La desigualdad en la distribución de la riqueza ha reemplazado en Chile a la pobreza como el principal efecto del modelo neoliberal. Pero lo cierto es que la pobreza sigue allí, visible en algunos casos, medible en otros, y camuflada, invisible en muchos más. Con el curso de los años la pobreza urbana ha adquirido […]
La desigualdad en la distribución de la riqueza ha reemplazado en Chile a la pobreza como el principal efecto del modelo neoliberal. Pero lo cierto es que la pobreza sigue allí, visible en algunos casos, medible en otros, y camuflada, invisible en muchos más. Con el curso de los años la pobreza urbana ha adquirido con el modelo de mercado, el consumo indiscriminado, la tecnología y su reciclaje, así como con el acceso al crédito, numerosos rostros que la hacen difícil de detectar. Las carencias, sin embargo, subsisten ocultas tras el celular, las zapatillas de marca o el plasma.
Después que la encuesta Casen demostrara falencias numerales y metodológicas, la medición periódica de este problema tuvo un freno, para dar paso a otros estudios. Pese a la confusión, allí quedó como último registro la encuesta realizada en 2011, que ancló los índices de pobreza en un 14,4 por ciento, de los cuales un 2,8 por ciento corresponde a extrema pobreza. Y las estadísticas de población tampoco han sido muy fiables. Según el último Censo de 2012 el número de personas bajo la línea de pobreza habría que ajustarlo en dos millones 395 mil. Un número estimativo si se quiere, pero a contracorriente en un país que exhibe el PIB per cápita más alto de Latinoamérica, que apunta a llegar, según informó el FMI, a los 20 mil dólares este año, cifra que en moneda chilena corresponde a unos once millones de pesos anuales, cantidad que bien repartida debiera erradicar la pobreza en el país.
La metodología de la encuesta Casen, basada en una canasta básica que establece valores absolutos, es el sistema que utilizan los llamados países en vías de desarrollo, el cual ha sido visado por organismos como el Banco Mundial, la ONU o la Cepal. El crecimiento sostenido de la economía chilena, el aumento del PIB per cápita, pese a su injusta distribución, y el ingreso a un organismo como la OCDE, en el cual el país comparte con naciones desarrolladas, ha obligado a ir tomando en consideración otros mecanismos de cálculo en los que se considera también el nivel de la riqueza del país. En los países desarrollados la pobreza no se mide en valores absolutos, sino es un cálculo relativo a la media de los ingresos del país.
LAS CIFRAS DE FELIPE LARRAIN
Hacia mediados de la década pasada, un estudio del economista Felipe Larraín, antes de su llegada al Ministerio de Hacienda en el gobierno de Piñera, propuso incorporar cambios al método Casen, lo que no solo puso en duda las antiguas estadísticas oficiales, sino que aportó nuevos valores a la discusión. Según la metodología sostenida por Larraín, hacia 2009 la tasa de pobreza en Chile no era de 14 por ciento, sino de 24,4 por ciento.
Si se aplica sobre la realidad chilena un método de cálculo relativo, los resultados son muy similares a los valores aportados por Larraín. Bajo este sistema, la pobreza hacia 2009 se ubicaría en un 24 por ciento.
Sobre estos estudios y para mitigar los errores estadísticos de una metodología probablemente agotada, el gobierno pasado encargó a una serie de expertos una medición más amplia y compleja de la pobreza. La Comisión para la Medición de la Pobreza, tras varios años de trabajo, publicó en enero pasado un informe en el cual lo más destacable no fueron las diferencias en cuanto a las cifras, aun cuando sí las hubo, sino la propuesta de un nuevo enfoque multidimensional para el estudio de la pobreza, insumo necesario para un debate más político que técnico sobre sus formas de superación.
El informe presenta una serie de propuestas, las que implican importantes cambios respecto a la metodología usada por la encuesta Casen. De partida, sugiere usar a los hogares y no a las personas para establecer la tasa de pobreza, ello debido a que las condiciones de carencias son compartidas por todo el núcleo familiar. También sostiene actualizar la canasta de necesidades básicas, considerando economías de escala al interior del hogar y plantea ampliar la medición de la pobreza con un patrón que abarca no solo las carencias económicas, sino las sociales, desde la educación, salud, empleo, seguridad social, vivienda, entorno y redes sociales.
A partir de este enfoque, se establece un nuevo indicador de carencias sociales que refleja otras dimensiones de la pobreza y que segmenta la estructura socioeconómica chilena en cuatro grupos de hogares para familias de cuatro integrantes: en situación de pobreza extrema estaría el 2,3 por ciento de los hogares; en situación de pobreza un 15,2 por ciento (cifra que incluye a aquellos en extrema pobreza); en situación de vulnerabilidad un 27,8 por ciento y sin situación de pobreza ni de vulnerabilidad, un 57,1 por ciento.
UN 43 POR CIENTO DE LA POBLACI0N VIVE EN LA CUERDA FLOJA
La nueva medición tiene importantes cambios porque flexibiliza la línea demarcatoria de la pobreza, la que estaba determinada por el ingreso per cápita. El nuevo mecanismo de cálculo, aun cuando también establece la población en situación de pobreza en un guarismo más o menos similar (15,2 por ciento frente al 14,4 según la Casen), incorpora una nueva categoría, la situación de vulnerabilidad. Bajo este criterio, un 43 por ciento de la población es vulnerable, ya sea por ser pobre o tiene un riesgo real de caer en la pobreza. En números, y de acuerdo al último Censo, hay en Chile más de siete millones de personas en esa situación.
En cifras de ingreso, el informe de la Comisión establece que una familia de cuatro personas con un ingreso mensual de 256 mil pesos está en una condición de pobreza extrema, bajo los 392 mil pesos en situación de pobreza, y bajo los 588 mil pesos, en situación de vulnerabilidad. Si relacionamos estos datos con los sueldos promedios en Chile, en torno a los 300 mil pesos, podemos considerar que este nuevo mecanismos de medición se acerca bastante más a la realidad.
La Fundación para la Superación de la Pobreza (FSP) celebró en su momento, mediante una declaración, la incorporación de esta categoría en tanto destaca como un hecho que «el 45,3 por ciento de la población se encuentra afectada por la inseguridad económica, la incertidumbre y una mayor exposición a vivir cíclicamente situaciones de pobreza por ingresos . Este segmento de la población es el que nosotros hemos insistentemente denominado como ‘nueva pobreza’. Se trata de una nube muy densa de hogares que, en la foto que entrega la Casen, se ubican muy próximos a la línea de pobreza».
Junto con elogiar el cambio en la metodología, esta organización afirma que las nuevas políticas de superación de la pobreza deben actuar decididamente sobre este conjunto de ciudadanos y ciudadanas, desde un sistema de políticas promocionales y no sólo asistenciales. Para superar la pobreza en nuestro país, las políticas también deben superarse a sí mismas, dice la FSP. «Un paso importante en ello guarda relación con la imperiosa exigencia de ampliar la mirada de la pobreza, superar las visiones de corte economicista que nos hacen suponer que con 50, 10 ó 5 mil pesos mensuales más por persona sobre la línea de pobreza estipulada, la pobreza desaparece de la experiencia de miles de familias y personas».
En esta declaración hay una evidente crítica a las actuales políticas que han tenido los gobiernos para hacer frente a la pobreza, tales como la entrega de bonos a los sectores más vulnerables de la población. El recientemente aprobado Bono Marzo, que ha pasado a ser permanente, expresa todas esas falencias. No resuelven el problema y tampoco, según vemos con estas nuevas cifras, están bien dirigidas.
LA NUEVA POBREZA TECNOLOGICA
Al ampliar la categoría desde pobreza a vulnerabilidad son múltiples las imágenes que surgen. Con los cambios tecnológicos y el acceso al consumo de masas, la visión de la pobreza y de la no pobreza se ha ido construyendo de la mano de esas transformaciones socioeconómicas y tecnológicas que va experimentando el país, señala un estudio de la FSP. Uno de estos nuevos fenómenos es la «pobreza equipada», una expresión de la carencia que es percibida como una trampa, en el entendido que este mayor equipamiento y acceso a bienes genera una situación de camuflaje, que no permite ver la real situación de desigualdad, discriminación y carencias. Puede haber un televisor, ropa de marca, pero no hay empleo ni educación.
Este rostro moderno y aparentemente abastecido que adquieren los hogares, sumado a la necesidad de dignificación personal, genera un perfil de personas o familias en vulnerabilidad social que tampoco son reconocidos como tales por el Estado. Si atendemos al Bono Marzo, que se entregó a un millón cien mil familias, es muy probable que muchos hogares con grandes necesidades hayan quedado fuera de esta ayuda. La «pobreza equipada» oculta grandes carencias, en especial las relacionadas con la falta de integración social, escolar y laboral.
Este mismo estudio nos lleva al problema del endeudamiento como otro mecanismo de camuflaje de la pobreza. Cuando este tipo de pobreza se conecta con entidades como el mercado y, particularmente el sector financiero, se produce un factor de doble riesgo. El mercado integra a este sector con toda su vulneralibidad económica cargándole altas tasas de interés por los créditos. Se les ofrece el préstamo para satisfacer necesidades básicas y simbólicas, pero a la larga, el costo del crédito aumenta las carencias.
Un estudio realizado en terreno por la FSP traza con claridad este fenómeno de la «pobreza equipada», mediante el consumo de zapatillas de marca. La carencia de calzado fue durante décadas en Chile, y no solo aquí, la imagen de la pobreza. Por tanto, la posibilidad de acceso al calzado es hoy, a través de las nuevas generaciones, un acto lleno de representaciones. Se busca acceder a marcas de integración simbólica, al bienestar del que participa la población «no pobre» y que es promovido por la sociedad de consumo a través de la publicidad. Pero también, dice el estudio, estas marcas apuntan a resaltar un posicionamiento al interior de quienes participan del círculo de la pobreza. Obviamente, no se sale de la pobreza con un par de zapatillas de marca.
De forma paralela a este nuevo enfoque, que amplía la noción de pobreza, es también necesario incorporar algunos datos que aparecen sobre segmentos de la población en proceso de empobrecimiento. No son solo las viejas generaciones, que tras la vida laboral ingresarán sin duda al grupo de los pobres con las pensiones del sistema de AFPs, sino también niños y jóvenes. La última Casen registró que uno de cada cuatro niños es pobre.
Como la educación no es en Chile un vehículo para el ascenso económico y social, la pobreza y la exclusión afecta también a muchos jóvenes. Un informe de la OCDE de 2013 estableció que Chile y México son los países miembros de esta organización con mayor cantidad de jóvenes «ninis», aquellos que no estudian ni trabajan. El mayor problema de este nuevo fenómeno es que en Chile se concentran en la población más pobre. Un nuevo efecto de décadas de neoliberalismo.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 803, 2 de mayo, 2014