Hace 20 años que Sagredo trabaja en el campo. Por sus manos han pasado limones, frambuesas, peras, uvas, paltas y arándanos. Pero también ha sido trabajadora doméstica y vendedora de artesanías y de cachureos (cachivaches) en ferias. Hoy es presidenta del sindicato interempresa de temporeros y temporeras agrícolas de Villa Alemana y Quilpue, comunas de […]
Hace 20 años que Sagredo trabaja en el campo. Por sus manos han pasado limones, frambuesas, peras, uvas, paltas y arándanos. Pero también ha sido trabajadora doméstica y vendedora de artesanías y de cachureos (cachivaches) en ferias.
«Uno no decide ser dirigente. Los demás lo deciden por ti», señala Sagredo, separada y madre de cinco hijos, de entre 23 y cinco años. Lo único que se arroga es la idea de formar sindicatos para revertir las precarias condiciones laborales del campo.
¿Por qué la eligieron? «Yo creo que porque soy buena para trabajar, soy rápida. Entre los temporeros es muy respetada la persona que es buena para trabajar. Además yo siempre peleaba con los contratistas por los demás y el contratista me tenía ‘buena'», dice.
«Mis compañeras me ven como alguien importante porque soy dirigenta, porque me comunico con mucha gente. Pero yo me siento igual que el resto, nunca me he sentido diferente», comentó a IPS otra líder sindical: Rosa Bahamonde, secretaria general de la Confederación de Trabajadores del Salmón y Mitílidos (Conatrasal), que tiene más de 5.000 afiliados.
A sus 26 años, Bahamonde ya es una dirigente con experiencia. Egresó de un liceo técnico profesional como especialista en recursos marinos y de inmediato entró a trabajar a una salmonera en la comuna de Ancud, en la Isla Grande de Chiloé, sureña región de Los Lagos.
Pero al poco tiempo, la empresa enfrentó un proceso de quiebra, que sumió a todos los trabajadores en la incertidumbre, cuenta esta joven soltera y sin hijos.
«Entre un lunes y un viernes junté a las 25 personas que se necesitaban para formar el sindicato, me comuniqué con el inspector del trabajo de Ancud, y el domingo nos constituimos como organización sindical con tres dirigentes», relata. Luego la empresa fue comprada por la trasnacional de capitales noruegos Mainstream, en la que todavía trabaja.
«La experiencia (de ser sindicalista) es muy bonita. Pero estuve cuatro años como presidenta del sindicato de mi empresa y me cargué de problemas de 600 trabajadores. A veces es un peso muy grande para una persona tan joven», comenta.
Pero a la hora de las evaluaciones el saldo es positivo. «Me ha servido para crecer como persona, para aprender a relacionarme con otro tipo de gente y a no temer a hablar en público. Son experiencias invaluables para mí», dice.
Los testimonios de Sagredo y Bahamonde y de otras siete líderes sindicales fueron recogidos en el libro «Dirigentas. El arduo caminar de las mujeres trabajadoras en la lucha de sus derechos», publicado por el Observatorio Laboral de Chile, dependiente del no gubernamental Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo.
El documento, presentado el 12 de este mes, se centra en la agricultura y la salmonicultura, dos de los sectores productivos más importantes de este país que ostenta una tasa de sindicalización de sólo 12,9 por ciento, 14,6 para los hombres y 9,6 por ciento para las mujeres.
Según Sagredo, las temporeras agrícolas se caracterizan por su alegría, picardía y sentido del humor. Es la única forma que tienen de sobrellevar su dura jornada de trabajo y la culpa de no estar el tiempo suficiente con sus hijos, explica.
Salen de sus casas cerca de las seis de la mañana y retornan después de las siete de la tarde. Con suerte ganan el sueldo mínimo (unos 247 dólares) y en el campo muchas veces no tienen acceso a baños, agua ni a comedores, asevera. «Todo eso se transforma en rabia, que después se descarga» con la familia, dice.
En este sombrío escenario, la acción sindical llegó para cambiarle la vida. Aunque ahora posee menos tiempo que antes, sus hijos tienen una mamá feliz, remarca. Pero reconoce que el comienzo fue muy difícil: mientras aprendía a ser dirigente, debió iniciar un juicio por prácticas antisindicales y se separó de su marido.
Le cuesta pensar en sus logros. Lo suyo es formar sindicatos, aclara. Pero recuerda que en una viña consiguió que por lo menos pusieran comedores portátiles y baños químicos.
Se queja principalmente de las prácticas antisindicales: la han despedido de cuatro empresas, pese a tener fuero sindical. «En la última duré un día. Yo fui la segunda de mejor producción y no alegué por nada. Pero me preguntaron el nombre y al día siguiente no me dejaron subir a la micro (autobús)» que transportaba a los trabajadores al campo, dice Sagredo.
En Copiapó, región de Atacama, hay una «lista negra» de 175 trabajadores «que ya no entran» a las empresas por ser dirigentes, denuncia.
Para hacer valer su fuero sindical, los trabajadores deben denunciar a sus empleadores y llevar largos y complejos juicios contra ellos, lo que muchas veces actúa como factor inhibitorio. Sagredo ya lleva un juicio de dos años y medio.
Justamente esta situación es la que pretende revertir la reforma a la justicia laboral que comenzó a implementarse de forma gradual en marzo de este año.
Bahamonde no ha sufrido esta realidad, pero teme por el futuro. «Yo creo que cuando deje de trabajar en mi empresa voy a sentir el miedo a la persecución de las famosas listas negras. Quizás en otro lado no me den pega (trabajo) porque van a saber que soy dirigente, me van a ver como la problemática o la revolucionaria», dice.
Pero Sagredo no se opaca ante las dificultades. «Cuando uno conoce su rol social, conoce la libertad de pensamiento, la capacidad de cuestionarse. Cuando uno es dueña de casa no se cuestiona muchas cosas, uno piensa que es lo que le tocó vivir, lo que Dios quiso para uno», dice.
«Lo más dramático que he enfrentado en la industria (del salmón) es ver cómo todos los días las personas trabajan ocho horas de pie, con la cabeza gacha, sin hablar con nadie, con tiempos restringidos para el ir al baño. Si te demoras más de 10 minutos te salen a buscar, es todo muy fiscalizado», relata Bahamonde.
Sólo siendo dirigente, Sagredo aprendió «que el azufre es tóxico, que nos hacía mal, porque siempre lo echaban con nosotros ahí mismo», señala.
En su empresa, Bahamonde ha logrado aumentos salariales y otros beneficios, como la realización de fiestas navideñas para los hijos de los trabajadores.
Ahora su lucha es más amplia. Chile es el segundo productor mundial de salmones y truchas de criadero del mundo, después de Noruega. Pero tras dos décadas de crecimiento exponencial, la industria se ha visto gravemente afectada por el virus de la anemia infecciosa del salmón.
Según la joven líder sindical, ya han sido despedidos unos 6.000 trabajadores y proyecta que entre febrero y marzo de 2009 la cifra puede llegar a los 10.000. Desde Conatrasal está presionando para que «el gobierno se haga cargo o de alguna manera amortigüe la cesantía con recursos».
¿Tienen las dirigentes un liderazgo distinto al de los hombres? «No sé si es un tema de personalidad o de género, pero yo siento que nosotras nos preocupamos más de lo que le pasa a cada trabajador y eso después lo hacemos colectivo», dice Sagredo. «Yo creo que las mujeres somos más tolerantes», complementa Bahamonde.
Sus sueños para el futuro son distintos. Sagredo sólo quiere «organizar, organizar y organizar» sindicatos, Bahamonde quiere trabajar por su comuna, tal vez como concejal.
«Uno ve tantas cosas que se pueden hacer y que no se hacen. La parte de la educación está muy descuidada, hay jóvenes que tienen muchas capacidades para seguir estudiando, pero ni el municipio ni el gobierno ponen becas especiales para zonas extremas».