Pittsburgh. A HH le preocupan la TV y la prensa por toda la mierda que se sabe. Ahora, Tommy es candidato a Iniciado: algún día será jefe mafioso. Pero, no, comete un error garrafal: mata a otro Iniciado, un intocable. Ahora, debe pagar por ello. Morrie insiste en reclamar su parte. Jimmy se dispone a eliminarlo. «Olvida lo de esta noche», le dice, zorro, a HH, quien con ello se siente aliviado. Éste nunca había visto a Jimmy tan contento. Su alegría se debía a la iniciación de Tommy. Pero, otra cosa pensaba Jimmy. HH recuerda que entre sí se decían Goodfellas: «Te gustará Fulano. Es buen muchacho, uno de los nuestros» (One of Us, leitmotiv de Lord Jim, retomado por el buen lector Scorsese). Iniciarse era el más alto honor que ofrecía la mafia: pero no se podía ser irlandés, sino 100% Italy y tener parientes en la Madre Patria. Significaba pertenecer a una familia. Que nadie podía meterse contigo, que podías meterte con todos, salvo que fuese un miembro. Era una licencia para robar. Para todo. Jimmy entra a una cabina. Habla con Vinnie. Mientras, Tommy ha caído. «¿Salió todo bien?», pregunta. Al contarle a HH finge: «Lo han matado». Fue venganza por Billy Batts y muchas cosas más. Nada se pudo hacer: Batts era miembro y Tommy, no. Los Wiseguys tienen que aguantar la situación (como si se tratara de cualquier colombiano, en la era Uribe/Santos; o brasileño desde el golpe de Estado de Temer; o mexicano en el periodo mafioso de Calderón/Peña Nieto; o gringo en la era del cabronazi Trump) o, por contraste, correr el riesgo de perder la vida en cualquier instante, sin recibir a cambio ninguna reparación, salvo el sobre con dinero del hipócrita/mafioso homicida: una forma de advertencia obvia y un tácito mensaje disipador de retaliaciones.

Cuando HH dice «mejor gánster que presidente» es porque al primero nadie le pide cuentas; al segundo, sí. Y aunque éste mienta para seguir en el Poder, aquél lo hace sin temor a perderlo. Aún más, podría decir la verdad y eso no alteraría las cosas. Ahora, eso no significa que con esto se pretenda dar una lección de ética empresarial mafiosa o política. Es la verdad monda y lironda: paralela al surgimiento de la mafia, han surgido los políticos, por más que algunos, indignados, se levanten. La culpa no es de la historia, los culpables son quienes han hecho la historia. La mafia, reiteradamente, ha sostenido a los políticos, aunque éstos después pretendan ignorarlo o desconocerlo: y se pongan bravos o dignos. Y manden matar al que se atraviese para demostrar que no era ni es así, piensa Scorsese. Basta, en tal sentido, oír la declaración final de HH, ciudadano bajo protección del Gobierno, protección con mensaje implícito: «Sobornábamos policías. Sobornábamos abogados. Sobornábamos jueces. Todos extendían la mano. Todo se podía comprar». (…) Si ese, el de EE.UU, es el modelo de democracia exportado al mundo, sólo queda recordar a Borges, con su hilarante/irónica definición: «Democracia: es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística». Y en el empleo de ese abuso, han ido de la mano políticos y mafiosos sin olvidar curas/gamonales/alcaldes y hoy empresarios. Se entiende, de otra manera la cosa no funcionaría: es muy difícil hacer política; es más fácil hacer la guerra. Y en eso los mafiosos no han hecho más que ayudar a los políticos. Porque, estos solos no podrían; además, tendrían que dejar de ir al club, a eventos sociales, al Caribe, a EE.UU o a Europa. Por el contrario, ellos necesitan viajar aquí y allá, a encontrarse con sus pares. Si no, «¿adónde iríamos a parar?», como dice una y otra vez el fastidioso/prepotente Tommy DeVito, uno de esos buenos muchachos a los cuales les deben tanto, por vía de los políticos, estos pueblos: y no por vocación masoquista, ni por designio divino: apenas, por la sempiterna, terrenal e inocultable alianza entre los políticos, la policía y el delito.

A quien esto pueda parecer exagerado, se recomienda leer La otra historia de EE.UU, del gringo, blanco, Howard Zinn; o Política y delito, del alemán Hans M. Enzensberger. Si se contrastara con tales obras, esta historia se queda enana. Con Buenos muchachos, Scorsese confirma a Orwell: «La opinión de que el arte no tiene que ver con la política ya es, en sí misma, una opinión política». En conclusión, con Buenos Muchachos, el cineasta de Little Italy deja a la humanidad tres lecciones: 1. La ética por honestidad: hay que decir la verdad aunque duela; 2. No se trata de la autoridad como argumento sino al revés: aunque duela, sólo se puede ser honrado; 3. Se puede ser objetivo aunque se trate de lo más subjetivo, el arte, para el caso el cine: así ser honrado no satisfaga a nadie, hay que decir la verdad.

Sólo de tal modo, diría Kant, se pasa de menores a mayores de edad: los auténticos civilizados. No un troglodita como Henry Hill que quizás por eso siempre prefirió, desde que tuvo uso de razón, ser gánster mejor que presidente. Actitud que aquí sí permite cobrar validez a la vaga expresión popular brasileña, colombiana o mexicana, en fin, gringa, para sólo poner cuatro (malos) ejemplos: «Por algo será, por algo será». ¿Hay, acaso, alguna diferencia concreta, no virtual como la que muestran los medios masivos, entre el comportamiento socio-político de HH y la dirigencia-corrupta de Temer/Santos/Peña Nieto/Trump o el de la dupla poder-mafia, que al final de Goodfellas y pese al vestuario/maquillaje se revela como la nuda veritas de la escena política contemporánea?

To Santiago, one of us and an absolutely right man

A Valentina, en su perpetuamente contemporáneo recuerdo

A Marthica y a Ma. del Rosario, dos muy buenas muchachas honestas como pocas

Ficha técnica: Título original: Goodfellas. En español: Buenos muchachos o Uno de los nuestros. País: EE.UU. Año: 1990. Formato: 35 mm, color, 148 min. Dir: Martin Scorsese. Guion: Nicholas Pileggi y Martin Scorsese, sobre la novela Wiseguy del primero. Mús: Varios. Fot: Michael Ballhaus. Montaje: Thelma Schoonmaker. Int: Ray Liotta (HH); Robert de Niro; Joe Pesci; Lorraine Bracco; Paul Sorvino; Chuck Low; Christopher Serrone; Debi Mazar; Gina Mastrogiacomo; Frank Sivero; Illeana Douglas; Tony Darrow; Frank DiLeo; Frank Vincent; Mike Starr; Katherine Scorsese; Samuel L. Jackson. Género: Thriller. Drama. Mafia. Crimen. Producción: Warner Brothers. http://www.pelispedia.tv/pelicula/goodfellas-uno-de-los-nuestros/ 

Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Estudios de Zootecnia, U. N. Bogotá. Periodista, de INPAHU, especializado en Prensa Escrita, T. P. 8225. Profesor Fac. de Derecho U. Nacional, Bogotá (2000-2002). Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2014). Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo desde 1984. Colaborador de El Magazín de El Espectador. Ex Director del Cine-Club U. Los Libertadores y ex docente de la Transversalidad Hum-Bie (2012-2015). Escribe en: www.agulha.com.br www.argenpress.com www.fronterad.com www.auroraboreal.net www.milinviernos.com Corresponsal www.materika.com Costa Rica. Co-autor de los libros Camilo Torres: Cruz de luz (FiCa, 2006), La muerte del endriago y otros cuentos (U. Central, 2007), Izquierdas: definiciones, movimientos y proyectos en Colombia y América Latina, U. Central, Bogotá (2014), Literatura, Marxismo y Modernismo en época de Pos autonomía literaria, UFES, Vitória, ES, Brasil (2015) y Guerra y literatura en la obra de J. E. Pardo (U. del Valle, 2016). Autor ensayos publicados en Cuadernos del Cine-Club, U. Central, sobre Fassbinder, Wenders, Scorsese. Autor del libro Cine & Literatura: El matrimonio de la posible convivencia (2014), U. Los Libertadores. Autor contraportada de la novela Trashumantes de la guerra perdida (Pijao, 2016), de J. E. Pardo. Espera la publicación de sus libros Ocho minutos y otros cuentos, El crimen consumado a plena luz (Ensayos sobre Literatura), La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine), Músicos del Brasil, La larga primavera de la anarquía – Vida y muerte de Valentina (Novela), Grandes del Jazz, La sociedad del control soberano y la biotanatopolítica del imperialismo estadounidense, en coautoría con Luís E. Soares. Hoy, autor, traductor y coautor (con LES) de ensayos para Rebelión.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.