En encuentros y actividades organizadas por la Fundación Rosa Luxemburgo y la editorial Tinta Limón, Silvia Federici está presentando, en estos días, su libro «El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo».
Con un amable castellano, Silvia Federici recibió a un grupo de periodistas de medios alternativos y comunitarios en la sede que la Fundación Rosa Luxemburgo tiene en el barrio de Chacarita. Italiana de nacimiento, pero residente en Estados Unidos desde 1967, a dónde marchó para estudiar Filosofía, Federici tuvo una activa militancia en los años ’70 y hoy sus libros son verdaderos best-sellers para una generación de jóvenes feministas. Son bien conocidas sus críticas al marxismo y a los partidos de izquierda, hoy concentradas en El patriarcado del salario, aunque no deja de señalar los aportes que las lecturas de Marx han hecho al feminismo y las luchas de las mujeres. Heredera de una corriente de pensamiento autonomista y recorriendo, luego, otros caminos propios y particulares, Federici inscribe su preocupación por el reconocimiento del trabajo reproductivo de las mujeres, en un feminismo anticapitalista.
Conversando con periodistas de medios alternativos
Desde el inicio de la conferencia de prensa, se deslinda de lo que ella define como un «marxismo ortodoxo que siempre miró sólo la fábrica y el proletariado industrial, invisibilizando a otros movimientos y sujetos sociales.» Pero yo tenía la oportunidad de hacer una única pregunta, así que en vez de usar ese tiempo en responder su crítica al marxismo, me preocupé porque mi interrogante obtuviera una respuesta de su parte que resultara realmente provechosa. Mientras tanto, las compañeras periodistas continuaban este diálogo sobre su nuevo libro y sobre distintos temas de la coyuntura nacional e internacional. Una de ellas preguntó si era posible un feminismo que no fuera anticapitalista. «Hay muchos feminismos, y muchos no son anticapitalistas. En los últimos cuarenta años, desde mediados de los ’70, el feminismo se fue institucionalizando, se hizo un feminismo de Estado, un feminismo de la ONU que se presenta ahora como quién nos emancipa. Ese feminismo dominante es pro-capitalista neoliberal.
Impone una agenda domesticada, usando nuestro propio lenguaje para fundamentar la incorporación de las mujeres a la economía neoliberal, siendo las más precarizadas bajo la mistificación de la emancipación.» Prosiguió: «Un feminismo que parta de la experiencia de las mujeres en su trabajo de reproducción, su trabajo doméstico, tiene que ser anticapitalista. El capitalismo sólo fue capaz de dar prosperidad para algunos sectores y por determinado tiempo limitado, mientras para la mayoría de las mujeres, nada.» Con Silvia Federici hemos polemizado en un artículo titulado «Nosotras, el proletariado», precisamente, por la supremacía que le adjudica al trabajo reproductivo en el funcionamiento del capitalismo, al que considera más fundamental aún que a los mecanismos de extracción de plusvalía en el ámbito del trabajo extradoméstico. «El trabajo doméstico tiene una contradicción interna», dijo Federici, «porque reproduce la vida, pero en las sociedades capitalistas ese trabajo sirve para reproducir la existencia del capital, mediante la reproducción de la fuerza de trabajo.
Es el trabajo más importante de la sociedad.» Otras compañeras se adentraron en algunos de los temas que fueron debatidos durante este año en el movimiento de mujeres de Argentina, en las grandes movilizaciones del 8 de marzo y por el derecho al aborto. Hubo quien comentó sobre cómo el gobierno de Macri se había reapropiado de una agenda feminista, de manera oportunista y otra que preguntó cuál debería ser el rol de los compañeros varones en las marchas de mujeres. «Los varones que apoyan, al fondo de la marcha», respondió sonriendo Silvia Federici y eligió hablar de otra ubicación, de la ubicación política: «Deben elegir dónde se ubican en esta lucha de las mujeres: si lo harán para reafirmar las jerarquías o para abolirlas».
También aprovechó para hablar de la violencia machista: «La violencia contra las mujeres es un sabotaje de la lucha anticapitalista». Aunque la lectura de sus libros, incluido El patriarcado del salario, me había despertado varios interrogantes, a mi turno tuve que decidirme por una única pregunta y planteé que, en general, se habla de los efectos negativos de la asalarización de las mujeres, porque se incorporan a trabajos muy precarios y además cargan con la doble jornada que representa el trabajo reproductivo no remunerado; pero que, actualmente, la mitad de la clase trabajadora asalariada son mujeres.
¿Qué efectos puede tener, no sobre las mujeres que es lo que ya conocemos, sino sobre el conjunto de la clase trabajadora, sus luchas, sus organizaciones, su burocracia sindical y sus representaciones -que siempre fueron masculinizadas-, que la mitad de la clase sean mujeres? Tenía en mente el impacto que, en Argentina, está teniendo el movimiento de mujeres -mayoritariamente juvenil- entre las trabajadoras de la salud, docentes, trabajadoras de diferentes gremios y ramas de la producción y los servicios que están enfrentando el ajuste impuesto por el gobierno nacional y el FMI. Pensaba en cómo, a su vez, ellas interpelan a sus compañeros de trabajo.
«Un efecto ya inmediato es el nuevo interés de muchas mujeres sobre la socialización del trabajo reproductivo; porque se ha quebrado la ilusión de que salir de la casa para hacer otro trabajo extradoméstico es emancipatorio. En los ’70 hubo un período en que las mujeres que salían a trabajar fuera de su hogar, reclamaban tiempo para amamantar, reformas en la organización del trabajo en función de sus capacidades reproductivas. Pero mientras tanto, se estaba desmantelando la gran industria como la habíamos conocido hasta el momento.
Esta temática de cómo unir las dos partes del trabajo, productivo y reproductivo, vuelve a tener importancia. Estamos asistiendo a una gran crisis de la reproducción. El derecho al aborto y a la maternidad, el rol reaccionario de la Iglesia católica y los sectores fundamentalistas, el avance de la derecha en el continente, la depredación de la naturaleza y muchos otros temas se fueron desplegando a lo largo de casi dos horas de conferencia de prensa. Cuando compararon a Bolsonaro de Brasil con Trump, aprovechó también para desligarse del Partido Demócrata norteamericano. «El peligro de la derecha, como la que representa Trump, es que se termina idealizando lo anterior, como Obama, del Partido Demócrata. Lo peor de las últimas décadas en Estados Unidos, lo hicieron los demócratas.
La alternancia en el poder de estos dos partidos es funcional al sistema.» Terminó la conferencia de prensa. Mientras las periodistas salían de la sala, Silvia permaneció en su silla. Pensé que podía aprovechar la ocasión para hacerle una pregunta más de la que tenía permitida. Me invitó a sentarme a su lado y seguimos conversando por más de media hora. Le planteé que me inquietaba su afirmación sobre los comedores comunitarios y otras organizaciones impulsadas por mujeres, que permiten paliar el hambre en las barriadas populares. Que si bien permitían restablecer nuevas formas de relaciones y lazos comunitarios, como ella decía, se trataba de organizaciones para la resistencia, que surgían de las necesidades más acuciantes, de la emergencia que impone el ajuste estructural de la economía; que, entonces, teníamos que pensar cómo pasar a la ofensiva, sin idealizar las formas organizacionales a las que nos empuja la miseria capitalista para sobrevivir.
Me dijo que estaba de acuerdo con que eran formas de resistencia que surgían como consecuencia de la emergencia de la crisis y me preguntó: «Pero, acaso, ¿no viven permanentemente en situaciones de emergencia las mujeres bajo este sistema?» Añadió: «Sé que, una vez que se estabiliza la situación económica, muchas mujeres vuelven al lugar donde estaban antes. Pero creo que la lucha debe ser constituyente, construir nuevos entramados y redes, desplegar la creatividad. Porque de esa manera, lo nuevo se va construyendo en la lucha misma y no hay que esperar a algún futuro lejano.» No me dejó muy convencida; pero seguimos hablando de política.
Le pregunté su opinión sobre el fenómeno Sanders en las últimas elecciones norteamericanas. Me quiso alertar de que Bernie Sanders no era verdaderamente socialista y le aclaré que yo no creía eso, pero que me parecía interesante el surgimiento de una generación de jóvenes norteamericanos abiertos a escuchar algunas ideas que, para Estados Unidos, parecían bastante radicales. «Sí, eso es cierto. Pero Sanders terminó apoyando a Hillary Clinton y el peligro es que, de ese modo, toda una generación caiga en el escepticismo y el cinismo».
Enseguida me preguntó cómo podía ser que nadie dijera más nada contra el Papa, en Argentina, cuando se sabe que Bergoglio fue indagado por casos de robos de bebé durante la dictadura militar, como también por la desaparición de dos sacerdotes de la orden jesuita. Le dije que el Papa tenía una influencia muy directa en la política nacional, que mantiene vínculos con funcionarias y funcionarios del gobierno, pero también con sectores políticos y sindicales del PJ y el kirchnerismo, con movimientos sociales. Ya estaba al tanto de que se había hecho una movilización de sectores sindicales y políticos del arco opositor, hacia la Basílica de Luján para pedir pan y trabajo. Le parecía un grave error. Para ella, criada en la Italia de posguerra, la Iglesia es sinónimo de fascismo.
Conversando con sindicalistas
Al día siguiente, Silvia Federici se reunió con mujeres sindicalistas. Las organizadoras tuvieron la amabilidad de invitarme, una vez más. Federici volvió sobre los mismos tópicos, aunque esta vez, a diferencia de la conferencia de prensa, se trató de una conversación colectiva. Nuevamente se diferenció de la izquierda partidaria, señalando que contrariamente a lo que decían las corrientes políticas, que el sujeto primario era el obrero industrial, ella sostiene que «la cadena de montaje capitalista comienza en nuestras cocinas y nuestras camas.» Remarcó que el trabajo doméstico es fundamental. «¿Por qué siendo tan importante, está invisibilizado? Por eso, porque es muy importante.
Porque los patrones se verían obligados a pagarlo, no podrían acumular tanta riqueza como acumulan si fuera reconocido.» Sin embargo, contra la posibilidad de interpretar que la lucha feminista es una lucha contra los varones, añadió: «Los reales beneficiarios de este trabajo son los hambreadores, los capitalistas.» «Cambiar esta situación implica darle más poder a las mujeres, cambiar las relaciones con los hombres. A través del salario, el capital ha delegado en los hombres, el poder de controlarnos y controlar nuestro trabajo. La violencia doméstica siempre ha sido tolerada por el Estado, en gran medida, porque es parte del disciplinamiento del trabajo doméstico.» Para Federici, este planteo que hicieron en los años ’70, cuando conformó con otras feministas la Campaña Internacional por el Salario para el Trabajo Doméstico, era «una medida para cambiar las relaciones de poder entre hombres y mujeres y empezar una lucha, pero teniendo más poder. No era la revolución. Algunas feministas nos acusaban de institucionalizar el lugar de la mujer en la casa, su encarcelamiento en el hogar. Pero nuestra respuesta era que las mujeres obreras nos decían que ya estaban encarceladas.»
Luego se refirió al papel que jugaron las profesoras y maestras en las recientes huelgas docentes en Estados Unidos. Ellas luchaban no sólo por sus reivindicaciones sino también porque se preguntaban «qué vamos a hacer con nuestros estudiantes, que no comen». Volviendo sobre el tema de los sindicatos, añadió: «Los hombres y las mujeres migrantes han encabezado las luchas en Estados Unidos, por la sindicalización. Sólo el 9% de los trabajadores norteamericanos están sindicalizados.
Los únicos sindicatos fuertes son los de maestras y maestros. Y es un sector estratégico porque son un punto de unión entre el mundo del salario y el mundo del hogar.» Quise retirarme antes de que la acusaran a Silvia de «trosquearla» con estas aseveraciones.
Mientras me alejaba por la avenida Paseo Colón, me resonaba algo en lo que Federici había sido explícita y que, a pesar de nuestras diferencias, también compartimos: «El feminismo debe ser internacionalista. Los capitalistas se organizan internacionalmente, nosotras debemos hacer lo mismo.»