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Sin carta de ciudadanía

Fuentes: Rebelión

Mientras decido el tema del palique, o espigo en la información, o usted comienza a leerme y puede que se aburra e ipso facto me deje -no lo culpo-; en este instante, en más de un sitio del planeta alguna adolescente es vendida a un desconocido poseído por el fetichismo de la virginidad. Por el […]

Mientras decido el tema del palique, o espigo en la información, o usted comienza a leerme y puede que se aburra e ipso facto me deje -no lo culpo-; en este instante, en más de un sitio del planeta alguna adolescente es vendida a un desconocido poseído por el fetichismo de la virginidad. Por el trasnochado culto a lo primigenio.

Alguna niña o joven está siendo trocada ahora mismo por alimentos, animales domésticos o «poderoso caballero»; y una enorme cantidad de mujeres, asesinadas, acosadas libidinosamente, preteridas en el centro de labor, golpeadas en el hogar… No tiene uno menos que preguntarse por qué en pleno siglo XXI la equidad entre los sexos todavía constituye para la ONU objetivo untuoso, resbaladizo. ¿Por qué 140 millones de impúberes y púberes sufren mutilación genital, y 30 millones viven en la calle, expuestas a la violencia, y diez millones son obligadas a casarse antes de los 12 años, y 86 millones crecen sin educación, y más de cinco mil -mayores- mueren al año víctimas de «crímenes de honor» cometidos por sus propios deudos?

Ah, la injusticia sigue encontrando base estructural. Como nos recuerda una autoridad en la materia, esta parece ser la forma más antigua de dominación; y el conflicto, el primero de la especie humana. «En cualquier caso, de los estudios de las sociedades primitivas [se desprende] que la opresión de la mujer está originariamente ligada a esa capacidad reproductora de la especie. La reproducción con lo que lleva consigo (embarazos, partos, lactancia…) haría de la mujer un ser más dependiente de la naturaleza y habría dado pie a una división del trabajo entre ambos sexos».

Y fue tomando cuerpo la subordinación al hombre, la conversión de la mujer e hijos en bienes propios. Más aún. «Con el desarrollo de la propiedad privada y de la división de la sociedad en clases, este sistema de opresión […] se consolidó y ha llegado, con distintas formas, hasta nuestros días […]». Pero aquí salta una paradoja. ¿Cómo rayos se mantiene la atadura a «lo natural» a despecho de la posibilidad real de su superación, merced a los adelantos científicos y tecnológicos? No, no alienta la contradicción. Cuando el valor de cambio deviene fundamental, aquellos con participación privilegiada en el orbe de la producción de mercancías y que, por tanto, están enseñoreados del mundo de la política, de las relaciones sociales, continúan detentando el mando en casi todos los órdenes de la vida. A las mujeres, por el contrario, se les confina a la esfera privada, doméstica.

Asimismo, se ha erigido toda una ideología, el machismo, que potencia los mitos de la feminidad y la masculinidad. Como bien afirma nuestra fuente, en Ellos se ensalza la agresividad, la fuerza física, la competitividad, la inteligencia, la creatividad, el ansia de dominación y de poder, el espíritu de superación, la iniciativa, la potencia sexual; en Ellas, la debilidad, necesidad de protección, conformismo, falta de inteligencia e iniciativa, sumisión, pasividad, imaginación, sensibilidad, abnegación, intuición. Tal una segunda piel.

Por eso atinan quienes sostienen que la lucha contra el patriarcado forma parte inseparable de la lucha por la transformación revolucionaria del ámbito en que este se inserta. Por la liberación de los explotados y oprimidos del capitalismo… Pero ojo. No solo allí. Doquiera. En nuestra sociedad, la cubana -tomemos por caso-, aún con ciertos vicios del sistema del cual emergió, como toda la que se halla en tránsito según Marx, y además bombardeada por la ideología de la sabichosa, vieja burguesía externa, quizás no sean ya tan pocos los que, en medio de una crisis que ha ¿ralentizado? la proverbial revolución en la cultura, suelen coquetear, sin saberlo, con el Nietzsche de «a las mujeres, con el látigo», o al menos con el popularizado Freud de «no entiendo qué quieren las mujeres», pretendiendo descubrir en una suerte de tara cromosómica las causas de determinado imaginario femenino, utilitarista y populachero. El de «quiero un papi rico» (sic), «los hombres, con carro», «que siempre paguen ellos», etcétera.

Al denostar, y obviamente generalizar, los machistas de reciclado cuño no comprenden -no les interesa comprender- que esas pragmáticas actitudes y las de sus vociferantes impugnadores se alimentan mutuamente, propiciadas pero no justificadas por una crisis que está pesando con más fuerza sobre el otro sexo, porque, con el empleo estatal, cuentapropista, cooperativo, se le ha venido encima un aluvión de actividades económicas paralelas, para calzar el presupuesto familiar, más la alimentación de terceros, el cuidado de los niños… Una triple jornada.

Y ojalá esta percepción no pase de tremendista. De «simple» manía de buscar lunares, en aras de un equilibrio cognoscitivo y de exposición. Solo que la discriminación no parece poseer carta de ciudadanía.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.