La pensadora Silvia Federici estuvo de recorrida por el Conosur y dictó un seminario abierto y gratuito los días 25 y 26 de julio en la ciudad de Montevideo. Relató la historia de su obra fundamental Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, y compartió miradas y reflexiones sobre la lucha feminista en la actualidad.
Invitada por el Colectivo Minervas, la investigadora y militante feminista venía de realizar, en Brasil, la presentación de una de sus obras más importantes: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2004), en portugués. La estadía en Montevideo sería de pocos días, pero intensos, en los que Silvia, acompañada por su compañero de vida George Caffentzis recorrería locales de colectivos militantes, espacios universitarios, charlas entre mujeres de diferentes organizaciones de Latinoamérica, y brindaría un seminario de dos días en el Centro Obrero Alpargatas, lugar donde se realizan diversas actividades sociales y culturales en barrio Aguada, de la capital uruguaya. Desde Paysandú, Colonia, Maldonado, y diferentes ciudades del vecino país; así como desde Córdoba, integrantes del Encuentro de Organizaciones, acudieron al convite.
Estuvimos compartiendo dos jornadas, junto a otras 400 personas -en su mayoría mujeres- que se acercaron para escuchar a la escritora italiana, radicada en Estados Unidos desde hace décadas. La propuesta de Federici consistió en conversar durante el martes 25 de julio, sobre la historia de su obra de 2004, y abordar el miércoles 26 diferentes miradas sobre la vigencia de las ideas de Calibán y la bruja, en la actualidad. Ambos días destinó una hora para exponer lo que había guionado cuidadosamente, luego se dispuso atenta para responder las consultas que venían del público.
La historia que no nos contaron
En esta investigación la autora inaugura un nuevo concepto, otro nuevo inicio: el patriarcado del salario. Mientras en el período feudal el salario era vivido como liberación, porque a la vez que trabajaban para el Señor Feudal, mujeres y hombres tenían su parcela de tierra para proveerse; con el despojo de las tierras en el capitalismo, el salario comenzó a ser el único acceso al sustento, un modo de esclavitud solo para varones. Federici contó que se agarraron la cabeza junto a sus compañeras cuando lo descubrieron. ¿Cómo no nos dimos cuenta antes?, dijeron. ¿Cómo aún hoy cuesta darnos cuenta? decimos.
El trabajo productivo (masculino) produce autos, herramientas, alimentos, y es retribuido con salario. El trabajo reproductivo (femenino) es el que produce a esos trabajadores que necesita el capitalismo, los viste, alimenta, educa, mantiene saludables; es invisibilizado y no pagado. Serían estos algunos de los olvidos o miopías de los grandes Engels y Marx. Es en el nuevo sistema político económico que el Estado comienza a apropiarse del cuerpo de las mujeres, imponiendo a través de la división sexual del trabajo, la idea de que las mujeres son «seres inferiores, débiles, sin razón y entonces más vulnerables y más seducidas por el diablo, por lo que deben estar subordinadas. Otros deben pensar y decidir por ellas».
También entonces las mujeres se organizaron y resistieron, en un momento de transformación social que implicó no sólo una nueva organización política, económica y social, sino que también trajo como consecuencia «el rompimiento de solidaridad entre mujeres y varones, debilitó la lucha de las clases dominadas, y perjudicó más profundamente a las mujeres».
Nótese aquí un detalle importante, no son las luchas de mujeres las que dividen la solidaridad entre sexos y géneros, sino consecuencia del implacable y silencioso avance del capital sobre las clases dominadas. Con la complicidad de la iglesia, las clases dominantes buscaron «ubicar» a las mujeres en el nuevo rol asignado para ellas: la caza de brujas fue la herramienta para aleccionar.
Aisladas ya estamos derrotadas
Silvia condensa la lucidez de los años vitales transitados de manera atenta y permeable, con la sensibilidad para conocer historias, para dejarse atravesar por las voces y recorridos ajenos, y la fortaleza teórico política para reflexionar y aprender en ese proceso. Cada pregunta, cada intercambio, o reflexión compartida fue recibida desde un lugar atento y respetuoso. La caza de brujas, de la que empezó a hablar en Calibán y la bruja, tuvo sus momentos de mayor calma, pero nunca desapareció, asegura. «Hoy estamos viviendo una nueva ola de acumulación originaria» en la que el capital necesita nuevamente nutrirse de fuerza y trabajo, requiere la expropiación de la tierra, la precarización del trabajo y el corte de servicios.
Entonces, sostiene, hay una fuerte conexión entre el proceso extractivista de bienes comunes y la violencia en contra de las mujeres; ya que son ellas (nosotras) las que dan y conservan la vida, las que mantienen a la comunidad unida, las que son más fuertemente golpeadas por los avances del capital, y quienes sostienen las luchas por la vida y el territorio. «Estamos viviendo una nueva caza de brujas» asegura, y destaca que se han incrementado los feminicidios en número pero también en crueldad. Recupera el concepto «pedagogía de la crueldad» de la antropóloga Rita Segato, que sostiene que hay un mensaje en torturar los cuerpos de las mujeres, y mostrarlos.
Hay una lección sobre lo que las mujeres debemos ser y hacer. Comparte el caso de Ciudad Juárez, donde los feminicidios y el trabajo en la maquila están fuertemente conectados, y aclara que el ingreso de las mujeres al trabajo asalariado puede habernos independizado de los varones, pero no nos dio autonomía frente al capital. También relata la nueva caza de brujas que está ocurriendo en África e India, de la cual poco sabemos en este rincón del mundo occidental.
Somos las nietas
Pasaron cuatro días, en los que la cabeza y el corazón se agotaron haciendo recorridos de mundos posibles. Doliendo a todas las que no están, pero sabiendo que en el encuentro podemos crear y volver a crearnos, desde las mujeres completas, valientes y poderosas que somos. Podemos gestar un Paro Internacional de Mujeres y ocupar todas las calles como el 8 de marzo pasados. Ruedan las lágrimas por nuestras mejillas, se alzan los puños de todas y todos los que asistieron al seminario de dos días, y vibramos en un canto común: «somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar».
Sonreímos y sabemos que ninguna, ninguno, será el mismo después de estos días. Nos queda la inquietante sensación de injusticia y el necesario deseo de construir algo nuevo, pero sentimos que hay algo que ya tenemos, como dijo Silvia Federici en sus palabras de cierre: «aisladas, aislados no podemos tener nada. Aislados, ya estamos derrotados». ¡Todas juntas! ¡Todas libres!.